Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 4
—Hija mía, que poca fe tienes en ti misma.
—Soy realista.
—Pero chica… ¡No pierdas la ilusión! Tú misma me has comentado que el señor Carson está muy orgulloso de cómo has progresado en tan poco tiempo.
—¿Y qué? —me estoy empezando a cansar de tanta fantasía.
—Pues…—veo como encoge los hombros y pone esa cara que suele poner cuando algo o alguien le produce buenas vibraciones. —Puedes llegar a ser alguien importante para ellos y su conglomerado de empresas.
—Para llegar a lo que tú dices… estoy a años luz chiquilla. ¡Anda, anda, déjate de absurdeces!
Suspira
—¡Es tan bonito soñar!
—Y barato… no te digo.
—Vale, voy a dejar por ahora de fantasear.
—Estoy deseando ver el apartamento donde voy a vivir —cambio de tema.
—Ya me contarás como es.
—Tengo ganas de estar instalada en él y comenzar mi vida con normalidad.
—Ya me imagino. ¿Qué tienes previsto para el domingo?
—Ni idea. Aún no he pensado lo que voy hacer —digo apesadumbrada—. Puede que me dé un paseo por la mañana y vaya a ver los monumentos principales de la ciudad, ya sabes: Lincoln, monumento a Washington, United States Holocaust Memorial Museum, etc. Hará buen día y seguramente esté lleno de familias con sus hijos y perros disfrutando del cálido sol jugando, comiendo perritos calientes o hamburguesas con grandes y jugosos pepinillos, o crujientes aros de cebolla o patatas fritas bañado todo ello con kétchup y mostaza chorreando por las manos o las comisuras de sus bocas… ¡Es tan típicamente americano… que hasta me conmueve!
—¡Seguro!
—Eso es lo que haré, dar una vuelta para ir reconociendo el terreno. Tomaré fotos que luego te mandaré por e-mail. Disfrutaré de uno de esos grasientos perritos calientes sentada en el césped o en algún escalón de uno de sus monumentos como hacen ellos. Tengo que integrarme —le recuerdo.
—Claro… mimetizarte.
—¡Exacto! —suelto una carcajada.
—Sí señor, buen comienzo.
—Pero eso sí; no le comentes a mi madre lo del perrito… me armaría la de San Quintín. ¡No veas que pesada se ha puesto con el tema de la comida!
—Ella piensa que allí solo comen pizza, hamburguesas, perritos calientes o comida china, ¿no?
—Ya la conoces —asiento con la cabeza.
—Ok, entendido.
Suspiro a la vez que mis pensamientos vuelan hacia la soledad que voy a sentir en cuanto finalice la conversación con Andrea.
—Ya hablaremos mañana y te cuento mi primera excursión, sola, a esta gran ciudad.
—Perfecto, no se te olvide tomar fotos y mandarlas.
—Descuida.
—Hasta mañana, amiga.
—Hasta mañana, Andrea. Un beso muy fuerte.
—Otro para ti —dice con tristeza.
Se nota que me echa de menos. Trata de disimular para que no me sienta peor de lo que ya me siento. No tengo a mano a mis seres queridos y eso se hace difícil de llevar.
—Desconecto.
—Vale. Pero recuerda que si necesitas hablar… puedes llamarme a cualquier hora.
—Lo sé, Andrea.
Desconecto Skype y empiezo a buscar información en Google sobre la zona que quiero visitar y sus monumentos. Pronto doy con diferentes páginas, recopilo todo lo necesario y guardo lo que me parece interesante en la memoria de la tablet.
Busco en la maleta la cámara fotográfica y pongo a recargar la batería. No soy una experta pero me defiendo. Tengo fotos geniales con mis amigos en acampadas, viajes y excursiones que tanto y tanto hemos disfrutado juntos.
CAPÍTULO 8
Después de hablar a primera hora de la mañana con los míos y de tomar un delicioso desayuno… me apresuro a disfrutar de la mañana del domingo. Hace un día estupendo, no hace mucho calor lo que voy a agradecer ya que voy a tener que andar bastante. Una chaqueta finita de punto me vendrá bien.
Ando bien de ánimo. Me siento como una niña pequeña con zapatos nuevos, deseosa de descubrir con mis propios ojos todo aquello que tantas veces he visto en los programas de televisión sobre las experiencias de otros españoles en esta ciudad y de conocidos que han tenido la suerte de poder viajar hasta aquí en sus merecidas vacaciones.
Encantada, me paso el día caminando por la ciudad.
Ha sido un día estupendo, soleado y alegre.
Exhausta, suelto el bolso, la chaqueta y la cámara fotográfica sobre el sofá. Me acerco al mueble bar a coger una botella de agua mineral y un vaso. Estoy sedienta y cansada.
Son las siete menos cuarto de la tarde.
Me preparo una merecida ducha. Pienso que me sentará genial quitarme de encima el cansancio. Rememoro cada instante que he pasado visitando, observando y fotografiando todo aquello que despertaba mi curiosa mirada. Me sentía bien observando a aquellas familias, parejas, grupos de amigos, solitarios y solitarias disfrutando de una buena lectura a la sombra de un árbol o escuchando música o simplemente observando a los demás… ¡al menos no era yo la única que observaba! Se respiraba tranquilidad y despreocupación por todas partes, hasta yo me he sentido como en casa. Grandes y pequeños disfrutaban de los titiriteros, malabaristas y estáticas figuras que al acercarte cobraban vida, asustando algunas veces y otras veces haciendo reír a inocentes y curiosos niños. Todo esto me ha recordado a los largos paseos que dábamos Carlos y yo por El Retiro. Las mismas escenas en escenarios diferentes.
Conmovedor.
Aún siendo de diferentes culturas… no somos tan diferentes.
Después de la reconfortante ducha me siento ante el portátil y conecto Skype por si acaso se le ocurre a alguien conectarse y charlar unos minutos. Saco la tarjeta SD de la cámara fotográfica, la inserto en la ranura del portátil y comienzo a cargar las fotografías. Preparo la presentación. Ciento setenta y tres imágenes recopiladas. ¡No están nada mal! La luz era estupenda.
He conseguido captar con muchas de las fotografías momentos entrañables e increíbles: a niños con cara de sorpresa o de susto al ver como se movían las diferentes figuras estáticas, o correteando tras sus padres, o comiendo un perrito caliente entre sus dos pequeñas manos por las que resbala la salsa, o con la nariz untada de kétchup… o… como acaba la hamburguesa de un inocente pequeño en la boca de un perro con más hambre que el propio niño. También son buenas las fotos que he hecho a un pequeño grupo de adolescentes haciendo piruetas y arriesgados saltos con los patinetes y patines aunque… a algunos transeúntes les hacía poca gracia el verse casi atropellados por ellos. Su falta de control y la falta de percepción ante el peligro que causaban irritaba a más de uno.
Después de revisar y borrar las fotos defectuosas decido bajar al restaurante a cenar. Ya voy tarde, espero que a Gaizka no se le ocurra dejarme sin cenar. Tengo que hacer un esfuerzo y adaptarme a los horarios de comidas o me tocará comer o cenar más de una vez comida rápida.
Amanece el lunes, 13 de mayo.
Tengo curiosidad por conocer el lugar donde voy a vivir. Estoy preparada media hora antes de la hora concretada con Anne. Puntual como nadie, Anne, me espera en el hall del hotel.
—Buenos días, Anne. Me dirijo a ella por su nombre, pienso que como voy a pasar mucho tiempo con ella, prefiero sentirme a gusto y que ella también lo esté.
—Buenos días, señorita Álvarez. Bryan nos espera en el coche.
Caminamos la una junto a la otra hacia el vehículo que está estacionado justo ante la puerta del hotel.
—Perfecto, Anne —hago una pausa—, preferiría que nos tuteásemos por favor, me hace sentir más cómoda.
—No debo… pero si así te sientes más cómoda… por mí no hay inconveniente —me guiña un ojo a la vez que sonríe.
Bryan, al ver que salimos del hotel abre la puerta del coche y al llegar junto a él me recibe con una sonrisa.
—Buenos días, señorita Álvarez —hace un gesto con la cabeza.
—Bryan, por favor. Te agradecería que me llamaras por mi nombre.
—Sí, señorita Marian.
—¡Por favor, dejar de llamarme también señorita! —es imposible con ellos.
—¡Está bien! —contestan los dos al unísono.
Bryan se pone en marcha en cuanto ve que ya estamos acomodadas en nuestros asientos. Anne gira su cuerpo hacia su izquierda para mirarme y a su vez yo hago lo mismo pero hacia mi derecha.
—Tengo entendido que estuvo ayer visitando algunos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.
—Sí —digo con entusiasmo—. Pasé un día estupendo. El señor Carson me llamó nada más y nada menos que en seis ocasiones para saber cómo me iba el día —le confieso con extrañeza.
—¿Es algo que te extraña? Lo noto en tu respuesta —dice muy seria.
—Pues sí. No estoy acostumbrada a que estén tan pendientes de mí —pongo cara de fastidio.
—Permíteme —dice riendo—, es algo a lo que debes acostumbrarte.
—¿Qué es lo que tiene tanta gracia, Anne?
—Si me lo permites… la cara que has puesto.
—¿Cómo? —la miro con cara de no entender nada.
—Bien, entiendo que… según referencias que el señor Carson me ha facilitado sobre ti y siguiendo tu recomendación de que te tutee… te voy a ser franca: me ha puesto al día sobre las costumbres de tu país y en concreto sobre las tuyas, para de alguna manera facilitarnos a las dos tu adaptación. El señor Carson en todo momento está informado de tu situación tanto si estás en el hotel, como haciendo turismo por la ciudad o en este caso de camino a tu apartamento. Es normal que esté tan pendiente de ti ya que no conoces la ciudad. No creas que has estado sola cómo crees, varias personas de seguridad te han estado siguiendo. El señor Carson… te llamó para cerciorarse de que te encontrabas bien y de que de verdad estabas disfrutando de tu paseo por la ciudad. No sé si sabrás que referente a lo que le importa… prefiere enterarse por sí mismo.
La miro asombrada sin saber que decir. Me he quedado anonadada al saber que varias personas estaban velando por mi seguridad, pero… ¿quién soy yo para que tenga que ir con guardaespaldas? ¡Esto es delirante!… En mi vida me he visto en una situación así. Ahora mismo estoy que hecho humo por las orejas. Tomo aire, respiro profundamente y…
—Creo que no es necesario tomar tales medidas de seguridad conmigo —digo ceñuda.
Anne me mira con cara de resignación mientras aprieta sus labios intentado reprimir algo que parece ser… no prudente decir por su parte.
—Anne contéstame, por favor. ¿Han tomado alguna vez estas medidas tan desproporcionadas con otras personas en circunstancias similares a la mía?
Sonríe a la vez que piensa unos segundos su respuesta.
—No.
—¡¿No?! Rotundamente… ¿no? —me extraña.
—Exacto.
—Y…—trato de pensar pero no se me ocurre otra cosa que preguntar qué… ¿por qué?
Anne mira de repente a Bryan y veo como este le devuelve la mirada a Anne a través del retrovisor con gesto serio.
Entiendo por la expresión de la cara de Anne que no puede hablar delante de Bryan.
—Bien…—cierro los ojos y los vuelvo a abrir consternada y algo mosqueada. Será que debe de ser así… No pregunto más para que Anne no se vea comprometida por mi incisiva curiosidad—. Estoy sola y el señor Carson solo quiere velar por mi tranquilidad.
—Eso es, Marian. Cuanto antes lo aceptes… mejor.
Me coloco bien en el asiento y vuelvo la cabeza hacia la ventanilla del coche zanjando así la conversación. Observo el resto del trayecto sin volver a pronunciar palabra recordando la conversación con Anne y cabreada por sentirme espiada.
Bryan abre con un mando a distancia el portón del garaje de un edificio de apartamentos y aparca el coche en la plaza nº 22. Anne desabrocha su cinturón de seguridad y baja del vehículo. Después, tras cerrar la puerta, decido hacer lo mismo; desabrocho con parsimonia mi cinturón y bajo del vehículo. Anne me espera a dos metros, llego a su altura, está seria y algo molesta. Comienza a andar hasta uno de los dos ascensores del edificio, yo la sigo sin mediar palabra. Parece que hay algo que le ha molestado por parte de Bryan en ese cruce de miradas silenciosas que solo ellos pueden entender.
Entramos en el ascensor y pulsa el botón del ático.
Al llegar se abren las puertas y salimos a un pasillo.
Este es largo y tiene el suelo enmoquetado en color chocolate. Las paredes están pintadas en liso en un color blanco roto. Todo el pasillo está iluminado con luces led situadas en el techo. Los dos ascensores quedan justo en medio del largo pasillo.
—Esta es la última planta. Como puedes comprobar el edificio es muy largo pero con poca altura, solo cuatro plantas. Esta dispone de cuatro grandes áticos. El tuyo es el ático 1ª, está a nuestra derecha hacia el final del pasillo.
Anne camina hacia el ático y yo la sigo sin pronunciar palabra.
Se ve que el edificio está bien cuidado y limpio. Me pregunto qué tal serán mis nuevos vecinos. Observo una cámara de vigilancia en el pasillo, enfocando la entrada a los áticos. En cuanto a la pregunta que me estaba haciendo a mí misma… espero caerles bien a mis vecinos.
Tras haber avanzado unos metros por el pasillo llegamos a la puerta del ático 1ª. La puerta es de madera lacada en el mismo color que las paredes y con una cerradura bastante rara; nunca había visto algo parecido. Mete una llave plana con una especie de chip en su punta. Escucho un extraño ruido metálico e inmediatamente la puerta se abre. Anne entra en la vivienda mientras observo que justo detrás de mí hay otra puerta; el ático 2ª. Me invita a entrar en mi nuevo apartamento.
Intrigada, cruzo el umbral de mi nuevo hogar.
Me sorprende ver que no hay una entrada previa a la vivienda a modo de hall y que directamente entramos al salón. Un enorme y luminoso salón. ¡Vaya!, me quedo literalmente con la boca abierta al ver sus dimensiones. Dos ventanales enormes de cristal y entre estos una puerta de dos hojas se encuentra frente a mí, al fondo del gran salón. El suelo es de madera de castaño envejecido y las paredes son de color blanco al igual que la carpintería de la vivienda. Los techos son altos. Delante de los ventanales hay dos sofás de color hueso, uno frente al otro y en el medio una moderna mesa de cristal con un soporte de diseño en acero. Observo que el mobiliario es nuevo, sin estrenar. Son los únicos muebles que hay en el salón.
Miro hacia mi izquierda y ahí está la típica cocina americana. Muebles de moderno diseño en color gris grafito, con isla y barra con cuatro taburetes en acero y asiento en piel. Sobre la barra y sujetas al techo, tres vitrinas de cristal.
A mi derecha un largo pasillo.
—Esto es demasiado —digo asombrada—. Es muy grande.
—No te lo esperabas ¿verdad? —me mira con una sonrisa.
Me encojo de hombros.
—No me esperaba algo así. Yo… pensaba que iba a vivir en un apartamento más pequeño y modesto. Es demasiado lujoso para mí.
—Todavía no has visto el resto. —Parece divertirse con mi reacción.
Me acerco despacio hacia uno de los ventanales del salón y al llegar… una gran terraza se abre ante mí con todo el mobiliario necesario para disfrutar de ella, hasta una barbacoa, todo ello de moderno diseño; ideal para dar fiestas.
—¡Madre mía, esto es demasiado! Si lo viera mi amiga Andrea alucinaría —digo en voz alta olvidando que Anne me escucha.
—¿Cómo?
Me doy la vuelta y miro a Anne que me observa sonriente ante mi descuidado comentario.
—Es más de lo que podía imaginar —no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que siento—esto… es un sueño. Es demasiado.
—Queda por ver el resto de la casa.
Anne se dirige por el pasillo y yo la sigo.
—El apartamento cuenta con dos dormitorios tipo suite con vestidor, un despacho y un aseo —me informa.
Los dormitorios están amueblados con mobiliario de diseño minimalista al igual que los baños.
El despacho dispone de mesa y sillón de diseño más dos grandes estanterías para libros en dos de las paredes.
Anne, entusiasmada, me enseña los armarios del pasillo donde están escrupulosamente ordenadas: toallas, sábanas y todo aquello que se puede necesitar para vestir los dormitorios y los baños.
A la cocina tampoco le falta detalle. Solo hay que llenar la nevera y de eso me voy a ocupar yo.
—Anne, como me temía… no hay lavadora en la cocina.
—No, el edificio dispone en el sótano de un cuarto de lavado con lavadoras y secadoras. Una asistenta de confianza se hará cargo de la limpieza diaria del apartamento, la colada y si fuese necesario, cocinaría para ti si así lo quisieras.
—Ya —no me gusta la idea de que haya una persona ocupándose de mi colada, eso está por ver.
Anne amablemente me ayuda a hacer una lista de las cosas que necesito mientras nos sentamos en los taburetes de la cocina.
—Todavía faltan algunos detalles y mejoras en el apartamento. No podrás instalarte hasta el próximo lunes o martes. No te preocupes, para entonces estará todo perfecto. Si no te importa me haré cargo de todas las cosas de la lista que hemos hecho.
—Pero… ¿qué mejoras hay que hacer? Todo está perfecto —pregunto asombrada.
—Sistema de seguridad, muebles, decoración en general.
—No es necesario —me molesta de nuevo el tema de mi seguridad, van a hacer que me vuelva paranoica e insegura. Y más muebles… yo no necesito más muebles, no es necesario.
—Hay un diseñador que se está ocupando de decorar el apartamento. Lo dejará perfecto.
—No lo dudo pero… sigo pensando que es demasiado.
—Déjate mimar, mujer… y ahora vamos a conocer al conserje del edificio y a recorrer el barrio a pie para que lo conozcas. Además, haremos el recorrido hasta el edificio Carson & Carson.
—Me parece bien.
Anne es un cielo, es muy dispuesta. No deja de animarme a cada momento. Ella también tuvo que abandonar San Francisco, su tierra natal para buscarse la vida en Washington y casualmente entre los múltiples trabajos que ejerció… conoció al señor Carson. Fue en una convención donde ella hacía de traductora para una delegación árabe. Ella misma tiene sangre árabe, sus abuelos maternos eran inmigrantes, en concreto de Arabia Saudita. Anne y yo hacemos buenas migas, algunas veces su exceso de seriedad y saber estar me confunde, contrasta con su energía y ganas de disfrutar con su trabajo, con todo lo que hace e incluso parece que disfruta de mi compañía.
Caminamos por los alrededores del edificio de apartamentos, no encontramos tiendas o restaurantes cercanos, se trata de una zona residencial, pero eso sí, hay varios hoteles en la zona.
Después de hacer el recorrido en coche hasta el edificio Carson & Carson nos fuimos los tres a comer. Bryan no accedía ni por activa ni por pasiva a comer con nosotras. Después de amenazarle y chantajearle con que le contaríamos al señor Carson que no había cumplido correctamente con sus funciones y después de ponerme farruca… conseguimos que accediera a comer con nosotras. Es duro de mollera. No está en sus funciones comer con las personas que ha de transportar, no mezcla el placer con el trabajo. Eso le ha costado durante la comida alguna que otra incomodidad y repentinos sudores que le han hecho pasar algún que otro mal rato. Pero al final, durante el café… se ha relajado y nos ha hablado de su tierra, Aguadulce, de sus costumbres y de su gente.
CAPÍTULO 9
Tras la sobremesa con un estupendo café y una entretenida conversación… Bryan nos lleva hacer alguna que otra compra que necesitaba.
Regresamos al hotel.
Después de descansar un rato en la habitación decido meterme en Internet y buscar las revistas de moda y negocios que aquí publican: Vogue, Elle… Me preocupa dar buena impresión en la empresa y sobre todo al gran jefe Alan Carson.
Me pongo nerviosa solo de pensar que por fin voy a conocer al todo poderoso Alan Carson, a un triunfador de las altas finanzas, a un hombre… supuestamente con un fuerte carácter, líder carismático. Un hombre de grandes ambiciones más allá de las que pudiera tener su padre. Un hombre enérgico y cultivado aunque joven y experimentado. Alguien que ambiciona todo lo que puede y lo que no puede tener… alguien también temperamental… pero con un leve punto de… sensibilidad. Hombre firme, duro e implacable. Alguien acostumbrado a obtener lo que quiere y en el momento que lo quiere. Frío, calculador, inamovible, seductor a todos los niveles. Me lo imagino… vamos, como en las películas y ¡menuda película me estoy fabricando yo sola en la cabeza! Rechazo mis locos pensamientos y me pongo en busca de las publicaciones donde aparezca moda para ejecutivas e incluso perfiles más demandados de estas. Así paso toda la tarde y parte de la mañana del martes, leyendo artículos y buscando en las revistas de moda.
¡Dios que fatalidad!
No me puedo creer la comedura de tarro que tengo con la dichosa presentación. No he podido pegar ojo en toda la noche y me siento agotada. Sigo sin tener claro qué es lo que me voy a poner ni cómo me voy a peinar. Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras y ese efecto es el que quiero conseguir y no tengo ni idea de cómo voy a conseguirlo…
¡Ya lo tengo! Andrea, mi infalible amiga seguro que está dispuesta a ayudarme.
—No tengo ni idea de lo que me voy a poner.
—Vale, relájate un poco, Marian. Todo va a salir bien ¿de acuerdo?
Suspiro.
—Eso espero.
—Ante todo, debes ser tú misma, eso es primordial y no te debe dar miedo.
—Pero me da miedo.
—Si has conquistado al señor Carson puedes estar segura que vas a conquistar a Alan.
—Quizá sea muy diferente a su padre.
—Si ese hombre se siente tan orgulloso de su hijo como me cuentas… no puede ser tan diferente a él.
—Eso es lo que pienso… pero…
—No hay peros, Marian. Eres una profesional como la copa de un pino y así es como debes comportarte.
—Tienes razón pero los nervios me carcomen, es importante para mí dar buena impresión.
—Y lo conseguirás.
Respiro profundamente varias veces antes de proseguir con la conversación.
—Sí, respira, respira, es la mejor manera de calmar los nervios —ríe al observar como tomo aire.
—¿Te ríes de mí, mala amiga?
—No mujer… pero si me viera en tu misma situación… —se mofa.
—Tú mófate.
—Anda tonta… ¿Qué tienes pensado ponerte para la presentación?
—He pensado en un vestido con levita, ese que tengo en color café con leche.
—No, te veo mejor con dos piezas. Ese vestido realza demasiado tu figura y no debes centrar la atención en tu cuerpo, la atención debe de estar centrada en tu personalidad. ¿Qué trajes te has llevado?
—Tengo dos trajes con pantalón, tres con falda y cinco vestidos.
—Debes mostrar que eres una mujer de verdad. Un traje pantalón… —pone cara de estar buscando las palabras adecuadas en su mente—, es demasiado informal, es mejor falda, pero una falda discreta justo por debajo de las rodillas y no muy ajustada; tampoco debe ser un traje de color oscuro y tampoco de color vivo.
—Me lo pones difícil. He traído el traje en color crudo que me regalaste, ese que tiene el tejido tan suave y que lleva algo de Lycra.
—Ok, genial. Se adapta a la perfección a tu cuerpo sin marcar demasiado tus formas. La chaqueta es lo suficientemente larga para que tape tu bonito trasero… puedes estar segura de que te echarán más de un vistazo.
—Tú siempre tan perspicaz.
—Sabes que estoy en todo —presume.
—Ya.
—¿Te llevaste la camiseta de punto de seda de color marrón? Esa que es de tirantes anchos.
—Sí.
—Es perfecta. Te pondrás tan nerviosa que pasarás calor en algunos momentos… Ya sabes que no debes quitarte la chaqueta bajo ninguna circunstancia, solo debes permitirte desabrochar los botones cuando el momento lo requiera. No muestres tus brazos ni tus maravillosas protuberancias.
—¡Qué graciosa!
—Tía, tienes un señor cuerpazo, pero es algo que a él no le tiene que llamar la atención; le tiene que interesar tu sencillez y tu saber estar.
Resoplo agotada de escuchar tanta exigencia.
—No te pongas zapatos con tacón muy alto, ponte unos que sean cómodos. Te vas a poner nerviosa, ¡madre mía!, parece que te estoy viendo y no me gustaría que te tambalearas sobre ellos al andar.
—¡Graciosilla, eso ya lo había pensado! —asiento con la cabeza.
—Perfecto. Y ahora tu peinado, un sencillo recogido con algunas puntas sueltas dándole un aire relajado a tu rostro ya que bastante tensa vas a estar.
—Desde luego voy a estar tensa, más que los cables de acero de un puente.
—Y como siempre… maquíllate como sueles hacerlo, natural.
—Gracias, Andrea. ¡No sabes cuánto me estás ayudando!
—Solo tienes que ser tú misma, es la mejor tarjeta de presentación que puedes tener. Todo lo demás… sobra.
Después de los sabios consejos de Andrea hablo con Carlos y por último con mi madre. Todos me desean lo mejor en mi presentación en Carson & Carson.