Kitabı oku: «¿Qué estabas esperando?», sayfa 5

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6) Trabajaremos para proteger nuestro matrimonio.

Vigilando y orando, trabajaremos para proteger nuestra relación. Pocas cosas son tan peligrosas en un matrimonio como el sentimiento de “haber arribado”. Cuando una pareja pierde un sentido sano de necesidad, los patrones de apatía y desconsideración crecen. La pareja ya no camina con el sentido de la enormidad de la tarea que ha asumido; ya no viven con la actitud compartida de su necesidad de la ayuda y la protección de Dios; dejan de estar atentos a las dificultades potenciales que pueden amenazar su unión. Su matrimonio ya no es protegido por la oración humilde.

Cada matrimonio requiere la intervención divina y la sabiduría divina. Cada pareja será llevada más allá de los límites de su carácter. Cada pareja necesitará fuerzas más allá de las que tienen. Ningún esposo y esposa pueden hacer lo fueron diseñados a hacer en el matrimonio sin asistencia. Una de las cosas hermosas que el matrimonio se supone que haga es alejarnos de los hábitos de la auto-dependencia para llevarnos a patrones de dependencia en Dios. ¿Qué significa tener en nuestro matrimonio patrones de “velar y orar”? ¿Cómo puede una pareja medir su potencial? ¿Cómo reconocemos las señales de un inminente peligro matrimonial?

Estos son las seis promesas de un matrimonio saludable. Con la práctica estos pueden convertirse en hábitos diarios. Ellos definen cómo admites diariamente tu necesidad y cómo haces de la continua reconciliación un estilo de vida en tu relación. Hay pocas cosas más dulces y hermosas que un matrimonio de largo tiempo en unidad, entendimiento y amor. Hay pocas comas más profundamente desalentadoras y personalmente dolorosas que un matrimonio distante, frío y conflictivo. Hay pocas cosas más tristes que las parejas que se conforman con sobrevivir, que escogen la mediocridad o están juntos pero prácticamente ya no esperan nada el uno del otro.

UNA MEJOR MANERA

No sucede con frecuencia, pero ésta era una de esas ocasiones. Lloré mientras escuchaba la historia. La tensión en el cuarto era increíble. Era imposible para Chad y María hablar entre ellos o uno acerca del otro sin enojo. Sentada frente al sillón de Chad, María nunca dejó de llorar. Ella estaba herida, pero llevaba en los archivos de su mente un registro detallado de las faltas que lo que hacía era profundizar su dolor. Chad era claramente un hombre que ya no aguantaba. Lo asombroso era que no había habido infidelidad, ni violencia entre ellos; tampoco había habido momentos decisivos de desavenencia. Chad y María simplemente habían cesado de trabajar en su matrimonio. Habían dejado de ponerle atención. Ya no tenían ninguno de los hábitos que este libro considerará. Este matrimonio de desaliento y desafecto se había formado a través de miles de pequeños momentos mundanos y casi imperceptibles.

Ninguno de los dos quería seguir casado. A ambos les aterraba levantarse por la mañana y enfrentar el día. Ambos apuntabas sus dedos y mantenían su lista egoísta de ofensas. Hubo un tiempo cuando se adoraban mutuamente, pero ese tiempo parecía como historia antigua. Ahora no había paz, mucho menos afecto. Pero yo no estaba desesperanzado porque Chad y María habían finalmente hecho una buena decisión. Habían buscado ayuda. Yo sabía que Dios cuidaba de ellos y nunca cerraría su oído a su clamor por ayuda. Seguramente había un largo camino que recorrer, pero lo recorreríamos juntos y experimentaríamos el nuevo comienzo que Dios había hecho posible en su Hijo, el Señor Jesús.

¿Y ustedes? Quizá nunca lleguen a la condición de María y Chad, pero tal vez en su corazón sepan que las cosas en su matrimonio no son lo que deberían ser. Ustedes saben que se han conformado con menos en lugar de esforzarse por más. Saben que en los pequeños momentos dicen y hacen cosas que ni los unen ni profundizan su amor. Saben que hay aéreas en las que están decepcionados, que hay momentos cuando desean que las cosas sean mejores. Saben que hay aspectos en los que se sienten estancados. No están seguros cómo se puede lograr un cambio pero desearían saberlo.

Los invito a sentarse conmigo, como Chad y María lo hicieron. Déjenme sostener frente a su matrimonio el más fiel espejo jamás hecho–la Biblia. Déjenme ayudarlos a ver con ojos y oídos nuevos y a invitarlos a abrir su corazón y a extender humildemente sus manos para recibir ayuda. Déjenme animarlos a no sentirse satisfechos sino necesitados y hambrientos. No estoy seguro qué esperan que sea su matrimonio, pero puedo decirles con seguridad que como sea que esté hoy, puede ser mejor. Dios da a todos la bienvenida a un estilo de vida de gracia reconciliadora, donde los problemas son confrontados y donde suceden cambios y no repetimos los mismos errores una y otra vez. Siéntense. Tómense su tiempo. Dios está con ustedes y tiene algo mejor para su matrimonio.

Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho y hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer.

LIBRO DE LA ORACIÓN COMÚN

Puesto que nada que intentemos es jamás sin falta, nada que procuremos es jamás sin error y no logramos nada sin alguna medida de límite e imperfección humana, somos salvos por el perdón.

DAVID AUGSBURGER

COMPROMISO 1: Nos entregaremos a un estilo de vida de confesión y perdón.

COMPROMISO 2: Haremos del crecimiento y el cambio nuestra agenda diaria.

COMPROMISO 3: Trabajaremos unidos para formar un vínculo robusto de confianza.

COMPROMISO 4: Nos comprometeremos a cultivar una relación de amor.

COMPROMISO 5: Negociaremos nuestras diferencias con aprecio y gracia.

COMPROMISO 6: Trabajaremos para proteger nuestro matrimonio.

COMPROMISO 1: Nos entregaremos a un estilo de vida de confesión y perdón.
5.
SIENDO HONESTOS:
LA CONFESIÓN

Ellos nunca fueron honestos. Oh, eran hábiles para señalar uno al otro. Eran buenos para acusar, para poner excusas y para llevar la cuenta de los errores. No lo sabían, pero eran bastante hábiles en el hábito de la animosidad y la división. Era lógico que cuando vinieran a mí estuviesen desesperados. Uno no puedes revivir continuamente en el corazón las ofensas que percibes que alguien le hace y crecer en afecto hacia esa persona. No puedes argumentar diariamente que la persona con la que vives es la principal causa de las cosas malas que tú haces y querer estar cerca de ella. No puedes llevar contigo la evidencia detallada de lo que has sufrido en las manos de otro y tener esperanza de un futuro a su lado. Pero esto es lo que ellos hacían.

En un momento del cual he hablado muchas veces, ellos revelaron el estilo básico de su vida matrimonial, aunque no sabían que lo estaban haciendo. Yo había orado con ellos al inicio de la primera vez que nos juntamos y estaba tratando de encontrar una manera de hablar acerca de las cosas difíciles que se debían discutir. No creo que alguno de ellos tuviera mucha esperanza que yo pudiera decir o hacer algo que les ayudara, pero me lancé de todas maneras. Le pedí a cada uno que me dijera lo que pensaban que estaba mal en su relación. Fue un momento que nunca olvidaré, un momento de indecisión o reflexión. En el segundo en que mis palabras salieron de mi boca, ambos hablaron y dijeron una sola palabra – el nombre del otro.

En ese momento me quedé sin trabajo porque nadie buscaba nada en la habitación. Él estaba allí únicamente intentando con desesperación corregir a su esposa, y ella estaba allí intentando lo mismo. Sus ojos estaban firmemente enfocados el uno en el otro, completamente convencidos que su mayor dificultad marital estaba a su lado en el sillón. Había poca conciencia de sí mismos. No había casi ningún compromiso con el auto examen. Habría sido muy alentador escuchar a uno de ellos decir, “sé que no soy perfecto, pero….” Ellos no llegaron ni siquiera allí, lo cual explica por qué ambos estaban estancados y sin esperanza. Estaban convencidos que habían cometido el error de casarse con una persona dañada; estaban convencidos que el uno había hecho al otro hacer cosas que de otra manera nunca habrían hecho y que no tenían el poder para hacer cambiar al otro aunque lo habían intentado. Estando sentado con ellos, recordé de nuevo que el desaliento es una manera de ver, no una forma de ser.

Desde entonces me he preguntado muchas veces cuantos matrimonios están de alguna manera, estancados en este mismo ciclo. Quizás el ciclo de culpabilidad es más sutil, y el desaliento no se arraigado, pero el sistema ya está en su lugar. La pareja está estancada en un ciclo donde se repiten las mismas cosas una y otra vez ellos regresan a los mismos malos entendidos; reiteran los mismos argumentos, cometen los mismos errores. Una y otra vez y las cosas no se resuelven. Noche a noche van a la cama con nada reconciliado; se despiertan con el recuerdo de otro mal momento y se encaminan hacia la próxima vez que el ciclo habrá de repetirse. Todo se vuelve predicible y desalentador. Odian el ciclo. Desearían que las cosas fueran como antes. Sus mentes oscilan entre la nostalgia y la decepción. Quieren que las cosas sean diferentes, pero no saben cómo escapar y no están dispuestos a hacer lo que se necesita para que el cambio suceda – confesar.

Se dicen a sí mismos que todo mejorará. Prometen que pasarán juntos más tiempo. Prometen que orarán juntos un tiempo cada día por la mañana. Deciden pasar juntos más tiempo fuera de casa. Prometen que hablarán más. Pero no pasa mucho tiempo antes de que todas las promesas se desvanezcan y ellos vuelvan al mismo lugar. Todos sus esfuerzos por cambiar han sido estorbados por lo que no están dispuesto a hacer; dejar de enfocarse en el otro y enfocarse en sí mismos. Aquí está el punto: ningún cambio acontece en un matrimonio que no comienza con la confesión.

La confesión es la puerta de entrada al crecimiento y al cambio en tu relación. Es esencial. Es fundamental. Sin ella ustedes están relegados a un ciclo de repetición y profundización de los malentendidos, errores y conflictos. Pero con la confesión, el futuro es radiante y esperanzador, no importa cuán grandes sean los problemas que estén enfrentando.

LA GRACIA DE LA CONFESIÓN

1) Es la gracia para distinguir entre lo bueno y lo malo.

El cambio implica que al ponerte bajo una norma descubras con insatisfacción lo lejos que estás de cumplirla y busques la gracia para acortar la distancia de dónde estás hacia donde necesitas estar. Santiago comparo la Palabra de Dios a un espejo (Santiago 1:22-25) en el cual podemos mirarnos a nosotros mismos como realmente somos. Es imposible enfatizar demasiado cuán importante es esto. Un diagnóstico correcto siempre precede una cura efectiva. La única manera de saber que una madera es demasiado corta es cuando la mides con una regla. La única manera de saber que la temperatura de tu casa es demasiado caliente es porque tiene un instrumento para medir llamado termostato. La única forma de saber que tus llantas tienen suficiente aire es porque puedes usar un calibrador que mide la presión exacta del aire. La Biblia es el instrumento supremo de Dios para medir. Está diseñada para funcionar en nuestras vidas como una regla de medida. Podemos ponernos nosotros mismos y nuestros matrimonios frente a ella y ver si nos ajustamos a las normas de Dios. La Palabra de Dios es uno de los regalos de gracia más dulces, tener los ojos abiertos para verla claramente y el corazón abierto para recibirla voluntariamente son señales seguras de la gracia de Dios.

2) Es la gracia para entender el concepto del pecado que aún habita en nosotros.

Una de las más tentadoras falacias para nosotros – y cada ser humano en este mundo caído – es creer que nuestro más grandes problemas existen afuera, no adentro de nosotros. Es fácil caer en esta forma de pensar porque tenemos mucho material con el cual trabajar. Vivimos en un mundo quebrado donde las cosas no operan como debería ser. Cada día está lleno con dificultades y obstáculos de alguna clase. Vivimos con gente defectuosa y nuestras vidas son complicadas por sus defectos. A pesar de esto, la Biblia nos llama a confesar humildemente que el problema más grande, profundo y permanente que enfrentamos está adentro, no afuera de nosotros. La Biblia tiene un nombre para ese problema – pecado. Puesto que el pecado es egocéntrico y auto-complaciente, es antisocial y destructivo para nuestras relaciones. Es aquí hacia donde esto se dirige: requiere que cada uno de nosotros diga que nuestros más grandes problemas maritales existen dentro de nosotros, no fuera de nosotros.

Tú sabes que posees la gracia cuando puedes decir, “mi más grande problema marital soy yo.” Es fácil señalar con el dedo. Es fácil culpar. Es una bendición reconocer que llevas dentro de ti tu propio Judas personal que te traicionará una y otra vez (lee Romanos 7), y es alentador saber que no estás solo en tu lucha con el pecado.

3) Es la gracia para tener una conciencia que funciona bíblicamente.

Muchos matrimonios viajan en una carretera de una sola vía y en la dirección equivocada. Es la dirección de un corazón endurecido. Déjenme explicar esto. Durante el cortejo nos preocupamos mucho por ganarnos a la otra persona, así que nos esforzamos por ser amorosos, corteses, serviciales, respetuosos, dadivosos, perdonadores y pacientes. Nunca se nos ocurriría hacer nada descortés o rudo. Siempre estamos pensando en la otra persona, en lo que siente, lo que desea y lo que necesita. Encontramos deleite en hacerla feliz. Buscamos maneras de expresar nuestro amor. Pero después de la ceremonia, el matrimonio con frecuencia da vuelta y comienza a moverse en otra dirección. Tal vez es porque ahora ya tenemos a la persona y no necesitamos más ganárnosla. Tal vez es porque comenzamos a dar por hecho la relación que Dios nos ha dado. Cualquiera que sea la razón, comenzamos a bajar la guardia. Cesamos de ser atentos. El egoísmo comienza a reemplazar el servicio. Poco a poco, nos permitimos hacer y decir cosas que nunca se nos habría ocurrido pensar o hacer durante el cortejo. Progresivamente nos volvemos menos dadivosos, menos pacientes, y menos perdonadores. Comenzamos a cuidar más de nosotros que de la otra persona. Tal vez es algo tan pequeño como esperar que el otro limpie nuestro desorden o (sí, lo voy a decir) soltar una flatulencia en la cama. Pero éstas no son cosas pequeñas; son signos de algo destructivo y peligroso que está pasando. Al principio, cuando hacemos estas cosas rudas y egoístas nuestra conciencia nos afecta, pero no pasará mucho tiempo antes de que nuestro corazón se endurezca y nuestra conciencia ya no nos moleste más.

Es como el hombre desamparado de la calle. Tú lo miras y te preguntas cómo es posible que pueda soportar vivir tan sucio. Te preguntas por qué no teme el maltrato o la vergüenza por su condición. Puedes estar seguro que él una vez sintió esas cosas, pero en su lucha por sobrevivir se ha endurecido. Ya no le molesta más. Muchos matrimonios viajan por un camino similar. Es la triste ruta de un endurecimiento progresivo del corazón. Yo me he sentido ofuscado por la manera en que algunas parejas se tratan el uno al otro sin ninguna aparente punzada de conciencia o vergüenza mientras se sientan conmigo en busca de ayuda. Es una capacidad perversa que todos los pecadores tenemos – llegar a sentirnos progresivamente cómodos con las cosas que deberían alarmarnos, afligirnos y avergonzarnos.

Es una señal de la gracia de Dios cuando nuestras conciencias son sensitivas y nuestros corazones se afligen, no por lo que otras personas hacen, sino por lo que nosotros hemos llegado a ser. Esa sensibilidad es la puerta de entrada a un cambio real y permanente. El cambio siempre comienza cuando nos sentimos insatisfechos, y la insatisfacción personal siempre comienza con una conciencia que es sensitiva a lo malo. De aquí viene un deseo por el cambio y una inquietud que nos hace buscar ayuda, de Dios y de otros, lo cual es requerido por el cambio.

4) Es la única gracia que nos protege de nuestra justicia propia.

Este es el otro lado de la moneda. Es importante entender la dinámica que opera tan sutil pero destructivamente en nuestra relación. Puesto que todos sufrimos en algún grado de la ceguera espiritual personal – es decir, no nos vemos a nosotros mismos con precisión – y porque tendemos a ver la debilidad y las fallas de nuestro cónyuge con más precisión, comenzamos a pensar de nosotros mismos como más justos que nuestro esposo o esposa. Cuando hacemos esto, y en alguna manera todos lo hacemos, se nos hace difícil pensar que somos parte del problema en nuestro matrimonio y aceptar la critica amorosa y correctiva de la otra persona. Esto significa que no es solo la ceguera la que nos evita cambiar, sino también el concepto de nuestra propia justicia. Si estamos convencidos que estamos bien, no deseamos el cambio ni la ayuda que lo puede producir.

1 Juan 1:8 dice “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” El engaño de la justicia personal es un enorme muro en el camino del cambio marital. Es así como trabaja: el esposo se ve a sí mismo como justo y ve a su esposa como una pecadora necesitada de ayuda; y la esposa se ve a sí misma como justa y ve a su esposo como un pecador necesitado de ayuda. Así, ninguno siente la necesidad de un cambio personal. Cada uno se torna más insatisfecho, impaciente y amargado, mientras la condición del matrimonio se empeora. ¡Pero hay esperanza! La gracia hace menguar la auto-justicia, abre los ojos y suaviza nuestros corazones, profundiza nuestro sentido de necesidad y nos confronta con nuestra pobreza y debilidades. La gracia nos hace correr en busca de ayuda y nos recibe con brazos abiertos cuando venimos. Cuando un esposo y su esposa dejan de discutir sobre quién es el más justo y comienzan a afligirse por su respectivo pecado, puedes saber por seguro que la gracia ha visitado ese matrimonio.

5) Es la gracia para vernos a nosotros mismos tal como somos.

Vernos a nosotros mismos realísticamente es lo opuesto de la justicia propia. Yo he visto con asombro esposos enojados asegurando con enojo que no están enojados. Me ha sorprendido ver a esposos y esposas manipuladores manipulando una conversación para convencerme de que no son manipuladores. He visto a una esposa amargada rehusando amargamente el pensamiento de que podría estar amargada. He escuchado a hombres y mujeres que se creen justos declarando que no se creen justos. He escuchado a gente egoísta demandando egoístamente no ser vistos como egoístas. En cada caso, ellos escuchaban lo que yo les decía y luego me expresaban su evidencia de que mi veredicto era erróneo. No era simplemente que estaban rechazando mirarse a sí mismos (aunque esto también era verdad). Era que cuando se miraban a sí mismos, simplemente no veían lo que yo veía.

Esto es lo que sucede como resultado. Puesto que el esposo está convencido de que él está en lo correcto y su esposa no, él no siente la necesidad de mirarse o examinarse a sí mismo. Eso lo deja solo con una conclusión, que los problemas en el matrimonio son culpa de su esposa. Así que él la vigila con más vigilancia y puesto que ella es menos que perfecta, él acumula más y más “evidencias” para apoyar su visión de los problemas matrimoniales. Cada día él se convence más de que su esposa es la que necesita cambiar, no él. En lugar de estar afligido por las debilidades y egoísmo de su propio corazón, él encuentra más y más difícil lidiar con las de ella. Él lucha por ser paciente con ella y secretamente desearía que ella fuese como él. Esta actitud es peligrosa para cualquier relación, pero especialmente es devastadora para la salud de un matrimonio.

Muchas personas casadas son como el fariseo en el templo, quien agradecía a Dios que no era como los pecadores alrededor de él. Ellas necesitan la gracia de un auto examen correcto. Pocas cosas evitan cambios en un matrimonio más que un concepto equivocado acerca de nosotros mismos. Pocas cosas son más necesarias que ojos para vernos a nosotros mismos con claridad y exactitud.

6) Es la gracia para estar dispuesto a escuchar y considerar la crítica y la reprensión.

Es difícil vernos a nosotros mismos con claridad y es duro aceptar lo que vemos cuando lo hacemos. Es tan fácil ser defensivo. Todos llevamos dentro de nosotros un abogado que se activa fácilmente y se levanta de inmediato para defendernos. Todos hemos estado en uno de esos momentos cuando alguien nos señala algún error y aunque no lo digamos audiblemente, comenzamos a defendernos en silencio contra lo que se nos dice. Mientras se nos señala la evidencia de nuestra necesidad de cambiar, nosotros organizamos evidencias de que no somos la persona que ellos alegan que somos. Se necesita gracia para estar listos a escuchar y deseosos de oír. Se necesita gracia para aquietar nuestra mente, enfocar nuestra atención y establecer nuestro corazón para que podamos recibir la ayuda que Dios nos ofrece en ese momento de inesperada confrontación.

Aun las palabras que usamos para describir este tipo de conversación conllevan una connotación negativa. Palabras como reprensión, crítica, exhortación y confrontación no representan una situación que nosotros disfrutaríamos, pero apuntan a algo que es esencial para un matrimonio saludable. Es algo que he discutido en otros escritos. Las relaciones saludables tienen dos cualidades esenciales de carácter. Primero, la humildad de accesibilidad. Cuando ambas personas se salen de detrás de su muro protector y se abren a las perspectivas y ayuda de otros, cada individuo – y sus relaciones – tendrán una oportunidad para crecer y cambiar. La segunda es el coraje de amar honestamente. Nosotros no solo nos defendemos de la opinión de otros, sino que evitamos los momentos incómodos dejando de decir lo que hay que decir. Por el temor al desacuerdo, la tensión y el rechazo, escogemos callar acerca de cosas que, si se hablan en amor, podrían ser usadas para traer una nueva visión a unos y a otros y un nuevo comienzo a la relación.

Solo cuando nuestro confianza es en el Señor, es decir, en su constante ayuda y perdón, somos capaces de avanzar hacia la luz, sin temor de lo que tengamos que enfrentar. Cuando creamos realmente que su gracia ya ha cubierto todo lo que tengamos que confesar y nos ha dado el poder para todo cambio al que nos tengamos que someter, no temeremos vivir en matrimonios que son abiertos y honestos.

7) Es la gracia para no ser paralizados por el remordimiento.

Estoy persuadido que el temor al remordimiento evita que enfrentemos lo que necesitamos enfrentar. La confesión no solo nos llama a mirarnos a nosotros mismos en el presente, sino a ir al pasado. Si eres un esposo que ha estado casado por siete años y estás comenzando a enfrentar el hecho de que eres un hombre iracundo, tienes que estar dispuesto también a mirar el fruto que tu ira ha producido todos estos años. Si eres una esposa amargada quien en tu amargura te has retraído a una concha protectora, tienes que enfrentar no solo tu presente estado de retraimiento sino cómo tu amargura ha impactado a la gente a tu alrededor. Es suficientemente duro considerar nuestras debilidades y errores presentes. Pero es aún más duro considerar el fruto que esas debilidades y errores han producido a través de los años. Así que, en lugar de entregarnos a la tentación de correr y escondernos, necesitamos correr hacia donde se puede encontrar la ayuda.

Tal vez el más brillante y maravilloso compromiso de nuestro Redentor es capturado en estas palabras de Apocalipsis 21:5: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” Nueva es la palabra operativa para lo que Dios está buscando hacer en ti y en tu matrimonio. Ustedes no están estancados. No están atados a los deslices del pasado. No están condenados a pagar por siempre por sus errores. La obra de Dios está en la obra de renovación. Él envió a su Hijo a la tierra para hacer posible un cambio real y permanente. Dios ha hecho posible empezar de cero y comenzar de nuevo. La reconciliación puede suceder. La restauración puede ser real. Lo que se ha roto puede ser sanado. La mala hierba de los caminos viejos puede morir y las flores de un nuevo y mejor camino pueden crecer en su lugar. Dios no nos llamará a enfrentar nuestra cosecha sin darnos lo que necesitamos para enfrentarla, y no nos llamará a plantar las nuevas semillas de un mejor camino sin darnos la sabiduría y la fuerza para hacerlo. Cuando enfrentemos el remordimiento, envolvámonos en el perdón y volvámonos a vivir una vida nueva, tomando posesión del poder que nos pertenece como hijos de Dios.

8) Es la gracia para conocer que podemos enfrentar nuestros errores porque Cristo ha tomado nuestra culpa y vergüenza.

Este punto toma de los temas previos pero necesita su propia atención. Es significativo observar que las primeras dos cosas que Adán y Eva hicieron después de desobedecer a Dios fue cubrirse y esconderse. Por primera vez, experimentaron vergüenza y culpabilidad. Temieron ser descubiertos y juzgados, y aunque trataron de atribuirle la culpa a alguien más, estaban jugando un juego de tontos. Culpar a otros no aquietó sus corazones. No les trajo paz. Lo que habían hecho trajo sobre ellos vergüenza y culpa en relación a Dios. Es importante entender que la vergüenza y la culpa no fueron solo experiencias psicológicas o emocionales; fueron reales y tuvieron que lidiar con eso.

Lidiar con nuestra culpa y vergüenza es de lo que se trata la Biblia. Es acerca de la redención, es decir, el pago de una deuda de culpa y vergüenza que tiene que ser pagada. Ese pago fue hecho en la cruz. Jesús tomo nuestra vergüenza, colgado públicamente entre criminales. Él llevó nuestra culpa tomando nuestro pecado sobre sí y pagando el precio que había que pagar por ello – la muerte. Él hizo esto aun cuando no era culpable ni tenía de que avergonzarse porque era un hombre perfecto. Él no hizo esto por sí mismo; cada acto en todo este proceso fue substitutivo, fue hecho por nosotros. ¿Para qué? Para que la culpa y la vergüenza no se apoderaran de nosotros; para que en el denuedo de la fe celebratoria dejáramos de escondernos, cesáramos de excusarnos, desistiéramos de culpar a otros, y renunciáramos a estarnos defendiendo. Para que ya no tuviéramos miedo de decir, “tienes razón, yo estoy mal y necesito que me perdones.” Para que pudiéramos decir, “sé que lo arruiné todo anoche, pero estoy dispuesto a ser mejor.” Para que pudiéramos decirnos el uno al otro, “necesito tu ayuda. Yo no siempre me veo tal como soy. Si tú ves algo mal en mí, te permito que me ayudes a verlo también.” Para que pudiéramos mirar nuestros matrimonios y no pretender que son perfectos, sino celebrar el hecho de que, a través de los años, hemos dado varios pasos importantes para acercarnos a lo que Dios nos llamó a ser y a lo que designó que nuestro matrimonio sea.

Como ves, las confesión no debe ser esa cosa temible que tratamos de evitar a toda costa; y el pecado, las debilidades y los errores no deberían ser el constante elefante en el cuarto que los esposos y esposas saben que esta allí pero no quieren hablar de ello. La confesión debería ser vista como un maravilloso regalo que cada matrimonio necesita. Debería ser liberador. No debería ser visto como un momento de pérdida, sino como una oportunidad para una ganancia personal en nuestra relación. Nuestra confesión debería ser impulsada por un profundo aprecio y gratitud hacia Dios, quien ha hecho posible para nosotros no tener más miedo a ser expuestos. Por causa de lo que Jesús ha hecho por nosotros, no deberíamos tener que esconder o excusar nuestras fallas. Somos libres de aparentar que somos perfectos, cuando en lo profundo de nuestro corazón sabemos que no lo somos. Hemos sido liberados de tener que negar nuestras dificultades. Podemos ver a los problemas cara a cara con esperanza y coraje porque Cristo ha hecho posible el cambio verdadero, permanente y personal en las relaciones. Comenzar de nuevo de manera fresca realmente sucede y puede ser nuestra experiencia. ¿Se está beneficiando tu matrimonio de la libertad de confesión?

LOS HABITOS DIARIOS DE UNA VIDA DE CONFESIÓN

¿Cómo luce tomar en serio la gracia de la confesión, dejar de hacerse de la vista gorda y hacer de la admisión honesta de los errores el hábito regular de un matrimonio? Bueno, aquí están los hábitos de la confesión como estilo de vida.

1) Seremos amorosamente honestos. La confesión requiere honestidad. Requiere la disposición a confrontar al otro cuando ha actuado o hablado de una manera que Dios dice que es errónea. Tenemos que comprometernos a lidiar con esos asuntos de una manera que sea motivada por un amor como el de Cristo. Esto significa que antes que podamos hablarle a otros de los problemas de su corazón necesitamos tratar con el dolor, la cólera y la amargura del nuestro. Recuerda, la verdad no hablada en amor cesa de ser útil porque el mensaje es tergiversado y distorsionado por otras emociones y agendas humanas. Cuando nos acercamos a nuestro cónyuge, estamos buscando ayudarle a ver lo que Dios quiere que vea. Recuerda, no podemos confesar lo que no vemos.

2) Seremos humildes cuando seamos confrontados. La humildad, cuando somos confrontados por el otro, significa la disposición a considerar. Significa aquietar ese ruido de fondo que brota de nuestro sistema de defensa interno. Significa recordar que no hemos arribado, que aún somos pecadores diariamente necesitados de la gracia y que en el momento de la confrontación estamos siendo amados por nuestro Redentor. La humildad significa la disposición a mirar en el espejo de la Palabra de Dios y regocijarnos en que cualquier cosa que veamos ya ha sido cubierta por la sangre de Jesús.

3) No pondremos excusas. Es un impulso tan típico en todos nosotros: alguien señala nuestra falta y de inmediato nos llenamos de una visión alternativa que nos sitúa bajo una diferente luz. Rehusar poner excusas significa resistir la urgencia de levantar argumentos para nuestra justificación. Significa rehusar darle vuelta a las cosas para que el otro sepa que no somos los únicos pecadores en la habitación.

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Yaş sınırı:
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Hacim:
380 s.
ISBN:
9781629460024
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