Kitabı oku: «Gloria en el infierno», sayfa 3

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Gonzalo

Mi nombre es Gonzalo. Nací en León capital a finales de los años sesenta. Conservo recuerdos difusos de cuando tenía unos tres años y algunas ideas un poco extrañas: pensaba que la gente fumaba para combatir el frío y que usaba relojes de pulsera porque eso le daba fuerza.

Fui el mayor de cuatro hermanos. Siempre discutíamos por todo y casi siempre me llevaba las regañinas de mi madre. Recuerdo haber vivido en bastantes sitios. Del último, del barrio de San Mamés, es del que mejor recuerdo tengo: los olores del café por la mañana en los bares, mi primer colegio, el portal donde vivíamos, las heladas en las calles y sobre todo, de manera especial, guardo en mi memoria las veces que íbamos a casa de mis tíos. Aunque el camino era largo y lo hacíamos andando, resultaba muy agradable. Mis tíos no pudieron tener hijos. Creo que debido a eso nos trataban como si nosotros lo fuéramos. Tenían un trato especial conmigo, me sentía muy arropado con ellos. Mi tío es todo un melómano y me enseñó mucho sobre música clásica, a escucharla, a distinguir cómo sonaba cada instrumento y a reconocerlos. ¡Eso sí que era estimulante!

Mi abuela se escapaba de su casa para vernos. Llegaba en el autobús y nosotros la esperábamos en la parada. Era una mujer prisionera de dos mundos, sin capacidad para decidir y siempre triste por mi madre y por nosotros.

A primeros de los años setenta, por cuestiones de trabajo de mi padre, nos mudamos a Jaén. Este trabajo absorbía mucho de su tiempo y apenas le veíamos. Nunca fui feliz en Jaén; no me relacioné bien con los niños de mi barrio ni de mi colegio, por lo que creo que desarrollé una imaginación que me llevaba donde quería. Me gustaba mucho jugar solo, aunque perdí la oportunidad de ser un deportista.

Los primeros años de trabajo de mi padre transcurrieron entre maquinaria industrial destinada al mundo rural a lo largo de toda Andalucía. Puede parecer muy duro hoy en día, pero cuando has crecido así, viendo a tu padre de vez en cuando nada más, pasa a ser lo más normal del mundo. Más que añorarle, te hace ilusión verle. En verano mi padre podía compatibilizar su trabajo con nosotros, con lo que viajábamos con él en algunas ocasiones. En cualquier caso, nunca fue agradable este periodo.

Franco murió, mi padre pudo recuperar su antiguo puesto de trabajo y pudimos volver a León. ¡León! De nuevo en casa, no me lo podía creer. ¡Qué diferencia! ¡Otra vez donde crecí, mi barrio de San Mamés! Todo genial. Mis tíos estaban esperándonos y les veíamos todos los fines de semana.

En esta época debía de tener unos diez años y tenía éxito en los estudios. Desde el principio se me dio muy bien estudiar. Mi padre me estimulaba contándome y trayéndome cosas diversas, le encantaba explicarme cómo funcionaban: desde un carburador hasta un control de cámaras, desde un tubo de rayos catódicos hasta una emisora de radio. Todo me iba bien, me entraba como la seda. Una vez me explicó cómo funcionaba un reactor nuclear y me contó que algunos submarinos se ponían en marcha generando electricidad con un reactor. Me apasionaba ese mundo. Tuve tema de imaginación durante meses. Una vez expliqué a mi profesor lo mismo que me había contado mi padre y le mostré una libreta con los bocetos, las ideas y los dibujos que hice sobre ello. Se montó un buen lío; me querían proponer para ir a otro centro educativo, pero al final todo quedó en agua de borrajas.

Por su parte, mi madre, entre otros aspectos de la vida, se centró en ofrecernos una buena y libre educación sexual. Realmente, he de agradecérselo porque me ha servido de mucho. En su contra destacar que tuvo la mano bien larga con nosotros y eso se mantuvo durante toda esta época de mi vida. Llegó un momento en que no me importaba que me pegase… Un mal rato y luego se pasaba. Se aprende, de alguna manera, a convivir con ello.

En esos meses además, para colmo de males, nos fuimos a vivir a Ponferrada, donde estudié séptimo y octavo de EGB. Mis relaciones con el resto de muchachos mejoraron bastante con respecto a León; me interesaban más las pandillas, las chicas, comencé a fumar. En cualquiera de los casos, apenas conseguí salir con un par de ellas. Nunca fui el guapo del grupo. Me matriculé en primero de BUP y lo repetí en tres ocasiones. Dejé de estudiar sin conseguir el título de bachillerato.

Al mismo tiempo, alternando con los estudios, comencé a trabajar colaborando en una pequeña tienda de alimentación, donde atendía a los clientes, ayudaba a limpiar y me quedaba cuidando el local cuando la dependienta debía salir. Después trabajé en otra tienda de electrodomésticos instalando vídeos o televisiones. Allá hice amistad con la dueña, que era una mujer de más de cincuenta años, de agradable conversación y que me admiraba por todo lo que hacía.

En esta época, en la que simplemente dejaba pasar los días por delante de mí, mi hermano me contó que había una vecina que por las noches se paseaba desnuda por su casa. Nunca logré verla, pero unos días más tarde la conocí. En el parque del barrio entablamos conversación y por motivos de trabajo me dijo que buscaba a alguien para que le cuidase a su hijo. Bueno, era una manera más de ganar algo de dinero, por lo que me ofrecí sin dudarlo y cada día iba a su casa, cuidaba de su hijo y esperaba hasta su regreso. A su llegada cada día hablábamos sin parar. Ella tenía veintiséis años y yo ya había cumplidos los quince. El día de su cumpleaños Elvira, que así se llamaba, me dijo que me haría un regalo especial. Me invitó a mi primer porro y acabamos liados en la cama. ¡Vaya cambio y vaya regalo! De un par de besos furtivos a ver a una mujer desnuda… Y no fue en una sola ocasión, sino que ocurrió más veces, tantas como yo deseaba. ¡Increíble! Mis padres se enteraron de este asunto y, bueno, evidentemente no les hizo la más mínima gracia.

De esta forma, tuve relaciones con otras mujeres; por supuesto, todas mayores que yo. En esta época yo era realmente independiente, incomprendido y muy osado, nada me daba miedo. Recuerdo un verano, probablemente el de ese mismo año, que con una paga del comercio donde trabajaba me compré una tienda de campaña, un billete de autobús y me fui de vacaciones a Peñíscola. A mi llegada llamé a mi madre y le dije: «Mamá, esta noche no ceno en casa». Toda una ironía; hacía tiempo que no hablaba con ella.

Mi dinero se acabó al poco tiempo de llegar allá. Hice amistad con las cuarentonas del camping donde me instalé y jugaba apostando a las cartas con ellas. Nunca fui bueno en juegos de azar, así que imagino que se dejaban ganar, pero sacaba suficiente como para poder pagar un día más de estancia en el camping. Me lo pasé en grande cuando conocí a Ana Belén, una mujer que tenía un coche fantástico y con quien tuve un asuntillo durante unos cuantos meses.

Siempre quise trabajar en lo que hago ahora, me apasiona la informática. En ese tiempo conseguí mi primer trabajo en regla y fue en otra tienda. Tenía unos diecisiete años, un contrato de aprendiz y ya me consideraban como el «gran experto en ordenadores». Tenía como compañero de trabajo a un chaval que se llamaba Gerardo, un poco mayor que yo. Nos hicimos muy amigos y además conocí a su novia, Rosana. Gerardo y Rosana son hoy en día, junto con Fidel, mis amigos en letras mayúsculas. Gerardo estaba hasta las narices de su madre y yo ni que decir de la mía, así que decidimos vivir juntos y nos alquilamos una casa en pleno centro.Nos íbamos a comer el mundo, queríamos hacernos millonarios. Conocimos en esta época a bastante gente que buscaba magia en las nuevas tecnologías.

No nos iba mal económicamente y Gerardo, que siempre ha tenido una buena cabeza para hacer dinero enseguida, entendió que la manera de sobrevivir era vender cintas de juegos en el mercadillo. La de pasta que pudimos fabricar en esos meses. Cada fin de semana podíamos sacar toda una fortuna para la época. Así que decidimos ir al Reino Unido, la meca de la informática, para comprar todo tipo de artilugios.

Estábamos bastante desahogados y nos alquilamos un apartamento cerca de Sotogrande. Estuvimos viviendo un par de meses por todo lo alto, celebrando mi mayoría de edad. Y, como a casi todo el mundo en esos años, me llegó la hora del servicio militar y me tocó en Burgos. No hay mucho que contar, salvo que aproveché para estudiar tanto como pude los textos que normalmente se enseñaban en la recién creada Facultad de Informática, que me encantaban. No me considero una persona con ideas suicidas, pero es cierto que, desesperado en una garita, me faltó poco para pegarme un tiro con una Zeta. Cuando salí de la mili comencé a trabajar en una pequeña empresa que había montado mi amigo Gerardo. Le iba bien y su negocio era bastante lucrativo.

Una noche de esos años salí a divertirme y en una discoteca, con amigos y vacilando, conocí a una chica de mi edad, que poco después se convirtió en mi mujer durante quince años. Se llamaba Sandra. Parecía simpática, valiente, seductora e interesante por su conversación. Comenzamos a salir juntos, quedábamos a menudo y lo pasábamos bien.Una tarde de verano, haciendo el amor en la casa de mis padres… ¡un preservativo se rompió! ¡Qué detalle! A pesar de que pones todo de tu parte, se rompió sin más. Y eso me rompió a mí la vida. Pocas semanas más tarde vinieron los vómitos, los llantos y los cambios repentinos de humor, así que después de hacer el consabido test de embarazo comprobamos que íbamos a ser padres.¡Teníamos veinte años! No podíamos ni debíamos tener un hijo tan pronto, así que le propuse interrumpir el embarazo. Se negó; me dijo que criaría sola a su hijo, que yo no debía preocuparme. No podía permitirlo. Como decía mi abuela, «a lo hecho, pecho». Le eché valor y hablé con mis padres. Ellos me apoyaron en todo. Al final nos casamos y, la verdad, nunca he estado en una boda tan cutre como la mía. Conseguí una casa con dos habitaciones en el barrio de la Inmaculada, tan cutre como la boda, por la que pagaba unas trescientas pesetas.

Por esas fechas hice una entrevista de trabajo para una pequeña empresa que necesitaba un informático. En cualquiera de los casos, el trabajo se me daba bien y eso no ha cambiado a lo largo de mi vida profesional. Enseguida me doblaron el sueldo y, además, para las noches me buscaba alguna chapuza. Vivíamos realmente bien, solo económicamente hablando, porque Sandra y yo no parábamos de discutir por todo. Así fue prácticamente desde el principio de nuestro matrimonio.Comencé a crecer mucho desde el punto de vista profesional; trabajaba en proyectos muy interesantes, me destinaban a diferentes ciudades de España, pasaba mucho tiempo fuera de casa.

Compramos un piso en el centro de León (eso ya era otra cosa; bonito, espacioso) y le pusimos toda la ilusión. Lo arreglamos y nos dio una temporada de paz entre nosotros,pero trabajaba tanto y sentía tanto estrés que de vez en cuando hasta me daban ataques de amnesia. No sabía quién era la mujer que estaba a mi lado en el coche, no sabía cómo funcionaba ni sabía dónde iba… ¡Un horror! Me hicieron un montón de pruebas médicas, intentando encontrar epilepsia o algo parecido. No encontraron nada.Yo no era un bendito entonces; el trabajo me malhumoraba y era fácil que pagara mis problemas en casa, con Sandra.

De este trabajo pasé a otro aún más interesante y estresante también. Ahora dirigía un grupo de gente, entre la que había una mujer, Beatriz, cuya contratación recomendé. Ella y yo conectábamos realmente bien en el trabajo. Era mi mano derecha y tenía una capacidad increíble para trabajar. Hablábamos sin parar de trabajo y de la vida en general. Una noche, sin apenas proponerlo, nos besamos. Ya llevaba casado unos siete años y en algún que otro momento flirteé con otras mujeres. En el caso de Beatriz, me gustaba estar con ella. A las pocas semanas me separé de Sandra. Una noche me sorprendió con Beatriz.

Uno de mis grandes problemas es la melancolía y lo mucho que me traiciona. Con la ayuda de mi madre, el chantaje de mi mujer para dejarme ver a mi hija y mi debilidad me hicieron volver con Sandra. Nunca volvió a ser lo mismo. Beatriz casi se muere de tristeza. Continuamos trabajando juntos hasta el final de los días en esa empresa y nuestra relación también continuó, pero tampoco fue lo mismo.

Aparte de liderar el grupo de trabajo, comencé a viajar por toda Europa, al principio de manera eventual en cada ciudad hasta que al final me instalé en Ginebra durante casi cinco años… A partir de entonces las cosas empezaron a ir a peor. La mala gestión de la dirección obligó a cerrar la empresa. Tuve problemas con el despido. Me prometí que en lo sucesivo no me involucraría tanto en el tema laboral. Me lancé en picado a por una oferta de trabajo que me ofrecieron en Málaga. Conseguí el empleo sin ningún problema. Nos levantamos bien temprano y en coche, después de nueve horas, llegamos a destino. Sandra se quedó esperándome. Cuando llegué le dije: «¡Cariño, hemos conseguido este trabajo!». Ella me respondió que nunca vendría a vivir a Málaga. Ese fue el principio del fin. En Málaga pasé la que probablemente ha sido la mejor época de mi vida. Era tan feliz que tenía miedo de que fuera algo enfermizo. Durante dos años la euforia fue mi compañera de viaje. Me divorcié; simplemente, se acabó. Continué teniendo algo con Beatriz, pero… ¡Qué curioso! No sabíamos estar juntos si no nos estábamos escondiendo. Éramos casi dos extraños después de tantos años.

Bueno, si el trabajo en León me gustaba, este era realmente increíble. No viajaba en absoluto. Nos contrataron a todos más o menos a la vez y como la mayoría éramos de fuera, además de compañeros, quedábamos como amigos para salir. ¡Qué divertido era todo! Conocí a muchas mujeres, además sin cargo de conciencia. Todo era lícito y legal, no me pesaba la conciencia. Era increíble y, desde luego, aproveché bien el momento.

Me apunté a un servicio de Internet para conocer gente nueva, uno llamado CITA2, y allá conocí a una mujer la mar de interesante, Gloria. Hablábamos tanto o más incluso de lo que pude hablar con Beatriz, pero esta vez ella no tenía nada que ver con mi trabajo ni lo entendía, ni le interesaba más que lo que saber de mi trabajo la acercase a saber de mí. Hablábamos y hablábamos sin parar y poco a poco comenzó a salir además una faceta sexual muy excitante y novedosa para mí. Si tenías una idea y se la lanzabas, ella hacía de ello una idea mejor y a modo de reto te la devolvía. ¡Increíble! Una mujer hábil que gustaba del sexo mental, no solo del físico.

Gloria contactó conmigo la víspera de mi cumpleaños. Hablamos por teléfono ese mismo día, pero no pudimos quedar. Básicamente, por dos razones: primera, ella no quería quemar tan pronto un cartucho que parecía interesante; y la otra, porque se iba a operar de una rodilla y estaría de baja unas cuantas semanas. Esa baja suya nos sirvió mucho para conocernos y jugar. La verdad es que no sé si me enamoré de ella en ese momento o quizás más adelante, cuando nos conocimos personal-mente. Cuándo y cómo nos vimos por primera vez fue probablemente el momento más excitante de mi vida.

Más tarde comenzamos a conocernos y se notó que teníamos un pacto explícito por el que parecía que nos conocíamos de toda la vida. Habíamos hablado durante tanto tiempo por teléfono que nada podía salir mal en la realidad. Y, desde luego, así fue. Ella tenía un poco de miedo, pero el marco en el que teníamos la relación era absolutamente propicio para que saliese bien. Cada uno en su casa, pactado de manera clara, pero con muchos planes de futuro. En los años que ha durado esa relación así lo hicimos; cada uno en su casa, viéndonos todos los fines de semana y durmiendo juntos uno o dos días entre semana.

Dulce sin fin, honesta, comprensiva, tranquilizadora. Gloria me ha conocido como nadie lo hizo nunca y, sobre todo, jamás me ha pedido nada. Simplemente, quería vivir el momento conmigo.Hemos hecho juntos un montón de cosas diferentes y todas nos han ido bien. Hemos viajado bastante, hemos cocinado, hemos comprado su coche y mi moto. Salvo la motocicleta, para ella todo lo demás estaba bien. Aunque no le gustaba nada, no supuso un problema. Respetó mi decisión y nunca la censuró. Simplemente, me pedía precaución.

La relación entre Gloria y mi familia, especialmente con mi hija, siempre fue inmejorable. Nunca ha criticado a ninguno de los míos ni ha cuestionado sus vidas. Gloria es, indudablemente, la mujer con la que podría vivir en paz el resto de mis días.

Mi trabajo en Málaga también se terminó. La empresa cerró y recurrí a mis amigos belgas, que ahora tenían un proyecto en Irlanda, concretamente en Dublín. Así que de nuevo hice las maletas y marché rumbo a Irlanda. En este caso, le propuse a Gloria venir a vivir conmigo allá. No lo tuvo fácil con la excedencia laboral y me fui solo. Allá la vida fue como al principio en Málaga, feliz y triste a la vez, una sensación agradable. Conocí a gente maravillosa y ahora acabo de volver de pasar una semana de vacaciones con ellos.

A lo largo de este año en Irlanda, Gloria y yo casi rompimos nuestra relación. Digo casi porque le fui infiel y ella se enteró, así que se enfadó y decidió romper con lo nuestro. Tal vez en aquella ocasión tendríamos que haberla finiquitado. ¿Qué habría sido de nosotros? Quién sabe. Volví a España a la primera que pude; echaba de menos a Gloria. Ella me perdonó y volvimos a estar juntos.

Esta particular historia nuestra siguió adelante y evolucionó con altibajos continuos, pero con una línea sólida, delgada tal vez, pero resistente, que nos permitió compartirla hasta que tres años y medio después…

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11 de julio

Desde el mes pasado hasta la fecha han pasado muchas cosas, pero hoy el tema va a ser monográfico. El protagonismo se lo lleva Gonzalo. Fue al médico de cabecera a primeros de mes, está tomando ansiolíticos. Han tardado en hacerle efecto, pero ha funcionado. A lo largo de este mes se ha paseado por una montaña rusa, arriba y abajo, y no parece que vaya a bajarse. De momento, parece que la ansiedad está controlada. El siguiente paso es consultar al médico para ir dejando las cápsulas. Hemos acordado pedir la cita al psicólogo después del verano para tratar esos conflictos que le producen angustia e insatisfacción vital. En cuanto a sus reacciones y a cómo está afectando todo esto a nuestra relación, he de anotar que ya se han observado cambios y muy positivos para ambos. Desde que Gonzalo se abrió, se dejó llevar y empezó a hablar es todo más fluido y sentimos que nuestra historia se hace más sólida. Ha sido doloroso verle en sus momentos más bajos. Recuerdo el día que volví de Mérida; me esperaba en casa, llorando desconsolado, deprimido hasta la médula. No sé si para compensar, porque el organismo es muy sabio, la libido se le disparó y llevamos un mes como los conejitos del anuncio. Hemos hecho el amor con una ternura desconocida. Pero lo mejor de todo, a mi juicio, ha sido el que se haya lanzado a hablar de todo eso a lo que le tiene tanto miedo, a lo que antes le incomodaba. Él solo ha conseguido ponerle nombre y apellidos a lo que le pasaba. Me llegó a decir: «Mis miedos pasan por no saber valorar lo que tengo. No sé cómo disfrutarlo. Siento pavor a sentirme otra vez casado y antes de que eso pase lo dejamos. Creo que necesito huir y en una de mis últimas escapadas estuve a punto de caer. Esto es muy doloroso para mí, Gloria. La única condición que me exigiste para seguir juntos era la de no engañarte de nuevo y te prometí que no lo haría, pero la atracción hacia lo prohibido podría ser inevitable y sentirme vulnerable la potencia». Tras su confesión me costó tragar saliva y digerir cada una de esas palabras. ¿Estaba Gonzalo intentando romper conmigo? La punzada intermitente en el estómago me impedía continuar como si no pasara nada, pero debía seguir escuchándole. Es posible que no haya interpretado bien lo que me quiso decir. Gonzalo me quiere tanto que el miedo a perderme le hace sentir inseguro y albergar temores infundados. Sí, seguro que es eso.

Fue muy valiente, llorando sin cesar. Al final reconoció el alivio de soltarlo todo. Le insistí en que, mientras no se cure, ni yo le voy a dejar ni él a mí tampoco y no tomará decisión alguna que pueda afectar a lo realmente importante. Ahora bien, si luego, cuando pase todo esto y él se encuentre bien, en plenas facultades mentales y emocionales, sigue pensando que lo nuestro se debe acabar, acataré su deseo y ya está. A medida que el tratamiento le ha ido haciendo efecto se han ido disipando la tristeza y los pensamientos negativos. No le quedan palabras para halagarme: «Te quiero. Y te quiero como nunca antes quise a ninguna otra. Eres la mujer de mi vida. Nadie me entendió, comprendió ni respetó como lo has hecho tú. Por eso haré lo que sea necesario para curarme y luchar por ello. Me siento tan seguro cuando estamos juntos».

Las vacaciones se acabaron. El viaje a Hungría fue fantástico, casi de luna de miel para nosotros. Me ha copiado un CD con las mejores fotos del viaje. Precisamente, en eso nos estamos centrando ahora. Gonzalo se está aficionando a la fotografía artística. Tiene una buena colección y espectaculares retratos. Me tiene de musa. Ha subido a la página de internet Image, especial sobre fotografías, un desnudo que me hizo el otro día y que quedó precioso y muy sugerente. Ahora está aquí su hija, pasando unos días con nosotros, pero cuando se marche retomaremos las sesiones. Tenemos algunas ideas atrevidas y originales con las que las fotos nos pueden quedar impresionantes.

Para terminar me quedo con la carta que Gonzalo me envió antes de ayer para conservarla. Nunca nadie antes me dijo cosas tan bellas. Imagino que esto debe de ser la madurez del amor o el amor en la madurez. ¡Da igual! ¡Pero que dure…!

Hola, Gloria. Hace mucho que no te escribo. No quisiera perder las buenas costumbres con lo mucho que tú y yo nos hemos escrito, así que he decidido enviarte un emotivo correo para recordarte que eres la mujer de mi vida. Creo que nunca he tenido con nadie tanta conexión como contigo y, desde luego y sin lugar a dudas, nunca he estado tanto tiempo sin discutir. Jamás. Eso será por algo.

El amor, como nos decimos a menudo, es como una planta a la que hay que regar y esta es mi aportación de agua con sus nutrientes. Gloria, te quiero con todo mi corazón, te quiero desde la serenidad, te quiero desde la tranquilidad y te quiero con el miedo atroz a perder esto nuestro. Hubo un filósofo que dijo que la felicidad era imposible, que una vez la obtuvieses el mismo miedo a perderla te haría desdichado. En alguna medida, es lo que siento contigo.

Pero, desde luego, no quiero que esta sea una carta triste, sino todo lo contrario. Quiero que la guardes para siempre, para cuando seamos viejos, para recordar y para que sepas que alguien que está a treinta kilómetros de ti te quiere mucho, para dormir mejor por las noches, para saborearla como recuerdo en la memoria.

Porque hemos vivido mucho juntos en estos años: crisis, problemas, obstáculos y experiencias únicas de lo más gratificantes y enriquecedoras. Hemos aprendido de la vida mirando al otro, sobre lo que nuestros ex nos han enseñado y sobre lo que queremos de nosotros. Eso, Gloria, no lo he conseguido con nadie nunca y no creo que por los mundos de Dios lo vaya a conseguir otra vez. Por todo esto y por mucho más, te quiero y te querré siempre. Gonzalo.

17 de julio

Sábado por la tarde. En condiciones normales, como habitualmente hacía cada sábado, a esta hora debería estar preparando la maleta de fin de semana para coger el camino de El Limonar. Hoy no será uno de esos sábados y posiblemente ya no se vuelvan a repetir. El caminito de El Limonar, como diría la copla, «se cuajará de hierba».

La montaña rusa de Gonzalo volvió a caer en picado y ya no parece que haya motor para levantarla. ¿Qué pasó? Le vi por última vez el día 14 por la noche. Sus últimas palabras aún siguen danzando en mi memoria: «¡Estoy hasta los cojones!». Así comenzó. Y terminó asintiendo a mi pregunta: «¿Te dejo tranquilo unos días para que reflexiones y luego me cuentas?». No hubo respuesta. Se acabó. Hasta hoy.

Ayer empecé un borrador para la carta de despedida. Lo dejé; intuyo que de aquí no pasamos. ¿Cuál fue el detonante? Su hija, Silvia, tiene la respuesta. El domingo tuvimos un bonito día familiar. Mi hermana y las niñas vinieron a comer a casa. Por cierto, el sábado, que quedó con unos amigos en la playa, Gonzalo apareció tarde y quemado por el sol. Se enfadó porque le reproché que no me llamara a lo largo del día y, sobre todo, que no se hubiera protegido la piel. No entiende que me preocupe que se vaya en moto, con las ruedas en mal estado, tomando ansiolíticos y encima con el punto vulnerable de estar solo. No se me olvida lo que me contó no hace mucho tiempo: que aunque me haya prometido que no me sería infiel, estando bajo esos efectos se considera capaz de cualquier cosa. ¿No comprende que le siento muy lejos cuando no me llama?

Respecto de la hija, el domingo se levantó a la una del mediodía, desayunó y se encerró en su cuarto con el portátil. No dirigió la palabra a nadie. Comió y se fue a echar la siesta. No preguntó siquiera si necesitábamos ayuda. A la hora de la merienda, ya recogida la cocina, terminado el lavavajillas y con una colada hecha, pregunté por un voluntario que tendiera la ropa. Se ofreció ella a hacerlo. Le dije que ya seguía yo, que se fuera a merendar. Bueno, pues ahí estuvo la madre del borrego. La niña tuvo careto todo el día. El padre, por la noche, se enfadó con ella porque no entendía qué le pasaba. Echamos la noche bien y el lunes me llama Gonzalo al trabajo y me dice que Silvia estaba enfadada conmigo. Se quejaba de que le había dado mucha caña y que ni siquiera pudo sentarse a merendar. ¡Menuda jarra de agua fría me acababan de echar! Intenté explicarle a Gonzalo que aquello era desproporcionado.

En primer lugar, ¿por qué no me lo dijo a mí? Si le parecía mucho podía haberlo hablado conmigo. La niña llevaba mosqueada todo el día, así que lo mío fue su excusa perfecta. Estoy dolida porque me siento utilizada. Ni Silvia sabe apreciar lo que intenté hacer por ella ni, lo que es peor, el padre tampoco. En mi opinión, Silvia tiene un grave problema: está enganchada al teléfono y al ordenador. Cuando suelta uno, coge el otro. Se ha pasado varias horas en su cuarto, hasta las cinco de la madrugada, conectada a Internet. Así le costaba tanto levantarse por la mañana y hacer las tareas que le asigné, que eran las justas para que pudiera estudiar. Pero claro, en ese caso yo le impedía manejarse a su antojo, demostrando no tener interés alguno por sus estudios y por aprender a valerse por ella misma. Esa era la finalidad. Lo pactamos juntas para que el día que no aguante más a su madre se pueda independizar y, de camino, Gonzalo pudiera despegarse de una vez por todas de su ex.

Llegados a este punto, le manifesté a Gonzalo que de ahí a «no he podido aprobar porque Gloria me ha machacado a trabajar» solo hay un paso. Yo lo veo así y me duele que Silvia me haya utilizado y de paso a su padre, que de momento mira hacia otro lado. O mejor aún, le ha servido a él también para darse cuenta de lo agobiado que está conmigo. Se siente casado, controlado… Todo, menos reconocer el verdadero problema que tienen ambos. Bien, acaba conmigo. ¿Silvia va a dejar el ordenador? Esa adicción le va a costar quitársela de encima. Una chica frustrada en cuanto a relaciones familiares, con problemas de autoestima, que ha encontrado satisfacción inmediata en la comida y en el chat. A ver quién corrige eso con un padre a distancia, que en vez de afrontar lo de su hija carga contra mí, y una madre con problemas a la que odia y ama en la misma proporción.

Después de cuatro días dándole vueltas a la cabeza, empiezo a tener serias dudas de si me merece la pena seguir. Siempre le decía que si me quería y no le teníamos miedo a hablar podríamos superar lo que nos echaran. Cuando fue capaz de ponerle palabras a sus miedos y fue capaz de enfrentarse a sus emociones y a sus sentimientos, pensé que había dado un paso de gigante. Llorando me dijo: «Tengo todo lo que en teoría me debe hacer feliz: un trabajo que me gusta, vivo en un sitio que adoro y tengo a mi lado a la mujer de mi vida. ¿Por qué me siento desdichado? ¿Por qué quiero huir? Te ruego que no me dejes. Te quiero tanto que me moriría si me dejaras. Pero, seguramente, he de reconocer que únicamente podría valorarte si tú me mandas a la mierda…». Le dije que, si él quería conservar lo que quería, un psicólogo nos podría ayudar. Esa es en resumidas cuentas su historia. Ahora bien, ¿cuál es la mía? Planteándolo estaba cuando llegó su e-mail.

18 de julio

Hola, Gloria. Te envío esta carta por correo electrónico. Quizás debería llamarte por teléfono, pero me temo que de esta forma no encontraré las palabras justas y suficientes para hablar contigo. Como te puedes imaginar, este e-mail es una carta de despedida y, si puedo llegar a esbozarla, para darte una explicación. Sé que será imposible, pero te ruego que según leas estas líneas no te enfades conmigo.

Me despido de ti por múltiples razones que tienen que ver únicamente conmigo. Olvídate de mi hija, ella es ajena a todo esto. Tampoco tienen nada que ver las tonterías que te dije por teléfono. Soy yo. Soy un golfo, Gloria, y tú no mereces a alguien como yo.

Todas las cosas que te dije anteriormente en los correos de amor son completamente ciertas. Te quiero como nunca he querido a nadie y dudo mucho que nunca en mi vida conozca a nadie que me quiera tanto como tú a mí. Nunca he tenido una relación a todos los niveles tan plena, con tanta conexión, y nunca he estado tan relajado con nadie como contigo. No es retórica. A pesar del enfado que imagino que tendrás a estas alturas de la carta, espero que estas afirmaciones las veas de manera objetiva. No miento, Gloria, pero no puedo ni debo seguir contigo. No sé qué es lo que me hace estar tan triste, pero creo que necesito comenzar una nueva vida. Estoy seguro de que esto será la gilipollez más grande que haré en mi vida, pero realmente necesito cambiar, necesito respirar, necesito hacer algo con ella.

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