Kitabı oku: «Cafés con el diablo», sayfa 4
—Los tres años de gobierno de la Unidad Popular fueron de una vitalidad y una emotividad enormes –recordaba Osvaldo–. Nos creíamos jugando un papel en la Historia, modesto o grande, pero sintiendo que el país nos pertenecía. Salvador Allende era el aventajado de un socialismo libertario y formuló una propuesta de transformación revolucionaria en democracia que maravilló a todo el mundo y a los propios chilenos. El intento acabó mal, pero tanto tiempo después su recuerdo es aún muy potente y nos permite saber que es posible soñar.
—Hoy resulta mucho más difícil para los jóvenes imaginar proyectos de esa naturaleza y luchar para sacarlos adelante –añadía Nubia–. Además, entonces nos hacíamos cargo de nuestra propia libertad y éramos más irreverentes. Por todo el país brotaban las luchas obreras y populares. Yo entré en el MIR para radicalizar los planteamientos contra las políticas reformistas, por la democracia popular. Pero fuimos responsables y llamamos a votar por Allende.
Nos habíamos citado para grabar una entrevista destinada a un reportaje de Informe semanal[17] sobre el trigésimo aniversario del golpe de Estado acaudillado por el general Pinochet. Villa Grimaldi era el escenario indicado para que hablasen sobre la represión, ya que los dos habían conocido sus mazmorras y salas de tortura. Y allí charlamos largamente, paseando por los jardines que, con ayuda de maquetas y pequeños memoriales, recuerdan cómo era el desaparecido Cuartel Terranova, sede de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA[18].
—Los días siguientes al golpe se instaló en Chile el terror de Estado, y lo que uno recuerda mejor es la lucha por superar el pánico generalizado –explicó Osvaldo Torres ante la cámara de Juan Pangol–. La idea de la dictadura era lograr que el miedo paralizara a los ciudadanos, para imponerles un cambio radical en el modelo de sociedad. Hubo una heroica resistencia democrática, frente a la cual los militares hacían llamamientos a la delación, pero no sólo de activistas de izquierdas sino también de cuantos les brindasen apoyo o cobijo. Y recurrieron a las formas más brutales de represión, para mostrar que nadie podía considerarse a salvo, que cualquiera podía ser torturado o desaparecer.
—Nos enamoramos en aquel ambiente de lucha desesperada –añadió Nubia Becker, tomándole de la mano–. Sabíamos que formábamos parte del primer objetivo de la Junta, y caímos juntos. Porque empezaron por dar caza a los miembros del MIR; después seguirían los socialistas y los comunistas.
—Nos apresó un comando de la DINA durante la madrugada del 30 de enero de 1975, en compañía de nuestros amigos Marcela Bravo y Eduardo Charme Bravo, dirigente del Partido Socialista en la clandestinidad –prosiguió Osvaldo–. Actuaron con un despliegue de armas y violencia que dejó aterrados a los propietarios de la casa y a Hernán, el hijo de Nubia, que tenía cuatro años.
Los organismos de Derechos Humanos cifran en cinco mil los detenidos que pasaron por Villa Grimaldi. De ellos, se sabe que dieciocho fueron asesinados y otros 211 permanecen desaparecidos. Numerosos sobrevivientes han relatado las condiciones terroríficas a las que se sometía a los prisioneros, así como los métodos de tortura empleados.
—Aquí vivíamos en un estado de pánico permanente, porque a cada momento oías los gritos de tus compañeros y nunca sabías si acabarían confesando –explicó Torres–. De mí se ocuparon algunos tipos tan conocidos como el Guatón Romo, su colega el Troglo[19] o el teniente Pablo.
Otros verdugos destacados formaron el equipo mixto de distintas procedencias que se encargó de interrogar a Becker[20]: Miguel Krasnoff Martchenko, brigadier del Ejército, el Cachete, perteneciente al cuerpo de Carabineros, y el civil Pablo, militante del partido ultraderechista Patria y Libertad.
—Yo prefería que me golpearan en vez de darme descargas eléctricas. Pero me metieron un trapo en la boca para que no me mordiera la lengua, y me aplicaron la máquina. Un día trajeron al Pájaro, que había sido detenido conmigo. Lo colgaron de un arnés a mi lado y le aplicaron la picana eléctrica. Tenía las piernas rotas, el codo izquierdo destrozado y un ojo lleno de sangre. Sus gritos eran desgarradores y me desmayé. En otra ocasión me obligaron a presenciar la tortura de Osvaldo, esperando que yo lo convenciera de que colaborara y entregara compañeros. Lo tenían en un galpón grande y le estaban dando picana. Después, esa misma noche, me llevaron a la parrilla, una de esas camas de hierro donde ponían electricidad.
Las mujeres recibían un trato específico. Becker lo atribuye a la mentalidad machista, que las despreciaba por «haberse metido en política abandonando las obligaciones del hogar»:
—Se cebaban en el castigo físico contra nosotras, para quebrar nuestra dignidad femenina. Los torturadores se reían al ver que yo temblaba y que por las piernas me corría sangre de mi menstruación. Nos colgaban desnudas para pegarnos. Y también cometían muchos abusos y violaciones.
Tres militantes del MIR no resistieron la extrema presión a que se vieron sometidas, y se prestaron a colaborar con la DINA. Comenzaron delatando a sus camaradas y terminaron convertidas en empleadas de la policía política pinochetista. «Al principio estaban tan prisioneras como nosotras, aunque podían moverse de un lado a otro, disponían de una habitación y se entretenían viendo la televisión», dijo de ellas Nubia Becker[21].
Los momentos de tranquilidad en el infierno de Villa Grimaldi eran muy escasos. La pareja comparte el recuerdo de uno en particular:
—Una noche que hacía mucho calor, nos llevaron a todos al patio y nos formaron bajo una intensa lluvia. Disfrutamos de aquellos instantes por el frescor del agua y abrimos las bocas para beberla con una cierta sensación de libertad interior. Pero enseguida nos dividieron en dos grupos y condujeron a uno de ellos al punto más temido del recinto: lo que llamaban la torre, unas estructuras de madera muy bajas, en las que había que entrar de rodillas.
Tras recuperar la libertad y vivir el exilio siempre unidos, Osvaldo y Nubia residen hoy en Santiago de Chile ejerciendo sus profesiones, él como antropólogo y ella como orientadora social y escritora.
Muchos otros presos de Villa Grimaldi tuvieron peor suerte y su existencia se esfumó junto a sus sueños. Para hacerlos presentes, la Asociación de Familiares de Desaparecidos celebra turnos de ayuno cada aniversario del golpe contra Allende. El Estado les ha ofrecido indemnizaciones, pero no ha sido capaz de proporcionarles la información que ellos reclaman. Y siguen sin tener donde rezar ante los restos mortales de padres, hijos, esposos o hermanos.
—Tantos años después, aún estoy exigiendo justicia y verdad –nos dijo Norma Mares González, una de las visitantes de los jardines que se aproximó a nuestra cámara–. Sólo sé que a mi hijo lo mataron encadenado y colgado en un árbol, pero necesito averiguar dónde arrojaron sus restos.
Tampoco a ella le hacía falta venir a un parque de la memoria para recordar, porque jamás había podido superar el daño. Y había pasado demasiado tiempo repitiendo las mismas palabras sin que nadie les prestase suficiente atención.
La simpleza de los diablos menores
Los demonios de segundo nivel, carentes de relevancia política, siempre se han beneficiado de la escasa atención que la prensa, la Justicia y la Historia dedican a los personajes secundarios, centrando su interés en las figuras, hechos y responsabilidades de los diablos mayores. Frente al lógico protagonismo de los principales dirigentes políticos y militares, muchas veces convertidos en personajes deslumbrantes por su asombroso descaro en el ejercicio de la barbarie, la anónima legión que ejecuta sus órdenes suele mantenerse entre tinieblas y protegida por el secreto. Su función es esencial, porque sin su oscuro trabajo los grandes tiranos no conseguirían imponer el terror imprescindible para ejercer el dominio sobre la sociedad.
La mayoría de los más sucios servidores de las tiranías consiguen pasar desapercibidos. Muchos permanecen ocultos e impunes, cambiando sus puestos en los instrumentos de la dictadura por otros en las instituciones de la democracia, sin que nadie cuestione su pasado, y se jubilan cobrando sus pensiones de servidores públicos. Sólo rinden cuentas a la Justicia los más relevantes, los que participaron en hechos cuya magnitud resultó escandalosa, quienes se hicieron demasiado visibles en los mayores centros de detención o destacaron por su actuación implacable en el tormento y exterminio de prisioneros.
Los funcionarios del terror raramente muestran arrepentimiento. Su silencio no obedece sólo a cobardía personal, al temor a ser castigados. A veces hablan, pasados los años, y manifiestan su convicción de haber cumplido con el deber. Hay que creer en su sinceridad, que responde a una mentalidad común muy elemental. Porque actuaron entregados con esmero al desempeño de sus obligaciones, sin cuestionar jamás las órdenes que recibían, amparados por una absoluta garantía de impunidad, incluso disfrutando del poder que les habían otorgado sobre sus víctimas. Y muchas veces hasta experimentando placeres sádicos en el desarrollo de sus cometidos. Algunos acaso se sintieran como pequeñas deidades malignas, tras abrir paso a las bestias que llevaban dentro y transformarse en meros instrumentos del horror, sin otro sentimiento que el goce puntual.
Esos diablos menores suelen ser individuos de enorme simpleza, con muy estrechas miras, sin apenas formación y hasta analfabetos funcionales, en los que no parece que hubieran arraigado valores morales. Generalmente se trata de esbirros vocacionales que, en busca de privilegios menores, ingresan en un gremio despreciado hasta por sus propios jefes. Como afirmó Hannah Arendt, «el mal tiene gran pericia para encarnarse en las vidas banales» y arraigar en personas cuya «ausencia de pensamiento» ha facilitado el colapso de la más elemental capacidad de juicio, inhabilitadas para valorar moralmente sus propios comportamientos. Con la conciencia anestesiada, parecen también incapaces de sentir y expresar desconsuelo o pedir perdón, mostrando una actitud de soberbia defensiva. Y sus opiniones se asemejan al discurso de un loco, como si hubieran vivido en otra realidad. Esas características comunes se advierten con nitidez en el Guatón Romo y el Troglo, dos torturadores cuyos historiales podrían servir como biografías de otros muchos. Ambos hicieron carreras paralelas como interrogadores de la DINA, fueron condenados por idénticas culpas y acabaron sus días compartiendo rancho con medio centenar de colegas en la prisión de Punta Peuco.
El más famoso de los dos fue Osvaldo Romo, apodado el Guatón por su gordura. Pasó de la oscuridad de su trabajo en las mazmorras de Pinochet al escándalo social en 1995, cuando hizo unas torpes declaraciones[22] en las que no sólo proclamó su absoluta falta de arrepentimiento, sino que describió con morbosa precisión las torturas que infligía a los detenidos, y se atrevió a asegurar que, en vez de tirar cadáveres al mar, habría sido mejor arrojarlos en el cráter de un volcán.
—Volvería a hacer todo igual o peor –afirmó–. Yo no habría dejado periquito vivo. Ese fue el error de la DINA. Siempre se lo discutí a mi general: «No deje a esa persona viva, no deje personas libres».
Al Guatón no le ofendían los calificativos de traidor, torturador y asesino con que la prensa lo describía. Al contrario, reconocía haberlo sido y se confesaba convencido de que tales funciones «habían sido algo bueno» para él. Casado y padre de cinco hijos, Osvaldo Romo abandonó la pequeña delincuencia para meterse en política cuando la Unidad Popular formó gobierno. Militó en la Unión Socialista Popular, un pequeño partido de izquierda moderada, y ganó cierto prestigio como activista en la humilde población de Lo Hermida –donde vivía– y en varios campamentos del cinturón de Santiago, como Nueva Habana o Vietnam Heroico. En ellos colaboró estrechamente con el MIR en distintas luchas sociales. Pero el golpe de Pinochet hizo que cambiara bruscamente de bando. Detenido, delató y ayudó a perseguir a sus antiguos compañeros, y hasta elaboró un organigrama con nombres, cargos, domicilios y actividades del MIR en los barrios obreros. Su trabajo resultó más que satisfactorio y, en 1974, el oficial de la DINA Miguel Krasnoff lo tomó a sus órdenes para que actuase como interrogador en tres centros de detención y tortura: Londres 38, José Domingo Cañas y Villa Grimaldi. En ellos coincidió con el Troglo, junto a quien formaría parte de un siniestro equipo.
Basclay Zapata, que debía a su brutalidad el alias de el Troglo –apócope de troglodita–, también reivindicó años después su oficio macabro. Como todos sus colegas, arguyó que «cumplía órdenes», pero añadió que lo hizo con la mayor dedicación posible porque las consideraba «justas, legítimas y en aras del bien superior de la Patria». Con un alto concepto de su misión, pretendió haber emulado a san Pablo, «que pasó de perseguir a los cristianos a convertirse en el más iluminado de los apóstoles de Cristo». Tras el golpe contra Salvador Allende, dejó su puesto de músico en una banda militar al ser escogido por Krasnoff para las tareas más sucias de la DINA. Y descolló en ellas, sin que nadie pueda restarle entrega ni méritos profesionales. Violento y con una sexualidad desbocada, cometió incontables violaciones de prisioneras, sobre todo en Villa Grimaldi. Sin embargo, allí encontró el amor, y se casó con su compañera de interrogatorios, la agente María Teresa Osorio, alias Marisol y María Soledad, reputada por su dureza. Pese a no disimular su carácter agresivo, el Troglo disfrutaba en el papel de policía bueno, tratando de ganarse la confianza de sus víctimas.
El compañerismo y la amistad personal que desarrollaron Romo y Zapata se vieron interrumpidos al cabo de año y medio. Porque en 1975 la jefatura de la DINA tuvo que prescindir de los servicios del Guatón y enviarlo precipitadamente a Brasil con toda su familia. A pesar de que Chile vivía los momentos de mayor dureza de la Junta Militar, un juez dictó una orden de detención contra Osvaldo Romo acusándole de estafa por haber pedido dinero a familiares de detenidos políticos para ayudarles, cuando ya estaban definitivamente desaparecidos. El magistrado no pretendía investigar sobre la represión, sino tan sólo actuar contra un civil con antecedentes delictivos. Pero la jefatura de la DINA, que se sabía cuestionada dentro del Gobierno de Pinochet, temió que el caso tuviera consecuencias y, como mal menor, optó por alejar a su agente, ignorando el mandato judicial.
El exilio del verdugo duró 17 años, hasta que en 1992 la Justicia dio con él, obtuvo su extradición y lo confinó en la cárcel de Colina. Romo intentó numerosas veces pedir ayuda a sus antiguos jefes[23], que continuaban en las filas del Ejército, pero todos se desentendieron porque no pertenecía a la familia castrense. Entonces se vio solo, enfermo de diabetes, con una obesidad mórbida que dificultaba sus movimientos, y enemistado con la mayoría de sus compañeros de prisión. Desesperado, buscó venganza y volvió a traicionar: como antes había hecho contra el MIR, elaboró un organigrama de la DINA con nombres y misiones de sus principales agentes y lo entregó a la Justicia. Su testimonio fue decisivo en muchas investigaciones en curso, especialmente en el caso de Manuel Contreras. Tras escucharlo, los jueces consideraron necesario un informe psicológico. Y el psiquiatra Roberto Araya lo describió como un tipo simple y autosatisfecho, que «habla de sí mismo con deleite, a sabiendas de haberse transformado en un personaje histórico. Su actitud también demuestra una convicción de privilegio ante la ley y una enorme seguridad en su impunidad».
Osvaldo Romo sería finalmente trasladado al penal de Punta Peuco en 2000, donde, siete años más tarde, volvería a encontrarse brevemente con su colega Basclay Zapata, que también había sido procesado, condenado y encarcelado por múltiples casos de torturas, ejecuciones y desapariciones, tras haber permanecido hasta principios de la década de los noventa destinado en la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) con el grado de sargento, y como instructor en la Escuela de Suboficiales. Los dos criminales sólo estuvieron cinco días juntos, ya que el Troglo entró en el presidio el 29 de junio y el Guatón falleció el 4 de julio de una insuficiencia cardiaca. Pero tuvieron tiempo de rememorar los malos tiempos del pasado, y Zapata recibió la herencia más personal de Romo: una caja de cartón repleta de cuadernos escolares y papeles manuscritos, plagados de faltas de ortografía e incoherencias, donde había plasmado recuerdos, reflexiones y remordimientos a lo largo de siete años tras las rejas. Los escritos denotan la vacuidad de su mente, pero también resultan conmovedores por su patetismo. En una agenda de 2003, con Mickey Mouse en su portada, registró cada pequeño paliativo de la soledad que le angustiaba: las citas judiciales, las visitas de una monja o de un par de antiguos colegas de la DINA, incluso los días que le daban mantequilla con la comida. Pero lo más llamativo son sus comentarios nostálgicos sobre compañeros del MIR a los que vendió. Basclay Zapata le sobrevivió diez años. Murió el 3 de diciembre de 2017 en el hospital militar, a causa de un cáncer. En sus últimos tiempos había escrito varias cartas pidiendo perdón a familiares de sus víctimas.
[1] La entrevista formó parte del reportaje «La memoria de Chile», emitido el 13 de agosto de 2003 en Informe Semanal.
[2] Dirección de Inteligencia Nacional, dirigida por Manuel Contreras Sepúlveda. Más tarde pasó a denominarse Centro Nacional de Informaciones (CNI).
[3] Miembro del Comité Central del PCCh, fue jefa de la Junta de Abastecimientos y Precios del Gobierno de la Unidad Popular en Santiago. Desapareció tras ser detenida el 9 de agosto de 1976 y pasar por el centro de detención de Villa Grimaldi.
[4] Recipiente utilizado para lavar ropa o bañar a los niños.
[5] La Sala Quinta de la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó el 21 de noviembre de 2003 los procesamientos del Carlos Mardones Díaz (jefe del Comando de Aviación del Ejército de enero 1974 a diciembre 1977) y otros cuatro pilotos a sus órdenes en calidad de cómplice y encubridor en la muerte de Marta Ugarte. El juez Guzmán también procesó por este caso en calidad de autores de secuestro y homicidio al jefe máximo de la DINA Manuel Contreras (véanse pp. 31-39) y a su primo, el brigadier Carlos López Tapia, que en 1976 era el jefe del centro de detención Villa Grimaldi a la vez que dirigía la Brigada de Inteligencia Metropolitana.
[6] El escándalo que produjo la revelación de las condiciones de vida de los reclusos del Penal Cordillera –donde Contreras concedió una entrevista periodística–, provocó que el derechista y multimillonario presidente Salvador Piñera ordenara su cierre en 2013.
[7] Publicada por Editorial Novaro (México y Madrid, 1954-1974) bajo la dirección del jesuita José A. Romero.
[8] Entrevista con la periodista Alejandra Matus, publicada en 1991. Recogida en la biografía de Manuel Contreras que se encuentra en memoriaviva.com.
[9] En 1994 afirmó que la Escuela de las Américas había «producido más dictadores y asesinos que ningún otro centro en el mundo».
[10] Relatado en Francisco Martorell, Operación Cóndor. El vuelo de la muerte, Santiago de Chile, LOM, 1999. En 2019, el hijo de Oscar Bonilla pidió a la Justicia que investigara la muerte de su padre, ocurrida 44 años antes, sospechando que hubiera sido asesinado.
[11] Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile (2006-2010 y 2014-2018), fue nombrada en 2018 Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU. Detenida en 1975, fue torturada por Contreras en Villa Grimaldi. Su padre, el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, miembro del Gobierno de Salvador Allende, murió a causa de las torturas de la DINA.
[12] La CNI fue creada el 13 de agosto de 1977 y estuvo operativa hasta el 22 de febrero de 1990, cuando fue disuelta poco antes de la llegada del democristiano Patricio Aylwin a la presidencia chilena.
[13] En 1985, Contreras se separó de su esposa, María Teresa Valdebenito, con la que tuvo cuatro hijos, para irse a vivir con Nélida. Se casó con ella estando ya preso, en 2010. «Cumplimos el sueño de cualquier pareja que se ha amado toda la vida, en las buenas y en las malas», declaró entonces la novia.
[14] Barrios marginales. Su abundancia hizo que se les diera popularmente el nombre de callampas (setas, en lengua quechua).
[15] El predio donde se ubicaban los recintos de Cuatro Álamos y Tres Álamos había pertenecido a la congregación católica de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. El Estado lo había adquirido a finales de los años sesenta para el Consejo Nacional de Menores. La dictadura lo convirtió en uno de los centros principales de la represión. En 2010 fue declarado Monumento Nacional. Actualmente alberga las instalaciones del Servicio Nacional de Menores (SENAME).
[16] La dictadura estaba muy presionada desde distintos sectores –incluso por la Iglesia católica– y tendría que acceder a la liberación de presos políticos. Corvalán saldría de prisión antes de tres meses. El 18 de diciembre de 1976 sería canjeado en Zurich por el disidente soviético Vladimir Bukovski.
[17] Titulado «La memoria de Chile», fue emitido por TVE el 13 de septiembre de 2003. Producido por Fabio Díaz, con imagen y montaje de Juan Pangol.
[18] El predio de Villa Grimaldi fue ocupado por el Ejército en 1973, 24 horas después del golpe, para servir como centro clandestino de detenciones e interrogatorios. En 1988, su propiedad fue transferida al director de la CNI y dividida en lotes, ordenándose la demolición de sus edificaciones excepto el muro perimetral. El Estado lo expropió en 1994 y tres años más tarde se habilitó como Parque por la Paz.
[19] Sobre estos dos personajes, véanse pp. 56-60.
[20] Nubia Becker narró su experiencia como prisionera de la DINA en su libro Una mujer en Villa Grimaldi. Tortura y exterminio en el Chile de Pinochet, Santiago de Chile, Pehuén / Madrid, El Garaje, y otras.
[21] La más renombrada fue Marcia Merino, que llegó a participar en interrogatorios por medio de torturas y en la detención de la cúpula dirigente de su antiguo partido tras un intenso tiroteo. Su transformación personal dentro de Villa Grimaldi incluyó un romance con el capitán del Ejército Manuel Vásquez, simultáneo al de su compañera Luz con el también capitán Rolf Wenderoth. Posteriormente fue también pareja del agente de Investigaciones Eugenio Fieldhouse y de Juan Morales Salgado, jefe de la Brigada Lautaro de la DINA.
[22] Entrevistado por la periodista Mercedes Soler en el canal Univisión el 11 de abril de 1995.
[23] A través de su abogado, el coronel del Ejército Enrique Ibarra, se dirigió sobre todo al también coronel Marcelo Moren Brito, que había sido uno de sus superiores directos en la DINA.