Kitabı oku: «Kino en California», sayfa 4

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Eusebio Francisco Kino

No es objetivo de este trabajo presentar una biografía del padre Kino. Solo ofreceremos una breve semblanza, remitiendo al lector a la gran cantidad de biografías que de él han sido publicadas. Especialmente recomendamos la de Herbert Eugene Bolton, Los confines de la cristiandad, sin lugar a dudas la mejor biografía de nuestro misionero, escrita por uno de los más notables historiadores del noroeste de México y suroeste de los Estados Unidos durante el período novohispano. (3)

Kino nació en 1645 en el pequeño pueblo de Segno, actualmente en el norte de Italia, en una de las vertientes de los Alpes, cerca de la ciudad de Trento. El nombre italiano de su familia era Chini, de la cual quedan descendientes hasta nuestros días. En 1665 Kino ingresó al noviciado jesuita de la Provincia de Alemania Superior. Dotado de una gran inteligencia pasó a estudiar al colegio jesuita de Hall, cercano a la ciudad de Innsbruck, Austria. En ese tiempo contrajo una enfermedad que lo puso al borde de la muerte y fue así que se encomendó a san Francisco Javier, prometiéndole que si recobraba la salud se haría misionero y se iría a trabajar a los confines del mundo. Además, por gratitud Kino añadió a su nombre el de Francisco, ya que originalmente se llamaba Eusebio. Kino llevó a cabo sus estudios sacerdotales en diferentes colegios jesuitas de Austria y fue ordenado sacerdote.

Posteriormente fue invitado a desempeñar la cátedra de ciencias y matemáticas en la Universidad de Ingolstadt, (4) en el ducado de Baviera, en esos años una de las universidades más influyentes de Europa, sin embargo no aceptó debido a su interés por ser misionero en China, que tenía que ver con la promesa hecha anteriormente. Cuando tocó el tiempo de que nuestro misionero partiera, solo había disponibles dos campos misionales, uno en Filipinas, ya muy cerca de China, y el otro en la Nueva España. Por problemas en el número de misioneros Kino tuvo que participar en un sorteo que decidiera a cuál misión asistiría, y tocó a la Nueva España.


Imagen 6. Segno, pequeño pueblo en la parte norte de Italia, en la Provincia Autónoma de Trento, pueblo natal de Kino. Foto de Carlos Lazcano.


Imagen 7. Casa donde naciera del padre Kino en 1645, en Segno, Italia. Actualmente convertida en museo dedicado a su memoria. Fotografía de Carlos Lazcano.


Imagen 8. Don Silvio Chini, Carlos Lazcano y don Alberto Chini, en Segno, Italia. Descendientes de la familia del padre Kino. Foto de Carlos Lazcano.

Para llegar a Nueva España partió de Génova, Italia, en 1678, rumbo a Sevilla. Ahí tuvo que esperar dos años para finalmente embarcarse al Nuevo Continente desde Cádiz. Su viaje fue muy accidentado, pero finalmente arribó a Veracruz en enero de 1681 y en mayo de ese año llegaba a la Ciudad de México. Durante el corto lapso que permanece en la ciudad hace amistad con los circulos cercanos al virrey y los intelectuales, entre ellos con Sor Juana Inés de la Cruz, quien, con motivo de sus estudios sobre un cometa le escribe un poema:

Aunque es clara del cielo la luz pura,

clara la luna y claras las estrellas,

y claras las efímeras centellas

que el aire eleva y el incendio apura;

aunque es el rayo claro, cuya dura

producción cuesta al viento mil querellas,

y el relámpago que hizo de sus huellas

medrosa luz en la tiniebla obscura;

todo el conocimiento torpe humano

se estuvo obscuro sin que las mortales

plumas pudiesen ser, con vuelo ufano,

ícaros de discursos racionales,

hasta que el tuyo, Eusebio soberano,

les dio luz a las luces celestiales.

Pronto se le asignó a la expedición del Almirante Isidro de Atondo y Antillón, la que en ese tiempo se estaba organizando y tenía como objetivo la evangelización de California. Fue así que Kino llegó a la península en abril de 1683, iniciándose como misionero en una región que nunca los había tenido y que se le consideraba entre los confines del mundo. Más de dos años estuvo en California y su estancia es uno de los temas centrales de este libro, el que veremos con detalle en los siguientes capítulos.

Fracasado este intento, en 1687 Kino se trasladó a las misiones de Sonora, iniciando el campo misional de La Pimería, en la parte norte. Desde ese año y hasta su muerte, ocurrida en 1711, consagraría buena parte de su vida a la evangelización de la Pimería y a la integración de sus grupos indios dentro del mundo cristiano, estableciendo numerosas misiones que florecieron y prosperaron de una manera notable. En esos años, otra parte importante de sus esfuerzos estuvieron dirigidos a California, región que nunca olvidó y siempre apoyó. Y es precisamente este el tema de la segunda parte del presente libro, como ya lo hemos comentado.

Los misioneros, esos seres humanos

Con el fin de entender mejor el trabajo misionero en que estuvo inmerso Kino consideramos oportuno hacer una reflexión sobre él. Una de las maneras en que los españoles pretendieron controlar a los indios del noroeste y asimilarlos a la Nueva España, fue a través de civilizarlos y evangelizarlos. Fue así que llegaron los misioneros, quienes con bases cristianas y humanas intentaron transformar las realidades de los indios en algo más amable. En este proceso los misioneros se convirtieron en parte importante de los fundadores del norte de México, y en especial de la península de Baja California.

Aunque muchos españoles querían este sometimiento de los indios a través de las misiones, con el fin de convertirlos en mano de obra barata para sus minas, pueblos y haciendas, no era este el objetivo de los misioneros, quienes traían su propia agenda, y muchos de ellos se convirtieron en sus defensores, llegando incluso a enfrentarse a todo tipo de autoridades, incluyendo a las religiosas.

Al fundar las misiones muchos misioneros pretendían ofrecerles a los indios mejores formas de vida que las que llevaban, sobre todo más humanas. También querían que vivieran en armonía, tanto entre ellos como con los españoles, amándose y respetándose como hijos de Dios que eran. Sin embargo, fue la avaricia extrema de muchos españoles y novohispanos la que en buena parte malogró esto, así como la resistencia de numerosos grupos indígenas a cambiar sus formas de vida tradicionales.

No pocos historiadores presentan a los misioneros como piezas de un ajedrez político-económico, al cual se prestaban como parte del grupo conquistador sobre los nativos del norte de la Nueva España. Como si su objetivo fuera ese, no importando los valores y principios que trajeran.

Al profundizar en la vida de no pocos misioneros del noroeste de México me quedé perplejo. Muchos de ellos, principalmente jesuitas, habían venido de diversas regiones, no solo de España, sino de toda Europa. Varios pertenecían a la nobleza de sus países de origen, otros habían sido importantes maestros que impartían cátedras en las mejores universidades de Europa. Casi todos venían de familias ricas y adineradas y se desenvolvían en un medio intelectual de gran nivel. Y a todo esto renunciaron por venir de misioneros a América, a regiones que en aquellos años representaban los confines del mundo, especialmente el norte de la Nueva España. Además, al misionar en las Indias, abandonaban para siempre a su patria y a su familia, y se iban a vivir a un mundo donde les aguardaba mucha soledad y duros trabajos. No por nada la siguiente advertencia a quienes deseaban trabajar en las misiones de la Antigua California: “Habrás de ir a lejanas tierras, tierras desiertas, muy ardientes y amargas. No hallarás en meses o años alguien que hable tu idioma y todo te será hostil, hasta el propio suelo sembrado de espinas y alimañas. Día con día procurarás tu alimento como lo hacen las aves y las fieras; y habrá veces en que tus labios no tendrán más agua que la del rocío. Por techo tendrás el cielo y en el día, quizá, no poseerás más sombra que tu propio sayal. Y en medio de tan pavorosa inmensidad amarás al pagano que buscará tu muerte con flecha silenciosa. Y cuando te sientas desfallecer, en tu delirio entenderás que Dios te puso ahí para sembrar en las almas jardines que jamás verás. Y, aunque no conviertas a infiel alguno y perezcas en el mar o te devoren las fieras, habrás hecho tu oficio y Dios el suyo. Hermano, ¿aún quieres ir a California?” (5)

Precisamente por estos testimonios es que dudé que los misioneros se prestaran para ser simples piezas del ajedrez geopolítico del rey de España. ¿Por qué hicieron todo esto los misioneros? ¿Por qué abandonaron todo para exiliarse en los confines geográficos de su tiempo? ¿Cuáles fueron sus motivos, las razones profundamente personales que los llevaron a entregarse a la obra misional? ¿Ser fichas del rey? ¿Consolidar el sistema colonial, profundamente injusto? No lo creo.

Para entenderlo creo que primero hay que considerar que cuando Colón se encontró con América, la penetración y conquista armada de todo el continente por parte de Europa fue algo inevitable, una consecuencia de ese tiempo que llegó casi de inmediato. Los primeros años de conquista fueron brutales, y el único sector español que se opuso fue esa parte de la Iglesia católica formada por los misioneros. Y se opusieron con mucha fuerza y autoridad moral a la esclavización de los indios y la destrucción de su civilización, al grado que con ellos nacieron lo que hoy llamamos los derechos humanos y el derecho internacional. El más destacado ejemplo lo tenemos con Bartolomé de las Casas, quien se convirtió en la conciencia crítica de la España conquistadora de ese tiempo. Esta fue la primera vez en la historia de la humanidad en que un sector importante del país conquistador cuestionaba la conquista y se ponía del lado de los conquistados. Los pueblos conquistadores, tanto europeos, asiáticos, africanos como americanos jamás cuestionaban sus conquistas. Hasta la fecha.


Imagen 9. Durante su paso por Cádiz, Kino realizó observaciones científicas del cometa Kirch o de Newton (C/1680 v1) hacia fines de 1680, uno de los cometas más brillantes que se han visto. Ya en México, publicó la “Exposición astronómica de el cometa que el año de 1680, por los meses de noviembre y diziembre y este año de 1681 por los meses de enero y febrero se ha visto en todo el mundo y se le ha observado en la ciudad de Cádiz”, con el cual entró en controversia con el científico novohispamo Carlos Sigüenza y Góngora. Foto: Cometa Neowise, de José Dorel.

Como era inevitable en la conquista de América, principalmente violenta, fueron los misioneros la otra cara de la moneda. Ellos llegaban atrás de los conquistadores para evitar a toda costa la fuerza de las armas y suavizar hasta donde fuera posible el encontronazo entre Europa y las Indias Occidentales. Los misioneros fueron los primeros pacifistas de América. Sabían que si ellos no buscaban los encuentros pacíficos, nadie más lo haría, ya que una gran mayoría de los conquistadores y colonizadores se dejaba llevar por la ambición desatada. Ambición por el oro y las riquezas. Pero los misioneros no ambicionaban oro, ni poder, ni tesoros. Ellos ambicionaban ganar a los indios para la causa católica, veían en los indios a seres humanos en toda su dignidad de hijos de Dios, y así los defendieron. Lucharon porque la sociedad novohispana les diera ese lugar, no el de esclavos que otros pretendían darles. Buscaban un equilibrio justo para todos. Por eso los misioneros fueron los primeros humanistas de nuestro continente.

La motivación que inspiró y sostuvo a los misioneros fue, sin lugar a dudas, su enorme fe en Jesucristo y la transmisión de su mensaje, darlo a conocer entre los “gentiles”, aun a riesgo de su propia vida y sin importar los trabajos que tuvieran que pasar. Creían profundamente en ese mensaje y su trascendencia. Y no solo creían en él, estaban comprometidos con él. Llegar a esto supone una vocación, y el ser misionero era eso, una vocación. No cualquiera se iba de misionero y no a cualquiera se aceptaba para este trabajo. Se le consideraba un don de Dios y los misioneros sentían que de esta manera daban respuesta a su llamado. Con frecuencia se asocia al misionero con el conquistador, los reyes, los emperadores de su tiempo y sus intereses, a veces no muy santos. Para nosotros, los habitantes del siglo XXI, con justa razón nos parece incomprensible e inaceptable esta relación abierta y diaria entre cruz y espada, progreso y reducción, civilización y sumisión. En los siglos que trabajaron los misioneros los derechos humanos aún no existían y todos los súbditos de un rey tenían que profesar la religión de éste. No se discutía. Los misioneros lo sabían y aceptaban. Pero a pesar de eso, e incluso aunque llegaran a depender económicamente de los poderosos, siempre buscaron vivir de acuerdo al espíritu del Evangelio de Jesucristo. La entrega radical de muchos misioneros nos da testimonio de esto. Amaban a sus indios y buscaban lo mejor para ellos, tanto en lo espiritual como en lo material. Sería muy difícil pensar en otras intenciones.


Mapa 2. La isla de California. Mapa de Johannes Vingboons, 1650. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Imagen predominante que se tenía de California a la llegada de Kino a Nueva España, en 1681. En ese tiempo en la supuesta isla no existían pueblos y se le consideraba “inconquistable” debido a más de siglo y medio de intentos fracasados.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que cuando los misioneros se ponían del lado de los indios era solo para defenderlos contra la explotación física y económica a la que se les sometía, consideraban que la obediencia al Rey de España y a Dios era cosa natural y para cumplir esto los militares apoyaban a los misioneros en las zonas fronterizas. En este sentido, las opiniones de los jesuitas (aún de los más objetivos) eran temporal y socialmente condicionadas y limitadas por la época. También hay que aclarar que no todos los misioneros tuvieron la mística humana hacia los indios. Hubo una minoría que dieron un mal testimonio de su vocación. Eso ocurre en todos los grupos humanos y los misioneros no fueron la excepción.

En esencia los misioneros pidieron venir a estas tierras, aún ignotas y en formación, por amor, solo por amor. Y el amor incluye también una buena dosis de aventura y ventura, correr riesgos inimaginables, soportar jovialmente tribulaciones y adversidades hasta el heroísmo, ser llamado loco y hacer locuras según los hombres cuerdos. Muchos misioneros, incluidos los de Baja California, llamados y ayudados por el amor de Dios y el amor al prójimo tuvieron la motivación suprema para cruzar océanos, explorar caminos, fundar regiones, trazar cartografías, describir costumbres y tradiciones, explorar para encontrar sitios para sus misiones, levantar caminos, traer la agricultura y la ganadería, levantar templos como si fueran grandes arquitectos, hacer presas y acequias, evangelizar y enseñar a los indios otra cultura e idioma, ellos mismos aprender otras lenguas y hacerse lingüistas y etnógrafos, establecer pueblos, hacerla de médicos, consolar en las tristezas, solidarizarse con sus indios y defenderlos cuando y cuanto fuera necesario, traer la civilización occidental a donde tenían que ir. En fin, su pedagogía para ganarse a los indios fue la pedagogía del amor hasta la muerte. Para ellos los indios llegaron a ser como sus hijos.

En nuestros días hay numerosos críticos a la labor de los misioneros, sin embargo, los indigenistas de hoy y los “defensores” de los indios de hoy, se encuentran muy lejos de las posturas comprometidas de los misioneros. Ninguno de estos supuestos “defensores” conoce las lenguas de los indios, como la conocían los misioneros. Ninguno se va a vivir con los indios, como lo hacían los misioneros. Ninguno deja a su familia, su tierra, su patria, títulos y posiciones académicas, para ir a ser parte de las comunidades indias, como lo hicieron los misioneros. Ninguno conoce a los indios con esa profundidad con que los conocían los misioneros, y a ninguno de ellos aman los indios como llegaron estos a amar a sus misioneros. Y, lo más importante, ninguno da su vida por los indios, como lo hicieron no pocos misioneros.

Los misioneros nunca vinieron a América para ser fichas del ajedrez político. Llegaron aquí como parte de una convicción personal religiosa y humana. Sabían que con su labor estaban construyendo un mundo nuevo, estaban fundando y transformando regiones nuevas. Querían sembrar estas nuevas provincias que fundaban con los valores y principios del cristianismo, que para ellos lo eran todo, y era lo que marcaba el sentido de sus vidas. Si no hubieran creído en esto nunca se les hubiera visto por acá. Y lo hacían por amor, por amor al ideal de Jesús y por amor a la humanidad, representada en este caso por sus indios.

Fundadores de la California

En los libros de historia de Baja California nunca se menciona a los misioneros como los fundadores de esta tierra. Si vemos con cuidado el devenir peninsular, nos daremos cuenta de que lo que hoy es, partió precisamente de la llegada de estos hombres. Al ir estableciendo las misiones fueron sentando las bases del actual desarrollo bajacaliforniano. Quien dio inicio a esta fundación fue el misionero jesuita Juan María Salvatierra, gran amigo del padre Kino, al establecer en 1697 la misión de Nuestra Señora de Loreto, la primer misión permanente de las Californias. Le siguieron más de cincuenta misiones a lo largo de casi 140 años, y de este desarrollo surgieron los estados de Baja California y Baja California Sur y California, los dos primeros en México y el último en los Estados Unidos.

El padre Kino fue el protomisionero de la península y cofundador de Baja California, ya que sus dos intentos, aparentemente fracasados, el primero en Nuestra Señora de Guadalupe de Californias y el segundo en San Bruno, fueron un importante antecedente que mucho le sirvió al padre Salvatierra. Por otra parte fue Kino quien convenció a Salvatierra de la necesidad de evangelizar California e insistió en que se les diera el permiso de regresar a la península, el que finalmente les fue concedido. Sin embargo las labores que Kino tenía en Sonora eran tan importantes que no pudo salir para proseguir el proyecto Californiano, por lo que Salvatierra lo inició sin su presencia.

Y digo sin su presencia porque a pesar de todo, Kino nunca se desligó de California, y le dio todo su apoyo a Salvatierra para el inicio y consolidación de sus misiones, desde su continuada ayuda material, tanto en aprovisionamiento de granos como en ganado, como en exploraciones y en otras cosas.

Muchas personas piensan que la herencia más importante que nos dejaron los misioneros fueron los templos o iglesias misionales. Creen que esos edificios viejos, muchos de ellos en ruinas, es su principal aporte. Esto está muy lejos de la verdad. Los edificios misionales son únicamente un testigo de su paso por estas tierras, una huella, más no su obra. Ésta debe medirse en función de la implantación de los mejores valores de la cultura occidental en las regiones donde trabajaron. Gracias a su labor se pudo consolidar la presencia hispana en Baja California y todo el noroeste y por ello esta tierra se hizo de México.

Kino en la California de hoy

La obra de Kino en y para California representa los inicios de nuestra identidad y de nuestras raíces. Debería ser recordada porque encierra grandes lecciones que siempre debemos tener en cuenta. Actualmente ¿quién siembra valores en Baja California? ¿Quién da su vida por esta tierra? ¿Quién hace sacrificios para que esta tierra mejore? ¿Quién ofrece lo mejor de sí mismo para que Baja California avance? ¿Quién ama Baja California? ¿Quién nos da ejemplos de entrega y fe en el futuro como nos lo dieron Kino y muchos misioneros? ¿Quién continúa la obra iniciada por nuestros fundadores? ¿Quién mantiene sus valores, esos que nos dieron rumbo y sentido y que hoy por hoy parece que se han perdido? El trabajo de Kino representa nuestros difíciles inicios en que la fe, la perseverancia y amor de un hombre por sus semejantes, los indios, en cuyo nombre fundó lo que hoy somos, le permitió iniciar grandes cosas y sembrar valores que aún subsisten. Por desgracia esta historia es muy poco conocida y no se enseña en las escuelas. Kino apenas si figura en la historia oficial, más como parte de un proyecto supuestamente fracasado. No se le considera entre los fundadores de esta tierra.

3- Herbert Eugene Bolton (2001), Los confines de la cristiandad: una biografía de Eusebio Francisco Kino, S.J. Prólogo, investigación documental y apéndice bibliográfico por Gabriel Gómez Padilla, traducción de Felipe Garrido. Editorial México Desconocido, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Baja California, Universidad de Colima, Universidad de Guadalajara, Colegio de Sinaloa. México.

4- La Universidad de Ingolstadt fue fundada en 1472 por Luis Rico, duque de Baviera. La constituían cinco facultades: humanidades, ciencias, teología, derecho y medicina. Esta universidad estaba inspirada en la de Viena. Uno de sus principales objetivos era la propagación de la fe cristiana. Cerró sus puertas en 1800 por orden del príncipe elector Maximiliano IV, quien más tarde sería Maximiliano I, rey de Baviera. Durante muchos años esta universidad fue manejada por los jesuitas.

5- Carta de fray Juan de los Ángeles, Ministro General de los Franciscanos, a los frailes que deseaban venir a evangelizar California (1596), publicada en: Carlos Lazcano Sahagún, coordinador (2011), Homenaje a Fernando Consag, S.J., Memoria de la I Reunión de Historiadores sobre los Fundadores de la Antigua California, Primer Festival de la Antigua California, Sociedad de la Antigua California, Ensenada, Baja California, p. 136.

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