Kitabı oku: «Pablo: Reavivado por una pasión», sayfa 4
18 de enero
¿Qué es una lágrima?
“Sirviendo al Señor con toda humildad, con muchas lágrimas” (Hechos 20:19).
Si preguntamos a un químico qué es una lágrima, nos dirá que es una solución acuosa compuesta por clorato de sodio y otras sustancias químicas.
Si preguntamos a un estoico, nos dirá que es una señal de flaqueza.
Por su parte, un fisiólogo nos responderá que es un líquido lubricante para mantener los ojos húmedos.
Si habláramos con un epicúreo, nos dirá que no significa nada, y nos recomendará comer, beber y gozar de la vida porque mañana moriremos.
Ya sea que consultemos a unos o a otros, la realidad es que las lágrimas existen y, aunque no todas expresan angustia o dolor, muchas de ellas nos hablan de un corazón herido, de un hogar desecho, de una salud quebrantada, de un recurso faltante o de la pérdida irreparable de un ser querido.
Jesús lloró al vernos dispersos como ovejas sin pastor. Pablo también derramó lágrimas; en realidad, sirvió al Señor con lágrimas. Aunque enfrentó muchas dificultades personales, no se ve al apóstol derramar lágrimas por su propio sufrimiento. No obstante, sí lo hace por ser perseguido y enfrentar una fuerte oposición a la predicación del evangelio (Hech. 20:19) y cuando se angustiaba por las personas que necesitan aceptar el mensaje de Dios y ser convertidas (Hech. 20:31).
En toda su vida, Pablo se entregó completamente para servir al Señor y a la iglesia. Y lloró, pero no por las heridas y los desprecios que él hubiese recibido como siervo y esclavo de Cristo. Lloró por sus hermanos judíos que rechazaban la salvación. Se apenó por las piedras que colocaban en el camino de la verdad. Sintió dolor por todos aquellos que se perdían. Experimentaba tristeza por la dureza de los corazones humanos. Él mismo aconsejaría años más tarde que no sufrieran como resultado de malas decisiones y acciones, pero sí animó a no avergonzarse del sufrimiento por la causa de Cristo sino, más bien, agradecer, dar gloria a Dios y seguir adelante.
¿Estás derramando lágrimas por la salvación de los que sufren y para que el evangelio pueda llegar a todos? Sigamos el ejemplo de Pablo, tal como lo describe Elena de White: “Predicando el arrepentimiento, el retorno a Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Se encontraba con los hombres en sus hogares y les suplicaba con lágrimas, declarándoles todo el designio de Dios” (El ministerio de la bondad, p. 65). Y recordemos Salmo 126:6: “Porque irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas”.
19 de enero
Un esplendor refulgente
“Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).
Pablo invita a los ancianos de Éfeso a recorrer los 55 km de distancia hasta Mileto, a fin de compartir con ellos un discurso de despedida. Es consciente de los peligros que lo esperan, incluso de muerte, pero no se escapa. Otra persona lo habría hecho; no él. Pablo va a luchar hasta el final, porque “los ganadores nunca se rinden y los que se rinden nunca ganan” (Vince Lombardi).
Pablo reconoce que su capital más valioso es el Señor. Como en la parábola de la perla preciosa (Mat. 13:45, 46), bien valía la pena vender todo para quedarse con el tesoro. Su vivir era Cristo, y Cristo era su vida. Pablo no solo quiere terminar su carrera, quiere hacerlo de manera victoriosa y gozosa. Su ministerio es propiedad del Señor, no le pertenece. Dios es el Dueño y el sueño de Pablo es responderle como fiel administrador. Él está listo para rendir cuentas.
Pablo se consideraba responsable por dar testimonio del evangelio y de la gracia de Dios, como fiel testigo tanto por medio de la vida que vivía como por el mensaje que predicaba. Es el heraldo que declara y predica un mensaje como representante del Rey. El testigo declara lo que vio suceder, pero el heraldo proclama lo que el rey le dice. Es comisionado y enviado con un mensaje; no es originador del mensaje, sino un transmisor.
Pablo se veía como un atalaya. Esta es una referencia al centinela en las murallas de Ezequiel 33:1 al 9. Su misión era estar despierto y alerta, listo para hacer sonar la alarma. Tenía que ser fiel porque la seguridad de muchos dependía de él.
“En la historia de aquellos que han obrado y sufrido por el nombre de Jesús, no hay ninguno que brille con un esplendor más puro y refulgente que el nombre de Pablo, el apóstol a los gentiles. El amor de Jesús, brillando en su corazón, lo hizo olvidarse de sí mismo y ser abnegado. Había visto al Cristo resucitado, y la imagen del Salvador se había impreso en su alma y brillaba en su vida. Con fe, valor y fortaleza, para no ser amedrentado por el peligro o retrasado por los obstáculos, anduvo de un país a otro difundiendo el conocimiento de la Cruz” (Elena de White, Dios nos cuida, p. 119).
Hoy la misión de la iglesia necesita obreros que brillen. Que tengan esplendor puro y refulgente. Que tengan el fuego y la pasión de Pablo.
20 de enero
El mártir
“Y ahora, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25).
El capítulo 50 del libro Los hechos de los apóstoles, de Elena de White, cuenta el final de la vida Pablo. No hay registro de las últimas escenas, pero sí de su postrer testimonio: “Como resonante trompeta, su voz ha vibrado a través de los siglos, enardeciendo con su propio valor a millares de testigos de Cristo y despertando en millares de corazones afligidos el eco de su triunfante gozo: Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida ” (Los hechos de los apóstoles, p. 409).
Nerón pronunció la sentencia: Pablo sería decapitado. Fue conducido al lugar de ejecución con la presencia de pocos testigos, pues querían evitar que el testimonio de su muerte ganará más creyentes que su predicación. La sangre de los cristianos era como una semilla que producía más cristianos. Aun los rudos soldados se asombraron y se convirtieron por su paz, su espíritu de perdón y su inquebrantable confianza en Cristo.
Pablo llevaba consigo el ambiente del cielo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean, no provoquen más que oposición; pero un ejemplo piadoso entraña fuerza irresistible. Se olvidó el apóstol de sus sufrimientos, al llegar al paraje del martirio; no vio la espada del verdugo ni la tierra que iba a absorber su sangre, sino que a través del sereno cielo miraba esperanzado el Trono del Eterno.
Este hombre de fe vio a Cristo, a los patriarcas y los santos que de siglo en siglo testificaron por su fe seguros de que Dios es fiel. Desde la rueda de tormento, la estaca, el calabozo y cavernas de la Tierra, escuchaba el grito de triunfo de los mártires.
Redimido por el sacrificio de Cristo, lavado del pecado y revestido de su justicia, su alma era preciosa a la vista de su Redentor. Se aferraba a la promesa de resurrección en el día final. Sus pensamientos y sus esperanzas estaban concentrados en la segura venida de su Señor.
Nerón terminó su existencia con estas palabras: “Qué artista que va a perder el mundo”, mientras que las últimas palabras de Pablo fueron: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6–8).
La corona de oro no solo será para él. También hay una para ti.
21 de enero
¡Cuidado con los lobos!
“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hechos 20:29).
Los lobos son los animales más grandes de la familia canina. Poseen un grueso pelaje (ya sea blanco, negro o con combinaciones de marrón y rojizo) que los ayuda a sobrevivir en climas diversos. Los lobos buscan transmitir fuerza, generar sumisión, agresión y miedo. Generalmente viven en manadas, dentro de un territorio establecido (al que marcan). Ellos se comunican a través de aullidos, gruñidos, ladridos, olor y lenguaje corporal. Atacan y consumen por la fuerza, y son rapaces, es decir, dados al robo, al hurto o la rapiña.
Por otro lado, es preciso recordar que el lobo es un animal nocturno con un gran sentido de la vista, y trata de obtener ventaja de sus víctimas potenciales que no ven bien por la noche.
Con semejantes características, no es de extrañar que Pablo usara como metáfora a estos animales para advertir a la iglesia. ¿Quiénes serían los “lobos” deseosos de arruinar al rebaño de creyentes? Pues bien, son los falsos maestros que pretenden reemplazar la antigua Palabra de Dios por novedosas y propias ideas; son los que dicen “Así dijo el Señor”, cuando el Señor no ha hablado; son las herejías disfrazadas de doctrinas; son los que se consideran autosuficientes, reclaman su autoridad y actúan como dueños de la iglesia para llevar adelante sus engaños.
Cuidado con los que gruñen, gritan y buscan imponerse por el miedo con amenazas, agresiones y críticas.
Cuidado con los que piensan que son los jueces de la doctrina, de los procedimientos y de la iglesia.
Cuidado con los que trabajan en la oscuridad, aprovechándose de las circunstancias y aun de las debilidades.
Cuidado con los que se creen salvadores de la iglesia, porque Salvador y Dueño de ella hay uno solo: Jesucristo, nuestro Señor, quien, según el mismo Pablo, la compró con su propia sangre.
Cuidado con aquel que, en lugar de permitir ser usado por el Consolador, trabaja para el Acusador.
Cuidado con aquel “que admite la verdad mientras sigue en la injusticia, que declara creerla, y sin embargo la hiere cada día por su vida inconsecuente, se entrega al servicio de Satanás y lleva almas a la ruina. Esta clase de personas tiene comunicación con los ángeles caídos, y recibe ayuda de ellos para obtener el dominio de las mentes” (Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 133).
No seas lobo ni te dejes llevar por uno de ellos. Déjate guiar hoy y siempre por Jesús, el verdadero Pastor del rebaño.
22 de enero
Sanguijuela chupasangre
“Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hechos 20:33).
Son conocidos popularmente como sanguijuelas o parásitos chupasangre. Hay marinos y terrestres. Son elásticos y flexibles, y pueden vivir unos 27 años. Son depredadores y se alimentan de gusanos y larvas, entre otros. Ciertas especies se alimentan de la sangre. ¿Cómo lo hacen? Se adhieren al organismo y con las mandíbulas cortan la piel de sus presas hasta que sangran. Luego, con la ventosa posterior succionan la sangre al mismo tiempo que liberan un anestésico que evita el dolor (para que la víctima no sienta nada), un vasodilatador para que las venas cercanas al corte liberen mayor cantidad de sangre y un anticoagulante. La cantidad de sangre que succionan no es peligrosa ni para un niño, y no transmiten enfermedades.
La codicia actúa como una sanguijuela chupasangre. Salomón dice que la sanguijuela tiene dos hijas que dicen: “¡Dame! ¡Dame!” (Prov. 30:15). En otras palabras, la codicia solo puede producir más codicia. Los que pretenden las posesiones de otros nunca se satisfacen. Como la sanguijuela que succiona sangre de todo aquel a quien se le adhiere, así hace la codicia: siempre va a querer más y más de los demás. En la lengua original del Nuevo Testamento, significa “deseo de tener más”; es decir, un deseo ingobernable de consumir y controlar lo que otros tienen, para poseer más de lo que ya tenemos.
Pablo fue acusado de avaricia, implicando que su pasión por la evangelización escondía el interés por los bienes materiales de los conversos. Él tenía derecho de pedir donativos por sus labores, pero no lo hizo. Con su notable influencia sobre la gente, podría haber conseguido beneficios materiales y enriquecerse. Pero él sabía vivir modestamente y tener abundancia; sabía contentarse, cualquiera que fuera su situación. Nunca obtuvo ganancia de los corintios ni dádivas de los filipenses; él mismo se sostenía trabajado con sus manos, sin permitir que lo sostuvieran.
El mismo Pablo pone en claro que el amor al dinero es la raíz de todos los males; por eso, la codicia está condenada por el mismo Decálogo. “La avaricia es un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable por satisfacer sus necesidades sin llegar nunca a conseguirlo”, declaró Erich Fromm.
Es necesario prevenir el gran mal de la codicia. Y, si ya estamos afectados, procuremos la cura, porque “por medio de su experiencia y ejemplo manifestarán que la gracia de Cristo tiene poder para vencer la codicia y la avaricia; y la persona que somete a Dios los bienes que le han sido confiados será reconocida como un mayordomo fiel, y podrá demostrar ante otros que cada peso que posee lleva la marca y el sello de Dios” (Elena de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 21).
23 de enero
¿Dar o recibir?
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Más bienaventurado es dar que recibir’ ” (Hechos 20:35).
En el versículo de hoy, Pablo cita una declaración de Jesús que no está en ninguno de los cuatro evangelios. Sin embargo, confiamos en la fuente paulina y creemos que Jesús dijo eso. Aparte, dar está en la misma esencia de Dios. Dice Juan 3:16 (que es, tal vez, el texto bíblico más conocido de la Escritura) que Dios nos ama de tal manera que nos dio a su Hijo. Dar es un acto que se origina en Dios.
Por eso, debemos imitarlo. Quien recibe es bienaventurado, quien da lo es aún más. Quien da se desprende de su propio egoísmo y recibe la bendición de Dios. Dar y darse es cada vez más indispensable en el mundo en que vivimos.
“Cuando observo el campo sin arar, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando contemplo a esta anciana olvidada, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en la calle tiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito; cuando su mirada me reclama una caricia; cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
“Y me enfrento a él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos, Señor? Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.
“Después de un largo silencio, escuché su voz: ‘¿No te das cuenta de que tú eres mis manos? Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas’ ” (Autor desconocido).
Nosotros somos en este mundo las manos de Dios. Sirve con amor, porque más bienaventurado es dar que recibir.
24 de enero
Para eso estamos
“Yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hechos 21:13).
Hace un tiempo, visitaba en un hospital a un bombero que había sido afectado por el fuego debido a sus heroicos movimientos en medio de un incendio. Se encontraba en terapia intensiva; su situación no era grave, pero sí delicada. Después del saludo y como intentando animarlo, decidí felicitarlo por su valiente acción y espíritu de servicio. Abriendo apenas sus ojos, con la mano levantada y con voz débil pero convincente, me agradeció. Sin embargo, casi al instante aseguró que no había nada para felicitar. Él dijo simplemente: “Para eso estamos”.
Desde entonces, pensé muchas veces en su sermón de tres palabras: “Para eso estamos”. En realidad, un bombero no está para quemarse ni dañarse. No obstante, en su servicio para proteger bienes y vidas, si es necesario arriesgar la propia para salvar la ajena, está dispuesto para eso.
Pablo también tenía muy en claro cuál era el propósito de su vida y de su ministerio. En Hechos 20 se narra la profecía de Agabo, quien escenifica lo que le sucederá a Pablo atándose los pies y las manos con el cinto del apóstol, prediciendo así que sería tomado preso en Jerusalén. De manera insistente, los hermanos procuraron que Pablo no fuera a esa ciudad, pero no pudo ser persuadido: no solo estaba dispuesto a ser atado, sino además estaba dispuesto a morir por Cristo, si era necesario. Estaba resuelto a lo que fuese y, por la gracia de Dios, no solo a soportarlo sino también a sufrirlo con gozo.
Al respecto, esto narra Elena de White: “Las pruebas y las penalidades sufridas por Pablo habían agotado sus fuerzas físicas. Padecía los achaques de la vejez. Comprendía que estaba realizando su postrera labor; y a medida que se le iba acortando el tiempo, eran más intensos sus esfuerzos. Su celo no tenía límites. Resuelto en el propósito, rápido en la acción, firme en la fe, pasaba de iglesia en iglesia por diversos países, y procuraba por todos los medios a su alcance fortalecer las manos de los creyentes para que actuasen fielmente en la obra de ganar almas para Jesús, y que en los tiempos de prueba que ya se iniciaban permaneciesen firmes en el evangelio y testificasen fielmente por Cristo” (Los hechos de los apóstoles, p. 389).
Los esfuerzos de Pablo eran cada vez más intensos. Su propósito misionero era innegociable. Su accionar era urgente y prioritario. Su pasión y su coraje para cumplir la misión no tuvieron límites. “El coraje no es tener la fuerza para seguir, es seguir aun cuando se acaban las fuerzas”, dijo Napoleón Bonaparte.
¿Puede decirse lo mismo de nosotros?
25 de enero
Un pecador espantado
“Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó y dijo: Ahora vete, y cuando tenga oportunidad, te llamaré” (Hechos 24:25).
Félix, ex esclavo liberto, era un gobernador corrupto y sin escrúpulos. Se había enamorado de Drusila, hija de Agripa II, una judía de Jerusalén, que estaba casada con Azizus, rey de Emesa. Esto produjo una guerra en la que Azizus fue derrotado por las legiones romanas. Cuando Félix volvió de la batalla, se encontró con este gran misionero y apóstol llamado Pablo.
El gran apóstol no actúa en carácter de acusado. Más que defenderse, defiende el mensaje del cual es portador. No ve en Félix a un gobernante, sino un pecador inquieto asombrado, asustado, aterrorizado y espantado. Considerando que en su vida antigua Félix había sido un esclavo tratado de manera injusta y había llegado a ser gobernador por maniobras y mentiras, Pablo le habla de la justicia de una conducta correcta hacia Dios y el prójimo.
Desde luego que, al no verse reflejada su vida en las palabras que escuchaba, Félix temblaba pensando en el juicio divino. Entonces, Pablo le habla del dominio propio, algo totalmente opuesto a la vida del gran culpable, quien pensaba que podía vivir sin rendir cuentas a nadie. Ahora, Pablo (el acusado) le habla a quien en ese momento era su juez, brindando tanto para él como para su esposa una oportunidad de salvación frente al gran Juicio ante el Juez del Universo.
Sin duda, el Espíritu Santo estaba obrando en aquel hombre, pero él se resistió. Quedó perturbado por su conciencia culpable; incluso buscó sobornar a Pablo para dejarlo libre. Mientras tanto, él se hacía más y más prisionero de sus pecados. Félix no lo rechazó abiertamente, sino que disfrazó su rechazo, posponiendo. Así, prefirió atrasar el momento de su decisión y esperar otra oportunidad. Desde ya, esta no llegó porque el “después” es pariente del “nunca”.
El gran culpable seguía temblando. Es que una conciencia culpable siempre incomoda. Cuando Félix extendió su mano para pronunciar una sentencia contra Pablo, también la pronunció contra sí mismo. “Vete, y más adelante te llamaré”, expresó.
Ante el Trono de Dios no habrá excusas, mentiras, demoras o indiferencias que justifiquen nuestra indecisión. El único tiempo aceptable es hoy, ahora. ¿Durante cuánto tiempo has estado demorando tu decisión de entrega y de compromiso? Nada resuelve y nada justifica una tardanza. “Esta vida es el tiempo concedido al hombre a fin de prepararse para la vida futura. Si descuidara los actuales privilegios y oportunidades, sufriría una pérdida eterna; no se le daría un nuevo tiempo de gracia” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 338).