Kitabı oku: «Soy mi deseo», sayfa 2
Stendhal: Deseo ser noble y morir como tal
a. Algo sobre el contexto político de El Rojo y el Negro4
El trasfondo político de esta novela es la Revolución de Julio de 1830, cuando en París se levantaron 6000 barricadas y Carlos X se vio obligado a abdicar en favor de Luis Felipe de Orleans. Las barricadas se convirtieron en una eficacísima estrategia de combate urbano recién a partir de 1830, antes fueron utilizadas, pero nunca de manera tan masiva. Las calles estrechas de entonces, donde el paso era fácil de interrumpir, y se podían levantar obstáculos gigantescos, impedían el movimiento de las llamadas fuerzas del orden. Estas barricadas fueron la expresión más genuina de la resistencia popular parisina. Todos los que deseaban oponerse a la autoridad real pudieron contribuir en su ingeniería. Con todo, esta feroz oposición contra el gobierno sólo pudo mantenerse tres días.
Cuando comenzó la revolución, Stendhal se encontraba corrigiendo la última versión de RyN. Recién pudo imprimirse el 4 de agosto (Crouzet.2012: 435), la imprenta se hallaba junto a una barricada donde la multitud luchaba enfurecida. Esta crónica de 1830 fue entonces escrita, revisada, completada y corregida durante un tiempo histórico muy agitado, y solamente en los capítulos XXI, XXII y XXIII de la Segunda Parte, titulados: “La nota secreta”, “La discusión” y “El clero, los bosques, la libertad” hay referencias expresas a hechos políticos, aunque en medio del segundo, el narrador dice que la inclusión de la política en la novela a todos irrita, como el ruido de un pistoletazo en una ópera. La imagen no requiere explicación y el lector actual entiende que para el gusto de la época no estaba bien que se pasara del relato de los amores del héroe a la narración de un incidente político. Eran dos tópicos diferentes que convenía mantener separados. Pero para esta novela nada es ajeno a la política, y la disculpa probablemente quiere destacar lo expresamente político que va a narrarse.
En los capítulos mencionados, el héroe participa en una conspiración de nobles. Su patrón, el marqués de la Mole, le ha dado la misión de aprender de memoria lo que dicen los conspiradores (representantes de la aristocracia y el clero) para transmitírselo a agentes del exterior, dispuestos a financiar una contrarevolución. A estas alturas de la novela, Julien quizá ya no cree en las ideas liberales que lo estimularon en su primera juventud, cuando era preceptor de los hijos de Louise. Ahora está persuadido de que le conviene obedecer al marqués en su embestida promonárquica. De la Mole propone costear con un quinto de la riqueza de cada uno de los presentes un ejército para defenderse de la rebelión de los jacobinos. Exterioriza su profundo odio a los periodistas y escritores, y teme que el trono, el altar y la nobleza pudieran desaparecer si no las defiende una tropa integrada por un noble acompañado de un campesino, «hermano de leche». Aclara que si no actúan, en 50 años sólo habrá presidentes de la república y ningún rey. El primer ministro, también presente en la reunión, refuerza los argumentos del marqués cuando promete suprimir la Cámara para volver a darle a la monarquía el poder absoluto que tenía bajo Luis XV.
Recién al final de la novela, el lector entiende la enorme dimensión que tiene la política en la vida pública y privada de todos los personajes. En ella, cada individuo vela únicamente por sus propios intereses y ambiciones, sin considerar el daño que pudiera producir a otros. Todos son parte de un complejo entramado político, donde vencen los que saben arrimarse a los personajes más influyentes, pero como es tiempo de grandes cambios, no es fácil saber a quién apostarle.
En 1830, tras una larga crisis política y económica, que afectó no sólo a la industria sino también a la producción agraria, Carlos X puso al pueblo en su contra cuando intentó un golpe de Estado. Durante su mandato autocrático se dispararon los precios de los productos de primera necesidad, lo que produjo una gran cesantía y un número considerable de mendigos, vagabundos y ladrones. Los campesinos presionaron para que se rebajaran los impuestos sobre el grano, pero el rey antepuso los intereses de los terratenientes y los mantuvo altos. Fuera de eso intentó reponer los mayorazgos y se dispuso devolver las tierras confiscadas por la Revolución a sus antiguos dueños, iniciativas que contentaron a los nobles y al clero, pero indignaron a los burgueses y pequeños campesinos. Tras las elecciones de la Cámara Baja en 1829, donde triunfaron los liberales moderados, optó por disolverla, y posteriormente decretó las cuatro ordenanzas de julio con que esperaba reconstituir una mayoría parlamentaria que le fuera favorable. Las ordenanzas suspendían la libertad de prensa, alargaban el período de los diputados, reducían su número y limitaban el derecho a voto. Este golpe realista que pasaba por encima de la Carta de 1814 fue rechazado por los diputados, los dueños de comercio, los estudiantes y periodistas. El periódico Le National encabezó la resistencia cuando publicó un manifiesto en contra de la censura y de la disolución de la Cámara. El 27 de julio se gestó una rebelión masiva en que participaron los dueños de comercios que cerraron sus tiendas en señal de protesta, a la que se unieron los obreros, los estudiantes, los periodistas, los exmilitares, incluso las mujeres y los niños y entre todos levantaron cientos de barricadas con todo lo que pudieron conseguir, adoquines, mesas, cómodas, escalas, troncos de árboles, vehículos, «todo lo que rodaba por la calle» y «todo lo que se podía arrancar del suelo». Encima agregaban un trapo tricolor, más la leyenda: ‘la Carta o la muerte’. Luchar contra estos amotinados fue una pesadilla para la Guardia Real, escribe Jean-Louis Bory en su alucinante ensayo sobre la Revolución de Julio:
«los miembros de la Guardia Real, abrumados por el peso del uniforme, disciplinados, pero pesados, sin cesar acosados por un enemigo poco experimentado pero inapresable y entusiasta, han perdido su capacidad bélica, ¡y qué guerra tan lamentable, tan innoble, para un oficial del Rey, que esta guerra de bacinicas! Es imposible encontrar una manera de combate más ingrata: cuando se ataca una asamblea todo el mundo corre a toda carrera, todas las puertas se abren, en un instante ya no hay nadie. Ningún sablazo, ningún lanzazo que asestar, mientras que una lluvia de piedras os cae sobre la cabeza sin que se consiga ver quién las arroja y en cuanto uno pasa, las puertas vuelven a abrirse y vomitan arrojadores de piedras que os disparan con fusiles por la espalda. Los granujas de París son terribles, pululan, se alinean siempre en las primeras filas, casi desnudos, descalzos, llevando un fusil más grande que ellos; casi siempre son ellos los que llevan la primera piedra a la barricada, hacen el primer disparo, cantan, ríen, se burlan, van al combate como a un juego, más habituados a batirse que a jugar. ¡Y las mujeres! Desaforadas, tanto en los barrios de los hoteles y boutiques como en los vecindarios populares. Ellas suben los adoquines a los pisos, instalan trapos en las ventanas, llevan sus moldes para hacer balas. Ellas mezclan la pólvora, instalan su tienda de cartuchos en un cabaret o en el boliche de la esquina, organizan los socorros, traen de beber y de comer, ayudan a morir, ellas se baten, son ellas las que transforman cada uno de sus muebles en “arma guerrera”»5. (1972: 404)
Mientras ocurría todo este desenfreno en las calles, el rey recibía muchas misivas y visitas de personajes ilustres, entre ellos al banquero Laffitte, que describía estos motines populares como muy alarmantes, pero nada de ello alteraba a su majestad y el barón de Vitrolles al verlo tan calmado se asombraba ante su incapacidad para proporcionar respuestas rápidas a situaciones inesperadas. Le parecía que lo perjudicaba identificar a la realeza con una condición divina e inamovible (1972: 406) Esta indolencia y falta de respuesta del rey contrastaba con la actividad febril en las calles, que el 29 de julio sumaba unos 7000 insurgentes. El grito Vive la Charte reforzaba el deseo de volver a legitimar la Carta pisoteada por el rey y sus ministros. Con el apoyo de la Guardia Nacional, los amotinados lucharon como leones contra los soldados del rey y a mediodía consiguieron tomarse el Louvre. La alta burguesía, asustada de que el poder pudiera quedar en manos del pueblo, se adelantó a los acontecimientos y propuso a Luis Felipe, duque de Orleans –amigo del banquero Laffittte- como sucesor de Carlos X. El rey se vio obligado a abdicar y dos días más tarde el duque de Orleans fue proclamado nuevo rey. Estas jornadas de julio hay que entenderlas como un triunfo importante de la alta burguesía y fueron el detonante de otras jornadas parecidas en países vecinos, donde ocurrieron también revoluciones liberales.
Los párrafos finales del ensayo de Jean-Louis Bory, titulado “Reacción” descubren otro lado de estos días gloriosos, que vale la pena citar por su coincidencia con ciertos acontecimientos históricos actuales, donde se hermanan los proyectos políticos con los de la gran Banca:
«Habiendo sido favorecidos los especuladores a la baja por las Tres Gloriosas -¿no es cierto, señor Tayllerand?- los especuladores a la alta exigen que la liquidación de las primas sólo suceda el 9 de agosto- lo que permitiría a los banqueros alcistas y en posición de actuar sobre la bolsa intensificar el curso de las compras convenientemente calculadas. Se acuerda la demora. Por otra parte, las primeras declaraciones del rey de la Greve reaniman la confianza: en todo caso detienen la caída de los fondos públicos. Los Rothschild inquietos durante Las Gloriosas por la baja de las rentas y la incertidumbre de las repercusiones internacionales […] declaran que la época de los borbones está revuelta. Más vale contribuir a la consolidación del nuevo régimen y a la salvaguarda de la paz internacional [...] Al comienzo de agosto, James de Rothschild le hace un regalo de 15000 francos a la Comisión Municipal destinada a los desdichados herederos, a las viudas, a los niños, a los hijos de quienes han sucumbido en los últimos días de julio, primer gesto que los periodistas se apresuran a destacar. Luis Felipe sonríe: siempre hay interés de contar a este banquero de su lado en el juego. Estos dos hombres van a entenderse muy bien: hablan la misma lengua y dan prácticamente el mismo sentido a palabras como libertad, principio monárquico, anarquía, república, paz internacional y defensa del orden […]».
El dinero, ¿y si fuese él el verdadero vencedor de las barricadas? ¿Los rayos del gran sol de julio no serían otra cosa que el oro de un escudo? Si, el dinero tiene un olor. Las Tres Gloriosas nos enseñan este detalle y la sabiduría de las naciones se equivoca sobre este punto. Y este olor, se sabe, lo hemos respirado en el mercado de los Inocentes la tarde del 28 de julio; en la plaza San-Antonio, plaza de Greve, y en la plaza del Louvre el jueves 29, en los jardines de las Tullerías y en la trinchera de Babilonia. Es él, el que flotaba alrededor de la barca de los muertos sobre el Sena, al pie de la Morgue». (630)
Lo que se dice aquí del dinero recuerda acontecimientos actuales. Las guerras en Medio Oriente se han hecho por dinero, las sanciones con que Estados Unidos y la Unión Europea castigan a los países que se oponen a sus intereses geoestratégicos son siempre por dinero. Y siempre hay aprovechamiento financiero en los tiempos de efervescencia popular. Ahora hay otros ultrapoderosos, que hacen temblar los mercados mundiales en los momentos de turbulencia política con sus compras y ventas de acciones, nunca obstaculizadas por los gobernantes de turno. En el caso de las Tres Gloriosas, Bory destaca el buen entendimiento entre Luis Felipe y James Rothschild y casos semejantes se pueden encontrar en la historia actual. Se trata, por cierto de otras economías, otras guerras y otros proyectos geoestratégicos. También podemos aplicar al presente lo de que la Gran Banca y los gobernantes de turno hablan el mismo idioma; por democracia, libertad, derechos humanos entienden algo muy diferente del contenido que el diccionario da a estas palabras. Probablemente el cinismo sea más intenso ahora. Hoy la maquinaria mediática tiene como preocupación central mantener al ciudadano desinformado y entontecido, de modo que las guerras del Imperio y los negocios del complejo militar industrial puedan funcionar sin frenos incómodos. En suma, lo descrito por Bory no es muy diferente de lo que vemos en el siglo XXI.
La novela no recoge los importantes sucesos descritos por Bory, aunque su subtítulo es: “Crónica de 1830”. Pero al final de ella se siente el peso de estos acontecimientos, especialmente cuando habiendo mudado de humilde preceptor a caballero de la Vernaye, el héroe muere guillotinado por atentar contra la vida de una mujer noble.
La noche del 26 de julio, después de haber pasado el día entero rehaciendo el manuscrito de El Rojo y el Negro, Stendhal visitó al conde Real y a su hija, donde se habló de la inminencia de una insurrección popular. La idea despertó la hilaridad del novelista, le resultaba gracioso imaginar al pueblo francés, legalista y militar ,participando en una revolución enérgica, capaz de destruirlo todo. El 27, mientras la efervescencia crecía, Stendhal seguía no creyendo, y las notas al margen del manuscrito prueban que apenas salió de su casa, concentrado siempre en el trabajo de corrección. Recién el 29, como a Guilia, su enamorada de ese tiempo, le dio miedo el espectáculo del pueblo armado, Stendhal acudió donde ella para tranquilizarla y para eso tuvo que atravesar París en llamas, y luego escribió que había visto la revolución desde debajo de las columnas del Theatre-Francais y que el azar lo había salvado de haber sido herido por una bala. El 1o de agosto reconoció que el exceso de felicidad no lo dejaba leer, su sentimiento esperanzado le hacía creer que vendrían tiempos mejores para Francia. El 3 de agosto solicitó una audiencia a su amigo Guizot, que estaba encargado del Ministerio de Interior en el gobierno provisional y le pidió una prefectura, pero tras una semana supo que no se la darían. Este rechazo fue el primero de una seguidilla de actos persecutorios que la máquina burguesa puso a funcionar en su contra. Algunos de sus amigos escritores lo compadecieron por tener que marcharse de París para hacerse cargo de su puesto de cónsul en Civitavecchia. Lo apoyaron desde la distancia, escribiéndole sobre los importantes sucesos que en ese momento ocurrían en la capital. Hay que agregar al rechazo de Guizot, el del tutor de Guilia, que rehusó su petición de matrimonio, argumentando que su trabajo de cónsul no le parecía muy sólido.
Casi 4 meses después de haber partido a Italia (sin siquiera haber terminado de corregir las galeradas), el 13 de noviembre RyN salió a la venta. Fue un libro de moda, la prensa atacó su lado político rebelde y espíritu desilusionado y se quejó de que Stendhal hubiera destruido las más bellas creencias del hombre. Lo acusaron de haber practicado una especie de disección de las pasiones y las costumbres, y mostrado que el amor contiene odio; la generosidad, el cálculo; la belleza, la fealdad. A pesar de estos juicios, o quizá precisamente a causa de ellos, el libro tuvo muy buena venta, y su editor, en vez de pagarle lo que le correspondía, se guardó para sí más de la mitad. Y después de escribirle una carta a Italia donde le informaba sobre el éxito de ventas, lo apuró a que escribiera otra novela.
Pero Stendhal renunció por un tiempo a escribir sobre lo que estaba viendo. Siempre es difícil sostener una novela política, pero es peor cuando lo que se narra corresponde a la actualidad. Las novelas políticas habitualmente despiertan reacciones muy negativas, porque junto con cuestionar al régimen vigente, no contentan a ninguno de los bandos. Peor si se trata de un ataque frontal, que identifica claramente lo que rechaza. RyN dijo lo que veía, y eso no era ni bello, ni justo ni bueno. Sin embargo, la novela no condena, simplemente presenta, y lo hace desde adentro. Para pronunciarse sobre la verdad religiosa, política o moral tendría que alejar su mirada y desde fuera emitir un juicio. Eso casi no sucede y cuando ocurre, el juicio viene envuelto en disimulo. El texto no dice cómo deberían actuar sus personajes, sólo alcanza a ver cómo actúan y muestra que sus comportamientos son consecuencia de valores de clase, de concepciones religiosas y de un sistema político. Probablemente el libro tuvo una recepción tan negativa precisamente por no haber ni condenado ni aprobado. La aprobación se acepta sin más, la condena también, porque permite identificar, ubicar y reducir al que condena a enemigo del sistema. Los lectores esperaban que su autor tomara partido, pero Stendhal no lo hizo, y en vez de eso describió neutramente el desplazamiento del poder de los aristócratas al de la burguesía. No dijo que en las Tres Gloriosas los pobres habían desempeñado el papel más activo, y que habían muerto en las calles para volver a su condición de siempre.
En vez de describir las pugnas políticas públicas de los principales actores de este proceso revolucionario, Stendhal prefirió contar la vida privada de algunos personajes pertenecientes a diferentes estratos sociales. La descripción de esta crónica política comienza en provincia, donde monsieur de Renal, aristócrata dueño de una fábrica de clavos y monsieur Valenod, burgués que se ha enriquecido con los dineros que aprovecha de un hospicio para indigentes, compiten por el poder. Las pugnas continúan en el Seminario de Besancon, allí se confrontan el jesuita de Frilair con el jansenista Pirard. El primero quiere poder, riqueza, galas, mientras el segundo estima el ascetismo, la relación con Dios, la probidad moral. En París, lo descrito son los nobles que habitan en el hotel de la Mole y también los que lo visitan. Son aristócratas de título antiguo, cuya autoridad aún vigente se siente amenazada por el poder económico de los burgueses y los repetidos levantamientos de los trabajadores. En el juicio en contra de Julien se prueba que han vencido los burgueses adinerados y su éxito decide la suerte del héroe.
Desde un criterio actual se diría que Stendhal era un demócrata progresista, que por un lado simpatizaba con las luchas populares y los valores de la Revolución: libertad, igualdad, fraternidad, pero por otro no le agradaba la idea del pueblo en el poder, especialmente cuando pensaba en la alta cultura. Quizá por eso todos sus héroes estiman los modos refinados de los nobles, pero por otra parte querrían cambios estructurales que sustituyeran los valores monárquicos por otros más justos y democráticos. La visión política de Stendhal fue compartida por los escritores realistas, que por un lado criticaban al orden vigente con gran severidad, despreciaban su chatura de costumbres y modos de pensar, pero por otro lo preferían a la ideología socialista.6
Como es sabido, RyN es la ficcionalización de una historia real; la de un preceptor francés de provincia llamado Berthet,7 que fue condenado a la guillotina por haberle disparado a su amante. Las ediciones de RyN habitualmente incluyen la defensa de Berthet en el juicio, como si este texto fuese indispensable para comprender la novela. No pienso lo mismo, incluso me parece que se le hace un flaco favor a la novela cuando se la circunscribe al caso Berthet, porque la semejanza entre las dos historias son ciertos hechos generales (Julien hijo de campesinos, Berthet hijo de artesanos, ambos preceptores en la casa de personas acomodadas, ambos amantes de la madre de sus discípulos, ambos seminaristas, ambos guillotinados), pero todo lo que constituye la novela, eso que Stendhal llamaba su sustancia, no está. Ni siquiera son parecidos Berthet y Julien; el primero aparece en el juicio como un individuo arribista, un tanto psicópata, no muy inteligente, aunque con algunos talentos, mientras que el héroe de RyN es un personaje excepcional. La amante de Berthet es un misterio para el que lee la defensa, mientras que las dos enamoradas de Julien constituyen dos personajes literarios sólidos, comprensibles, enamorantes. Explicar las decisiones estéticas que conforman la novela como influencias de la historia de Berthet me parece una manera de evitar explicar la novela misma y reducirla a un error literario producido por la fuente de la anécdota. Me refiero concretamente a aquellos que critican el atentado de Julien y su intervención en el juicio como tonterías estéticas producidas por un supuesto apego de Stendhal a la historia de Berthet.