Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 2
CAPÍTULO 3
Bryan se apresura a abrirme la puerta.
—Señorita Álvarez —sujeta la puerta a la vez que hace una ligera inclinación con la cabeza a modo de saludo. Me sorprende que me hable en español.
—Muchas gracias, Bryan —le contesto también en español.
Bryan es un armario de cuatro puertas y debe de tener unos cuarenta años. Mide casi dos metros por lo menos. Pelo rapado, su rostro es alargado con la mandíbula cuadrada y tiene la tez bronceada. Sus ojos son redondos y marrones, algo hundidos. Vamos, brutote total.
Me acomodo en los amplios y deportivos asientos de piel negra del todoterreno. Atino a ver el logotipo Dodge en sus llantas antes de acceder al interior del vehículo. El tacto de la piel es suave. El interior es imponente, moderno, con un panel de navegación táctil en el centro del salpicadero. No hay ni un solo botón. Dispone de mampara de cristal entre el conductor y los ocupantes. El salpicadero y las puertas son de color negro con detalles en acero y aplicaciones en piel de color gris muy clarito, el techo del vehículo es del mismo color gris que los detalles. Veo delante, en el respaldo del asiento del conductor y del copiloto dos pantallas pequeñas también táctiles con lucecitas de colores rojo, verde, amarilla y azul. ¡Guau, nunca había visto nada igual! Parece futurista. Me imagino que se podrá ver la televisión o conectarse a Internet.
—Discúlpeme, Bryan. —le hablo en español.
—Señorita —responde también en español.
—¿Es usted latino?
—Soy de Panamá. Concretamente de Aguadulce. Allí cursé mis estudios primarios en un colegio español.
—Ya se va notando el acento —sonrío. Él me observa a través del retrovisor.
—Por mucho que quiera evitarlo el acento de mi tierra… me delata. ¿Quiere que suba el cristal? —me pregunta.
—No, por favor. —digo con aire de… ¡Cómo va hacer eso! No soy una “diva”.
—¿Quiere escuchar música?
—No, gracias.
—Como desee señorita.
El trayecto discurre en silencio. Observo con curiosidad cada kilómetro. El paisaje es tan distinto al de España: el bosque, las casas, los coches, las señales de tráfico; la gente. Me parece increíble estar aquí, es todo tan típicamente americano, parece que estoy metida en una de sus películas es… tal cual, como lo vemos en ellas, es extraordinario.
Tardamos unos cincuenta minutos en llegar al hotel.
—Señorita Álvarez, ya hemos llegado.
Se apresura a bajar del coche y seguidamente me abre la puerta. Bajo del vehículo y me doy cuenta de que hay una persona a mi lado, una mujer.
—Señorita Álvarez. Soy Donna Jones, de protocolo. —me extiende la mano con una blanca y enorme sonrisa.
¡Madre mía! Esto es como en una de esas películas americanas en la que parece una agente de la CIA o del FBI por sorpresa. Me quedo pasmada y ella actúa con sorpresa al ver mi reacción.
Se dirige a mí en inglés.
Lleva media melena rizada de color caoba; su tez es morena. Los ojos los tiene rasgados y son de color verde esmeralda, sus labios están perfectamente dibujados y tienen forma de corazón, su nariz está bien ajustada a las dimensiones de su rostro y su barbilla es afilada. Es… unos diez centímetros más baja que yo y viste un traje chaqueta azul marino con raya diplomática y camisa también del mismo color en seda.
—Mucho gusto —le digo mientras le estrecho la mano.
—Todo está dispuesto señorita Álvarez, sígame.
Cojo el bolso del asiento del coche y la sigo rodeando el Dodge en dirección a la entrada del hotel. Mientras, un botones acude a recoger mi equipaje que se encuentra en el todoterreno.
Entramos en el hall del Hotel Donovan House. Es un hotel de diseño tipo boutique. La recepción es de estilo retro. El color gris perlado del suelo y el techo juega con el tono rojizo de la madera y con el verde, rojo guinda y blanco de las tapicerías de los sofás y sillones repartidos por todo el hall.
—El señor Carson ha escogido este hotel. Espera que sea de su agrado. Es uno de los más modernos y actuales de la ciudad, ya que aquí suelen ser bastante clásicos —pone énfasis en lo de “clásicos”.
Subimos en silencio hasta la penúltima planta.
Saca del bolsillo una tarjeta llave y abre la puerta. Entra en la estancia y sujeta la puerta para que pase.
—El botones subirá el equipaje enseguida. Una camarera colocará el equipaje en el armario. No tiene que preocuparse de nada.
Entro con reparo en la estancia. Es una Premier Suite. Me gusta el estilo, es mejor que una de esas suites rancias y clásicas. Esta tiene un aire fresco con una combinación de toques asiáticos y retro a la vez. Quien la diseñó ha combinado con gusto ambos estilos. Consigo atisbar a través de los grandes ventanales unas vistas interesantes de la ciudad. El dormitorio está separado de la zona de estar. La estancia me resulta cómoda y funcional: televisión, sofá, sillón de lectura, etc.
—Esperamos que sea de su agrado, señorita Álvarez —oigo su voz tras de mí.
—Lo es —respondo con voz distraída.
—Cualquier cosa que necesite hágalo saber en recepción. Tienen orden de atender cualquier necesidad que usted requiera sin excepción. Tiene mi número grabado en el teléfono. Si necesita algo de mí no dude en llamar.
—De acuerdo —respondo con voz dócil.
—Le subirán algo de comer a la habitación si así lo desea, o bien… puede bajar al restaurante. Le prepararán lo que usted guste, tienen una amplia carta. Mientras tanto… la camarera lo tendrá todo dispuesto. La dejo descansar —me sonríe con condescendencia—. Mañana la volveré a ver. Aquí tiene la llave de la habitación.
—Gracias por todo, Donna —me atrevo a tutearla.
—Gracias a usted —se despide con una alegre sonrisa mientras cierra la puerta de la habitación.
CAPÍTULO 4
Miro alrededor con cierto sopor. Soplo y resoplo mientras hago un exhaustivo reconocimiento a la estancia. La nostalgia comienza a invadir de sensaciones dolorosas mi cuerpo y mi mente. Sola y desamparada.
Llaman a la puerta de la habitación.
El botones, pienso. Voy hacia la puerta y abro.
—Buenos días, señorita. Traigo su equipaje.
—Buenos días —le dejo entrar. Le acompaña una camarera.
—Señorita, voy a ocuparme de colocar su equipaje. ¿Hay algo del equipaje que no quiera que coloque? —se dirige a mí la camarera.
Lo pienso unos instantes. Solo he traído dos maletas grandes y una mediana con recuerdos y cosas personales.
—Coloque solo las dos maletas grandes. Gracias.
—Como guste.
Decido bajar a comer al restaurante mientras la camarera se ocupa de mi ropa. Cojo el bolso y me encamino hacia el ascensor.
Al llegar a la planta baja me dirijo al hall.
Me acerco al mostrador.
Un caballero de unos treinta años, afroamericano, me sonríe con sus grandes dientes blancos. Lleva una chapita en el bolsillo de la chaqueta con su nombre: Peter Harris.
—Buenos días. Quisiera comer algo. Pero acabo de llegar y no sé dónde está el restaurante.
—Buenos días, señorita Álvarez, tenemos a su disposición al RRPP del hotel. Él le mostrará el restaurante y si lo desea el resto del hotel. Esperamos que la estancia entre nosotros sea de su agrado.
—Gracias, Peter.
Intuyo que alguien se acerca por mi derecha. Es un hombre rubio de ojos castaños, con cierto aire afeminado, viste con un traje de línea moderna que le sienta de maravilla.
Al llegar a mi lado…
—Señorita Álvarez. Soy Jim Foster, relaciones públicas del hotel y estoy a su servicio. —me ofrece la mano para estrechar la mía.
—Hola, Jim Foster —sonrío—. Quiero comer —digo con tono vergonzoso mientras se la estrecho.
—Estupendo —dice con entusiasmo—. Le mostraré el restaurante y si lo desea, después de que descanse en su habitación, estaré dispuesto a enseñarle el resto del hotel.
Me indica con la mano la dirección en la que debemos caminar.
Camino a su lado.
—Tengo entendido que es usted española.
—Así es —le miro de reojo.
—Tendrá ocasión de disfrutar de varios platos de su país que se incluyen en nuestra carta. Nuestro chef es español, concretamente de Bilbao.
—¡Vaya, es toda una sorpresa! ¡Qué casualidad!
—Como él dice: criado entre fogones vascos.
—Muy de la tierra.
—Exactamente, también esa es una de sus variadas expresiones.
Llegamos a la puerta del restaurante, dos grandes hojas de cristal nos franquean el paso. Tira del pomo de una de las puertas hacia nosotros y me invita a pasar.
Noto una agradable temperatura al entrar, quizá el resto de las zonas nobles del hotel son algo más frescas. La decoración del restaurante me resulta austera y fría, lo único que aporta algo de calidez son las vistas de la ciudad a través de los grandes ventanales. El mobiliario es oscuro y de líneas simples. Hay varias mesas ocupadas, los comensales parecen ejecutivos.
—La llevaré a la mejor mesa del restaurante donde podrá contemplar la avenida.
—Gracias, Jim.
Llegamos a una mesa para cuatro comensales. ¡Desde luego las vistas no están nada mal! Retira la silla para que me siente.
—Por favor —me pide que tome asiento.
—Gracias de nuevo, Jim.
—Voy a avisar a nuestro chef. Él la aconsejará con mucho gusto.
Asiento con un leve movimiento de cabeza.
Miro alrededor, me siento extraña, como si estuviera vacía de emociones. Paso una mano por mi mejilla, la tengo helada al igual que mis manos. Junto ambas manos y las froto entre sí tratando que se calienten o no podré coger ni los cubiertos.
Observo nerviosa a las personas que allí se encuentran. Un camarero lleva una bandeja con cinco vasos de combinados a una de las mesas; al darse la vuelta me mira por un instante.
—Señorita Álvarez.
¡Señorita Álvarez!, ¡Señorita Álvarez! ¡Me van a borrar el apellido entre todos!
—Hola —me levanto rápidamente de la silla. Me giro para poder ver a la persona que reclama mi atención. Se dirige a mí en español e inmediatamente reconozco su acento vasco.
—No señorita por favor, no se levante.
Un hombre de pelo negro de unos cuarenta años y algo gruesecito me mira con sus grandes ojos negros; unas largas y espesas pestañas negras los rodean. Lleva puesto el típico gorro de cocinero, ese gorro largo de color blanco impoluto.
—Bienvenida.
—Gracias, señor.
—Es usted muy joven —observa—. Me llamo Gaizka Rotaeche; soy natural de Bilbao.
—Yo soy Marian Álvarez, natural de Madrid.
Me tiende la mano y se la estrecho.
—Mucho gusto. Me imagino que tiene hambre y que está muy cansada del viaje. La insto a que se deje agasajar por este modesto cocinero —me obsequia con una bonachona sonrisa mientras me hace una graciosa reverencia.
—Para mí será todo un placer, señor.
—Por favor, llámeme Gaizka.
—Le insisto Gaizka, será todo un placer —le sonrío esta vez con timidez.
—Me habían avisado de que iba a tener una comensal especial; sabía de su llegada. La he preparado una pequeña degustación de platos entre ellos platos de la tierra.
Jim se encuentra tras el cocinero.
—Bien, pues empecemos a agasajar a nuestra invitada —me dice con ojos chispeantes y divertidos.
Gaizka se retira a la cocina y Jim se acerca a mí.
—La dejo en buenas manos. En cuanto esté dispuesta le enseñaré el resto del hotel.
—Muy bien, Jim. —le digo y este se despide con una sonrisa.
Son todos demasiado complacientes, me siento agasajada en exceso. Un camarero se acerca a mi mesa.
—El sommelier la atenderá con mucho gusto.
—Gracias.
A los pocos segundos un hombre de unos treinta y cinco años, espigado y con ligera elegancia se aproxima a mi mesa. Lleva entre las manos la carta de vinos.
—Señorita. Aquí le traigo la carta de vinos. Si me deja que la aconseje…
Le corto enseguida.
—Yo no bebo. No suelo tomar vino —le miro con reparo.
—Como guste señorita. Traeré la carta de agua.
—Solo quiero agua mineral sin gas; por favor.
—Perfecto.
Se retira.
En pocos segundos un camarero aparece con una botella de agua y una copa. Su formato llama mi atención: una botella elegante de liso cristal con la palabra Voss grabada. Me sirve en la copa.
—Espero que disfrute de la comida.
—Gracias —contesto.
Tengo mucha sed, no creo que me dure mucho la botella. Estoy más seca que un rastrojo. Un par de minutos después empiezan a servir esa degustación de platos con la que me van a agasajar.
Pruebo un poco de cada plato. Algunos son pequeñas exquisiteces. Me lleno rápido.
Me siento satisfecha pero cansada.
Gaizka vuelve al comedor. Se dirige a mí con una amplia sonrisa:
—¿Está todo a su gusto señorita?
—Sí, Gaizka. Está todo delicioso pero ya no puedo más; estoy muy llena.
—Le queda el postre.
—Ahora no me entra nada más. Hágame un favor… guárdemelo para la cena.
—Como prefiera.
Suspiro.
—Necesito descansar.
—Creo que lo necesita, tiene cara de cansada—sonríe pícaro.
—Ya lo creo. Así que… si no le importa, me voy a retirar.
—La prepararé algo ligero para la noche… ¿si es que piensa cenar en el hotel?
—Se lo agradeceré. Hasta la noche Gaizka y muchas gracias por todo. Ha sido un placer para mí disfrutar de tan deliciosos platos.
Cojo mi bolso y me dirijo a la habitación.
CAPÍTULO 5
¡Dios! ¡Ni siquiera he llamado a la familia! Estarán todos preocupados. Ahora no tengo ganas de hablar, estoy agotada. Les mandaré un mensaje a todos y más tarde hablaré con ellos; cuando haya descansado. Carlos asalta mi mente apoderándose de todo pensamiento e intención de desconectar de él. Poderoso hombre que me tiene sumida en la más profunda inquietud.
Suspiro pensando en qué hacer con Carlos. Si llamarle o dejar que sea él el que dé el paso… Lo cortés no quita lo valiente, le llamaré pese a todo. No puedo aguantar tanta incertidumbre… Necesito solucionar lo nuestro como sea. O estamos juntos… o queda zanjado donde él lo dejó. Sea lo que sea… dudo en quedar conforme con facilidad.
Al entrar en la habitación observo que las maletas están colocadas en el sitio destinado para ellas. Toda mi ropa colocada y ordenada en el armario y cajones. ¡Qué placer no tener que preocuparme de deshacer y hacer el equipaje! Me quito los zapatos y el vestido. La cama la han abierto pensando seguramente que necesitaría descansar. Perfecto. Mando los mensajes, incluso a Carlos y me acurruco en la cómoda cama con la esperanza de recibir alguna respuesta suya.
No entra luz por las ventanas, es de noche. Miro la hora en el reloj digital que hay sobre la mesilla, son las diez de la noche. ¡Uff, he dormido como una manta! Tengo ganas de bajar a cenar pero tal vez ya es tarde y han cerrado el restaurante… como tienen un horario tan distinto al nuestro…
Llamo a recepción:
—Hola soy la señorita Álvarez.
—Dígame —una voz femenina resuena en el auricular— ¿Qué desea?
—Me he quedado dormida y es muy tarde ¿Hay posibilidad de poder cenar algo? —mi voz suena soñolienta.
—No se preocupe. Nuestro chef ha dejado orden de que le suban la cena en cuanto usted lo desee.
—Gracias. Pero que sea dentro de media hora, por favor.
—No se preocupe. Dentro de media hora la cena estará en su habitación.
—Gracias.
Me encuentro aturdida. Cuelgo el auricular con torpeza. Me froto la cara y los ojos.
Me dirijo al baño tambaleándome. Me miro al espejo. Tengo ojeras… mi aspecto es un poco desastroso. Me sentará bien una ducha. Su cabina es circular con dos albornoces blancos colgados a su entrada. Me quito la ropa y me introduzco en la ducha. Pienso que me hace falta más un buen baño que una ducha pero… es lo que hay.
Me envuelvo en el albornoz para secarme, cojo una toalla para que absorba exceso de agua de mi cabello mientras lo froto con la toalla. Veo en una estantería las zapatillas a juego con el albornoz, me las coloco en los pies mientras me ciño el cinturón de este a la cintura. Busco en los cajones del armario algo de ropa interior.
Me aproximo al escritorio y veo la clave para conectarme a Internet. Es tarde, así que mañana calcularé bien las horas en las que puedo llamar a España ya que ahora estarán todos durmiendo. Cojo el móvil personal de mi bolso. Veo que tengo varios mensajes: mamá, Andrea… ninguno de Carlos. Los leo y les contesto. No puedo creer que… no sea capaz de…
Suena en el móvil una nueva entrada de mensaje.
Respiro hondo.
Me duele pensar… ¡Es él!
Con la mano izquierda cojo mi medio mundo y lo aprieto con fuerza entre mis dedos. Me da miedo leer su mensaje, me produce dolor saber que no le voy a ver en mucho tiempo. Me saltan las lágrimas, trato de detenerlas pero se apresuran a recorrer mi cara. El corazón me late a cien por hora.
Llaman a la puerta.
¡Vaya casualidad, qué inoportuno! ¡No podían esperar unos minutos más!
Es la cena.
—Gracias. —Trato de disimular mi llanto.
Un jovencísimo camarero con un carrito de comida espera que le deje pasar.
—¿Dónde lo quiere?
—En la zona de estar —le indico impaciente mientras busco un pañuelo de papel en mi bolso.
Rápidamente sale de la habitación tras dejar la cena donde le he indicado.
—Que le aproveche. Si lo desea puede llamar para que se lo retiremos.
—Gracias.
Cierro la puerta tras él y mientras pienso que será mejor dejar el mensaje de Carlos para después de la cena. Me quema la curiosidad… No quiero que después de las molestias que se ha tomado Gaizka preparando mi cena la deje sin tocar. Estoy segura de que si leo el mensaje… no quiero ni pensar que su mensaje no sea lo que espero… ¡Mi cabeza no deja de atormentarme!
Gaizka me ha sorprendido con unas excelentes verduras al vapor de primero y de segundo unos finos escalopes de ternera con una salsa ligera y unas pequeñas patatas hervidas. De postre arroz con leche. Todo delicioso ¡cómo no! Picoteo un poco la comida sin tan siquiera tomar asiento. La sensación de hambre desaparece en cuanto pruebo algo. Miro el móvil una y otra vez tentada por la necesidad de saber que contiene el mensaje. No puedo con la incertidumbre, no puedo esperar más. Sea lo que sea necesito saber de él.
Desisto en seguir comiendo. Totalmente decidida me siento en el sillón de lectura. No pierdo ni un segundo más y abro el mensaje:
“Me alegro de que el viaje se haya dado bien, Volvoreta. Espero verte pronto a través de Skype o por lo menos escuchar tu voz”
La emoción y saber de él conquista fugazmente mi triste corazón y reconforta livianamente mis inquietudes. Su hiriente lejanía es despiadada con mis sentimientos; ahora noto en mi interior cierta paz. Al menos… ya tengo una respuesta suya. Unas sencillas palabras tras ignorar cualquier intento por mi parte de llegar hasta él. De tratar de limar emocionalmente nuestras posturas. Como si se lo hubiese tragado la tierra, igual. Ninguna noticia suya, ningún intento por apaciguar la incertidumbre en la que estábamos sumidos los dos… —suspiro.
Llamo a recepción para que recojan el carro de comida casi sin tocar. En cuanto se lo llevan me dirijo al baño. Cojo un cepillo de dientes de la bandeja que se encuentra sobre la encimera del lavabo con Bath amenities y me cepillo los dientes.
Sumida en un mar de pensamientos camino hacia el sillón de lectura donde me siento de nuevo con aire cansino. Miro a través de la ventana el ir y venir de los coches sin mucho interés, no hay mucho tráfico. Cojo de nuevo el móvil y abro por segunda vez el mensaje de Carlos; como si tratara de hallar entre sus líneas algo más
Tendido el puente entre los dos, solo queda dar los pasos correspondientes para unir de nuevo nuestros corazones. ¡Al menos eso espero!
Enciendo el televisor para distraerme un poco. Es pronto para dormir. A los pocos minutos noto como se cierran mis ojos ganándome el sueño y el cansancio…