Kitabı oku: «¿Qué estabas esperando?», sayfa 4
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DIA A DIA
Nunca olvidaré el momento. Era 1974 y Luella y yo estábamos en el primer nivel de la platea del teatro Forrest en Filadelfia. El teatro estaba lleno al final de la obra Godspell. Esta ya no era la audiencia de un teatro. Era una celebración, una fiesta. Estaban tocando y cantando la música de la obra una y otra vez. El aire estaba lleno de magia. La escena era electrizante. Las puestas estaban abiertas, pero nadie estaba interesado en irse. La historia del evangelio nos había transportado por un momento a otro lugar. Gente que no se conocía y probablemente nunca volverían a verse se agarraban de las manos unas a otras. Danzábamos, nos abrazábamos y reíamos. Fuimos llevados mas allá de nuestros temores e intereses personales. Estábamos celebrando una victoria que muchos ni entendíamos. Habíamos visto venir a la tierra a la Sabiduría y convertir a gente necia en héroes.
En ese momento único en la vida, todos cantamos la misma canción. La cantamos una y otra vez. Nadie en ese salón quería que esa canción terminara. Los músicos sonreían mientras la tocaban una vez más. Ellos sabían que quizás no volverían a experimentar eso de nuevo. Era como si sintieran que ellos no habían hecho que esto sucediera. Tal vez, por primera vez, estaban entendiendo de qué se trataba esa producción de la que habían sido parte por muchos meses.
Pensábamos que teníamos los mejores asientos en el teatro. Observábamos y veíamos una exuberancia que nunca habíamos visto y probablemente nunca volveríamos a ver hasta la eternidad. Mientras Luella y yo nos veíamos uno al otro, sabíamos que no necesitamos decir lo que estábamos pensando. Sabíamos lo que el otro sabía. Repentinamente, mi mente se hizo consciente con frescura de las palabras que estábamos cantando, palabras que toda la humanidad estaba supuesta a cantar. Las lágrimas comenzaron a llenar mis ojos. “Esto es para lo que fuimos hechos, de esto es de lo que se trata el evangelio, y solo la gracia es capaz lograrlo,” pensé mientras entonaba estas palabras con mi boca con la multitud que por el momento era como mi familia:
Día a día
Día a día
Amado Señor
Por tres cosas te ruego:
Verte claramente
Amarte intensamente
Seguirte fielmente
Día a día
No creo que sea posible tener una misión más apropiada para el matrimonio. Estoy profundamente convencido por la Escritura, por mi propia experiencia, y por las historias de otros que el matrimonio hay que afirmarlo verticalmente antes de poder rectificarlo horizontalmente. Antes de que puedas realmente ganar un terreno significativo en tu relación con tu cónyuge, un terreno real, donde tome lugar un cambio permanente, tú tienes que estar dispuesto a aceptar y tratar con lo que Dios dice sobre ti, tu esposa, tu mundo y Dios mismo – su propósito y su gracia. Estas cosas no son el enfoque de gente súper espiritual que quiere un matrimonio y además una gran espiritualidad. No; lidiar con estas cosas de manera que forme un cotidiano estilo de vida es el fundamento de un matrimonio como Dios lo diseñó y como El intenta hacerlo. Tú no puedes evitar enfrentar estas cosas más de lo que puedes evitar remover los árboles del terreno boscoso donde va a estar localizada tu nueva casa.
Lo que cantamos tan gozosamente esa noche fue mucho más que una canción, si bien la mayoría de la multitud no lo sabía. Era más bien un paradigma radical para una forma de vida que llena cada día con honestidad y esperanza. Las cosas a las que nos llama la letra de esta canción no son decisiones de una sola vez; están supuestas a ser compromisos cotidianos que se convierten en una manera regular de vivir la vida. Cuando los compromisos y las acciones que siguen son aplicados al matrimonio, algo muy simple, pero muy revolucionario sucede, y una vez sucede, nunca quieres volver atrás de nuevo.
LADRILLO A LADRILLO
Yo los había casado, así que fui yo quien recibió la llamada. Casi siempre es la esposa quien llama, y ella lo hizo porque se había visto forzada a enfrentar lo que en algún lugar recóndito de su mente sabía que era verdad – ella y su esposo eran pecadores. La llamada llega usualmente pocos días o semanas después de la luna de miel. Durante la luna de miel la naturaleza egocéntrica del pecado es opacada por la comida exótica y los hermosos paisajes, pero cuando la pareja regresa a la vida real, cotidiana, sin esas distracciones, se ven forzados a enfrentar lo que ellos y el matrimonio realmente son.
Siempre he pensado que este momento, cuando uno despierta a la realidad es una cosa muy positiva, aunque la persona que llama raramente se da cuenta. Usualmente la esposa entra en pánico; piensa que ha cometido un error, que su amor se acabó y que su vida va a ser una vida de tormento sin amor. Pero yo pienso que en este momento ella está por experimentar las cosas buenas que solo un matrimonio honesto puede experimentar. Está a punto de ser llevada mas allá de sí misma y eso la hará abandonar su sueño y le hará adoptar un mejor sueño y comprometerse a una serie de nuevos hábitos que no solo sanarán su matrimonio, sino lo harán algo mejor de lo que ella jamás concibió. El problema es que nada de esto es lo que ella esperaba.
Sara me llamó a las 6:30 de la mañana el día después de la ceremonia. Yo levanté el teléfono y escuché estas palabras: “¡Se acabó!” Yo sabía que no se había acabado. De hecho, estaba feliz que hubiese hecho la llamada tan pronto. Pensaba que Sara y Berto eran los jóvenes más inteligentes en la clase. Ellos habían llegado al límite de sus propias fuerzas y estaban haciendo algo muy sabio–buscando ayuda. Me daba gusto ayudarles y sabía que la jornada que estábamos por recorrer juntos los cambiaría a ellos y a su matrimonio.
He aquí lo que he dicho a las parejas una y otra vez. Es lo que he tratado de vivir en mi propio matrimonio también. La reconciliación en un matrimonio debe ser un estilo de vida, no solo la respuesta que das cuando las cosas van mal. Considera por qué esto debe ser así. Si tú eres un pecador casado con una pecadora–y lo eres–entonces es muy peligroso y potencialmente destructivo permitir la negligencia como pareja. Simplemente no pueden vivir juntos un día en el cual un acto de desconsideración, egoísmo, enojo, arrogancia, justicia propia, amargura o deslealtad muestre su horrible cabeza. Con frecuencia será benigno y de bajo nivel, pero aún estará allí.
Ahora, quisiera introducirte a un tema que surgirá una y otra vez en este libro: si vas a tener un matrimonio en unidad, entendimiento y amor, tienes que tener una estrategia de “pequeños-momentos.” Todo lo que esto hace es reconocer la naturaleza de la vida que Dios ha diseñado para nosotros. En su sabiduría, Dios nos da una vida que no avanza de momento trascendental a momento trascendental. De hecho, si examinas tu vida, veras que has tenido pocos de esos momentos. Probablemente puedas recordar solo dos o tres situaciones que transformaron tu vida totalmente. Todos somos iguales; el carácter y la calidad de nuestra vida se forma en momentos pequeños. Cada día ponemos pequeños ladrillos sobre el fundamento de lo que será nuestra vida. Los ladrillos de las palabras que decimos, de las acciones que tomamos, de las pequeñas decisiones, de los pequeños pensamientos, de los pequeños momentos, obran juntos para formar el edificio funcional que es tu matrimonio. Así que tienes que verte a ti mismo como constructor marital. Diariamente tienes el trabajo de agregar otra serie de ladrillos que determinara la forma de tu matrimonio por días, semanas y años en el futuro.
Quizás éste sea precisamente el problema. Es el problema de la percepción. Nosotros solemos no vivir de esta manera. Tendemos a caer en rutinas de casi-desidia y de actuar instintivamente con menos consciencia de lo que deberíamos hacerlo. Tendemos a retraernos de la importancia de esos pequeños momentos precisamente porque son pequeños. Pero lo opuesto es verdad: los pequeños momentos son importantes porque son pequeños momentos. Estos son los momentos de los que se compone nuestra vida, los momentos que establecen nuestro futuro y que dan forma a nuestras relaciones. Tenemos que tener una actitud de “día a día” hacia todo en nuestras vidas y si lo hacemos, escogeremos nuestros ladrillos cuidadosamente y los colocaremos estratégicamente.
Las cosas no se arruinan en un matrimonio instantáneamente. El carácter de un matrimonio no se forma en un gran momento. Las cosas se vuelven dulces y hermosas progresivamente. El desarrollo y la profundización del amor en un matrimonio ocurren por lo que se hace diariamente; esto también es verdad del triste deterioro de un matrimonio. El problema es que simplemente nosotros no le ponemos atención y por eso nos ponemos a pensar, desear, decir y hacer cosas que no deberíamos.
Déjame caracterizar esta vida de “un pequeño momento.” Tú exprimes y doblas el tubo de la pasta de dientes aunque sabes que le molesta a tu esposa. Te quejas de los platos sucios en lugar de ponerlos en el lavadero. Peleas por hacer las cosas pequeñas a tu manera en lugar de verlas como una oportunidad para servir. Te vas a la cama irritado por pequeños desacuerdos. Día a día te vas al trabajo sin un gesto de ternura entre ustedes. Peleas por lo que tú crees que es hermoso en lugar de hacer de tu casa una expresión visual del gusto de ambos. Te das la libertad de hacer cosas pequeñas con rudeza en una forma que nunca lo habrías hecho durante el cortejo. Dejas de pedir perdón en los pequeños momentos de cosas erradas. Te quejas de cómo tu cónyuge hace cosas pequeñas cuando realmente no hacen ninguna diferencia. Haces cosas pequeñas sin consultar.
Dejas de invertir en la amistad íntima en tu matrimonio. Peleas por lo que quieres en los pequeños momentos de desacuerdo en lugar de pelear por la unidad. Te quejas de las idiosincrasias y debilidades de tu cónyuge. Fallas en aprovechar esas oportunidades para animar. Dejas de buscar las maneras pequeñas de expresar amor. Comienzas a guardar un registro de los pequeños errores. Te irritas por lo una vez apreciabas. Dejas de asegurarte que cada día esté salpicado con ternura antes de ir a dormir. Cesas de expresar regularmente aprecio y respeto. Permites que tus ojos físicos y los ojos de tu corazón divaguen. Te tragas pequeñas heridas que antes habrías discutido. Comienzas a convertir pequeñas peticiones en demandas regulares. Ya no tomas cuidado de ti mismo. Estás dispuesto a vivir con más silencio y distancia de lo que permitías cuando estabas por casarte. Dejas de esforzarte por esos pequeños momentos que hacen tu matrimonio mejor y comienzas a sucumbir a lo que hay.
¿Por qué cesamos de poner atención? Porque es difícil ser cuidadosos, es arduo trabajo tener la disciplina de vigilar, y requiere un gran esfuerzo estar siempre pensando en la otra persona. Ahora, prepárate para que tus sentimientos sean heridos: tú y yo tendemos a querer que el otro se esfuerce porque eso nos facilita la vida, pero la verdad es que no queremos comprometernos a ser nosotros quienes se esfuerzan. ¡Pero no he terminado aún! Pienso que hay una epidemia de indolencia marital entre nosotros. Queremos no tener que esforzarnos y que las cosas no solo sigan igual sino mejoren. Y estoy absolutamente persuadido que la indolencia está enraizada en la naturaleza egoísta del pecado. Ya hemos examinado los peligros antisociales de esta cosa dentro de nosotros a la que la Biblia le llama pecado. Ya hemos considerado que nos hace centrarnos en nosotros mismos, pero hace algo más. Nos reduce a la pasividad marital. Queremos tener las cosas buenas sin el esfuerzo arduo de colocar los ladrillos diarios que hacen que esas cosas vengan. Y con frecuencia estamos más enfocados en lo que otros fallan y en que estos corrijan sus errores que en comprometernos a hacer lo que sea necesario diariamente para que nuestro matrimonio sea lo que Dios quiere.
Tú puedes tener un buen matrimonio, pero tienes que entender que un buen matrimonio no es un regalo misterioso. No; es más bien, una serie de compromisos que se forman a través de un estilo de vida que aprecia los momentos pequeños.
LA RECONCILIACIÓN COMO UN ESTILO DE VIDA:
¿QUE SIGNIFICA ESTO?
Hay un pasaje muy interesante en 2 Corintios 5:14-21 que provee un modelo de como luce este estilo de vida de día a día.
El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.» Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. (Versión NVI)
Este pasaje es un llamado a una manera particular de pensar y de vivir en nuestra relación con Dios. A lo que nos llama en nuestra relación con Dios es un modelo maravilloso para nuestra relación matrimonial. Esto siempre es verdad. El primer gran mandamiento siempre define el segundo gran mandamiento.
Pablo entiende que hemos sido reconciliados con Dios por un acto de su gracia. Él sabía que no hay manera en que nosotros podamos ganar el amor de Dios o merecer su favor, pero, habiendo dicho esto, él de inmediato nos recuerda que la reconciliación con Dios es tanto un evento como un proceso. Note las palabras del verso 20: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.” ¿A quién se refiere Pablo cuando dice “les rogamos”? A la iglesia de Corinto. Ahora, quizás tu pienses, “Pablo, si esta gente es creyente, ¿no se han reconciliado ya con Dios?” La respuesta es sí y no. Sí, se han reconciliado con Dios en el sentido de que han sido aceptados por Dios en Cristo. Pero hay otra reconciliación que está tomando lugar. En el grado en el que continuamos viviendo para nosotros mismos (v.15) en ese grado aún necesitamos reconciliarnos con Dios. Puesto que en alguna manera seguimos viviendo diariamente para nosotros mismos, necesitamos reconciliarnos con Dios en confesión y arrepentimiento. ¡Qué modelo tan perfecto es éste para nuestros matrimonios!
Sí, ustedes ya han hecho la decisión única de vivir en amor el uno al otro, pero no siempre viven como si lo hicieran. En el grado en que ustedes diariamente, en alguna manera, continúen viviendo para sí mismos, en ese grado necesitan reconciliarse diariamente con Dios y el uno con el otro. Ustedes no pueden andar cuesta abajo, esperando evitar de alguna manera lo malo. No, tienen que vivir intencionalmente reconciliándose. Tienen que vivir con corazones humildes y ojos bien abiertos. Estarán preparados para escuchar y dispuestos a oír. Ustedes examinan y consideran bien lo mejor y a ustedes mismos. Tienen que adquirir el hábito de la reconciliación que se convierte en un estilo de vida en su matrimonio, y hacen de esos hábitos una parte regular de su rutina diaria.
Tristemente, pienso que hay pocas parejas que en realidad vivan de esta manera. ¿Cuántas parejas conoces tú que dicen que su relación es la mejor que ha habido y que cada vez es mejor? ¿Cuántas parejas dicen estar experimentando ahora un nivel más profundo de unidad, entendimiento y amor del que jamás han experimentado? ¿Cuántos casados dicen que su cónyuge es su amigo más profundo, íntimo y precioso? Estas cosas no son como una nube romántica en la que andas rondando. Ellas son las ricas bendiciones de una relación que se vive de la manera en que Dios, quien creó el matrimonio, quiere que vivamos. Ellas no son lujos de relación para los que tienen inclinaciones románticas. No, son los elementos esenciales de un matrimonio verdaderamente saludable y feliz, un matrimonio que no solo te hace sonreír a ti sino hace sonreír también a Dios.
LA RECONCILIACIÓN MATRIMONIAL COMO UNA MANERA
DE PENSAR
Recuerdo que cuando era un joven pastor (¡hace pocos años!), mi hermano Tedd dijo que el 95 por ciento de lo que las parejas necesitan saber, entender y hacer esta claramente escrito en las Biblias que ellos decían que tanto apreciaban. Cuando él lo dijo, pensé que era la exageración de un pastor frustrado, quien de paso, era mi hermano, pero yo he llegado a ver la exactitud y profundidad en lo que él dijo. No hay una colección de principios de sabiduría más asombrosamente instructiva que la que se encuentra en las páginas de la Escritura. Por supuesto, esto tiene que ser verdad pues este libro fue escrito por hombres que fueron guiados a escribir por Aquel que creó todo acerca de lo que escribieron. Solo el creador podría tener un conocimiento tan poderosamente profundo y tan prácticamente transformador cuya perspectiva abarque de principio a fin como el que se halla en la Biblia. Solo Él es capaz de tener una perspectiva no limitada por el tiempo, el espacio y las arbitrariedades del pecado. Solo Él es capaz de hablar desde la ventajosa posición del propósito original de la creación. ¿Quién podría saber más sobre el mundo que Él creó y el pueblo que Él diseñó?
La palabra de Dios realmente nos abre los misterios del universo. Realmente nos hace más sabios de lo que nosotros jamás podríamos ser sin ella. Pero, habiendo dicho esto, es importante reflexionar sobre cuán triste es que no aprovechemos más la sabiduría que Dios nos ha dado. Es triste que no pensemos acerca de sus pensamientos en su presencia. Es triste que no requiramos de nosotros mismos mirar la vida siempre a través de los lentes de su sabiduría. Es triste que nos despojemos a nosotros mismo pensando que somos más sabios de lo que somos. Es triste que no nos irritemos más por nuestra necedad y nos sintamos más motivados a buscar su sabiduría.
¿Por qué les he recordado todo esto? Porque un estilo de vida de reconciliación matrimonial, que es el foco de este libro, está enraizado en tres perspectivas esenciales de la sabiduría, que juntas tienen que convertirse en la mentalidad de un matrimonio sano. Déjame bosquejártelas.
1) Tienes que vivir tu matrimonio con una mentalidad de cosecha.
Pablo captura esta mentalidad con estas muy familiares palabras: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Si vas a vivir alguna vez con la conciencia diaria de las necesidades de los momentos pequeños que te impulsan a vivir con hábitos de reconciliación, tienes que tener esta mentalidad contigo. Tienes que incorporar el principio de las consecuencias. Helo aquí: hay una relación orgánica entre las semillas que plantas y el fruto que cosechas. En el mundo físico nunca vas a plantar semillas de durazno y conseguir manzanas. ¡Si plantas semillas de durazno y cosechas manzanas, corre rápido y lejos porque algo ha sucedido en el universo! De la misma manera, habrá una consistencia orgánica entre las semillas de palabras y acciones que plantes en tu matrimonio y la calidad de relación que coseches y experimentes mientras vivan juntos. La mayoría de las semillas que plantes serán pequeñas, pero las miles de semillas que crecerán en los árboles resultarán en un bosque que cambiará el medio ambiente.
2) Tienes que vivir tu matrimonio con una mentalidad de inversión.
Todos somos buscadores de tesoros. Vivimos para ganar, mantener, guardar y disfrutar las cosas que tienen valor para nosotros. Nuestra conducta en cualquier situación de la vida es nuestro intento por conseguir lo que valoramos. Hay cosas en tu vida a las que les ha asignado importancia, y una vez que las tienes, ya no quieres vivir sin ellas. (Estos principios son discutidos en Mateo 6.19-33). Todos lo hacemos. Vivimos para poseer y para experimentar las cosas sobre las cuales hemos puesto nuestro corazón. Siempre vivimos por alguna clase de tesoro.
Todo tesoro en el que pongas tu corazón y activamente busques te dará alguna clase de retribución. Una discusión con tu esposa es una inversión en el tesoro de estar correcto y de allí obtendrás alguna clase de retribución en tu relación. ¡Si arrinconas a tu esposa con argumentos agresivos es improbable que el resultado de tu inversión sea su aprecio por ti y el deseo de tener una de esas conversaciones de nuevo! Si inviertes en el tesoro del servicio voluntario, experimentarás a cambio el aprecio, el respeto y una mayor intimidad en la amistad conyugal. Si para ti es más valioso tener tu casa inmaculadamente limpia de lo que es que tu cónyuge se sienta confortable, entonces vivirás con el resultado de eso en la calidad de tu relación.
La inversión no tiene escape; tú lo haces cada día, y muy raramente podrás escapar de los dividendos de las inversiones que haces. Pregúntate a ti mismo, “¿Cuáles son las cosas que valen más para mí ahora, las cosas que me esfuerzo por experimentar cada día y no estoy dispuesto a vivir sin ellas? ¿Y cómo el producto de estas cosas está afectando mi matrimonio?
3) Tienes que vivir tu matrimonio con una mentalidad de gracia.
Cuando me casé yo no entendía la gracia. Tenía una visión basada en los principios de la Escritura que me hacía traer una administración legal a mi matrimonio. El foco central de la Biblia no es un conjunto de principios de la vida práctica. No; su tema central es una persona, Cristo. Si todo lo que tú y yo hubiésemos necesitado fuese el conocimiento y entendimiento de una cierta serie de principios divinamente revelados, Jesús no habría necesitado venir. Pienso que hay muchos cristianos viviendo en matrimonios vacíos de Cristo. Sin saber lo que han hecho, han construido un matrimonio basado en la ley y no basado en la gracia, y por esta razón, le están pidiendo a la ley que haga lo que solo la gracia puede hacer.
El problema con esto es que nosotros no somos gente solo con necesidad de sabiduría; necesitamos también rescate, y la cosa de la que necesitamos ser rescatados es de nosotros mismos. Nuestro problema fundamental no es la ignorancia de lo que es justo. Nuestro problema es el egoísmo del corazón que nos hace preocuparnos más de lo que queremos que de lo que es correcto. Las leyes, principios y perspectivas de la Escritura proveen el mejor estándar que nuestro matrimonio jamás podría encontrar. Ellos revelan nuestros errores y fallas, pero no tienen ninguna capacidad de librarnos de éstos. Para eso necesitamos la gracia diaria que solo Jesús puede darnos.
Así que, no tenemos simplemente que exigir el uno al otro que viva según los elevados estándares de la palabra de Dios; tenemos también que ofrecer día a día la misma gracia que se nos ha dado para ser instrumentos de gracia en la vida de nuestro cónyuge. Nuestra confianza no está en la habilidad que tengamos de guardar la ley de Dios, sino en la gracia vivificadora y transformadora de quien nos atraído a sí mismo y tiene el poder de atraernos el uno al otro. Cuando vivimos con esta confianza miramos las inconveniencias del matrimonio no tanto como molestias que hay que soportar, sino como oportunidades para entrar en una experiencia más profunda de la gracia libertadora, transformadora, perdonadora y capacitadora del que murió por nosotros y siempre estará con nosotros.
Tres mentalidades–cada una un bloque esencial para edificar un estilo de vida de reconciliación y que requieren la honestidad de una humildad personal y nos motivan a reconciliarnos entre nosotros y con Dios una y otra vez.
EL COMPROMISO DIARIO DE UN ESTILO DE VIDA
DE RECONCILIACIÓN
Ustedes pueden tener un matrimonio que sea mutuamente satisfactorio y a la vez honre a Dios. Ustedes pueden en realidad. Aceptando lo que ustedes son, descansando en quién es Dios y viviendo como Él los llama a vivir, producirán una cosecha mucho mejor que los pequeños sueños que ustedes pueden producir de sí mismos.
Aquí están los compromisos diarios que se convierten en los hábitos diarios de la clase de matrimonio que el diseño de Dios se propuso y que su gracia puede hacer posible:
1) Nos entregaremos a un estilo de vida de confesión y perdón.
Diremos la verdad y trataremos honestamente con nuestros pecados, debilidades y errores. Hay una sola manera para que un matrimonio crezca, cambie y sea como Dios lo ha diseñado y lo ha capacitado para ser. ¿Cuál es esta manera? La confesión y el perdón. Es solo cuando nos comprometemos a un patrón diario de confesión, unido a la voluntad de perdonar rápida y completamente, que un matrimonio puede exceder nuestras limitadas expectativas.
Es necesario que estas dos cosas siempre estén juntas. Los patrones regulares de perdón nos dan el coraje para continuar confesando, y los patrones regulares de confesión nos permiten experimentar el gozo de la restauración que brinda el perdón. ¿Por qué eso es tan difícil para nosotros? ¿Por qué esto no es un patrón regular en cada matrimonio? ¿Cómo luce esto realmente en el acaecer de la vida diaria?
2) Haremos del crecimiento y el cambio nuestra agenda diaria.
Arrancaremos la mala hierba. Se pensaría que la insatisfacción es el enemigo del matrimonio, pero de hecho, lo contrario es la verdad. Como pecadores, tenemos la perversa habilidad de sentirnos demasiado fácilmente satisfechos. Solemos estar dispuestos a vivir con cosas secundarias que están trágicamente por debajo del sabio y maravilloso plan de Dios. Tendemos a conformarnos con la apatía marital en lugar de luchar por el verdadero amor. Tendemos a satisfacernos con una amargura y decepción de bajo nivel en lugar de esforzarnos por un patrón de confesión y perdón verdaderos. Nos conformaremos con una relación en la que todo es negociación de derechos en lugar de amor a la entrega y el servicio.
¿Cómo luce comprometerse a un cambio cotidiano? ¿Cómo identificas tú las malas hierbas del error que deben ser desarraigadas? ¿Cómo sabes con seguridad lo que debes plantar en su lugar? ¿Qué puedes hacer para convertir la insatisfacción en algo bueno, algo que más bien profundice tu amor y la calidad funcional de tu matrimonio? ¿Cómo evitas quedarte estancado en patrones que se alejan del plan de Dios y fracasan en apoyarse en los recursos de la gracia de Dios?
3) Trabajaremos unidos para edificar un vínculo robusto de confianza.
Confiando y encomendando, edificaremos un fundamento firme. Simplemente no podemos tener un matrimonio saludable, que honre a Dios, y sea mutuamente satisfactorio sin confianza. En un mundo caído, la confianza es la loza fina de una relación. Es hermoso cuando está allí, pero es seguramente dedicado y quebradizo. Cuando la confianza se rompe, puede ser muy duro restaurarla. Es la confianza lo que permite a un esposo y su esposa enfrentar todas las amenazas internas y externas a su unidad, amor y entendimiento. Es la confianza lo que permite a las parejas lidiar con las diferencias y el desánimo que cada matrimonio enfrenta. Es la confianza lo que permite a las parejas hablar con honestidad y esperanza acerca de las cosas más personales y difíciles.
Hay dos lados respecto a la confianza. Primero, tienes que hacer todo lo que puedas para probar que eres confiable. Segundo, tienes que tomar la decisión de entregarte con confianza al cuidado de tu cónyuge. ¿Cómo luce cultivar un matrimonio donde la confianza prospera? ¿Cómo luce edificar la confianza cuando ha sido fragmentada? ¿Cuáles son las características de una relación donde la confianza es el adhesivo?
4) Nos comprometeremos a cultivar una relación de amor.
Encarnaremos el amor de Cristo. Yo me siento en el balcón de mi iglesia cada domingo en la mañana, veo hacia abajo a la multitud y me pregunto cuántas de las parejas están viviendo en matrimonios sin amor. Puede que esto te choque, pero estoy convencido que hay muchos matrimonios vacíos de un verdadero amor. Acaso hay algún respeto y aprecio, y sí, las parejas pueden haber aprendido como evitar las batallas diarias. Puede ser que disfruten hacer cosas juntos de vez en cuando, pero los sacrificios prácticos y personales que definen el amor simplemente no están allí.
Estas parejas no responden el uno al otro con misericordia y gracia ante las debilidades y errores. No están dispuestas a sacrificar sus agendas y su comodidad por el bien del otro; no buscan maneras de ayudarse y motivarse; no se apresuran ni se ayudan el uno al otro a llevar las cargas de la vida en este mundo caído. ¿Cómo luce el verdadero amor en el matrimonio? ¿Cuáles son los sacrificios diarios que hace el amor? ¿Qué significa responder a tu cónyuge con misericordia? ¿Qué significa de manera práctica estar dispuesto a dar tu vida por la otra persona? ¿Cuáles son las características de un matrimonio amoroso?
5) Negociaremos nuestras diferencias con aprecio y gracia.
Celebrando al Creador, manejaremos nuestras diferencias con esperanza. Dios coloca los lirios junto a las rocas. Coloca los árboles junto a los ríos. Hace que el sol brille después de una noche oscura. Hace los músculos de un león y las delicadas alas de un colibrí. Una de las maneras en que Dios establece la belleza es poniendo cosas que son diferentes una junto a la otra. ¿No es esto exactamente lo que Dios hace en el matrimonio? El pone personas muy diferentes una al lado de la otra. Es así como Él establece la belleza de un matrimonio. La luna no sería tan impactante si estuviese suspendida en un cielo blanco; de la misma manera, la impactante belleza de un matrimonio puede verse cuando dos personas muy diferentes aprenden a celebrar y beneficiarse de sus diferencias y a proteger sus debilidades cubriéndose con las fortalezas del otro.