Kitabı oku: «¿Qué estabas esperando?», sayfa 3

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No se requiere mucho tiempo de matrimonio para darse cuenta que tu esposo no comparte tus instintos. Al llegar a ese punto, puedes adorar a Dios como soberano y celebrar la forma diferente en que tu esposo ve el mundo y con lo cual te ha bendecido, o lo deshonras tratando de re-escribir su historia. Por ejemplo, la casa en que vives no debería ser el reflejo de solo uno de ustedes. Debería ser una hermosa mezcla de las sensibilidades soberanamente producidas de ambos. Muchos esposos y esposas llevan con ellos el dolor de la deshonra y la falta de respeto que resulta cuando su cónyuge se ha burlado o denigrado su manera de hacer las cosas o rechaza su familia y su manera de relacionarse o hacer las cosas.

Pero cuando comienzas a celebrar la soberanía de Dios y cómo Él te formó y te unió a tu esposo para Su gloria y tu bien, dejas de irritarte por sus diferencias y comienzas a celebrar cómo tu vida ha sido enriquecida por ellas. Como resultado, no solo darás lugar a las cosas que caracterizan a tu cónyuge, sino que lo honrarás en lo que hagas y digas cuando seas confrontada con el hecho de que tú haces de manera diferente las mismas cosas.

3) Un matrimonio de amor, unidad y entendimiento brotará de una adoración diaria a Dios como Salvador.

No hay área más importante que ésta. No hace falta mucho para darte cuenta que te casaste con una persona pecadora, y lo que hagas cuando descubras esto determinará el carácter y la calidad de tu unión. Solo responderás de manera correcta, compasiva y beneficiosa al pecado, debilidades y conflictos de tu cónyuge si celebras la gracia transformadora de un Redentor siempre presente y siempre fiel.

Tu no puedes permitir que tus respuestas a tu cónyuge en esos momentos sean causadas por tu dolor o tu sentido de justicia propia. Deben ser causadas por la adoración. ¿Qué significa esto? Bueno, primero, significa que cuando celebras a Dios como Salvador, te confrontas con la realidad de cuán desesperadamente necesitamos de su gracia. Esto hace imposible que mires a tu cónyuge como el único pecador en la habitación o como más pecador que tú. El hecho es que nadie da más gracia que quien está convencido que la necesita también.

Adorar a Dios como Salvador también significa que encontrarás gozo en ser parte de la obra de gracia que Dios se ha comprometido incesantemente a hacer en la vida de tu cónyuge. Así que cuando tu cónyuge falla, no le vas a lanzar su pecado en la cara. No le vas a hacer sentir culpable de cuán difícil te ha hecho la vida por su pecado. No usarás sus pecados en su contra. No guardarás un registro detallado de sus faltas en tu contra. Más bien buscarás maneras de encarnar la gracia transformadora del Salvador. Estarás listo para motivarle cuando falle y restaurarle cuando caiga sin tratarle como a alguien menos justo que tú.

UNA RAZÓN PARA CONTINUAR

¿Dónde vas a encontrar razones para continuar trabajando en tu matrimonio en los momentos decepcionantes cuando más se necesitan esas razones? Bueno, no las vas a encontrar en tu cónyuge. Ella o él comparte tu condición; tu cónyuge es aún una persona defectuosa necesitada de la gracia transformadora de Dios. Todavía vives en un mundo que está gimiendo y quebrantado. No vas a encontrar esas razones en estrategias y técnicas superficiales; tus conflictos son más profundos que eso. Solo vas a encontrar esas razones mirando hacia arriba.

Cuando tu corazón descansa en la maravillosa sabiduría de las decisiones hechas por el poderoso Creador te das a ti mismo una razón para continuar. Cuando tu corazón celebra las miríadas de cuidadosas decisiones que fueron hechas para compilar las historias personales de ambos, te das a ti mismo otra razón para continuar. Cuando tu corazón se llena de gratitud por la asombrosa gracia que ambos han recibido y siguen recibiendo, te das a ti mismo otra razón para continuar. No estás sola. Tu Señor, el creador, gobernador y transformador de todo, está aun contigo. Él ha unido tu historia y la de tu cónyuge y las ha colocado directamente en el centro de Su historia redentora. Mientras Él siga siendo el Creador, mientras sea soberano, y mientras sea el Salvador, ustedes tiene razones para levantarse por la mañana y amarse el uno al otro, aun cuando no son todavía aquello para lo cual fueron creados.

COMPROMISO 1: Nos entregaremos a un estilo de vida de confesión y perdón.

COMPROMISO 2: Haremos del crecimiento y el cambio nuestra agenda diaria.

COMPROMISO 3: Trabajaremos unidos para formar un vínculo robusto de confianza.

COMPROMISO 4: Nos comprometeremos a cultivar una relación de amor.

COMPROMISO 5: Negociaremos nuestras diferencias con aprecio y gracia.

COMPROMISO 6: Trabajaremos para proteger nuestro matrimonio.

3.
¿EL REINO DE QUIÉN?

Gabriela había llevado siempre su sueño consigo como una piedra preciosa en una bolsa de terciopelo. A los doce años hojeaba las revistas hogareñas de su madre y se imaginaba su futura casa y familia. Cuando fue a la universidad ya sabía qué clase de casa y familia quería. Ella no estaba simplemente esperando ser feliz; ya sabía qué la haría feliz. No estaba consciente, pero en realidad cuando salía con hombres lo que estaba haciendo era comprar uno. Estaba buscando a ese hombre especial que la ayudaría a realizar su sueño. Así que mientras más conocía a Bernardo, mas se sentía atraída hacia él. Ella en verdad creía que se estaba enamorando, y a él le encantaba el hecho de que ella está loca por él.

Fue un cortejo rápido. Ni Gabriela ni Bernardo querían algo se interpusiera en su relación. Su boda, mientras estaban entre el tercero y cuarto año de la universidad, fue emocionante y hermosa. En verdad parecían la pareja perfecta. Gabriela era vibrante y amistosa, y Bernardo era administrativo y analítico; parecían complementarse perfectamente el uno al otro. Gabriela no podía creerlo. Recordaba el álbum que había hecho cuando niña. ¡Estaba a punto de vivir lo que había puesto en esas hojas!

Quedar embarazada de inmediato no era parte del sueño de Gabriela, pero tantas cosas habían tomado su lugar tan perfectamente que ella no dejó que esto le afectara. Le molestaba no poder graduarse con Bernardo, pero sabía que habría tiempo en el futuro para finalizar sus estudios. Bernardo no estaba preparado para la presión de trabajar y estudiar a tiempo completo al mismo tiempo, pero sabía que tenía que hacerlo. Ambos se asustaron al saber que Gabriela iba a tener gemelos. Gabriela estaba abrumada ante la idea de una familia tan súbita, pero no se lo podía decir a Bernardo. Simplemente no había tiempo en su cargada agenda para escuchar sus preocupaciones y sus quejas. Ambos adquirieron rutinas diferentes, mientras Gabriela trataba de convencerse a sí misma de que aún estaba encaminándose a vivir su sueño.

En el álbum que Gabriela había hecho de niña no había retratos de gemelos con cólicos, una casa pequeña, grandes deudas estudiantiles, ni un trabajo de principiante con bajo salario. Gabriela trataba de no deprimirse, pero lo estaba. Su casa no tenía patio y el interior era tan pequeño que lucía desordenada todo el tiempo. La vida parecía consistir no más que en levantarse por la mañana, trabajar todo el día, ir a la cama, levantarse por la mañana y volver a lo mismo de nuevo. Pero la decepción de Gabriela era más profunda que su entorno material y que su ocupada agenda. Ella estaba decepcionada de Bernardo.

La forma en que él veía la vida le había sido tan útil durante su cortejo; ahora solía irritarla más que interesarle. Parecía que Bernardo estaba perennemente insatisfecho con la desorganización de la vida que vivían juntos. Él se quejaba constantemente de lo desordenado de la casa y siempre le estaba diciendo a Gabriela como podía ser más eficiente. Para Gabriela él parecía frío, distante y constantemente a punto de enojarse.

Bernardo también tenía conflicto. Gabriela parecía más interesada en hablar por horas en el teléfono que en cuidar de sus hijas y de la casa. Él estaba cansado de ver a aquella mujer que era tan hermosa viviendo ahora en sudadero y luciendo como si se acabara de levantar. Sabía que era ofensivo pensar estas cosas, pero lo hacía. Parecía que Gabriela raramente tenía lista la cena cuando él llegaba a la casa y nunca parecía ser capaz de acostar a las niñas temprano.

Gabriela se preguntaba silenciosamente a dónde se había ido el hombre que la había atraído. Bernardo podía vestirse como quisiera en su trabajo, y lo hacía. No tenía tiempo para hacer ejercicio y frecuentemente parecía comer a la carrera, así que comenzó a engordar. Con seguridad, él ya no era tan atento y amable como lo había sido en el cortejo. Para Gabriela se hizo más y más difícil convencerse de que esto era parte de su sueño. Los hechos eran los hechos, y Gabriela no podía evadirlos. La vida era dura e iba a ser así por un tiempo.

Al principio, Gabriela y Bernardo se unieron y trataron de salir adelante juntos, pero eso no duró. Gabriela estaba muy decepcionada por lo que su vida había llegado a ser y por cómo Bernardo la trataba. Bernardo estaba frustrado de que a pesar de sus intentos por ayudar a Gabriela, ella simplemente no quería cambiar. La desdicha silenciosa que ambos sentían no permaneció silenciosa mucho tiempo. Comenzó con breves comentarios para infligir culpa y leves observaciones de insatisfacción. Al poco tiempo cayeron en un patrón de altercados regulares. Ambos tenían mucho que decir y ninguno parecía dispuesto a escuchar. Mientras más discutían, más crecía la opinión negativa que tenían el uno del otro y de su matrimonio. Ninguno de los dos olvidará jamás la noche cuando Gabriela algo que los dejó marcados. Hacía tiempo que se veía venir, pero fue difícil seguir adelante una vez que se dijo.

Ella lanzó las palabras una noche en que Bernardo llegó tarde a casa, a pesar de que las gemelas estaban enfermas y que Gabriela estaba exhausta. “Creo que cometí un gran error Bernardo. Cada día se me hace más difícil no lamentar haberme casado.” Eso cortó a Bernardo como un cuchillo. Ella sabía cuán duro él había trabajado por ella; sabía todas las cosas a las que él había renunciado por ella, ¡y ésta era su forma de darle gracias!

El próximo día fue difícil para Bernardo venir a casa del trabajo. Era difícil tener que vivir con alguien que no quería realmente estar con él. Era difícil para Gabriela también; su sueño se había convertido en una pesadilla, y no sabía qué hacer.

UNA BATALLA MAS PROFUNDA

Pobres Gabriela y Bernardo – tan heridos, tan confusos, y deseando tanto volver el reloj atrás, pero ellos no sabían qué estaba pasando y cuál era el problema. Es duro arreglar algo que no entiendes, y más duro aún cuando piensas que tu problema es realmente la otra persona. Mientras Bernardo manejaba hacia el trabajo el próximo día, repasa las cosas buenas que había hecho para Gabriela. La terraza que le había hecho a la pequeña casa la hacía más visible. Las vacaciones, que realmente no podían costear, habían saneado algo la frenética vida de Gabriela con las gemelas. Su disposición a trabajar en casa los viernes había complicado su vida laboral, pero estaba dispuesto a hacerlo por Gabriela. Él no podía creer la forma en que ella había estado actuando, y era aún más difícil creer que había dicho esas cosas.

Gabriela estaba herida también. Se pasó la mayor parte del próximo día en una espiral emocional. Si, lavó alguna ropa y cuidó de las necesidades de las gemelas, pero realmente no estaba allí. Cuando derramó el café, comenzó a llorar y le costó dejar de hacerlo. ¡No se supone que fuera así! La vida con Bernardo era todo lo que había deseado. Podía aceptar el embarazo no esperado. Podía aceptar la casa pequeña. Podía aceptar las largas horas de Bernardo. Pero su frialdad y constante irritación eran cosas que nunca pensó que tendría que enfrentar. Simplemente no les encontraba sentido. Tal vez él lamentaba haberse casado con ella. Tal vez estaba teniendo una aventura amorosa. Quizás él quería separarse y no sabía cómo decírselo. Su mente estaba agitada y su corazón quebrantado, pero no sabía qué hacer.

Tristemente, muchas parejas han arribado a este punto. Sí, los detalles son diferentes, pero han llegado allí de todas formas. La dulzura se ha evaporado de su matrimonio. La amistad se ha disipado. La persona que cortejaron no parece ser la persona con la que viven ahora. Hay distancia, frialdad, impaciencia y conflicto que no estaban allí al principio. A veces una pareja se ajusta a la guerra fría, a veces se ajusta a una tregua marital, y a veces se provocan el uno al otro como si buscaran una oportunidad para expresar su insatisfacción. A veces se vuelve una guerra frontal. A veces se esconden detrás de sus ocupaciones. Tristemente, muchas parejas simplemente se separan sin nunca entender lo que le sucedió a esa relación que una vez les trajo tanto gozo.

Son pocas las parejas que entienden lo que se necesita entender para que un cambio permanente tome lugar en su matrimonio. Ellas piensan que la batalla es con su cónyuge, o que las circunstancias en que se encuentran son las que tienen que cambiar. Pero he aquí la realidad: todas las batallas horizontales son el fruto de una guerra más profunda. La guerra más importante, la que se debe ganar, no es la que tiene el uno con el otro, sino la guerra que se libra dentro de cada uno individualmente. La victoria en esta guerra se trata de un verdadero cambio.

¿ATRACCIÓN O AMOR?

La manera de comenzar a entender esta guerra más profunda es mirando al inicio del cortejo y del matrimonio de las parejas. Considerar el inicio de la relación entre Gabriela y Bernardo nos ayudará aquí. Déjeme sugerir algo que molestará a algunos de ustedes, y que luego explicaré. Tal vez desde el mismo principio, lo que Gabriela y Bernardo prensaron que era amor, no era amor. Ahora, para ayudarlo a entender esta posibilidad, tengo que llevarlo por un pequeño recorrido bíblico.

He escrito antes acerca de lo que 2 Corintios 5.14-15 dice sobre la naturaleza fundamental del pecado, pero pienso que es particularmente útil aquí. El pasaje dice, “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” El apóstol Pablo resume aquí lo que el pecado nos hace a todos. El pecado se vuelve contra nosotros. Hace que empequeñezcamos nuestras vidas según los estrechos confines de nuestro pequeño auto definido mundo. Nos hace empequeñecer nuestro foco, motivaciones e intereses conforme al tamaño de nuestros deseos, necesidades y sentimientos. Hace que nos centremos extremadamente en nosotros mismos y en nuestra importancia. Hace que lo que más nos ofenda sean las ofensas contra nosotros mismos y que lo que más nos interese sean nuestros propios intereses. Hace que nuestros sueños sean egoístas y que hagamos planes orientados hacia nosotros mismos. ¡Por causa del pecado, realmente nos amamos y tenemos un plan maravilloso para nuestras vidas!

Todo esto significa que el pecado es esencialmente antisocial. Realmente no tenemos tiempo para amar a nuestro cónyuge en el más completo sentido de la palabra porque estamos demasiado ocupados amándonos a nosotros mismos. Lo que realmente queremos es que nuestro cónyuge nos ame tanto como nosotros nos amamos y si él o ella está dispuesto a hacerlo tendremos una maravillosa relación. Así que tratamos de reclutar a nuestra esposa para que se someta voluntariamente a los planes y propósitos de nuestro claustrofóbico reino unipersonal.

Pero hay más. Puesto que el pecado es antisocial tiende a deshumanizar a la gente en nuestras vidas. Ellas dejan de ser el objeto de nuestro afecto voluntario, la gente a quien gozosamente amamos; en lugar de eso se convierten en una de dos cosas. O vehículos que nos ayudan a conseguir lo que queremos u obstáculos obstruyendo el camino de lo que queremos. Cuando tu cónyuge cumple las demandas de tus deseos, necesidades y sentimientos, te emociona y la tratas con afecto. Pero cuando se convierte en un obstáculo que obstruye tus deseos, necesidades y sentimientos, te cuesta esconder tu decepción, impaciencia e irritación.

Es aquí donde viene otra elocuente observación bíblica. Es que nosotros somos gente orientada hacia un reino. Vivimos siempre al servicio de uno de dos reinos. Vivimos al servicio de la pequeña agenda de la felicidad personal de nuestro propio reino, o vivimos al servicio de la grandiosa agenda del Reino de Dios donde está el origen y el destino de la creación. Cuando vivimos para nuestro propio reino, nuestras decisiones, pensamientos, planes, acciones y palabras son dirigidos por el deseo personal. Nosotros sabemos lo que queremos, dónde lo queremos, por qué lo queremos, cómo lo queremos, cuándo lo queremos y quién preferiríamos que nos los entregue. Nuestras relaciones son conformadas por una infraestructura de expectativas sutiles y silenciosas demandas. Sabemos lo que queremos de la gente y cómo conseguir que nos lo den.

Piensa en Gabriela. Ella no estaba enojada porque Bernardo había quebrado las leyes del Reino de Dios. Ella no se sentía agraviada porque él estaba obstruyendo lo que Dios quería realizar en y a través de su matrimonio. No, Gabriela estaba herida y enojada porque Bernardo había quebrado las leyes de su reino. En este lado del cielo, se pelea una constante guerra en nuestros corazones entre el reino de nuestro ego y el Reino de Dios. Cada batalla que tú tienes con otra gente es el resultado de esa guerra más profunda. Cuando estás perdiendo esa guerra, vives para ti mismo e invariablemente terminas en conflicto con tu cónyuge.

Tal vez estas dos perspectivas nos digan mucho más de lo que podríamos pensar sobre el inicio de la relación de Gabriela y Bernardo. Quizás lo que ellos pensaban que era amor en realidad no era amor sino algo muy diferente disfrazado de amor. Recuerda, Gabriela había tenido toda su vida sueños muy específicos sobre el matrimonio y la familia. Aunque no se daba cuenta, ella estaba buscando al hombre que sería la pieza perdida del rompecabezas que era el sueño de su vida. Bernardo parecía ser esa pieza, y ella no tendría que sacrificar nada para que encajara. Desde el primer día ella se sintió poderosamente atraída hacia Bernardo. No podía esperar verlo otra vez. Le encantaban sus ingeniosos mensajes de texto. Le hacía feliz imaginarlo en medio de sus sueños maritales. Se aferraba a cada palabra mientras hablaban sobre su futuro. Gabriela sabía meses antes de que él le preguntara que su respuesta a su proposición sería sí. Estaba convencida de que, por primera vez, estaba profundamente enamorada.

Bernardo no había salido con muchas muchachas, así que era difícil que no le gustara la atención que le daba Gabriela. Las tarjetas cursis no eran su estilo pero eran el estilo de Gabriela. Ella lo escuchaba, respetaba su opinión y disfrutaba su compañía, ¿Cómo no habría de gustarle eso? Mientras más estaba con ella, más atraído se sentía. Le encantaba que ella fuera a recogerlo a medianoche después de la clase que tenía al salir del trabajo. Le daba risa lo específico que eran sus sueños para el futuro, pero le gustaba. Parecía lógico que debían casarse. Podría casarse con Gabriela y seguir siendo él mismo; él lograría su sueño y Gabriela también. Todo era muy atractivo.

En la superficie parecía maravilloso, pero quizás ése era el problema. No había duda que Gabriela y Bernardo se sentían muy atraídos mutuamente y que esta atracción producía un fuerte afecto. Eso era en sí mismo algo hermoso. La pregunta es si lo que estaban experimentado era amor. ¿Sería que Gabriela se sentía atraída a Bernardo no porque ella lo amaba a él sino porque él amaba a Gabriela? ¿No era que su atracción era mucho más orientada a sí misma de lo que se daba cuenta? Lo que parecía amor podría haber sido realmente la emoción de que este hombre se ajustaba plenamente al sueño de su vida que siempre había abrigado.

He aconsejado muchas parejas a punto de casarse como Bernardo y Gabriela. La emoción de estar juntos era tanta que costaba que me pusieran atención para prepararlos para el matrimonio. Estaban convencidos de que nunca tendrían problemas. Estaban seguros de que nada jamás sofocaría los sentimientos que tenían el uno por el otro. Estaban persuadidos que eran la pareja perfecta. Se sentaban en el sillón agarrados de las manos, mirándose el uno al otro con ojos vidriosos mientras procuraba advertirles que ellos eran gente defectuosa casándose con gente defectuosa. Pero siempre les era difícil tomarme en serio.

La orientación egocéntrica del pecado puede producir una atracción poderosa hacia otra persona, pero esa atracción no debe ser confundida con el amor porque no puede hacer lo que el amor hace cuando la atracción muere. Y la muerte de los sueños le sucede a toda pareja. Ninguno de nosotros logra su sueño como lo soñó, porque ninguno escribe su propia historia. Dios en su amor, escribe una mejor historia de lo que nosotros podríamos escribir. Él tiene un mejor sueño de lo que podríamos concebir. Él sabe mucho mejor lo que es mejor para cada uno. Nos puede llevar a lugares que nunca intentamos porque al hacerlo así somos transformados conforme a lo que los destinó a ser en Cristo.

¿Podría ser que a medida que Gabriela y Bernardo comienzan a enfrentar la dura realidad de la muerte de sus sueños, individuales y compartidos, su conflicto no es que están luchando por amarse sino que se les está dando la oportunidad de amarse más de lo que lo hicieron jamás? Es cuando la atracción se desvanece, cuando los defectos brotan y los sueños mueren, que el verdadero amor tiene su mejor oportunidad de germinar y crecer. Para Gabriela y Bernardo, este triste y decepcionante momento no es el fin de todo, sino el inicio de algo maravilloso. Podríamos decir que Dios los tiene ahora donde los quería. Su atracción ya no se basa en deseos centrados en ellos mismos. Ya no se aferran a su sueño, porque este se desvaneció frente a sus mismos ojos. Se sienten heridos y temerosos porque lo que impulsaba su relación se ha ido y no saben qué hacer. Pero esto no es derrota; es una oportunidad para escapar del pequeño espacio del reino de ellos mismos y comenzar a disfrutar la belleza y los beneficios del Reino de Dios. Lo que parece ser amor puede no ser amor, y cuando Dios lo revela, es una cosa muy buena. Lo que le sucedió a Gabriela y Bernardo no sucede porque Dios estaba ausente de su matrimonio. No, sucedió, precisamente porque Dios estaba presente, rescatándolos de sí mismos y dándoles lo que ellos no podían producir por sí mismos.

El matrimonio de Gabriela y Bernardo no murió; el sueño ególatra sí, y cuando esto sucedió, el amor sólido, satisfactorio, centrado en el otro, honroso a Dios y perseverante, comenzó a crecer. Su vida juntos no luce para nada como el sueño que una vez tuvieron, pero se aman más que nunca y están muy agradecidos de que Dios quiere para ellos algo mejor de lo que ellos querían.

¿EL CARRUAJE ANTES QUE EL CABALLO?

Es tentador pensar que tal vez Dios se equivocó. Quizás Él puso el carruaje antes que el caballo. Piensa: ¿no se habría evitado mucho quebranto, conflicto, heridas y decepción si Dios hubiese hecho las cosas de otra manera? ¿Por qué tenemos que casarnos con gente imperfecta? ¿Quién no se querría casar con una persona perfeccionada? ¿No haría esto que el matrimonio fuese fundamentalmente más fácil y placentero? Tal vez Dios confundió las cosas.

Ahora, la razón por la que solemos pensar así es precisamente porque somos tan cautivos de nuestro propio reino. Somos atraídos por el orden, la previsibilidad, la comodidad, la facilidad, el placer, la estima, la diversión y la felicidad personal. Estas cosas no son malas en sí mismas, pero no deben controlarnos. Tenemos conflicto con el plan de Dios porque, a nivel terreno, nosotros en realidad no queremos lo que Dios quiere. Queremos lo que nosotros queremos, y queremos que Él nos lo dé. Pero ése no es el plan. Dios no nos da su gracia para que nuestro reino trabaje; Él nos la da para invitarnos a un Reino muchísimo mejor.

Piensa en la persistencia de tu apego a los propósitos de tu propio reino. Déjame ayudarte a ver a lo que me refiero. Piensa en cuán poco de tu enojo durante el último mes tenía que ver algo con el Reino de Dios. Tu cólera raramente brota del celo por los planes, propósitos, valores y llamado del Reino de Dios. Cuando te sientes herido, enojado o decepcionado por tu esposa no es porque ella ha quebrado las leyes del Reino de Dios y eso te afecta. No, con frecuencia tu enojo se debe a que tu esposa ha quebrado las leyes de tu reino. Ella se ha interpuesto frente a lo que tú quieres y eso te ha enfurecido y te mueve a hacer o decir algo que someta a tu esposa de nuevo al servicio de tus deseos, necesidades y sentimientos.

Pero la gracia de Dios viene para demoler eso. Su gracia se propone exponer y liberarte de la esclavitud a ti mismo; quiere acabar contigo para que comiences finalmente a poner tu identidad, significado, propósito y sentido de bienestar interior en Él. Por eso te coloca en una relación integral con otra persona imperfecta en un mundo imperfecto. Es más, Él diseña las circunstancias que tú nunca habrías diseñado para ti mismo. Todo esto para llevarte al fin de ti mismo porque es allí donde comienza la verdadera justicia. Él quiere que te rindas; quiere que abandones tu sueño; quiere que enfrentes la futilidad de tratar de manipular a la otra persona para tu servicio. Él sabe que la vida no se encuentra en estas cosas.

¿Qué significado práctico tiene esto? Significa que las dificultades que enfrentas en tu matrimonio no son una evidencia del fracaso de la gracia. No, estos problemas son gracia. Ellos son herramientas que Dios usa para acosarnos y sacarnos de los entorpecedores confines del reino del yo, para que seamos libres para disfrutar las glorias celestiales del Reino de Dios. Esto significa que tú y yo nunca entenderemos nuestros matrimonios y nunca estaremos satisfechos en ellos hasta que entendamos que el matrimonio no es un fin en sí mismo. No, la realidad es que el matrimonio ha sido diseñado por Dios como un medio para un fin. Cuando lo conviertes en el fin, suceden cosas malas. Pero cuando comienzas a entender que es un medio para un fin, comienzas a disfrutar y ver valor en cosas que antes no eras capaz de disfrutar.

Cuando la guerra entre el Reino de Dios y el reino del ego, que se libra en el corazón de todos nosotros, no se gana, arrastramos nuestro matrimonio a los propósitos de nuestro diminuto reino. El problema es que nuestro cónyuge hace lo mismo. Así, que solo es cuestión de tiempo antes de que la devastación comience cuando nuestros pequeños reinos unilaterales colisionen.

Es solo cuando un esposo y su esposa viven intencional y gozosamente apegados a los planes, a los propósitos y al Señor del Reino, que su matrimonio puede realmente ser un lugar de unidad, entendimiento y amor. Libres de las agotadoras ansiedades por satisfacer la agenda de los deseos, necesidades y sentimientos del reino del ego, ahora pueden descansar en la bondad de Dios y amarse y servirse el uno al otro. El matrimonio es algo maravilloso que logra lo que fue destinado a ser solo a través de un arduo proceso.

Nuestro problema es que no nos gustan las dificultades de ningún tipo. Odiamos el dolor y repelemos el sufrimiento. Muchos de nosotros preferimos una vida fácil que una vida que honre a Dios. Así que antes de comenzar a pelear uno contra el otro, estamos realmente peleando contra Dios. Estamos peleando contra su plan y criticando su voluntad. Lo traemos a la corte de nuestro juicio y dictaminamos que no es amoroso ni sabio. Comenzamos a preguntarnos si lo que hemos creído es verdad y si vale la pena seguirlo. Al mismo tiempo, mientras nuestros corazones meditan en estas cosas, Dios está cerca y nos ama con un amor transformador. Cuidadosamente, Él nos trae al fin de nosotros mismos y nos está haciendo gente que encuentra gozo en amar a otros con la misma clase de amor sacrificial que Él nos ha dado.

Así que, mientras lees te pregunto: ¿Qué reino es el que da forma a tu matrimonio? ¿Qué reino define tu sueño? ¿Qué te hace realmente feliz? ¿Qué es lo que intensamente anhelas que sea tu matrimonio? ¿No será que lo que pensabas que era amor no era realmente el amor del Reino de Dios, centrado en el otro, para el servicio del otro? ¿No será que lo que realmente querías de la otra persona era que te amara tanto como tú te amas a ti mismo? ¿No será que tu enojo revela cuán celosamente apegado estás a los propósitos de tu propio reino? ¿No será que los problemas que enfrentas en tu matrimonio, tanto los pequeños como los grandes, no son estorbos sino oportunidades? ¿No será que cuando tú has pensado que Dios te a abandonado a ti y a tu matrimonio, Él ha estado muy cerca, dándote el mejor regalo de tu vida–Su gracia transformadora? Esta gracia te rescata de aquello de lo que tú no puedes rescatarte–tú mismo.

La reconciliación en tu matrimonio comienza cuando tú comienzas a reconciliarte con Dios. Comienza cuando comienzas a hacer esta oración radical: “Vénganos tu Reino, hágase tu voluntad justo aquí y ahora en este matrimonio, como se hace en el cielo.” ¡Cosas buenas suceden como resultado de esta oración!

COMPROMISO 1: Nos entregaremos a un estilo de vida de confesión y perdón.

COMPROMISO 2: Haremos del crecimiento y el cambio nuestra agenda diaria.

COMPROMISO 3: Trabajaremos unidos para formar un vínculo robusto de confianza.

COMPROMISO 4: Nos comprometeremos a cultivar una relación de amor.

COMPROMISO 5: Negociaremos nuestras diferencias con aprecio y gracia.

COMPROMISO 6: Trabajaremos para proteger nuestro matrimonio.

Yaş sınırı:
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Hacim:
380 s.
ISBN:
9781629460024
Telif hakkı:
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