Kitabı oku: «El odio y la clínica psicoanalítica actual», sayfa 4
En los términos de Freud, este es el principio de realidad (Freud, 1911). Mientras Freud enumeraba seis funciones importantes del principio de realidad que el Yo debía desarrollar, Abraham señalaba a un aspecto diferente. El objeto que satisface y a veces frustra es evaluado. Hay un segundo orden de reconocimiento de los objetos los cuales son evaluados como buenos y malos ya que están relacionados emocionalmente sobre esa base. El amoroso y amado pecho es vivido no solo como satisfactorio porque alimenta, sino que es sentido como ‘bueno’ en sí mismo porque satisface. De este modo, los sentimientos acerca de la sensación de satisfacción se sacan a luz; estos sentimientos son aprecio y gratitud por el objeto. Estos sentimientos de aprecio y gratitud existen en correspondencia a los sentimientos de generosidad y amor que la madre siente hacia el bebé.
La satisfacción de los impulsos no existe por sí sola; hay complementos como el aprecio hacia otra persona que entrega satisfacción. Es un segundo orden de sentimientos, el sentimiento-acerca-de-sentimientos que complementan una relación completa; esto fue lo que Abraham llamó ‘amor de objeto total’. Abraham no definió el sentimiento-acerca-de-sentimientos como de segundo orden, pero si los describió de tal manera. En una semejanza simétrica, el objeto frustrante que retiene satisfacción también atrae sentimientos de segundo orden acerca de su frustración. Es odiado por el sujeto por su aparente odio hacia el sujeto. Nosotros deberíamos —o Abraham debió— llamarlo ‘odio de objeto total’.
La perdida interna y la posición depresiva
Esto describe dos niveles de experiencia emocional en una relación de objeto: la experiencia de satisfacción, y sumado a ello, el aprecio por la experiencia emocional de satisfacción. El interés de Klein en estas evaluaciones puede ser datado a principios de 1934 en las notas y citas anteriores. Su descripción del paciente St (descrito anteriormente) cuyos pensamientos en su mente estaban en peligro, parecieran estar en el comienzo de su investigación que sale a la luz en su trabajo sobre los mecanismos esquizoides de 1946. Describió los dramas paranoides, tales como el temor al ataque, a ser robado de los buenos pensamientos (ovejas/ pensamientos), y las defensas específicas usadas en contra de aquellas ansiedades basadas en la escisión de la personalidad. Estas son defensas contra ansiedades que ocurren dentro de la mente. Y los pensamientos tienen una existencia casi tan concreta como los juguetes.
Klein desarrolló esta línea de pensamiento y luego se volcó a su otra gran contribución, la posición depresiva. El desastre era algo que les ocurría a los objetos internos. Esta interioridad puede verse en las notas del caso St. El sentido de un desastre interno probablemente la presionaba en 1934 cuando ella misma sufrió una desgracia.
En abril de 1934, su primogénito, Hans, murió en un accidente de montañismo. Ella pareció alejarse de su interés por los mecanismos de defensa tempranos (que más tarde llamó ‘defensas esquizoides’ [Klein, 1946]). No fue sorprendente que se interesara en el estudio del duelo. Probablemente basada en los trabajos de Freud y de Abraham sobre duelo y depresión (Freud, 1917; Abraham, 1924) trabajó en la situación interna. El espacio mental presenta un espacio que alguna vez ocupó el hijo amado, de la misma manera que un niño puede tener ataques violentos contra los juguetes y destruirlos.
Esta es la narrativa interna que describió en su propio y personal trabajo de duelo por su pérdida. Prontamente, en julio de 1934 (publicado en 1935), escribió su trabajo sobre “Una contribución a la génesis de los estados maníaco-depresivos” donde bosqueja las narrativas de ese trabajo de duelo. Eventualmente, entregó en 1937 (publicado en 1940) otro trabajo, “El duelo y su relación con los estados maníaco depresivos”. El desastre que describió en el segundo artículo, el de una madre que pierde a su hijo, era claramente su propio sentir sobre la pérdida y del amor faltante dentro de ella.
En la segunda semana de su duelo, la Sra. A encontró algo de consuelo mirando lindas casas en el campo y deseando tener alguna de ellas. Pero este consuelo fue rápidamente interrumpido por embates de desesperación y tristeza. Ahora lloraba desconsoladamente encontrando alivio en sus lágrimas. El solaz alivio que encontró observando casas provenía de su fantasía por reconstruir su mundo interno, y de su interés y satisfacción de saber que la casa de otras personas y los buenos objetos existían. (Klein, 1940, p. 141)
No era el temor por los enemigos, era la sensación de pérdida en su propia mente lo que necesitaba ser reconstruido. Tomó consciencia sobre la particularidad de esta brecha, o de ese vacío interno, que representaba el triunfo de la muerte. Esto comprendía los sentimientos y el estado de la depresión. Así como en las fantasías de sus pequeños niños pacientes y el temor de St a los enemigos internos, Klein luchó con el estado interno que generó su pérdida.
El reconocimiento de Klein situó la brecha como algo interno; vale decir, el lugar en su corazón donde su hijo debía estar, tal como la pérdida del Hans real en el mundo concreto. La violencia de su muerte tocó sin dudas la sensación de la existencia de una fuerza destructiva, postulando en Klein la fantasía de que si la brecha estaba dentro de ella (como también en el exterior), entonces la muerte violenta había ocurrido adentro (como también en el mundo exterior) y se sintió como el resultado de alguna fuerza destructiva interna.
El impacto de la pérdida sentida como interna, lleva a distintas reacciones emocionales:
- Una sensación de responsabilidad como si uno hubiera transgredido con el propio odio y agresión lo que genera culpa que merece castigo y arrepentimiento.
- La negación que la pérdida (debida a la destructividad) tiene alguna importancia. El objeto no tiene ningún valor real y su pérdida no importa (conocida como ‘defensa maníaca’).
- Nuevamente un sentido de responsabilidad por la destrucción que genera culpa que requiere remordimiento y reparación (más que castigo).
La respuesta más madura es esta última, el impulso a reparar. Es la fuerza creativa por medio de la cual la vida expresa creatividad y va en busca de sublimaciones. La reparación es el despliegue exitoso del amor como un antídoto contra el odio, junto con su capacidad para cancelar los efectos del odio ya sea directamente o de alguna manera simbólica. Y, significativamente, los esfuerzos de reparación en el mundo externo ayudan, aunque la pérdida perturbadora tenga esa dimensión interna de duelo.
Instintos o reacciones
Este conjunto de fantasías inconscientes ha generado un debate constante y sin resolver acerca de si el odio es un instinto como lo es el amor. Podríamos preguntarnos si hay una necesidad innata de odiar. Tal como hay una necesidad de obtener satisfacción, ¿hay una necesidad instintiva de odiar? Con frecuencia se asume que Klein es una teórica de lo instintivo, así como Freud pareció serlo en su tardía teoría donde sostenía que había una destructividad que innatamente derivaba del instinto de muerte. Creía que había una necesidad de morir, de la misma manera que había una necesidad de vivir.
Como he señalado, Klein no tenía formación en la comprensión sobre instintos biológicos. Sin embargo, intentó utilizar la terminología debido a su preocupación por la posible exclusión de analistas si mostraban un desacuerdo explícito con Freud. Aunque Abraham nunca aceptó explícitamente la idea de instinto de muerte —falleció antes—, probablemente habría entrado en un serio desacuerdo con Freud.
Klein estaba dispuesta a no cometer el error de Jung, Adler y de otros de sus contemporáneos que abiertamente manifestaron sus divergencias. Siguiendo a Abraham, evitó cualquier disputa compleja acerca del instinto de muerte, y no fue sino hasta 1932 que utilizó explícitamente el término ‘instinto de muerte’. En su libro sobre el análisis infantil (Klein 1932), señaló que, a modo general, la destructividad se proyectaba afuera para transformarse ya fuera en agresión contra alguna persona o al temor a ser agredido por alguien. Sin embargo, también planteó que una parte del instinto de muerte se mantiene internamente atacando al Yo. Esa parte era el núcleo inicial del superyó y explicaba cómo el superyó temprano era tan irrealmente duro. Esto fue notado casualmente por Freud en un pie de página que refrenda la comprensión de Klein con respecto a su propia visión: “La experiencia muestra, sin embargo, que la gravedad del superyó que un niño desarrolla, no se corresponde en absoluto con la severidad del tratamiento que él mismo ha recibido” (Freud, 1930, p. 130).
La concepción de Freud de un instinto de muerte innato siempre ha sido discutible, y la idea de una necesidad de destruir como equivalente a una necesidad de satisfacer, frecuentemente ha sido rechazada. Algunos han sido fóbicos acerca de esta destructividad en un bebé inocente. Más tarde, Klein en su trabajo de 1955 sobre la envidia (publicado en 1957) señala una aversión al comúnmente conocido impulso a ‘morder la mano que te da de comer’. Sin embargo, con el reconocimiento de este impulso, lo que realmente decimos es que la necesidad instintiva de morder la mano generosa, es solo el instinto del bebé de succionar el pecho.
El odio en el trabajo profesional
Para concluir, debemos considerar las implicancias que esta teoría de la ansiedad y las emociones tienen para el trabajo clínico. Considerando que los sentimientos son aquello que los pacientes escogen para traernos a sesión, tal como lo planteó Brierly, ¿apuntaría esto a una técnica particular? La respuesta es sí. Muchos analistas sienten que un interés directo en la ansiedad y las emociones dolorosas los acerca a la experiencia del paciente. El término ‘contener’ es la evolución coherente del modelo clínico resultante de la descripción de Klein sobre los mecanismos esquizoides. En 1959, Bion escribió:
Cuando el paciente luchaba por eliminar de si sus temores a la muerte que eran sentidos como demasiado poderosos como para ser contenidos por su personalidad, los escinde y los pone en mí, la idea aparentemente es que si ellos pudieran reposar en mi por un tiempo suficiente, ellos serían transformados por mi psique y podrían ser re-introyectados de manera segura. (p. 312)
A pesar que en esta transacción interpersonal de estados internos hay muchas cosas que pueden salir mal, ahora es común aceptarlo como un proceso que el paciente busca y el analista provee. La reintroyección del paciente es un paso importante. Conllevará la introyección de una función del Yo que ahora podrá identificar la experiencia, tal como el analista lo ha hecho, y podrá darle un significado acorde a la realidad. Hay entonces una reintroyección de una experiencia modificada más una función del Yo (ver Segal, 1978, p. 317).
Más aún, esta función de contención que provee una útil y realista modificación es un modelo que se asume ocurre en la interacción madre-infante, incluso pre y no verbal. Esto implica un proceso psicoanalítico del desarrollo del Yo del paciente para sanar justamente dónde no se ha podido desarrollar en el pasado.
Mucho se ha escrito sobre la noción de contención psicológica de la ansiedad y de los sentimientos dolorosos, incluso reconociendo que esta puede fallar haciendo sentir al analista estresado y posiblemente provocando en el paciente formas agresivas de interrupción de la contención. Una mayor comprensión de esto se puede encontrar en otras fuentes, incluyendo al propio Bion (1962a; 1962b; Segal, 1978; Hinshelwood, 2016).
Conclusiones
En esta contribución he intentado mostrar la importancia que Melanie Klein le dio a la ansiedad por la sobrevivencia del amor y cómo podría ser invadida y amenazada por sentimientos destructivos. El amor y el objeto de amor es el centro de la ansiedad en todas las fases del desarrollo, de tal manera que la naturaleza de la ansiedad difiere de acuerdo a, primero, el temor a que el objeto no entregará suficiente protección, y luego, más tarde, el temor a que el amor en sí mismo puede ser dañado y perdido. De una manera u otra, el equilibrio entre la pérdida o sobrevivencia del yo amoroso y de los objetos de amor es un foco de ansiedad a lo largo de toda la vida, hasta que en las etapas finales las luchas deben pasar a la generación siguiente. Klein creía que este enfoque era importante e intentó demostrar con muchos ejemplos la manera en que su interpretación del destino del amor causaba alivio a pacientes de todas las edades.
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8 Traducido del inglés por Rodrigo Rojas Jerez.
CONSIDERACIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE ATAQUE AL VÍNCULO Y ODIO (+ −H). UN CASO CLÍNICO
Jani Santamaría Linares
Cuando dos personalidades se encuentran, se crea
una tormenta emocional [...] si hacen suficiente
contacto, se produce un estado emocional por la
conjunción de estos dos individuos
Wilfred Bion, Seminarios clínicos y cuatro textos
Los psicoanalistas vivimos inmersos en el mundo afectivo, es este el escenario de nuestra actividad profesional. La situación psicoanalítica nos ofrece un modo sin igual de explorar todo tipo de afectos y es en el proceso analítico que el analista abre las puertas de la transferencia con el objetivo de que el paciente escenifique los afectos que habitan en la vida psíquica.
¿Qué puede decir un psicoanalista sobre el odio? ¿Desde qué vértice se posiciona para observar y pensar este afecto? Las teorías acerca del odio han acompañado a la historia del psicoanálisis. Las primeras pistas las encontramos en el autoanálisis de Freud (Anzieu, 1975) donde toma conciencia de la forma en la que en sus sueños aparecen deformados los deseos asesinos que tenía hacía de su padre y relaciona este afecto en el marco del Complejo de Edipo. Algunos de los trabajos centrales para comprender este tema son Tótem y Tabú (1913) y Moisés y la religión monoteísta (1938), donde Freud expone con claridad la relación entre el odio que causó el asesinato del padre y, posteriormente, el remordimiento y la culpa que son el origen de la ley simbólica de interdicción, es decir, del lazo social y de la cultura.
Más adelante, en 1915 en “Pulsiones y destinos de pulsión”, Freud escribió “el odio es, en su relación con el objeto, más antiguo que el amor”.
Considera que se odia todo aquello que es parte del mundo externo debido a que, dentro de la órbita del principio de placer, el displacer adquiere un carácter hostil. Desde este vértice, el odio funciona como una barrera para proteger al Yo.
Los puntos de contacto entre experiencia analítica y algunos fenómenos sociales de odio como el terrorismo, la migración y la misoginia, convocan lo más extremo y radical de la violencia y merecen un capítulo aparte. La historia tiene infinitos ejemplos, uno es la fábula mítica de Abel y Caín la cual nos muestra que el odio es un asunto personal que adquiere diversas formas y que, en ocasiones, nos aterra el carácter concreto de este poderoso afecto. No abordaré en este momento la serie de crímenes de odio ni discutiré los odios prototípicos milenarios ya que no deseo caer en una lógica reductiva de psicoanálisis aplicado; lo menciono porque considero que ahondar en la comprensión de la dinámica del odio que se despliega entre la mente individual y la mente colectiva merece la pena ser estudiada a fondo. En la sala de análisis, este material sobre el odio y sobre los horrores del mundo, está presente cada vez más en las sesiones, a veces las inunda y sacude la intimidad.
En el proceso analítico, dentro de la multitud de sentimientos transferenciales dirigidos hacia el analista, el odio es probablemente el más difícil de soportar. Se presenta de manera persistente y tiene una participación importante en la reacción terapéutica negativa, el impasse y la reversión de la perspectiva (Etchegoyen, 1986).
En el presente trabajo me propongo considerar una particular modalidad de odio a través de lo que Bion (1957) llamó ‘ataques al vínculo’ y ‘vínculos en H (odio)’ (1962). Mi objetivo es compartir la circulación de estas vicisitudes dentro de la diada analítica.
Las contribuciones de Wilfred Bion son una fuente continua de inspiración en psicoanálisis (Bronstein & O’Shaughnessy, 2017). La originalidad de sus investigaciones en el trabajo de la mente y de sus funciones, ha abierto la puerta a una variedad enorme de avenidas para su exploración. Su forma de teorizar el odio es uno de los carriles organizadores de su pensamiento a lo largo de toda su obra. Sus aportes sobre el papel de la agresión y el odio en la constitución y funcionamiento del psiquismo son de un inestimable valor clínico.
A continuación, iniciaré resumiendo brevemente la descripción que el autor plantea sobre el concepto de ‘ataque al vínculo’; luego desarrollaré la manera como se relaciona con la parte psicótica de la realidad y con los vínculos de odio (vínculos en H y −H); continuaré con la presentación de un caso clínico y, finalmente, expondré algunas reflexiones.
Al igual que Freud (1924), Bion sugirió que el psicótico, en su intento por liberarse de la experiencia de una realidad odiada y temida, ataca al Yo perceptor, es decir, a aquella parte de su mente que tiene como objetivo la percepción de la realidad. Plantea que el ataque lleva a una fragmentación del Yo; los elementos eliminados mediante la escisión, son proyectados en los objetos. Esto da como resultado cambios en el Yo, debido a que éste es vaciado en el proceso, produciendo un cambio en el objeto que es alterado por el uso del mecanismo de la proyección.
Bajo el imperio del odio, el paciente podrá presentar la combinación de curiosidad, arrogancia y seudoestupidez descrita por Bion (1959). En esencia, el paciente, al no poder tolerar la frustración, intenta destruir los medios de comunicación entre él y el analista para borrar la conciencia de su propio odio. La intolerancia del objeto se refleja en el intenso temor y odio del paciente al analista percibido como persecutorio. Esto lleva a desarrollos paranoides en la transferencia que pueden ir tan lejos como para convertirse en una psicosis de transferencia (Rosenfeld, 1987). Bion escribió: “He tenido ocasión, al referirme a la parte psicótica de la personalidad, de hablar de los ataques destructivos del paciente a cualquier cosa que siente como teniendo la función de vincular un objeto con otro” (1957, p. 128).
El prototipo de todos los vínculos que el autor considera se refieren al pecho y/o pene primitivo; le interesa subrayar la función de proporcionar un vínculo entre dos objetos, ya que considera los ataques fantaseados al pecho como el prototipo de todos los ataques a objetos que sirven de vínculo, siendo la identificación proyectiva el mecanismo utilizado por la mente para deshacerse de fragmentos del Yo producidos por su propia destructividad. Bion agregó que este tipo de ataques apuntan también hacia el intercambio parental, incluso intercambios de tipo sexual. Otro resultado importante de la identificación proyectiva, particularmente cuando se da en forma masiva, es que se presenta en la comunicación a través de las ecuaciones simbólicas (Segal, 1957). Estas ecuaciones son pensamientos concretos que aparecen como producto de la incapacidad de diferenciar claramente el sí mismo del objeto.
Bion describe que las características que predisponen a la psicosis son: una preponderancia de impulsos destructivos en que aun el impulso a amar es convertido en sadismo; un odio a la realidad interna y externa y a todo lo que pueda despertar conciencia de la misma como son las funciones incipientes de la propia personalidad, el cual está unido a una hipersensibilidad, a un pánico al dolor mental y a la esperanza de que no pensar, no sentir, no aceptar los problemas que plantea la vida, sobre todo los emocionales, brindará un alivio transitorio.
El autor demostró que esta clase de personalidad posee la tendencia a romper en partes muy diminutas lo que duele, lo que se teme; lo que devendría en un pensamiento elaborativo que esta personalidad usa de manera expulsiva, alejando de sí mismo partes y funciones muy valiosas de su personalidad. Además, menciona que en las personalidades psicóticas las relaciones de objeto son frágiles, prematuras y contienen matices absurdos. La parte psicótica hace referencia a un estado mental que se manifiesta en la conducta, en el lenguaje y coexiste con una parte no psicótica.
Además de los factores constitucionales asociados a la intolerancia a la frustración, al odio y la envidia, el predominio de las partes psicóticas está asociado a la falta de reverie de la figura materna; es a través de la función continente de la madre, que el bebé puede integrar sus propios contenidos psíquicos. En este contexto, la mente de la madre, con la capacidad de recibir, contener y transformar las ansiedades y temores del bebé, funciona como un vínculo.
Con toda seguridad Bion amplió el horizonte teórico y práctico de los vínculos, convirtió esta noción en un punto de anclaje de su importante investigación y extendió el concepto cuando planteó magnitudes negativas de los mismos. El autor eligió postular tres tipos de vínculos: amor (L), odio (H) y conocimiento (K), con las valencias negativas de −K, −L y −H.
De acuerdo a Bion, los ataques al vínculo se originan en lo que Melanie Klein llamó ‘fase esquizoparanoide’ (1946). Este periodo, como sabemos, está dominado por relaciones con objetos parciales, de ahí que las relaciones de objeto parcial no se establecen con las estructuras anatómicas, sino con la función; no con la anatomía, sino con la fisiología; no con el pecho, sino con la alimentación.
Ataques al vínculo, menciona Bion, son también sinónimos de ataques al estado receptivo de la mente del analista, originariamente de la madre. La capacidad de introyectar es transformada por la envidia y el odio del paciente en una avidez que devora su mente. De la misma manera, un estado apacible se transforma en −H, esto es, se transforma en indiferencia.
El vínculo que nos ayuda a comprender y tratar la psicosis o sus estados y núcleos es el vínculo en −K, que está determinado por la envidia como depósito de todo lo bueno, significativo o valioso. Es el ataque al conocimiento y al crecimiento y se efectúa desde un superyó de moralidad vacía, desde la arrogancia y la superioridad, en la cual se devalúa cualquier objeto nuevo que promueva el desarrollo y el cambio.
Otra idea central que propone Bion apunta a que el ataque se dirige no solo al mundo externo y los objetos que contiene, sino que también ataca nuestra capacidad para experimentar la realidad tal como es. La idea de que el paciente utiliza ataques destructivos en todo lo que tenga la función de unir un objeto con otro es de gran valor clínico, ya que nos lleva a tomar en cuenta el campo dinámico y todas las fuerzas y fantasías que provienen de la vida misma.
De las muchas avenidas teóricas que pudieran seguirse, he decidido presentar una viñeta clínica con el objetivo de brindar una experiencia singular acerca de una vicisitud, me refiero a los ataques al vínculo y al odio con el que Diana se relaciona y que también predomina en sus relaciones objetables, especialmente en la relación de pareja. Me limitaré a trazar específicamente el concepto del odio en Diana sin adentrarme a una exposición total del caso. Invitemos a Diana a la escena para intentar comprender algunos de estos planteamientos.
Cuando llega al consultorio, Diana, una mujer de 32 años de profesión arquitecta, me deslumbró con los recursos intelectuales que poseía. Dueña de una gran capacidad de reflexión, gran conocedora de autores del psicoanálisis y convencida que el psicoanálisis es el mejor camino para garantizar un bienestar emocional. Todos estos atributos, me conquistaron de inmediato. Al ser recomendado por una persona muy valiosa para ella, aceptó trabajar cuatro sesiones semanales en el diván a pesar de la distancia geográfica en la ciudad. Simultáneo a esta alegría de trabajar con una paciente tan rica en contenidos, desde un inicio me hizo sentir como si estuviera en un examen. Varios colegas le habían brindado altas recomendaciones de mí, pensé entonces que este factor pudo haber contribuido a mi sensación de “tener que ser la analista perfecta”.
Durante el primer año y medio de trabajo, el clima se desarrolló en un ambiente armonioso, ella trabajaba en el diván, era muy puntual, pagaba a tiempo, traía sueños y casi en las cuatro sesiones de la semana hacía referencia a la experiencia analítica en otro país con un colega, afirmando que le había ayudado muchísimo. “Sin él, no sería lo que soy” solía expresar. Al escuchar su historia de origen, coincidía plenamente en esta afirmación. Diana habitaba un mundo de mucha angustia de tipo persecutoria en la que imperaba la envidia y fantasías de destrucción, que coloreaban las sesiones. En ocasiones me pedía referencias bibliográficas sobre psicoanálisis con el argumento de que deseaba entender más. Me confesó en una sesión que, para poder dormir, necesitaba leer por lo menos unas líneas sobre psicoanálisis. Yo entendía este relato como si el psicoanálisis cumpliera una función de chupón, de pacificador, evocando la imagen de una bebé dormida sobre el pecho de una madre (de un libro). En algunas sesiones, Diana lograba tener una narrativa tan exitosa que provocaba en mí el siguiente pensamiento “sin duda podría ser una gran analista”.
Observaba también, en esta mujer de fácil trato, pero de difícil acceso, el desarrollo de un sistema “evacuativo” en el cual, a través del mecanismo de identificación proyectiva, expulsaba partes de su mundo interno. Gradualmente se fue desarrollando un sentimiento ambiguo en el que ella no podía tolerar percibirme como un objeto bueno; su voracidad le hacía demandar más tiempo, más atención, más interpretaciones para sistemáticamente destruir todo lo que recibía; a esas grandes construcciones analíticas les seguía destrucción. Diana en ocasiones consideraba mis intervenciones inadecuadas y “demasiado intelectuales”. Mi sensación era que con la mano derecha escribía y con la izquierda borraba lo que escrito.