Kitabı oku: «Pablo: Reavivado por una pasión», sayfa 8
19 de febrero
¿Ley versus gracia?
“¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Romanos 6:15).
¿Creer u obedecer? ¿Qué viene primero? La respuesta es clave, ya que la comprensión de la armonía entre creer y obedecer nos permitirá diferenciar entre libertad y libertinaje.
Sin duda, primero está el creer, porque el pecador está muerto en sus pecados, y un muerto nada puede hacer. Ya hemos visto que somos justificados por la gracia del Señor, que recibimos por la fe. Algunos piensan que somos justificados por la fe y santificados por las obras. Pero la obediencia también es resultado de la fe, que nos lleva a una vida dependiente del Señor.
Tenemos toda la libertad para hacer el bien. No hay libertad para hacer el mal. Quien no usa la libertad de manera responsable en el marco de la ley, pierde su libertad.
Hay una verdadera y una falsa libertad. Adán y Eva vivieron la falsa libertad, no se sujetaron a la voluntad de Dios y dejaron de ser libres. Cayeron en libertinaje y se hicieron esclavos del pecado. El libertinaje es el abuso de la libertad, para hacer lo que se quiere sin reglas, ni respeto ni ley.
Si quebramos la ley que nos protege perdemos nuestra libertad, porque la misma ley que protege la libertad de los que la respetan pone en la cárcel a los infractores. No somos libres para no obedecer la Ley de Dios. Pensar que el Señor nos libera para que podamos hacer lo que queramos es desvirtuar el sacrificio de Cristo tanto como pensar que podemos ser salvos por nuestra propia obediencia.
La gracia, como el agua, limpia nuestra suciedad del pecado. El papel de la Ley, como un espejo, es mostrar nuestra suciedad y llevarnos al agua de la gracia de Cristo. Romper el espejo porque no sirve para limpiar es distorsionar su propósito. Entonces, ¿vamos a desobedecer la Ley porque no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? Pablo respondió: “¡De ninguna manera!”
Exactamente lo mismo hizo Jesús con la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11): no la limpió con la Ley, sino con su gracia, su amor y su poder perdonador. Reflotó su vida del abismo de la culpa y del pecado, y luego le dijo que se fuera, pero que no pecara más.
Sujeta hoy tu vida a Cristo y a su Ley. “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe [...]. He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa Ley” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 61).
20 de febrero
Pecado versus gracia
“Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Hagamos un resumen de lo que el pecado nos quitó y lo que la gracia, o dádiva, puede restaurar. Tengamos en cuenta que el pecado es la separación voluntaria del Señor; y la dádiva es un donativo, o regalo, desinteresado e inmerecido.
El pecado nos privó del árbol de la vida. La obediencia al mandato divino no solo era una prueba de amor y lealtad, sino de formación de un carácter dependiente de Dios, probado y aprobado. La gracia nos restaura el derecho al árbol de la vida. Hoy, promesa; en breve, realidad. Ese árbol es símbolo de la vida eterna que procede de la Fuente de vida.
El pecado nos colocó bajo sentencia de muerte. El destino final del pecador es la tumba, a través de un camino de dolor y sufrimiento. La gracia nos da la victoria sobre la muerte. El don de Dios es ofrecernos vida y vida en abundancia, incluso para aquellos que han pasado al descanso confiando en sus promesas, porque los que creen en él, aunque estén muertos, vivirán.
El pecado nos arrojó afuera para ganar el pan con sudor, cansancio, esfuerzo y dolor. La gracia nos provee el maná escondido. Cristo es nuestro Maná, él es nuestro alimento y nuestro Pan de vida.
El pecado nos robó nuestro dominio. Pasamos de ser gobernantes del mundo a esclavos de Satanás. La gracia nos da autoridad sobre todas las naciones, ya que Dios restaura nuestra dignidad. Hoy somos parte del Reino de la gracia, y en breve, en su regreso, seremos parte del definitivo Reino de la gloria, que desmenuzará todos los otros reinos simbólicos y perdurará para siempre.
El pecado nos dejó desnudos, física y espiritualmente. Nos quitó la inocencia y el pudor; nos trajo culpa y vergüenza. La gracia nos concede vestiduras blancas, que representan la justicia de Cristo, que nos es contada como justicia.
El pecado nos alejó de la presencia de Dios. Adán y Eva se escondieron, y nosotros hacemos lo mismo. Pero ¿a dónde iremos? En cambio, la gracia nos promete que siempre estaremos en su presencia. El Señor nos busca, no para condenarnos, sino para darnos otra oportunidad y asegurarnos que un día recuperaremos el vivir para siempre en su presencia.
El pecado nos devuelve al polvo. El hombre fue hecho del polvo de la tierra, y allí volverá. La gracia nos coloca en el Trono de Dios para ser reyes conjuntamente con él.
¡Gracias, Señor, por tu gracia, que nos concede todo este bien presente y el eterno!”
21 de febrero
Las tres erres
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!” (Romanos 7:25).
¿Qué es un miserable? Es un desdichado, alguien de escaso valor, un perverso, un desperdicio y una basura. Sin duda, estas definiciones son fuertes, pero esta es la realidad que nos toca enfrentar. No son aspectos ajenos.
La basura, por ejemplo, es parte de nuestra historia. Los griegos y los romanos desarrollaron el hábito de enterrar sus residuos. En la Edad Media, la basura acumulada comenzaba a provocar epidemias. La Revolución Industrial multiplicó la producción de materiales y el consumo. El deterioro de la capa de ozono, el calentamiento global, la contaminación del aire y del agua, el aumento desenfrenado del consumo y el uso de materiales no biodegradables, electrónicos y nucleares, causan un caos planetario, a punto tal que el tema se ha transformado en una de las mayores preocupaciones mundiales de nuestros días. Por año, en nuestro planeta se producen treinta mil millones de toneladas de basura. En los países más desarrollados, la producción diaria de basura sobrepasa los tres kilos por persona.
Hay tres acciones para disminuir los problemas que la basura acarrea: Reducir, Reutilizar y Reciclar. Las 3R puestas en práctica generan muchos beneficios, entre los que se destacan la disminución de la contaminación, el cuidado de la salud y la prolongación de la vida.
Pensar que el producto recién salido de la mano del Creador era perfecto: todo era bueno, y en gran manera. Desdichadamente, el pecado se infiltró en el producto original. El ser humano elige degradarse a sí mismo y se transforma en una descomposición que genera frustración, dolor y muerte.
En los días de San Pablo se castigaba al malhechor encadenando a su cuerpo la evidencia de su delito, es decir, un cadáver. Aplicando esto a la vida espiritual, Pablo exclama que es un miserable, ya que nadie lo podría librar de ese cuerpo de muerte. Felizmente, el mismo Espíritu que le permitió reconocer su situación lo llevó al remedio: Jesucristo, su esperanza.
El plan de Dios también incluye las 3R. Él quiere Reducir, o deshacer, las obras del diablo. Él quiere Reutilizar este residuo que es nuestra vida como un canal que redistribuya el agua de vida. Y él quiere Reciclar la Tierra, para terminar con el caos planetario y la basura del pecado, transformando lo mortal en inmortal y lo corrupto en incorruptible. Será un reciclado total y definitivo.
Somos miserables, pero alcanzados por Dios, transformados y utilizados por él, para terminar con el residuo del pecado y disfrutar la eternidad.
¡Gracias, Señor, por redimirnos, y reutilízanos como mensajeros de esperanza, para que pronto seamos reciclados para tu Reino!
22 de febrero
Sin condena
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1).
¿Qué significa andar conforme a la carne? La palabra “carne” designa al cuerpo humano e ilustra lo exterior. También puede representar a los parientes y la comunidad. En un sentido moral, significa lo que está opuesto o enemistado con Dios, centrado en lo material y en lo temporal.
Carnal es el hombre que se considera autosuficiente y cree que puede salvarse por sí mismo. Para Pablo, “carne” es un poder actuante en el ser humano, contrario al Espíritu de Dios. Andar en la carne es opuesto totalmente a andar en el Espíritu. Lo carnal no tendrá parte en la eternidad con Dios; sí el cuerpo, que será transformado en incorruptible e inmortal.
¿Qué implica andar en el Espíritu? Es caminar con Dios, así como lo hizo Enoc. Es ser guiados por el Espíritu, quien nos lleva a toda verdad, nos enseña todas las cosas, glorifica y revela a Cristo y nos conduce en todo el proceso de la salvación.
El Espíritu nos convence de pecado (habilitándonos para creer en Jesús), nos convence de justicia (capacitándonos para vivir la vida cristiana) y nos convence de juicio (dándonos la certeza de la salvación y una oportunidad de producir una vida nueva: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza).
Además, graba la Ley de Dios en nuestro corazón y nos da la seguridad de ser llamados hijos de Dios, dependientes, obedientes, fieles y misioneros.
La carne y el Espíritu son dos naturalezas que luchan entre sí por dominar y dirigir nuestra vida, como una embarcación con dos motores que empujan en sentidos opuestos. El motor que alimentamos más es el que dará el rumbo.
Nacemos con la enfermedad hereditaria del pecado, con inclinación hacia lo malo. La lucha y la victoria son permanentes. Tenemos que dar el alimento y el combustible diarios para hacer morir lo carnal y mantener siempre vivo lo espiritual. Alimenta tu espíritu, en lugar de tu carne.
¿Cómo hacerlo? El pastor Mark Finley destaca tres consejos prácticos para hacer más profunda y relevante la vida devocional:
1-Leer con oración, conversando interactivamente con Dios.
2-Leer y meditar en las últimas escenas de la vida de Cristo, tanto en la Biblia como en el Espíritu de Profecía.
3-Tener un momento para compartir la devoción personal con otra persona, con una aplicación a la vida diaria.
El evangelio nos ofrece la seguridad de que Cristo no vino a condenar a los pecadores sino al pecado.
23 de febrero
Muchas gracias, papá
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).
“Abba” es una expresión aramea usada para indicar una estrecha relación entre el padre terrenal y sus hijos, que implica cariño e intimidad. Literalmente, significa “papá” o “papito”
Luego, por extensión, “Abba” comenzó a usarse entre los cristianos para dirigirse a nuestro Padre que está en los cielos. El primero en aplicarla a Dios fue Jesús mismo, cuando dijo: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mar. 14:36). Pablo la empleó en las cartas a los Romanos y a los Gálatas, para demostrar que somos hechos hijos de Dios gracias al sacrificio de Cristo.
Lo que posibilita ese grado de intimidad es la obra del Espíritu, que nos guía, y nos adopta como hijos. Así, Pablo contrasta la servidumbre o la esclavitud con la libertad del hijo de Dios. Es decir, el Espíritu que nos guía nos asegura que somos aceptados como hijos. No somos esclavos, sino hijos. Es la aceptación de esta adopción lo que genera afecto, confianza, gratitud, compromiso, al punto de decir “Abba Padre”.
Adoptar es recibir y tratar a un extraño como a nuestro propio hijo, y Pablo aplica el término a los cristianos porque Cristo los trata de esa manera, aunque por naturaleza eran extraños y enemigos.
En términos jurídicos, se entiende como adopción el acto por el cual se establece un vínculo de parentesco entre una o más personas en una relación de maternidad o paternidad. En sus orígenes, en la adopción romana existía lo que denominaban adoptio plenay, que incluía la cesión de la patria potestad, y adoptio minus plena, que establecía un vínculo entre adoptante y adoptado, pudiendo o no generar derechos, es decir, no eran obligatorios.
Un niño estaba siendo hostigado por sus compañeros de clase por ser adoptado. Sin embargo, él no se sentía inferior o discriminado por eso. Así que, les preguntó: “Ustedes ¿no son adoptados? ¡Qué pena, no se preocupen, alguien los va a adoptar!” Era tal el privilegio que sentía que su autoestima estaba alta, se sentía valorado, querido, tenía sentido de pertenencia, un nombre, una familia, una educación, un presente, un futuro y una herencia.
Fue el amor lo que movió a nuestro Padre que está en los cielos a adoptarnos de manera plena con todos los derechos presentes y eternos. Y es el amor lo que debe llevarnos a decir en palabras y en una vida consecuente: “Abba, Padre… Muchas gracias, papá”.
24 de febrero
Aflicciones versus gloria
“Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Pablo parece contrastar el presente y el futuro: aflicciones de hoy por gloria de mañana, lo temporal por lo eterno. En verdad, es un contraste incontrastable e incomparable. El apóstol ya había sufrido mucho, y mucho sufrimiento más le aguardaba por causa del evangelio, hasta su martirio.
Igualmente, por experiencia y por revelación, él tiene por cierto y asegura que las aflicciones son leves y pasajeras en comparación con la gloria, que es inmensa y eterna. Es como si Pablo tuviera en sus manos una antigua balanza de dos platos: en uno de ellos coloca los sufrimientos presentes; y en el otro, la gloria eterna.
El sufrimiento es a causa del pecado. Sufrimos de manera directa cuando cosechamos lo que sembramos; o de manera indirecta, por la existencia del mal en el mundo. Sufrimos por enfermedad, desengaños, falta de trabajo, falta de recursos, injusticia, frustraciones, soledad, culpa, odio y todo otro dolor del tiempo presente. Podemos sufrir también por causa del evangelio, al vivir y compartir la fe, al dar testimonio de la verdad y del Señor. Aun en medio de tanto dolor, necesitamos recordar que es temporal y que tiene un límite.
La gloria de Dios es consecuencia de la gracia. Es ilimitada y eterna. Pero ¿solo en la eternidad? ¿Podemos tener un anticipo de esa gloria en esta Tierra? Es posible “algo” de gloria en el presente para contrastar con lo “mucho” de aflicciones. Si todos nuestros días presentes son de aflicción, comparados con los días interminables de gloria, igual vale la pena. No importa la cantidad y la severidad de nuestros sufrimientos presentes, quedan insignificantes al compararlos con la gloria eterna. Pero, además de la esperanza del mañana, necesito fuerzas para hoy.
La gloria que muy pronto será revelada incluye el resplandor brillante del regreso de Cristo. Los justos vivos serán transformados, y los justos que descansan serán resucitados, para recibir la gloria, la vida de Dios para siempre. Los injustos que vivan no podrán soportar el resplandor de la gloria de la venida de Jesús. Los justos trasladados al cielo, de regreso a la Tierra, compartirán la gloria de Dios por toda la eternidad.
Experimentando la paz, el perdón, el consuelo, la esperanza, y en el cumplimiento de la misión viendo los milagros de Dios que transforman vidas, tenemos un anticipo de la gloria venidera. Romanos 8:1 dice que tenemos que aguardar esa manifestación con deseo ardiente; es decir, con la cabeza levantada, seguros, confiados, fieles y comprometidos, porque desde su serena eternidad Dios está en el control de todas las cosas.
25 de febrero
Gemidos
“Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:22, 23).
Pablo dice que la Creación gime como con dolores de parto, y que también gemimos nosotros y el Espíritu. El dolor durante el trabajo de parto es ocasionado por las contracciones de los músculos y la presión sobre el cuello uterino. Además, se puede sentir en el abdomen, las ingles y la espalda. La sensación de dolor puede variar de una mujer a otra, pero el dolor del parto es considerado, junto a otros, como de los más dolorosos, tales como migrañas, herpes zóster, cálculos renales y biliares, dolor de muelas, neuralgia del trigémino y quemaduras. En el caso del dolor producido por el parto, la alegría de la vida sobrepasa el sufrimiento.
Vivimos en un tiempo de malestar generalizado. La Creación entera, nosotros incluidos, clamamos y esperamos una intervención. Elena de White lo describe claramente en estas tres citas.
“Las tormentas braman con destructiva violencia. El hombre, las bestias y las propiedades sufren daños. Debido a que el hombre sigue transgrediendo la Ley de Dios, él les retira su protección. El hambre, los maremotos y la pestilencia se suceden porque el hombre ha olvidado a su Creador. El pecado, la plaga del pecado, mutila y desfigura a nuestro mundo; y la Creación agonizante gime bajo la iniquidad de sus habitantes” (Elena de White en Europa, p. 208).
“En el mundo, todo es agitación. El Espíritu de Dios se está retirando de la Tierra, y una calamidad sigue a otra por tierra y mar. Hay tempestades, terremotos, incendios, inundaciones, homicidios de toda magnitud” (El Deseado de todas las gentes, p. 590).
“Satanás ve que su tiempo es corto. Ha puesto a todos sus agentes a trabajar a fin de que los hombres sean engañados, seducidos, ocupados y hechizados hasta que haya terminado el tiempo de gracia, y se haya cerrado para siempre la puerta de la misericordia” (ibíd.).
Mientras tanto, el Espíritu coloca a disposición todo su poder para que entendamos los tiempos en que vivimos, y actuemos con fidelidad, a fin de que los dolores de parto concluyan y alumbremos la vida eterna.
Cuando “la creación gime a una”, el corazón del Padre infinito gime porque se identifica con nosotros. Para destruir el pecado y sus consecuencias, dio a su Hijo amado y nos permite que, mediante la cooperación con él, terminemos con esta escena de miseria.
26 de febrero
Una promesa vigente
“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Cuando Elena de White ya era viuda, fue a servir a Dios y a la iglesia a la lejana Australia. Esto sucedió a fines del siglo XIX, cuando el país no era la próspera nación que es hoy y cuando no había aviones para viajar hasta allí de manera rápida.
En Australia, Elena sufrió durante once meses de fiebre palúdica y de reumatismo inflamatorio. Pasó por el mayor sufrimiento de su vida. No podía levantar los pies sin sufrir gran dolor. La única parte del cuerpo sin dolor era el brazo derecho, del codo para abajo. Las caderas y la espina dorsal dolían constantemente. No podía estar acostada por más de dos horas. Se arrastraba a una cama similar para cambiar de posición. Así pasaban las noches. Los médicos le dijeron que nunca volvería a caminar.
Al principio de su sufrimiento e invalidez, sintió que no podía soportarlo, pero no mucho tiempo después pudo entender que la aflicción era parte del plan de Dios. Recordó que el Señor nunca le había fallado. Entonces, oró fervientemente y notó cuán dulce es el consuelo que hay en las promesas de Dios.
¿Cómo pudo sobrellevar todo? “Mi Salvador parecía estar muy cerca de mí. Sentía su sagrada presencia en mi corazón y estaba agradecida por ello. Estos meses de sufrimiento fueron los meses más felices de mi vida, debido al compañerismo de mi Salvador. Él era la esperanza y corona de mi regocijo. Estoy muy agradecida de que tuve esta experiencia porque conozco mejor a mi precioso Señor y Salvador” (Mensajera del Señor, p. 65).
Elena de White sufrió mucho en su vida. Sin embargo, fue una mujer notablemente productiva y activa, y de su sufrimiento provino una filosofía del sufrimiento que ha sido una roca sólida para millones. Su libro El ministerio de curación, además de centenares de cartas, jamás podría haber sido escrito sin que su propia experiencia proveyera el marco humano para principios divinos básicos sobre este tema.
Muchos cobraban ánimo al ver su alegría y su firme resolución bajo intensa adversidad. Los años vividos en Australia fueron los más productivos: ayudó a establecer un sólido programa educativo y evangelizador, y escribió El Deseado de todas las gentes, más miles de cartas oportunas. Sus 87 años, sus escritos y su ministerio demuestran que con el Señor podemos vencer. Su último escrito también rebosaba de esperanza y gozo cristiano.
Para Pablo, para Elena y para cada uno de nosotros, la promesa sigue vigente: “A los que a Dios aman, todas las cosas ayudan a bien”.