Kitabı oku: «Soy mi deseo», sayfa 4

Yazı tipi:

d. Algo sobre el deseo de Julien en Le Rouge et le Noir

A través de la novela Julien se mueve entre dos opciones de vida, dos amores, dos maestros, dos padres y dos deseos. A pesar de pertenecer a la pequeña burguesía, desea ser parte del grupo de los poderosos, ojalá nobles. Varias veces rechaza ofertas económicas interesantes por un futuro incierto que imagina lleno de éxitos. Se siente llamado a grandes hazañas, su modelo es Napoleón. Este deseo le exige habituarse a una hipocresía ingenua. Por ejemplo, le oculta a Louise que siente gran admiración por Napoléon. Teme que ella pudiera rechazarlo, denunciarlo. Por otra parte siente cierto respeto por las valoraciones morales de sus maestros jansenistas, algunas ideas políticas que le inculcó en su pubertad el médico castrense, esos artículos de revistas progresistas que son su alimento espiritual en Verrieres y las lecturas de ciertos autores como Voltaire y Rousseau. Querría poder decir lo que piensa de la sociedad y del poder, pero sabe que no le conviene. Además, no sabría como hacerlo, puesto que no tiene una idea clara de lo que quiere para sí mismo, y menos aún de lo que quiere para el resto de la sociedad.

Cuando acepta el trabajo de secretario del marqués, deja de pensar en Napoléon y en ciertas ideas republicanas y se empieza a enamorar del relato apasionado que hace Mathilde de su antepasado Bonifacio de la Mole. También le sirve de modelo el conde de Altamira, segundo hijo del príncipe San-Nazaro-Pimentel, una de las familias más nobles de Nápoles, condenado a la horca por haber fracasado en una conspiración. Eso hace pensar que sus convicciones del comienzo eran muy poco sólidas y que obedecían mayormente a un resentimiento de clase. Siempre deseó ser noble, pero no a la manera de Renal, quien le parecía un pobre hombre, codicioso, vil e ignorante. Posteriormente tampoco respeta demasiado al padre de Mathilde y mucho menos aún a los nobles que visitan el hotel de la Mole. Mathilde lo persuade de que en 1830 no hay mucha nobleza que admirar y lo contagia de su nostalgia por los nobles de antaño, cuando la valentía y el arrojo eran consustanciales a esa clase. Tan pronto el marqués lo beneficia con un título nobiliario y una renta cuantiosa, siente que su novela ha terminado, y en lo que sigue después, eso que llamaremos su segunda novela, los logros de la primera le siguen interesando, pero de otra manera. Se dice a sí mismo que obtuvo todo lo que quería: una mujer noble, una fortuna, un título nobiliario por mérito y una condena a muerte, que lo pone en el mismo nivel de Bonifacio de la Mole y el conde Altamira. Con esos modelos clavados al corazón acepta morir en la guillotina y sólo desea estar a la altura de su nueva condición superior. Su deseo es jamás mostrarse cobarde y jamás infundir piedad. A este destino superior se agrega el atractivo de ser amado por una mujer generosa, digna y noble como Louise.

Muchos críticos han considerado a Stendhal el gran psicólogo del siglo, por haber sabido complejizar e iluminar el amor como nadie antes. De hecho, acuñó una categoría nueva, que llamó cristalización, extraordinariamente útil para representar la condición del enamorado. Lo característico de la cristalización es que pone en el amado(a) una serie de cualidades que quizá no tiene y es ciega a las que sí tiene. No se trata de narcisismo juvenil ni de querer que la realidad sea otra de la que es. Ocurre porque el amado(a) es siempre una promeuse de bonheur, una esperanza de algo más hermoso, más libre, mejor. Pero también porque en el enamoramiento cristaliza un conjunto de deseos, esos que hemos entendido como constitutivos del Yo. El Yo espera encontrar una enormidad en el amor: desea alegría, desea placer, desea que le reciban lo que da, desea quebrar resistencias, desea ser acogido, desea sentirse acompañado, desea compartir, desea ser comprendido, desea ser reconocido, desea ser aceptado, desea que lo ayuden a ser mejor. No es fácil que esto ocurra, en parte porque el amado quiere cosas parecidas, pero viene de otro mundo, lo mueven otras convicciones ideológicas, tiene otro carácter, otras cualidades, otros sentimientos, otro tono de vida, otra energía, es más físico o más reflexivo, más lento o más rápido, más flexible o más rígido. Las realidades de ambos a menudo chocan, se agreden, violentan, malentienden.

Igual lucidez de la que revela su estudio de la cristalización opera en la descripción que hace de los amores desiguales. En ellos cualquier distancia o apartamiento es interpretado como rechazo. El que se siente despreciado se cierra, guarda silencio o se aparta. Recuerdo haber leído en un ensayo sobre frigidez femenina acerca de una recién casada, cuyo marido se refirió negativamente a la delgadez de sus piernas en la noche de bodas. Según el ensayista, desde esa fecha en adelante ella fue impermeable a cualquier demostración de afecto. Probablemente a lo que dijo el marido se sumaron otras cosas, tan o más importantes que su comentario sobre las piernas, por ejemplo, temor de la primera experiencia sexual, tabúes sobre sexo, alguna característica personal de la afectada, o cualquier otra cosa, porque en relación al amor la vulnerabilidad es tremenda. Pero es mayor aún cuando existe diferencia de clases. Julien se siente continuamente maltratado por ser de origen plebeyo y reacciona a menudo con violencia cuando se siente tocado en ese aspecto. A veces con razón, otras sin ella.

No es fácil saber lo que uno desea, tampoco saber lo que uno es. Habitualmente se requiere una vida larga de aprendizaje para formular lo que uno siempre ha sido sin saberlo. A pesar de su temprana muerte, Julien tuvo tiempo para llegar a saber. Su deseo en la primera novela fue «ser una persona importante», y en la segunda quiso asumir plenamente su condición de caballero de la Vernaye y morir como tal. Estos deseos no eran contradictorios, se complementaban bien, puesto que para Julien la palabra noble no tenía exclusivamente un sentido de clase, sino también uno moral. Deseaba ser de esos nobles de los tiempos de Bonifacio de la Mole, y en ese sentido coincidían sus valoraciones con las de Mathilde.

Es claro que aquí no se está usando la palabra deseo en el sentido habitual, que lo entiende como el anhelo de un objeto determinado. En el deseo del que hablo no tengo conciencia de mi deseo como algo distinto de mí, yo simplemente soy eso. A lo largo de la novela Julien desea mujeres, galones, distintivos cardenalicios. Al desear estas cosas se está deseando a sí mismo como amado y socialmente preeminente. Sólo en el desenlace de la novela, el personaje adquiere conciencia cabal de que esos objetivos implicaban uno mayor. Sin saberlo, desde el principio su deseo central excluía los valores del jansenismo; nunca quiso ni pobreza ni ascética. Arrastraba el ideal de la antigua nobleza, como se prueba en sus comentarios acerca del desvalor de las ambiciones burguesas, implícitamente comparadas con lo que él cree haber sido la nobleza prerevolucionaria. Pero al mismo tiempo él siempre fue también otro, al que nunca abandonó y que era lo que le arruinaba cada una de las conquistas que conseguía.

e. Deseo a Louise y confío en ella

En lo que Julien llama «mi novela», que es prácticamente todo lo narrado antes de que lo encarcelen, es decir el 90% o más del libro, sus amores ocupan un lugar central. También importan en el resto, aunque el personaje de esas páginas nada valora más que prepararse para morir dignamente.

Cuando conoce a Louise, el héroe experimenta el clásico amor a primera vista. Desde el comienzo se siente medio enamorado, aunque no reconoce que lo está y justifica sus acercamientos eróticos diciéndose a sí mismo que lo hace por deber. Cada centímetro del cuerpo de ella se le representa como un avance en el campo de batalla. Este sentimiento belicoso parece ir en paralelo con su sentimiento de inferioridad económica, acompañado de una fuerte desconfianza. En un pasaje le confiesa a Louise que la caída de Napoleón frustró las esperanzas de jóvenes como él, que no podían hacer carrera por falta de dinero, y al notar un gesto desdeñoso de ella, finge que está repitiendo las palabras de un contratista de maderas. El narrador explica que a ella su riqueza le impedía ver que Julien podía sentirse atormentado por ser pobre, mientras él interpretó su gesto como desprecio. Con el tiempo Julien reconoce su bondad y su disposición generosa y al final de la novela llega a decirle: «Y te hablo como me hablo a mí mismo. Dios me libre de exagerar».

Es una hermosa manera de comunicarle que la quiere más que a nadie. Igual que a sí mismo. Y también una hermosa manera de decirle que confía en ella. Lo que me digo a mi también te lo puedo decir a ti. Sabe que lo que dice no es fácil de creer. Invoca a Dios, porque parece que tanta cercanía pudiera ser exagerada. Muchos ven en Julien a un narcisista, pero ¿existe amor completamente libre de narcisismo? Tampoco lo está el de Julien, su deseo es que lo ame una mujer materna, que lo quiera por encima de todos y todo. Así lo ama Louise, con ella goza una cercanía que todos creemos irrepetible en el adulto. En la novela es posible, ¿milagro de amor o sueño romántico?

De Mathilde también se enamora, pero la distancia entre ellos no se acorta ni siquiera cuando se convierten en amantes. Más bien aumenta. Ella siempre le recuerda su propia pertenencia a la nobleza. Sólo lo siente a su altura al final de la novela, cuando lo asimila a Bonifacio de la Mole, ese noble antepasado suyo que fue condenado a muerte. Pero el lector piensa, errando en este caso, que nadie querría la condición de condenado a muerte para ser amado. Al final del libro, Julien se distancia de ella, aunque no de su estimación por el antepasado Bonifacio. Con ese relato en el corazón se vuelve nuevamente a Louise.

Algunos críticos se han asombrado de que en Louise convivan la maternidad cariñosa y el erotismo apasionado, porque la literatura de ese tiempo no admitía esa coexistencia. La mujer o era madre buena o era buena amante, pero nunca las dos cosas al mismo tiempo13. Los esposos temían al vivo deseo sexual de sus mujeres, había el peligro de los hijos adulterinos, asunto descrito en la novela balzaciana La mujer de treinta años. También había el peligro de que la esposa huyera con el amante y abandonara sus deberes conyugales, como sucede en la novela rusa Anna Karénina. El orden burgués necesitaba una familia sólida, y ella dependía de la esposa, por eso durante la Restauración se impuso el confinamiento de las mujeres a la esfera doméstica. No es raro que los personajes femeninos de Stendhal produjeran molestia en los lectores de ese tiempo. Les debe haber parecido muy desagradable que el autor imaginara personajes femeninos con destino personal, con deseos eróticos fuertes, además de un sano instinto maternal.

Los lectores contemporáneos de Stendhal despreciaron a Julien por considerarlo un arribista inmoral. Incluso ahora se lo juzga así. Ven cálculo e interés en su deseo de ser amado por dos mujeres nobles. Es verdad que desde que llega a la mansión de los de Renal, Julien se pone a la tarea de enamorar a la esposa de su empleador, pero no lo hace con el propósito de escalar, mayormente desea probarse a sí mismo que puede hacerla suya. Lo mueve una extraña idea del deber, que al borde de la muerte entiende como «el tronco de un árbol sólido en el que me apoyaba durante la tormenta». (798)14 Por cierto, también lo seduce su belleza. Se siente encantado cuando la ve por primera vez, lo enamoran sus ojos oscuros y se atreve a besarle la mano, lo que la sorprende desagradablemente. No espera un gesto así del futuro preceptor de sus hijos. Pero a Julien no lo detiene ni su juventud ni su condición social; unos meses después le toma la mano, luego el brazo, más tarde pone su pie encima del de ella, entendiendo estos avances como parte de una estrategia guerrera de conquista. Y como es inexperto en asuntos amorosos y no ha leído las novelas que lo podrían ayudar en su plan de seducción, se guía por unas normas medio espontáneas que ha elaborado a partir de sus lecturas sobre las campañas de Napoleón y de los dichos del emperador sobre las mujeres. El narrador ironiza su estrategia y la compara con los modelos parisinos:

En París, la posición de Julien con respecto a madame de Renal se habría simplificado muy pronto; pero en París, el amor es hijo de la novela. El joven preceptor y su tímida amante habrían encontrado en tres o cuatro novelas y también en los couplets du Gymnase el esclarecimiento de su posición. Las novelas les habrían dado los roles que debían jugar, mostrado los modelos a imitar; y tarde o temprano, y aunque sin ningún placer, y quizá a regañadientes, la vanidad de Julien lo habría forzado a seguirlos.(383)

No se ama en provincia como en la capital. En París los enamorados se rigen por los modelos que encuentran en las novelas. Más tarde, con Mathilde, Julien se ve obligado a utilizar el método del príncipe Korasoff. Esta estrategia coincide con los códigos de la época, su rasgo principal es el disimulo. Jamás dejar ver lo que se siente realmente, porque toda espontaneidad estimula el desprecio femenino. Pero como Julien vivía en provincia y no conocía los modelos parisinos, se inspiraba en Napoleón, y se imaginaba a las mujeres como territorios de conquista. En la guerra napoleónica, después de conquistar la fortaleza, se termina el combate, mientras que con el método Korasoff el juego diplomático sigue indefinidamente y fastidia al conquistador, que nunca vence del todo.

Antes de la primera cita con Louise repasa algunas ideas de Napoleón sobre las mujeres y la guerra. Va a su dormitorio como a una fortaleza, «más aterrado que si fuera al encuentro de la muerte […] Cuando abrió la puerta temblaba de tal modo que las piernas se le doblaban y tuvo que apoyarse en el muro; […] respondió a sus reproches arrojándose a sus pies y abrazándose a sus rodillas. Y como ella le hablara con gran dureza rompió a llorar»15. (426) Difícil identificar sus actos con los de un guerrero experimentado, menos con Napoléon. Lo de que se ponga a llorar como un niño muestra que el ánimo marcial se ha convertido en debilidad infantil y temor del rechazo. Y esta estrategia resulta mejor, consigue transformar la primera indignación de ella en acogimiento y amor.

«Unas horas más tarde salía del cuarto de madame de Renal; hablando como en las novelas, puede decirse que no le quedaba nada que desear». Las imágenes que siguen son como una narración razonada de lo que pasó durante la elipsis más la complicadísima idea que el autor parece tener de su personaje:

Pero víctima de su complicado orgullo, hasta en los momentos más dulces pretendió desempeñar el papel de un hombre acostumbrado a dominar mujeres: hizo increíbles esfuerzos de atención para malograr sus propios atractivos. En lugar de atender a los arrebatos de amor que suscitaba y a los remordimientos que despertaban, no olvidó ni un momento la idea de deber. Temía a un remordimiento horrible y a un ridículo eterno si se apartaba del modelo ideal que se había propuesto seguir. En una palabra, lo que constituía la superioridad de Julien fue precisamente lo que le impidió gustar la felicidad que le salía al paso. Como una mocita de dieciséis años, con una tez de rosa que cometiera la insensatez de ponerse colorete para ir al baile. (426)

La equivocación que señala el narrador parece probar que una vez conseguido el acceso a la amada, Julien volvió neciamente a sus estrategias napoleónicas y arruinó con eso su propia experiencia, que debió haber sido sublime, como parece haberlo sido para ella, que actuó simplemente como una enamorada y no como un ejército vencido. El narrador extrema su ridiculez comparándolo con una jovencita que cubre su belleza tontamente con colorete.

Tras salir del cuarto de Louise, Julien se pregunta: «¿De modo que ser feliz, de modo que ser amado no es más que esto?» (427) y el narrador comenta: “Se sentía en ese estado atónito y desasosegado en que cae el alma que acaba de obtener lo que durante mucho tiempo deseara. Habituada a desear, no le queda ya qué apetecer; y por otra parte, todavía no ha llegado a la etapa de los recuerdos». De regreso en su cuarto repasó lo que había hecho «como el soldado que vuelve del desfile» y se preguntó si había cumplido bien su papel16. El deseo es algo muy complejo, incluye una idea de uno mismo y Julien pensaba que entre las habilidades de un hombre superior debía estar la sapiencia erótica. El narrador cree que esta virtud se encuentra en la espontaneidad, en estar allí, sintiendo a la mujer, percibiendo sus cambios, sus temores, sus deseos. Piensa que si Julien hubiese sido espontáneo como Louise, no habría abandonado el cuarto de ella con el alma vacía de deseo y sin nada por qué suspirar. Y deplora que por vanidad masculina y deseo de quedar bien haya desaprovechado esa oportunidad que podría haber sido gloriosa. Aunque el narrador se ríe de Louise por lamentar no haber conocido a Julien diez años atrás, cuando no era la mujer de treinta que es ahora, la entiende, y la encuentra adorable, porque a todos en esos casos se nos ocurren tonterías semejantes.

Merece atención la estimación muy positiva del texto por la espontaneidad erótica, cuando en los artes amandi siempre se ha destacado la importancia del control masculino. Pero aquí la espontaneidad no implica ni abandono ni falta de conocimiento, refiere a dejar fluir y a no obstaculizar con ideas preconcebidas la mágica coincidencia entre los amantes. Julien es como el violinista, que en vez de hacer música, se observa constantemente mientras ejecuta la pieza, ya sea para aprobar o para corregir.

La conciencia de la diferencia de clase es una constante en Julien y por eso se pregunta: «¿cómo yo, tan pobre, de tan baja crianza, tan ignorante, a veces tan ordinario en mis modales, he podido inspirar un amor como este?»17 (450) Según el narrador, uno de los componentes más importantes de su amor «era todavía ambición, alegría de poseer a una mujer tan hermosa». Le encantaba mirar los vestidos que ella guardaba en el armario, cada uno de ellos le reafirmaba su vanidad, la dicha de su triunfo por haber enamorado a una mujer hermosa, noble y rica. Al sentirse objeto del amor de una mujer así, él se elevaba de clase.

Cuando Louise consigue hacerlo nombrar guardia de honor el día en que el rey visita Verrieres, los lugareños liberales huelen algo raro y se ponen a murmurar. Deciden que son amantes y justo entonces el hijo menor de Louise se enferma gravemente. Ella se culpa primero a sí misma y luego a Julien: «Déjame –le dijo un día- por el amor de Dios vete de esta casa; tu presencia aquí es lo que mata a mi hijo. ¡Dios me castiga –añadió en voz baja-: él es justo y adoro su equidad; mi pecado es horrendo, y yo vivía sin remordimiento!» Al verla de rodillas a los pies de su marido, dispuesta a confesar su falta, Julien se asombra: «¡Con que esto es el adulterio […] ¿Será posible que estos curas tan hipócritas tengan razón? Con todos los pecados que cometen, ¿tendrán el privilegio de conocer la verdadera teoría del pecado? Qué cosa más rara». Recién entonces se da cuenta de la gran pasión que ella siente por él, más fuerte que la lealtad al marido, más poderosa que la devoción por sus hijos, más intensa que sus convicciones religiosas.

Por fin Julien se siente querido y encantado con la imagen que ella le devuelve de sí mismo. Antes de partir a París, después de un período de estudios en el Seminario de Besancon, Julien la pasa a ver. Es de noche y utiliza una escala para llegar a su dormitorio. Como la primera vez, ella lo echa indignada de su cuarto, «estoy arrepentida de mi pecado; el cielo se ha dignado iluminarme –repetía con voz entrecortada- ¡Márchese! ¡Huya!», pero Julien insiste y cuando ella rechaza incluso su tuteo, él se pone a llorar amargamente y reclama: «¡De modo que yo he sido olvidado completamente por el único ser que me amó alguna vez! ¿Para qué vivir entonces?» (546) Pero tras tres horas de tiras y aflojes, ella vuelve a ceder. E igual que la primera vez, «así obtenida con arte, la cosa no fue más que un placer». (549)

De nuevo los cálculos excesivos le echan a perder a Julien una dicha que podría haber sido «divina», pero «ebrio de gozo le propuso pasar todo el día escondido en su cuarto y no marcharse hasta la noche siguiente». (550) A la mañana, ella le aconsejó que se metiera debajo de la cama si entraba la doncella y Julien entusiasmado pensó, «¡mujer verdaderamente superior! Oh, reinar en un corazón como este es una verdadera gloria», y un poco más adelante, al decirle Louise que su único temor era quedarse sola después que él se fuera, reflexionó, «ni siquiera en París podré encontrar un carácter tan grande». (553)

Al examinar sus relaciones con Louise, se entiende que junto con desear quebrar su resistencia para obtener nuevas victorias, Julien la quiere y confía en ella como en nadie. Pero a pesar de eso, sigue obsesionado de que lo reconozca una mujer superior, de gran carácter, como esas soberbias mujeres que viven en París. En su alusión a las parisinas prueba que quiere amar a Louise, pero también a esas mujeres que pudieran ser superiores a ella. Julien apuesta al rojo y al negro. Confunde al lector la mescolanza que atosiga el ánimo del joven. Parece no darse cuenta de que andan enredados en su pensamiento componentes de vanidad necia y de real enamoramiento, además de una suerte de resistencia a conocer la dicha cuando la experimenta. Estos enredos juveniles van a resolverse al final de la novela. Sólo cuando se enfrenta a la muerte, entiende que nada deseó y gozó tanto como estar amándola. No queda sino pensar que en su extrema juventud no tuvo tiempo para distinguir su propia vanidad de sus sentimientos profundos.

₺403,82

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
421 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9789560012630
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre