Kitabı oku: «Nuevas formas del malestar en la cultura», sayfa 3

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“Al principio no está el origen…” (38)

“Al principio está el lugar”, afirma Lacan, haciendo resonar las palabras del Génesis y advirtiendo, por medio de esta precisión, sobre la necesidad de apoyarse en la topología a fin de no derrapar cuando examinamos el campo de la subjetividad, el “misterio de la encarnación” del ser en la palabra. Habitualmente se cubre por el orden de la sucesión, aunque nada explica “el hecho de la individuación, el hecho de que un ser sale de un ser”; la procreación en su raíz esencial, “que un ser nazca de otro, escapa a la trama simbólica”. (39) La criatura no engendra la criatura, es por lo tanto impensable sin un acto de creación, en el que se reconozca algo nuevo, una ruptura que distingue como tal un acontecimiento –la posibilidad de enunciar “yo”– de una mera emergencia.

Así nos lo enseña Freud al estudiar el juego creado por su nieto de dieciocho meses: el niño no presentaba un precoz desarrollo intelectual, mantenía excelentes relaciones con sus padres y era muy elogiado por su juicioso carácter. A pesar de estar estrechamente vinculado a su madre no lloraba nunca cuando ella se ausentaba por varias horas. En soledad, el chiquillo encontraba vivo placer en arrojar sus juguetes lejos, acompañando esta ejecución con la emisión de un “agudo y largo sonido” o-o-o-o-o. Según pudieron deducir el abuelo y la madre, se trataba del significante Fort (fuera): El niño jugaba con ellos a estar fuera. (40)

Situado en su cuna, arrojaba con gran habilidad un carrete de madera por encima de la barandilla, haciéndolo desaparecer detrás del forro de tela que cubría los barrotes mientras profería su “significativo o-o-o-o”. Después, tirando de la cuerda, provocaba su reaparición mientras expresaba un alegre ¡Da! (aquí). Freud califica esta gozosa actividad como “la más importante función de la cultura”. El juego completo tenía dos partes: desaparición y reaparición, que el niño no completaba casi nunca, repetía incansablemente la primera fase, siendo que el mayor placer debería estar ligado al segundo acto, de acuerdo con el primado del principio del placer. La conquista cultural se vincula pues a “la renuncia a la satisfacción de la pulsión”, el juego inventado por el niño es por lo tanto consecuencia de una decisión, que Lacan califica de “insondable”, comporta el consentimiento al goce de la palabra, a esa “segunda” vida en la palabra que surge en soledad; cuando su madre no está presente emite sus primeros fonemas que constituyen una primera simbolización de la presencia y ausencia del Otro. El niño no repite el momento del hallazgo del objeto sino, fundamentalmente, el de la pérdida y por eso Freud encuentra allí la acción de Otra cosa que da razón de su título “Más allá del principio del placer”. En ese momento constitutivo de su existencia y que repite “activamente”, una y otra vez, se destaca el valor positivo que adquiere la falta para el ser hablante y que Lacan homologa al deseo.

Un día el pequeño recibió a la madre con las palabras “Nene o-o-o-o”, al principio incomprensibles. Luego pudo averiguar que durante el largo tiempo que había permanecido solo el niño encontró un medio de hacerse desaparecer a sí mismo. Descubierta su imagen en el espejo –que llegaba casi hasta el suelo–, se había agachado hasta conseguir que su reflejo desapareciera ante sus ojos: jugaba a “quedarse fuera”. (41)

Una criatura ha surgido como “respuesta de lo real” presentificado por la ausencia del Otro; en ese “jubiloso” acto el pequeño acepta su condición de hijo del lenguaje, en cuyo mar ha elegido dos fonemas que dan lugar al “encantamiento del mundo” porque en ese juego consiente en separarse de algo que bien puede identificarse a un trozo de su cuerpo, una parte de sí mismo para siempre perdida, en una experiencia del “quedarse afuera” que abre las puertas al lazo social, donde es preciso aceptar permanecer en silencio para que otro pueda hablar, respetar los turnos en los juegos, etc.

Esta primera “conquista cultural” nos enseña que la función de la familia en cuanto a “la transmisión de un deseo no anónimo” radica en favorecer que el nacimiento de una subjetividad pueda articularse con el deseo del Otro encarnado en sus padres a partir del reconocimiento de un rasgo de distinción del pequeño; la pregunta por el origen se anuda, por lo tanto, al lugar que ocupará cada uno en la familia y luego en la multitud ¿cómo llegamos a diferenciarnos unos de otros? ¿cómo anudar nuestra singularidad con una experiencia colectiva?

En su curso El lugar y el lazo Jacques-Alain Miller ofrece una orientación muy precisa para reconocer algunos de los malestares que afligen a las familias cuando nos enseña la diferencia entre “sitio” y “lugar”. El sitio está ligado a un elemento que se inscribe en determinada posición, como, por ejemplo, una carrera de caballos. El lugar comporta una referencia más amplia, es el conjunto donde se articulan los diferentes sitios. El sitio puede vincularse a la sucesión (primero, segundo, tercero, etc.) de manera tranquila, aunque también puede llegar a tratarse de forma violenta y disputarse; amén de que alguien puede ser excluido de su sitio, del que le corresponde. (42) De allí la importancia de resguardar los diferentes sitios para promover una convivencia pacífica, es esa multiplicidad la que protege el lazo, es decir, el discurso. Si éste sólo promueve la identificación común, la homogeneización, la segregación será inevitable. Desde este punto de vista la responsabilidad esencial de una familia cualquiera sea su conformación es “hacer hueco”, que en nuestra lengua equivale a “hacer lugar” al nuevo ser, a un deseo inédito, convirtiéndose en una dura prueba cuando el recién llegado pone en jaque los ideales.

Malestares en familia

Se advierte que los profundos cambios a los que estamos asistiendo giran en torno a esta cuestión, tanto en el seno de los hogares que aún pretenden seguir el modelo tradicional, como en las nuevas formas de parentalidad –y que responden a formatos jurídicos variables–, las dificultades giran en torno a ¿dónde o cómo se sitúa el padre o la madre respecto a su hijo, a su hija? ¿dónde se sitúa el niño o la niña en relación a su padre, a su madre? ¿cómo interpretan los padres y las madres al hijo, y cómo él les interpreta a ellos? (43)

Estos interrogantes sintetizan el orden de dificultades que se han pretendido solventar desde lo social con la invención de dispositivos de acompañamiento, mediación y apoyo; también al proponer escuelas de padres o “coaching parental” a fin de favorecer una corresponsabilidad con las instituciones de enseñanza en la formación de los jóvenes. “Ser padre, ser madre, se convierte en un oficio en el que es preciso formarse”. (44)

El CPCT parents que funciona en la ciudad de Rennes ha elaborado una respuesta al malestar en la institución familiar; según la directora de la publicación (que recoge años de práctica de este auténtico laboratorio de la civilización) Myriam Perrin Chèrrel, la experiencia clínica de este dispositivo demuestra hasta qué punto “la cuestión de la parentalidad es un cuestionamiento contemporáneo”. Y ello en la medida, añade, en que, en nuestro siglo, signado por el discurso capitalista y la sociedad de consumo, se ha generado un malestar de tal índole que corresponde a cada uno encontrar su fórmula de ser padre o madre, implícita en la forma de hacer su familia. “Actualmente la declinación de la familia es múltiple: monoparental, homoparental, heteroparental, con o sin recurso a la PMA, a madres portadoras, a la adopción. ¿Qué incidencias se observan en las mutaciones de la familia sobre el hecho mismo de ser padre o madre? ¿Y sobre los sufrimientos de los niños?” (45)

M. Chérel refiere las aportaciones debidas a Miller en lo relativo al cambio de paradigma al que estamos asistiendo, patente en las remodelaciones contemporáneas del orden simbólico, en la medida en que éstas han desvelado un agujero en cuanto a saber cómo hacer familia, que antes estaba cubierto por la función del padre y de la prohibición: “Cuando el equilibrio vacila, cuando la interdicción deja el lugar a lo permitido, cuando el amor deja el lugar al odio, cuando la culpabilidad corroe a los padres, cuando la angustia se presenta como rabia, cuando la familia no es más lo que era, cuando el llamado a la medicina es la condición para hacer familia, cuando la pareja parental es sustituida por la monoparental, cuando los padres son del mismo sexo…”. (46) En estas situaciones que afligen a los padres desorientados, sin brújula, que admiten no saber cómo actuar, se puede advertir la importancia de encontrar un dispositivo psicoanalítico en el que “no se trata de educarles, ni de juzgarles, ni de hacer coaching sino de permitirles decir y alojar el sufrimiento que experimentan en la relación con sus hijos a fin de inventar un nuevo lazo con ellos”, afirma.

El enigma de la sexualidad

Como decíamos anteriormente y siempre siguiendo a Freud, el misterio de la sexualidad no se despierta en la infancia sino como una derivación de la pregunta por el origen del ser, cuya conmoción convoca una respuesta singular que se traduce en consentimiento o rechazo a la dimensión de la palabra (47), justamente allí donde “ese ser es absolutamente inaprensible”. Un ser cuya existencia depende del Otro, es “un ser sin ser”, está obligado a pasar por el símbolo para sostenerse afirma Lacan; de ahí que cuando nos topamos con el vacío de respuesta, éste pueda duplicarse y distinguirse y él nos enseña a hacerlo al escribirlo así: ser-para-la-muerte y el ser-para-el-sexo, ambos “anudándose en el misterio”.

Porque, aunque son marcas impresas en el registro de nacimiento, es en el curso de la existencia donde se jugará la partida, como indica la preposición “para”, sugiriendo una indeterminación remitida al futuro, pero, a la vez, una imposición que actualmente, y en el caso del sexo, puede ser impugnada, como es el caso de transexuales, transgénero e intersexuales. “¿Quién puede saber? ¿Por qué ha de estar escrito lo que ha de ser?” clama la madre de Sasha en el conmovedor documental francés La petite fille, dirigido por Sebastien Lifshitz. Nadie puede decirlo, y así lo demuestra el discurso analítico: entre la vida y la muerte del ser hablante interviene “esa relación perturbada con el propio cuerpo que se denomina goce” (48) y en cuya intrusión enigmática se destaca lo más singular de cada uno, experimentado como una necesidad del ser en el discurso, que va más allá de la biología.

Recientemente se ha conseguido en algunos países demorar la inscripción del sexo en favor de las personas nacidas con una ambigüedad corporal (49) evitando así la apropiación de una decisión que hasta hace poco tiempo quedaba en manos del médico y los padres. El excelente documental franco-suizo Ni d’Ève ni d’Adam, une histoire intersexe, realizado por Floriane Devigne –dedicado a tratar el otrora tema tabú del ser hermafrodita o andrógino y actualmente denominado “intersexual”– consigue tejer un engarce muy delicado entre la dimensión política de la lucha que protagonizan estas personas por sus derechos y la diversidad de las historias subjetivas en lo relativo a la aprehensión de su cuerpo, desde quien reconoce sufrir por tal motivo un trauma imperecedero hasta quien nunca lo vivió como una tragedia.

Diferente es el caso de la transexualidad, catalogado por el DSM en los años 80 como un trastorno mental definido como “disforia de género” y que, en los últimos años, gracias a la lucha de este colectivo, se está consiguiendo desvincular del paradigma médico, como lo explica Miquel Missé, entendiendo que, siendo efecto de la transfobia, “la patologización de la transexualidad fomenta el estigma hacia estas personas y atenta contra los derechos fundamentales del individuo (el derecho a la libre expresión de género principalmente…)” (50)

El enigma de la sexualidad en la infancia se reformula actualmente en forma de misterio transgénero a partir de los niños y niñas que declaran una identidad en desacuerdo con su anatomía, como el caso antes mencionado de Sasha, quien así se lo hizo saber a su madre a los tres años. (51) Esta novedad inaugura un campo de investigación de la clínica de la infancia, porque si bien el psicoanálisis descubrió la importancia de las identificaciones en la formación de la subjetividad –y siempre teniendo en cuenta que no somos islas, que “no hay sujeto sin Otro”, según reza el axioma lacaniano (52)–, tal impronta demostraba estar vinculada al orden simbólico, por ejemplo, en la peculiaridad del deseo histérico se podía captar el eco de su íntima pregunta ¿soy hombre o mujer? inserta en la matriz infantil del fantasma edípico y signo de su división subjetiva.

Si nos interesamos por la diferencia entre niña y niño, comprobamos que, desde una tierna edad, y es algo que no deja de maravillarnos, es posible distinguirlos dice Lacan. Los seres humanos existen como sexuados no en tanto esencias sino en un nivel “tenue”, y precisa: “…es tenue en espesor, pero en superficie mucho mayor que entre los animales, en quienes cuando no están en celo no se distinguen el niño y la niña. Los cachorros de león, por ejemplo, se parecen totalmente en su comportamiento. No ustedes, debido precisamente a que se sexúan como significantes”. (53) En la medida en que se produce “una inmixión del adulto en el niño” según Miller, surge una anticipación en sus comportamientos de aquello que en los adultos designamos como hombre o mujer y cuya diferencia se establece a partir del semblante, (54) en el modo de presentarse al mundo. Como bien señala Daniel Roy, es un hecho que el niño será distinguido y va a distinguirse como chica o chico en función del semblante constituido de la edad adulta, pero que responde a otra lógica y a otra economía de goce que aquella que prevalece en la infancia. (55)

En la vida adulta, “para acceder al otro sexo hay que pagar el precio de la pequeña diferencia [simbólica] que pasa engañosamente a lo real a través del órgano” (56), como efecto del significante impar –el falo– que distingue presencia y ausencia. (57) Lacan lo califica de “error común” o “natural” del ser hablante por el cual el órgano deja de ser tomado por tal y, en el mismo movimiento, revela lo que significa ser órgano, como bien indica la etimología, organon: instrumento; porque un órgano no es instrumento más que por mediación del significante.

Ahora bien, ese “error natural” inducido por el lenguaje es el replicado por los niños y niñas que se reinvindican transgénero. Ellos reclaman una verdad sobre su ser que la anatomía no dice y que el sujeto encarna desde la convicción de “haber nacido en un cuerpo equivocado”. Bernard Lecoeur desarrolla en profundidad este tema en su conferencia “Nacer en el buen cuerpo” (58) a partir de la pregunta ¿qué significa estar alojado en un error? ¿cómo pueden el ser y el cuerpo estar en buen entendimiento?

Estas cuestiones convocan un planteamiento ético debido a la lógica de la exclusión en la que se enmarca la desarmonía, que juzga la repartición sexual inadecuada y actualiza los enigmas existenciales: ¿tengo derecho a vivir? El documental sobre el recorrido de la pequeña Sacha expone claramente este trasfondo.

Porque, ¿qué quiere decir ser chico o chica? ¿qué quiere decir querer serlo? No se trata en este caso de una división que pudiera vincularse a una elección inconsciente, una alternativa del ser, sino de una disyunción entre el ser y el cuerpo, a raíz de un fatum insoportable que impulsa la voluntad de remediarlo. En el caso de Sacha es claro, ser una chica es querer vestirse como tal, jugar a las muñecas, estudiar danza y bailar junto a las demás niñas, es decir, presentarse a los demás según los cánones de la “mascarada femenina” (59).

En el caso de Michel, el personaje de la película Tomboy dirigida por Céline Schiamma, se destaca la relevancia de la “parada viril”: aprovechando la mudanza de su familia a otra ciudad se atreve a presentarse con nombre de chico a una vecina que cae bajo sus encantos. Poco a poco va arriesgándose a mostrar un semblante más varonil, aunque ocultando su carencia, llega incluso a fabricarse un pene con plastilina para acceder a bañarse con su pandilla.

A sus diez años, próximo a la entrada en la pubertad –“la más delicada de las transiciones”–, una época en que se interroga de manera particular la presencia del Otro (encarnado, en este caso, en la figura de la madre), y a raíz de un altercado con sus pares, llega a desenmascararse para ella el alcance de lo que hasta el momento no parecía tener ninguna relevancia, a pesar de que el comportamiento de Michel mostraba un marcado contraste con el semblante femenino de su hermana pequeña y, antes, era admitido sin más en la familia.

Lacan introduce el concepto de “sexuación” del ser hablante para acentuar su carácter de una elección. Evidentemente, no se trata de una deliberación consciente sino de una posición subjetiva que subraya al decir que, en lo relativo al sexo, el sujeto “se autoriza de sí mismo… y de algunos otros”. A este respecto es notable la incidencia que ejercen los testimonios y experiencias que circulan en el mundo virtual y su impacto en las identificaciones imaginarias; el saber que antes se suponía y se buscaba con la mediación de los adultos está, gracias a Internet, a disposición de niños y adolescentes, lo tienen “en el bolsillo” afirma Miller (60).

Lecoeur refiere el caso de Sade, una chica de quince años que se consideraba lesbiana hasta descubrir la disforia de género en una web y llegar a captar que lo suyo era más complicado, “fue como un segundo nacimiento”, explicaba, “sobre todo porque no estaba sola”. Antes de iniciar su tratamiento mantuvo unas entrevistas con un psicólogo, pero sin convicción, alegando que ella no padece ningún problema mental, sabe quién es y también lo que es. “Esta certeza es validada por el discurso. Lo cual comporta el riesgo de clausurar el espacio donde el sujeto pueda interrogar el enigma del sexo de una manera distinta que a partir de las figuras impuestas del género”. (61)

¡Un respeto por los enigmas!

Frente a la aplicación de los protocolos de transición cuyo uso ha sido adoptado en muchos países, y que, como su nombre lo indica, ofrece una solución universal (para todos) nos parece fundamental tener en cuenta algunas de las implicaciones de esta intervención política en la esfera de la intimidad a través de la cual las democracias intentan hacer frente a la marginalidad preservando los derechos de las personas. Porque las experiencias singulares exigen una reflexión más profunda, como nos sugieren una serie de niños y adolescentes atendidos por una clínica de Chicago, al introducir algunas cuestiones éticas de máxima importancia, como el caso de Ryan, de once años, en proceso de transformación de chico a chica. Su madre dice que “se siente niña en su corazón y niño en su cabeza”, que se busca a sí mismo en una “zona gris”. Contrariamente a muchos niños transgénero; no rechaza su sexo, y aunque sus padres están dispuestos a sostenerle en su elección, ésta no podrá permanecer en suspenso, deberá optar por un sexo u otro porque ya ha iniciado un tratamiento que bloquea la pubertad inhibiendo las hormonas. En tanto que individuo de derecho el niño dispone de la capacidad de una elección. Pero es unilateral, advierte Lecoeur, a distancia de “las vacilaciones fantasmáticas, las cuales, lejos de ser simples dudas, son auténticos experimentos mentales”.

Cierto es que lo insoportable del sufrimiento infantil y el desamparo de los padres ante una realidad desconcertante debe encontrar una respuesta de protección y cuidado, así lo expone el documental La petite fille; gracias a la intervención de la psiquiatra infantil y la firma del certificado correspondiente consignando el inicio del protocolo de transición, se concedió a Sacha la libertad de asistir a la escuela vestida de chica. Pero las insuficiencias del protocolo en cuanto al tratamiento de la subjetividad son elocuentes. Como el momento de la primera entrevista en el servicio de psiquiatría a la que asisten Sacha y su madre, quien confiesa entre lágrimas ante la mirada atónita de su hija la culpabilidad que resiente, se pregunta hasta qué punto puede haber influido su deseo de tener una niña. La doctora responde categóricamente que en ningún caso es culpabilidad de los padres y solicita a Sacha decirle algunas palabras que reaseguren a su madre en este sentido. El silencio de la niña es una lección de humanidad.

Como lo es también su respuesta negativa ante la oferta de entrevistas a solas, o su demanda, ante el requerimiento de relatar las experiencias de exclusión, de que sea su madre quien refiera la humillación que ha soportado en las clases de danza, al ser obligada a vestirse de niño contrariando su deseo y el compromiso asumido por la escuela. No menos tremendo es el forzamiento que se refleja en su rostro angustiado ante la imposibilidad de responder a la psiquiatra cuando la incita a expresar su cólera, sus sentimientos negativos motivados por el maltrato de sus compañeros y compañeras.

Un conjunto de prejuicios se abre camino bajo la pancarta de la defensa del niño y su libertad cuyos efectos deberían funcionar como una seria advertencia para los clínicos que son llamados a intervenir en estas situaciones. Así nos lo enseña también la película Girl del realizador Lukas Dhont. Lara, su protagonista, una belleza recatada y silenciosa de quince años, quiere estudiar danza en una prestigiosa escuela donde es aceptada aún con reticencias; no le falta talento, sus dificultades se presentan fundamentalmente en las posturas en punta de pie. Se encuentra en tratamiento hormonal con la perspectiva de realizar dos años más tarde una cirugía de reasignación sexual. El psicólogo la anima a no esperar para vivir la vida “yo te veo una mujer, ¡y muy guapa!” Su mensaje, sin ninguna consideración por la turbación que despierta en su joven interlocutora, es: ¡goza! (62) A esta desgraciada e impúdica injerencia se añade la falta de consideración por la subjetividad de Lara por parte de los médicos, que le reprochan estar demasiado delgada y perturbar así la marcha del tratamiento.

El padre, muy atento y dispuesto, erra sin embargo al intentar estimular su autoestima. “¡Yo no quiero ser un ejemplo, quiero ser una chica!” Es su palabra, la que debería escucharse en lugar de ser anulada o cubierta por interpretaciones, ideologías o teorías.

En su libro A la conquista del cuerpo equivocado, Miquel Missé desmonta la idea de que el malestar generado por la transexualidad se restaura modificando el cuerpo, así como sus supuestas causas biológicas. A través de su trayectoria personal y sin ahorrarse ningún aspecto concernido por la cuestión ni las preguntas que subsisten y que se muestra decidido a afrontar en un ejercicio de inteligencia y diálogo, llega a la conclusión de que las llamadas identidades sexuales no son esencias sino preferencias, frágiles e incómodas. “En definitiva, que estamos tod*os muy cerca de ser trans”. (63)

Hacer un lugar al enigma del sexo de otro, supone haberse formado en la escuela del inconsciente y en el vacío de los absolutos. El discurso del amo, el que fabrica las respuestas universales, se verifica impotente para tratar los asuntos más serios de la ciencia y de la vida. Así se demuestra en la ignorancia del autocastigo al que Lara se somete a diario, sus pies sangrantes al trabajar sin descanso para cumplir con las posiciones de punta, su delgadez extrema ¿no es signo de alarma para nadie? Esta situación revela a las claras el cortocircuito que se reitera actualmente, cuando el ser-para-el-sexo adquiere un carácter fundamental, clausurando la dimensión del ser-para-la-muerte, y desconociendo que entre ambos el goce hace intrusión en el cuerpo, y toma la forma “orgánica” del goce sexual con el cual “se colorean las necesidades” (64) con las que el ser hablante se defiende de la muerte, según Lacan.

Pero, a falta de poder discriminar el semblante de lo real –querer ser una chica y ser una mujer– ese goce puede llegar a ser tan nocivo como para atentar contra la propia vida. De ahí la importancia de hacer lugar al decir, a un decir propio, lo cual es distinto de hablar, el decir “hace acto”, pero tiene que haber alguien a la altura para hacer el hueco y dar tiempo de tal modo que el sujeto pueda escucharse a sí mismo hasta construir la solución que convenga a la forma que tomaron los enigmas en su experiencia.

La cuestión trans inaugura un nuevo cogito: “me siento, luego soy”, cuya convicción sorprende por eliminar la distancia entre la verdad y lo real, el cual, en la enseñanza de Lacan se distingue de la biología y, en la tripartición de registros en los que se distribuye nuestra experiencia subjetiva, se anuda a lo simbólico y a lo imaginario. En los años 70 Lacan ya anticipaba el estallido del género al que estamos asistiendo al proponer que el “corte no se hará entre lo físico y lo psíquico sino entre lo psíquico y lo lógico”. (65) Así, hacía trastabillar los universales al afirmar que, en lo relativo al sexo, no funciona el principio de contradicción, como se advierte en la pregunta: ¿todo lo que no es hombre es mujer? Y, si la mujer es no-toda hombre, ¿por qué lo que no es mujer sería hombre? Hace falta otra lógica para captar las singularidades y él puso su empeño en ello, a partir del axioma, vuelto hoy en día una evidencia, de que “la relación entre los sexos no se puede escribir”. Ello no impide la construcción de enlaces, al contrario, es su condición misma. Y Lacan aboga porque un determinado estilo llegue a dominar en el registro de los enlaces, e invita a los analistas a no quedar aferrados como Ulises al mástil del falo evitando ser tentados por el canto de las sirenas que incitan a Otra cosa, pero al precio de reducir y “…afectar las relaciones interesantes, los actos apasionantes, incluso las perturbaciones creadoras que la ausencia de relación entraña”. (66)

2- S. Freud, “Teorías sexuales infantiles”, en Obras completas, t. II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p. 1263.

3- “Ellos saben mucho sobre el lenguaje por anticipación, como lo ha señalado el lingüista, evidentemente saben los secretos de familia, saben de los deseos de sus padres, aunque más no sea por ser el síntoma de ellos, saben del deseo de los pedagogos; y no se engañan sobre el carácter de semblante de los saberes que se le imponen y sobre el halo de ignorancia que enmarca a dichos saberes y donde éstos encuentran asidero”. J.-A. Miller, “L’enfant et le savoir”, en Peurs d’enfants, Navarin, Paris, 2011, p. 13. La traducción es mía.

4- S. Freud, “Tres ensayos para una teoría sexual”, en Obras completas, t. II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p. 1207.

5- https://www.tesaurohistoriaymitologia.com

6- La esfinge se representaba como una leona alada con cabeza y pecho de mujer.

7- https://www.tesaurohistoriaymitologia.com

8- J. Lacan, El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2002, pp. 127-128.

9- En agradecimiento por haber resuelto el enigma de la esfinge fue invitado a casarse con la reina y a ocupar el trono.

10- Al conocer que era él el criminal al que aludía el Oráculo de Delfos como condición para terminar con la peste, Edipo se arrancó los ojos.

11- J.-A. Miller, L’enfant et le savoir, op. cit., p. 14.

12- D. Roy, “Fictions d’enfance”, en La Cause Freudienne Nº 87, Navarin, París, p. 12.

13- Freud da como ejemplos las teorías que adjudican a todos los seres humanos los mismos genitales, la teoría de la cloaca, la versión sádica del acto sexual de los padres, la concepción a través del beso, etc. La relación entre los padres viene a suplir el vacío de la representación: “la relación sexual no puede escribirse” es equivalente a decir que “la sexualidad es siempre traumatizante”. Lo traumatizante de la “escena originaria” –el coito de los padres– no es la pura observación sino su impacto après coup. “Lo que en Freud es trauma en Lacan es axioma”. J.-A. Miller, Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, p. 283.

14- Ante esta imposibilidad estructural el sujeto orientará su pesquisa intentando discernir quién detenta el poder, de ahí que el descubrimiento fundamental del deseo de la madre, que Lacan asimila a la boca de un cocodrilo debido a la voracidad que el pequeño puede experimentar frente a la superioridad indudable del adulto.

15- S. Freud, “Tres ensayos…”, op. cit., p. 1209.

16- J. Lacan, El Seminario, Libro 3, Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 1984, p. 256. El subrayado es nuestro.

17- François Ansermet suele citar la definición frecuente en los crucigramas: “Condenado a muerte: nacido”.

18- Siguiendo los desarrollos de Miller en su Biología lacaniana. Lo real en la experiencia analítica, Paidós, Buenos Aires, 2003.

19- En el capítulo “Memoria y transmisión” le dedicamos un lugar especial.

20- J. Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 249.

21- S. Freud, “La concepción del universo (Weltanschauung)”, en Obras completas, T. III, op. cit., p. 3191.

22- F. Ansermet, Prédire l’enfant, PUF, París, 2019, p. 12. Psicoanalista, miembro de la AMP y Profesor de Psiquiatría del niño y el adolescente en la Universidad de Ginebra y Lausana ha puesto en marcha un dispositivo original de atención a las familias y al personal especializado en medicina perinatal y reproducción asistida y medicina preventiva donde acogen desde hace décadas estas problemáticas desde la orientación psicoanalítica. Cfr. Especialmente Clinique de l’origine, Payot Lausanne, 1999.

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370 s. 1 illüstrasyon
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9789878372532
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