Kitabı oku: «El frágil aleteo de la inocencia», sayfa 3
CAPÍTULO 6
Me he quedado dormida en el sofá entre pensamientos y sentimientos hacia Carlos. La televisión está encendida con el volumen muy bajito. Cojo el mando y la apago. Perezosa… introduzco los dedos entre mi pelo. Lo tengo aún un poco húmedo. Miro el reloj de mi muñeca: son las siete de la mañana, tengo tiempo suficiente para hablar con mi gente y arreglarme para desayunar con el señor Carson.
Es toda una inyección de energía la que he sentido al hablar con mi madre y con Andrea. Necesito hablar con Carlos, me late fuerte el corazón en el pecho solo de pensar que voy a escuchar su voz. Tan solo deseo que esté receptivo y no me bombardee con su más que lacerante frialdad.
Me tiemblan las manos al pensar que voy a hablar por fin con él. Me da miedo pensar… No sé cómo va a reaccionar o cómo voy a reaccionar yo en cuanto crucemos las primeras palabras.
¿Serán de reproche esas palabras?...
Estamos tan dolidos los dos…
Claro que sí. Cada uno por su parte siente dolor. Él por… ¡sí, es cierto! Se siente abandonado por mí, desplazado, apartado de mi vida. No es fácil reconocer… que es legítimo por su parte sentirse así.
Percibo cierto dolor en el corazón, como si miles de alfileres me pincharan alrededor. Cada vez que respiro, parecen clavarse más y más profundos.
“Te prometo que nos veremos antes de que te vayas” —dijo.
No cumplió su promesa, le pudo más la decepción que sus sentimientos hacia mí. Le perdono… No puedo guardarle rencor.
Casi no puedo sostener el móvil en mis manos para marcar. ¡Qué manera de temblar!
—Hola Carlos —tiembla hasta mi voz.
—Marian.
Su fría voz resuena en mi mente, para perderse en la frágil alegría que siento al escucharle.
Sonrío y pienso en esa palabra “Volvoreta” que tanto le gusta decirme.
—¿Cómo estás? —pregunto.
—Bien ¿y tú?
Se hace un largo silencio.
Sinceramente… mal.
Dudo sobre si es el momento de hacer reproches o de intentar cruzar el puente confiando en que su disposición a un acercamiento sea verosímil y de que no sea un espejismo de lo que quiero, sino de lo que queremos los dos. No deseo que la oportunidad se esfume sin más, simplemente, por culpa de una desmedida soberbia por mi parte; no quiero caer en ese error.
—No te despediste de mí y me lo prometiste —le digo con voz suave, sin ánimo de reproche.
Otro largo e inquietante silencio se cierne sobre nosotros.
—Te vi marchar —dice con voz apagada.
¡Me vio!
¡Qué sorpresa! ¡¿Cómo me vio?!
Me late acelerado el corazón.
¡¿Y no me dijo nada?! ¡¿Nada?!
—¿Dónde estabas? —le pregunto un tanto escéptica.
—Te vi montar en el coche que la empresa mandó para llevarte al aeropuerto.
Me vio montar…
¿Por qué no me detuvo?
—¿Y por qué no te acercaste a mí y…? —no puedo seguir, se me quiebra la voz.
—Llevaba más de una hora esperando en el coche a que salieras para… mira… no sé que me detuvo —hace una pausa.
—¿Qué pasó para que no te acercaras?… Necesitaba verte, hablar contigo. No me gustó cómo quedó lo nuestro —le digo con voz rotunda—. Es muy doloroso para los dos, no debimos dejar lo nuestro en el aire.
—Asumo mi culpa. Creí volverme loco, estaba hundido. A mí tampoco me gustó, te lo aseguro. No lo he llevado bien estos días, aunque a ti te parezca lo contrario.
—Carlos, soy consciente de ello. Nos conocemos bien.
—Sí, demasiado bien.
—No lo entiendo Carlos. Estabas a unos pasos de mí, a unos pasos de que… esta amargura que siento… —elevo un poco el tono de mi voz—no existiera. Podías…
Se me llenan los ojos de lágrimas. Mi voz parece haberse quebrado. Sólo de pensar que… mi marcha podría haber sido más llevadera, más liviana. Me castiga.
Quiere castigarme.
—Marian. Ha sido duro para mí mantenerme alejado de ti. Ignorar tus llamadas… Tenía que curarme ¡¿Lo entiendes?! —dice desesperado.
—Es… es mucho el daño que te he hecho ¿verdad?
Suspira.
—Sí —confirma mi sospecha—. No… no supe qué hacer cuando te vi salir del portal y montarte en el coche. Estuve… debatiendo toda esa hora conmigo mismo sobre qué hacer. No supe decidirme a subir y hablar unos minutos contigo y… dejé escapar la oportunidad. Me frenó el miedo a que me rechazaras y te marcharas en medio de una discusión poniendo en peligro más aún, nuestra malograda relación.
—Dejaste escapar esa oportunidad, sí, pero yo no me he escapado de ti. Sigo queriendo estar contigo. Hay más oportunidades y formas… de estar juntos.
—He sido cruel al no darte una oportunidad para hablar como pretendías.
—No. No pienses eso ahora. Respeto tus sentimientos… son las circunstancias, nada más.
La mente me juega una mala pasada, los recuerdos parecen atravesar mi cuerpo como si fuesen dagas impregnadas de sensaciones y momentos vividos por los dos. Me distraen de la conversación.
—Me vi atrapado por el miedo. Miedo a perderte, miedo a sentirte lejos para siempre.
—Hemos abierto una cisura en nuestra relación. Y digo “hemos” porque los dos tenemos parte activa, tenemos culpa de ello; para mí no se trata de algo insalvable.
—¡Vale! —inesperadamente eleva la voz. ¿Qué puedo hacer? Estoy a miles de kilómetros. He cometido el mayor error de mi vida y ahora… ¿Qué quieres que haga, Marian? —dice con la voz tomada por la impotencia.
Se me seca la boca y mi respiración parece ahogarse en un mar de nervios e inseguridad.
—Lo hecho… hecho está. Hay un vacío entre los dos, ese espacio de tiempo… ese tiempo que te tomaste y que ya no volverá… Pero escucha, no te lo reprocho —murmuro—. Quiero que vuelva el Carlos de siempre, el chico seguro de sí mismo que conozco y que adoro. Te necesito fuerte.
El silencio habla unos instantes por los dos.
Los sentimientos afloran libres por mi ser. No debo ahuyentar al hombre que me reclama y que se siente arrepentido, perdido. Si lo hago… me volveré loca. Le apartaré definitivamente de mí, no estoy dispuesta a ello, no estoy dispuesta a perderle.
—Tú decides, Marian. Seguimos o… aparcamos lo nuestro.
—Sinceramente… veo que te rindes fácilmente.
—¡No me jodas, Marian! —exclama elevando la voz.
Me descoloca por completo su aptitud.
—Carlos… ¿por qué me hablas así?
—Perdona, Marian… me pones en una posición… —dice sin perder el tono autoritario de su voz— ¿Quieres que me presente allí? ¿Quieres que te demuestre que me perteneces y que no te voy a dejar por nada ni por nadie? ¡Ay Marian, no me pongas al límite! No me hagas ir a por ti y traerte de vuelta.
Su actitud me alarma. No debería desafiarle. Es capaz de presentarse aquí y… no quiero ni pensar lo que haría en estas circunstancias. Si viniese a por mí… me temo que me iría con él sin rechistar. Así que si no quiero decepcionar al señor Carson, mejor será andarme con cuidado con Carlos.
—Perdóname tú a mí. Estoy agobiada con todo esto.
—Quiero que estés tranquila y que no le des más vueltas a lo ocurrido. Tendremos oportunidad de dejar todo claro entre nosotros en cuanto te visite en Washington. Por mi parte todo sigue como siempre.
—Por mi parte también, Carlos.
—Mi pequeña… ¡Dios! No podía esperar menos de ti —murmura.
Evitar que sonría… es imposible. Hablar con él… es el mejor ungüento para mi desecho corazón.
—Lamento tener que dejarte Carlos. Tengo una reunión dentro de media hora con el señor Carson aquí en el hotel y tengo que vestirme.
—Está bien, Volvoreta. Cuídate mucho.
—Lo mismo digo. Te quiero Carlos.
—No pienso vivir sin ti, Volvoreta. Yo también te quiero mucho. Hablamos.
Después de hablar con Carlos vuelvo a sentir un inmenso vacío en mi interior. Le extraño, le extraño mucho. Después de dejar mis penas en segundo plano y tras arreglarme, me dirijo a la cita con el señor Carson.
CAPÍTULO 7
Al entrar en el comedor uno de los camareros se apresura a acompañarme a la mesa donde tres personas me están esperando; en cuanto se percatan de mi presencia se ponen en pie.
—Buenos días, Marian.
—Buenos días, señor Carson —dirijo mi mirada a la persona que le acompaña a su derecha y después le dirijo una sonrisa a Donna que se encuentra a su vez a la derecha de esta.
—Marian. Esta es la señorita Anne Stuart.
Nos estrechamos la mano.
—Encantada.
—Lo mismo digo —contesto.
—Bueno, ya conoces a Donna Jones.
Afirmo con un leve gesto.
Anne es una mujer de unos treinta años, de sencilla apariencia. Sus rasgos son algo exóticos, me recuerdan… bueno me recuerda a las mujeres hawaianas… exótica, dulce y risueña. En fin esa es mi primera impresión a simple vista.
—Sentémonos —El señor Carson nos señala con una mano las sillas que rodean la mesa. ¿Qué tal has descansado?—me mira con una sonrisa.
—He descansado bien, gracias. He tenido la oportunidad de hablar con mi familia en cuanto me he levantado. Les mandé un mensaje cuando pude para que se quedaran tranquilos, ya que allí dormían.
—¿Están bien? ¿Están tranquilos?
—Sí. Están tranquilos y bien. Gracias.
Sonríe satisfecho.
—¿Tú te encuentras bien?
—Sí señor. Estoy muy bien —le sonrío con dulzura.
—Estupendo. Entonces te diré que la señorita Anne, es la persona que se va a encargar de enseñarte la ciudad y los lugares que pueden ser de interés para tu día a día. Te acompañará y aconsejará siempre que lo precises. —Mientras hablamos, dos camareros nos sirven el desayuno—Hace un día magnífico para conocer un poco la ciudad.
—Cierto. Me encantará conocer la ciudad y sus lugares —Miro a Anne que me observa con atención a la vez que afirma con la cabeza.
—El lunes podrás ver el apartamento. Anne te llevará a comprar todas las cosas que necesites. Corren de mi cuenta.
—Señor. No hace falta que me pague nada, ya está haciendo bastante por mí.
—No quiero que te falte de nada ¿me oyes? —me mira con insistencia. Sus ojos de repente se velan por un halo de tristeza.
Entiendo, que en cierta manera se sienta responsable de mí, pero de ahí a costearme aquellas cosas que precise para estar cómoda en mi nueva residencia… me cuesta aceptarlo. Lo que no entiendo es la tristeza que se refleja en sus ojos, me deja confusa.
—Como usted diga, señor.
Su mano coge mi mano que está posada sobre el mantel y la aprieta por un segundo con inquietud; me conmueve el gesto y a la vez me aturde su cercanía.
Anne es una mujer estupenda muy cercana y divertida, es una loca de las compras. Me ha mostrado las mejores tiendas de ropa, muebles, restaurantes, gimnasios, museos, etc. Lo he pasado fenomenal. No he hecho compras ya que no sé lo que voy a necesitar hasta que no vea y viva en el apartamento. Ha sido una buena manera de presentarme la ciudad y de recomendarme los mejores lugares. No hemos entrado en ellos pero sí en alguna tienda que otra.
El señor Carson ha estado pendiente de nosotras dos llamando en varias ocasiones para saber que tal nos iba. Bryan también ha estado pendiente constantemente de nosotras, aguardando paciente a que saliéramos de las tiendas. En algunos momentos me he llegado a sentir incómoda porque más que un chófer parecía nuestro guardaespaldas.
Tengo los pies destrozados. Me quito los zapatos en la habitación y me los masajeo durante unos segundos. Saco el portátil de la maleta donde guardo todas mis cosas personales y lo enciendo; me conecto a Internet y dejo abierto Skype. Cojo algo de ropa interior y me dirijo a deleitarme con una buena ducha.
Al salir de la ducha miro la hora. Son las cinco y cuarenta y dos, buena hora para conectarme con mi madre y con Carlos.
—Hola mamá.
—Hola hija.
—¿Me ves, mamá?
—Si hija, te veo—sonríe, pero se la nota preocupada. No me puedo creer que te esté viendo hija, es increíble esto de Internet; creo que el poder verte me va a tranquilizar mucho.
—¿Cómo estás, mamá?
—Bien. ¿Y tú cielo?
—Bien. Acabo de ducharme. He estado conociendo un poco la ciudad.
—¿Tú sola? —frunce el entrecejo, no le gusta lo que ha escuchado.
—No, mamá. Tengo una persona a mi disposición como ya te dije, me va a enseñar y a aconsejar sobre los sitios por los que puedo moverme sin problemas; además, llevamos un chófer que hace las veces de guardaespaldas.
—Me da miedo que salgas tu sola por ahí, es una ciudad extraña para ti.
—No temas, es una gran ciudad mamá, de momento me siento cómoda y segura.
—¿Tienes el trabajo lejos de donde vas a vivir?
—No lo sé, me han dicho que está como mucho a quince minutos de distancia en coche. Me van a asignar un vehículo.
—Te veo bien, hija.
—Yo a ti también. No debes preocuparte.
—¿Qué has comido?
—Sabes. Resulta que el chef del hotel es vasco.
—¡No me digas!
—Sí, es discípulo de un famoso cocinero.
—¡Qué casualidad! Me imagino que te pondrá bien de comer.
—Síííí, mamá.
—¿Qué has comido hoy?
—Una ensalada y pescado al horno. Nada de comida basura. Aquí también se puede comer bien, hay buenos restaurantes aparte de los de comida rápida. Hay donde elegir, no te preocupes.
—¿Hay buenos sitios donde comprar comida?
—Pues claro… además, tienen de todo: fruta, verdura, carne, pescado… tienen buena calidad. Es como allí, pero eso sí, tienen productos diferentes que desde luego pienso probar.
—Ten cuidado con lo que comes y con el agua.
—Bebo mineral.
—¿Hay hospitales cerca?
—Sí. Y muy buenos. Ya sabes que el tema de los médicos lo tengo cubierto ¿verdad?
—Eso es algo que me preocupa mucho.
—Espero que no me haga falta.
—Eso es lo principal… que no te haga falta, hija.
—Si puedo te volveré a ver cuándo me levante por la mañana; quiero conectarme con Carlos y Andrea antes de que sea más tarde.
—Muy bien, hija. Un millón de besos y abrazos.
Veo como su rostro se vuelve triste y comienzan a resbalar las lágrimas por él.
—Mamá. No te pongas triste, por favor —se me llenan los ojos de lágrimas a mí también al ver como recorren sus mejillas, le cuesta digerir que su pequeña haya levantado el vuelo y que se haya ido tan lejos de su protección.
—Estás lejos, hija.
—Lo sé. Iré en cuanto pueda, ya lo sabes.
—Lo sé.
—Anda, no llores —se me hace un nudo en el estómago—. ¡Vaya ánimos que me das!
—Perdóname, hija.
—Cuídate.
—Lo mismo te digo.
—Hasta mañana, mamá.
Finalizo la conversación y me tomo algo de tiempo antes de decidir si llamar primero a Andrea o a Carlos. La emoción de ver a mi madre a través de Skype me supera, necesito tomar aire antes de continuar.
Tras pensármelo unos segundos… me decido por Carlos; dejo para más tarde a Andrea ya que si quedo con sensación de desánimo… ella me ayudará a levantarlo con sus ocurrencias y su energía positiva.
Carlos llama a través de Skype. Se ha dado cuenta de que estoy conectada.
Le doy paso.
Le observo. Estamos conectados pero él no se ha dado cuenta todavía. Se mueve en su asiento buscando algo sobre la mesa de trabajo, veo al fondo la ventana que justo hay detrás de la mesa. Se para por fin delante de la pantalla. Está serio. La imagen no es buena y sin embargo cuando he hablado con mi madre si lo era. Tiene el cabello despeinado y lleva puesta una camiseta azul sin mangas con lo que… veo sus fuertes hombros. La imagen parece mejorar bastante y aprovecho para recorrer con mis ojos su rostro… hasta llegar a sus perfectos labios que se encuentran entreabiertos. Finalmente se percata de que estamos en línea.
—Estas ahí. No has dicho nada —sonríe.
—¿Estabas buscando algo?
—Sí, unas anotaciones. Ya las he encontrado.
—Te veo bien. Estás guapísimo. —Gira la cabeza de un lado a otro riendo mientras se muerde el labio inferior. ¡Quién pudiera morderlo y saborearlo! ¡Se me eriza la piel solo de pensarlo!
—Me miras con buenos ojos. ¿Acabas de ducharte?
—Sí.
—¿Llevas puesto solo el albornoz? —me pregunta en tono jocoso. Parece relajado y confiado.
—No —arqueo las cejas—. Llevo ropa interior. ¡Pero bueno Carlos, esta conversación… no me gusta a través de Internet!
—Lo sé. Solo quería ponerme en situación.
—¿En situación? —me irrita su comentario.
—Es una broma mujer. Estás… preciosa —baja la mirada y unos instantes después la levanta hacia mí—.Tenía muchas ganas de verte.
—Yo también —me emociono, cómo no.
—No tanto como yo —dice con tristeza.
Esa mirada de Carlos… es una mirada culpable. Sigue sintiéndose responsable del distanciamiento que ha habido entre los dos.
—Tú… tú no sabes cuánto te extraño yo.
—Dejémonos de si tú más o yo más, es una tontería.
—Desde luego, esto parece una conversación de tontos.
—Tienes razón, perdóname —se acerca un poco más a la pantalla de su ordenador—. No he tenido un buen día. Discúlpame. —dice mirando fijo a la cámara.
—¿Problemas en el trabajo?
—No, problemas emocionales —llego a apreciar como sus ojos se envuelven en una profunda tristeza.
Me observa.
Me quedo sin palabras mirando a la pantalla del ordenador.
Cojo entre los dedos mi medio mundo.
—Me duele verte así, me minas —se da cuenta que tengo cogido entre los dedos mi medio mundo y él hace lo mismo con el suyo—. Ya… no puedo volver atrás Carlos, dame fuerzas y no me hundas —mis ojos se llenan de lágrimas—. Esta angustia que sentimos los dos… irá remitiendo poco a poco, debemos tener paciencia.
—Lo sé, Volvoreta —dice con pena.
—Entonces… anímate, hazlo por mí, me quedo hecha polvo si te veo así… No tengo donde buscar consuelo ¿entiendes? —No puedo contener las lágrimas— No tengo a nadie a quién agarrarme o en quién apoyarme… Tengo los sentimientos a flor de piel al igual que tú —observo a duras penas como me mira, ya que las lágrimas no me permiten ver con claridad su rostro.
—Es el primer contacto visual… Me ha impactado verte. Perdóname. Sé de sobras que se irá apaciguando esta sensación de vacío, sé que me voy a acostumbrar. Lamento hacerte llorar —su mirada suplica que le comprenda—. ¿Has contactado con tu madre?
—Eso me parece bien, me gusta que cambies de tema —digo entre sollozos—. Sí, pero ya sabes… no paraba de preguntarme: si he comido, lo que he comido… que tenga cuidado con esto y con aquello…
—Me lo imagino.
—Hoy he tenido oportunidad de conocer un poco la ciudad, los sitios que pueden ser de interés para mí día a día. Ya sabes… tiendas, etc.
—¿Y qué te parece la ciudad?
—No está mal, ya le iré cogiendo el aire a todo. Acostumbrada a Madrid todo me parece diferente. Cuando tenga que buscar algo en concreto… no voy a saber muy bien donde buscarlo. No me preocupa mucho, ya que Anne, ya sabes… una especie a asistente o personal shopper, me lo solucionará rápido, me asistirá durante un tiempo.
—Eso está bien, y… ¿qué tal la comida?
—Buena. Ya sabes… hay de todo. Mi madre piensa que solo se come aquí comida rápida, pero nada más lejos de la realidad. El lunes me van a mostrar el apartamento donde voy a vivir.
—Ya me contarás.
—¡Y lo veras! Grabaré un video para que veáis donde voy a vivir para que os quedéis tranquilos.
—Estoy tranquilo y deseando ver y saber dónde vas a vivir. ¿Has ido a la oficina?
—No. El señor Carson me ha dicho que me recogerá el miércoles para ir a la sede. Alan está de viaje y regresa el martes por la noche. Quiere presentarme a sus hijos y al resto de la cúpula de la empresa. Todavía no me ha dicho cuando me voy a incorporar al trabajo.
—Querrá que te instales primero.
—Eso es lo que quiere.
—¿Has hablado con Andrea?
—No, lo he dejado para más tarde.
—A lo mejor no ha llegado a casa todavía.
—Lo intentaré. ¡Ahí está!… disponible.
—Sí. Se dará cuenta de que estamos hablando al ver que estamos conectados los dos.
—Carlos.
Me pongo de repente sentimental.
—¿Si? —le llama la atención el tono de mi voz al pronunciar su nombre.
—Te quiero.
Me mira con una sugerente y risueña sonrisa dibujada en su cara.
—Eres la luz de mi alma, nena.
—¡Guau! —Le miro un instante antes de seguir hablando—Te estás poniendo romántico. Vamos a dejarnos por el momento de ñoñerías o acabaremos con los ánimos por el suelo otra vez.
—Sí, será mejor dejarnos de sentimentalismos por un tiempo o caeremos en brazos de la desolación.
—Mañana por la mañana me conectaré de nuevo, pero no tan temprano, ya que es domingo y aprovecharé un poco más para dormir. El cambio de hora me está matando, son muchas horas de diferencia y me va a costar adaptarme. Supongo que para cuando tenga que incorporarme al trabajo ya estaré acoplada a la diferencia horaria.
—Puedes estar segura de que voy a estar pendiente. No tengo planes para el domingo; mi único plan es trabajar en un nuevo proyecto.
—Seguro que es interesante, me lo tienes que contar.
—Solo es un proyecto, nada más. Tenemos… bueno, lo tengo que desarrollar ya que es una iniciativa mía y ha gustado a los jefazos.
—¡Eso es estupendo!
—Ya lo creo. Desgraciadamente tendré mucho tiempo libre para desarrollar el proyecto —dice con tristeza.
Observo sus facciones, sus gestos… ¡Dios! No se puede ser más atractivo. Me lo comería; pero me parece que eso no va a poder ser más que en mi imaginación. No hay nada peor que quedarse con las ganas…
—Me cuesta decir adiós —le digo nostálgica—tengo que hablar con la loca de Andrea.
—A mí también me cuesta —dice torciendo el gesto.
—Cuídate Carlos. —Le mando un beso que deposito en la palma de la mano y lo soplo para hacérselo llegar a mi chico— ¡Espero que te llegue!
Cierra los ojos y entreabre los labios. ¡Qué mono!
—Recibido —susurra.
—Parecemos dos críos —río con ganas.
—Desde luego. Dos críos ñoños.
—Te veo mañana.
—Hasta maña.
¡Uuuf!
Trato de no pensar en Carlos, no ha sido lo que esperaba pero el verle me ha recargado las pilas y a la vez me ha dejado triste y lánguida. Voy a ver si mi querida amiga Andrea me levanta mi malparado ánimo.
Ahí está Andrea, mi querida pelirroja y peligrosa amiga, su enorme sonrisa me levanta el ánimo.
—¡Loca!
—¡Marian! ¡Hola aventurera!
Veo como hace pucheros.
—Andrea, no hagas pucheros, por favor… ¡Qué cansina eres!
—Solo quería saber si te conmuevo, ¿no te da pena dejar a tu amiga sola? —abanica las pestañas rápidamente mientras pone cara de niña buena.
Me exaspero. Están todos empeñados en que lo pase mal.
—¡Síííí… me conmueves! Sabes que me gustaría muchísimo que estuvieras aquí.
—¿Has hablado con Carlos?
—Sí y… ¡uff!… Me duele estar lejos de él —recuerdo su mirada mientras cierro unos instantes los ojos—, esto va a ser duro Andrea. Nuestra despedida… no fue una despedida normal, no esperaba esa ausencia suya. Se negó totalmente a responder a mis mensajes, ni siquiera fue a despedirse de mí al aeropuerto. Me lo prometió. Dijo que nos veríamos antes de mi marcha. ¿Sabes lo que eso ha supuesto para mí?
—Vamos amiga, Carlos… bueno ya sabes… no se lo tomó muy bien pese a todos tus esfuerzos por amortiguar el duro golpe que iba a recibir. No puedes culparle. Entiendo que debió hablar contigo antes de tu marcha. Poner… simplemente las cosas claras entre los dos y no dejar en el aire vuestra relación. De todos modos… tú sabes tan bien como yo que no va a renunciar a ti. No. Él te adora, debes darle una oportunidad.
—Sabes que soy sensata. Por supuesto que le comprendo. Comprendo su rabia y su dolor. No puedo olvidarme de él, no puedo dar carpetazo a lo nuestro.
—Me alegro por los dos, me tranquiliza oír tus palabras. Me reconforta saber que su reacción no ha despertado en ti ningún tipo de rencor.
—No puedo ser rencorosa con él.
—Pero bueno chica, anímate. Con todas las cosas que te esperan… ¡Si fuera yo… estaría encantada de la vida! Claro que yo… no cerraría ninguna puerta a nada, ya me entiendes… sin ataduras, libre y dispuesta a todo lo que se me ponga por delante. Sobre todo a los retos… tu jefe… Alan.
—Andrea… ya sé que tú no cierras las puertas a nada, hace falta que te recuerde a Luis…
Infla los mofletes de aire y lo suelta de golpe.
—Vale. Tocada y hundida.
No deja de hacer gestos raros con la cara, está pensando cómo justificarse; seguro.
—No me voy a justificar por lo de Luis… no tengo manera alguna de hacerlo. ¡Está bien! Cometí un nefasto error, lo reconozco. Después de hablar contigo sobre lo que pasó entre vosotros… fui poco sensible respecto a ti y me equivoqué.
—Menudo error amiga.
—Desde que estuvo en casa… no he querido hablar contigo del tema.
—Soy consciente de ello, Andrea. Lo dejé a tu criterio. Ya sabes lo que Carlos y yo opinamos de ese tipo. Bien es cierto que llevaba mucho tiempo sin molestarme directamente. Siempre llegaba a mis oídos algún que otro comentario que hacia él a gente de mi entorno, ya sabes, gente conocida de la universidad.
—A mí también me han llegado rumores, pensaba que solo eran eso, rumores.
—Los rumores crecieron cuando Carlos y yo comenzamos a salir por primera vez. En ocasiones, compañeros de la facultad le advirtieron de que no se le ocurriese hacerme nada malo y, sobre todo, que no se entrometiera en la relación.
—Menos mal que hizo caso ¿no?, porque Carlos no le iba a dejar pasar ni una.
—Carlos sabía de sus tonterías y como no se atrevía a acercarse a mí, estaba tranquilo. En cuanto lo dejamos, dejó de soltar tonterías y pareció pasar de los dos.
—Hasta que volvisteis… y para colmo aparezco con él.
—Andrea, eres mayorcita para saber con quién estás o con quién debes estar. Siempre te digo abiertamente que eres un tanto ligera. Luis fue un fallo garrafal. ¿Qué viste en él?
—Sigo sin entender que se me pudo pasar por la cabeza. Sí te puedo decir que me pareció cambiado, su físico por ejemplo: su aspecto parece más cuidado, ha mejorado en ese sentido. Me resultó diferente a lo que pensaba cuando, tomando un café, se sentó delante de mí y me invitó a un segundo café. Su trato fue exquisito, pese a mi reticencia a querer mantener una conversación con él. No entiendo cómo me supo convencer y llevarme a su terreno, porque mira que tengo tablas, aunque de nada me sirvieron… Me dejé engañar por su aparente amabilidad y sensatez.
—Tiene muchas tablas, más que tú.
—Ya, ya… no me recuerdes que soy una ingenua.
—¿Sigues viéndole?
—Para nada. Dos largos meses comiéndome la oreja ese granuja, creyendo que el muchacho había cambiado. ¡Estúpida! Él sabía que habíais vuelto, seguro y quería bombardear vuestra relación.
—No puede hacerlo. Ya no.
—Ignoré tus sentimientos, Marian.
—Déjalo estar. Olvídalo.
—No lo puedo olvidar.
—Hazlo entonces por mí.
—Ok. Y… cambiando de tema… —dice con voz sugerente y a la vez cargada de notable curiosidad— Alan Carson. No has contestado.
—No puedo contigo —río sin poder escapar de su perseverante curiosidad— ¿Qué pasa con él? ¿Qué pasa con mi jefe? —frunzo el entrecejo. ¡Siempre está pensando en lo mismo! Se alegra que Carlos y yo nos hayamos reconciliado por decirlo de alguna manera y ahora lo de mi jefe…
Su mirada es perversa y pícara a la vez y espera una contestación por mi parte.
—¿Ya le conoces en persona? —su voz se tiñe de sinuosa y explícita curiosidad.
—No —digo con rotundidad—. Aún no le conozco. Supuestamente querida amiga… quiero informarte de que no le veré hasta el próximo miércoles —le contesto con áspera ironía.
—Vaya. Quería que me pusieras al día sobre él. Tiene que ser un tipo muy interesante.
—Puede —contesto sin darle importancia.
—¿Cómo es aquello?
—Igual que en las películas. Clavadito. Los policías, las ambulancias, las tiendas, sus calles, la gente. Todo. Ya lo verás cuando vengas a visitarme. Te da la sensación de haber estado antes aquí.
—Lo estoy deseando.
—¡Y yo! —contesto con emoción— Todo llegará.
—¿Qué tal el hotel?
—Bastante bien. La gente es muy amable, ¡claro qué tratándose de un cliente como el señor Carson!… Ya te puedes imaginar… lo que no pueda hacer el poder y el dinero… ¡estos magnates…! Tú ya me entiendes.
—Sí, claro, resulta que te vas a codear con la crème de la crème de Estados Unidos. Con el máximo poder mundial y sus conspiraciones. ¡Qué privilegio!
—Pero, ¿qué te crees? ¿Qué esta gente es como esos magnates de las series televisivas como Dallas o como tantas otras series o películas que hemos visto cargadas de conspiraciones y traiciones?
—Amiga… No andas mal encaminada.
—¡Anda ya! ¡Tú estás loca! No veo en absoluto al señor Carson como me lo quieres pintar.
—¡Eso es lo que tú no sabes! —dice con reticencia.
—Puedes estar segura de que no es así. Tienes una imaginación…
—Ya lo verás por ti misma.
—¡Vamos a dejarnos de tonterías, anda guapa!
—Sabes que me encantan ese tipo de series.
—Y también sé que te gusta muchísimo fantasear —le reprocho.
—Solo trato de ponerle algo de salsa a nuestra conversación y desviarnos un poco de la nostalgia que sentimos las dos ¿o no es así?
—Eres increíble —río resignada.
—Ánimo chica, disfruta de tu momento. A ver si dentro de poco tiempo te veo en las publicaciones más importantes de economía.
—Sí claro, ¡cómo que me voy a hacer famosa!… “Joven promesa de las finanzas arrasa en los mercados americanos con su arrollador y rutilante ascenso en el mundo financiero”. ¡¿Tú estás loca?!