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El alimento de los trabajadores fue el resultado de la herencia colonial. Basada en una dieta monótona de porotos, cebollas, papas y ajíes, acompañada a veces de charqui, pan —la galleta o telera— y harina tostada, fue muy raro que se consumiera carne fresca de vacuno, cerdo o ave169. Salvo en ocasiones muy importantes, como la Navidad, el fallecimiento de seres queridos, los matrimonios o la muerte de un animal, la familia campesina tenía muy escaso acceso a la carne.

LAS INNOVACIONES TECNOLÓGICAS

Durante gran parte del siglo XIX los viajeros subrayaron el notable atraso de la agricultura nacional. Muchos memorialistas chilenos también compartieron esa imagen, aceptada por buena parte de la historiografía. No es difícil apuntar a los motivos de semejante atraso, el principal de los cuales era la reducida demanda de los productos de la agricultura, consecuencia del bajo peso demográfico del país durante toda la primera mitad del siglo y de la ausencia de centros urbanos de magnitud, a lo que se agregó, como se ha indicado antes, la carencia de adecuadas vías de comunicaciones.

Es evidente que el desarrollo tecnológico chileno del siglo XIX no se podía comparar con el de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, no solo cunas en esa época de la revolución industrial, sino también centros demográficos de consideración y generadores de una fuerte demanda de alimentos.

Como se ha advertido antes, la evolución de la agricultura sufrió notables cambios en el siglo XIX, que mostraron un mayor énfasis desde su segunda mitad. Y uno de los factores que explican ese fenómeno fue la introducción de tecnologías de producción, las que abarcaron variadas áreas, como la reproducción genética, la adaptación de nuevas variedades y las innovaciones en los cultivos y en el procesamiento de los productos.

En este marco, el papel que le cupo a la Sociedad de Agricultura y Beneficencia fue especialmente destacado. Fue fundada en mayo de 1838 por un conjunto de notables con el propósito de mejorar en un amplio sentido la agricultura en el país. En rigor, hombres como Domingo Eyzaguirre, Diego Antonio Barros y Antonio García Reyes deben ser considerados como los precursores de la agricultura chilena moderna170. En conjunto se propusieron reactivar el agro nacional y constituyeron el primer directorio de aquella institución, con Eyzaguirre en el cargo de director, Barros en el de tesorero y García Reyes en el de secretario171.

Esta iniciativa privada, que en palabras de Gonzalo Izquierdo estaba preocupada esencialmente de la productividad172, fue respaldada con rapidez por el gobierno de Manuel Bulnes, el que ordenó la compra de un terreno destinado a ser un lugar de estudio y de experimentación agrícola. Así, se adquirió en cuatro mil 750 pesos del padre de Diego Portales el inmueble en donde se alzó la Quinta Normal. Sometida directamente en un principio a la mencionada Sociedad de Agricultura, fue entregada su dirección a un horticultor y, a continuación, al francés J. Leopoldo Perot. En 1848 llegó a Chile el lombardo Luis Sada de Carlos, profesor de agricultura práctica, quien recibió del ministro Manuel Camilo Vial el encargo de dirigir la Quinta Normal. Después de un demoledor informe acerca del estado de abandono en que se hallaba el establecimiento, Sada logró darle un notable impulso al proyecto desde 1849, contando con el sostenido apoyo de Antonio García Reyes y de Jerónimo Urmeneta. Gracias a los fondos obtenidos del Congreso por el primero, fue posible ampliar la extensión de la Quinta Normal en 19 cuadras, asegurarle mayor cantidad de agua para el riego, construir los edificios para la escuela y los empleados y adquirir en Europa y los Estados Unidos plantas, herramientas e instrumentos necesarios para la enseñanza173. No obstante lo anterior, dificultades de todo orden, como la demora en recibir los apoyos económicos para la adquisición de insumos, la desintegración de la Sociedad Nacional de Agricultura, y las exigencias de última hora de los administradores, se sumaron para entorpecer el proyecto. Con todo, al concluir el decenio de 1840 comenzaron las primeras clases de agricultura en la escuela de Santiago, cuyos alumnos eran elegidos expresamente por el gobierno en función de sus intereses. La extracción de árboles de la Quinta Normal para plantarlos en la alameda de la capital llevó a Sada, en julio de 1852, a renunciar a su cargo. También renunció Antonio García Reyes a su labor de inspector de la Quinta Normal, siendo reemplazado por Aníbal Pinto. El gobierno, al año siguiente, nombró al francés Delaporte a cargo del establecimiento, quien dos años más tarde fue sustituido por Manuel Arana Bórica. Los cambios en la dirección, unidos a orientaciones muy diferentes respecto del sentido propio de la Quinta Normal como lugar de formación profesional, pero, fundamentalmente, como centro de experimentación con nuevas especies vegetales, produjeron un grave deterioro en su funcionamiento174. Una segunda etapa, que se inició en 1868 y se prolongó hasta fines del siglo, marcó de modo definitivo el papel de la Sociedad Nacional de Agricultura y de la Quinta Normal. No es coincidencia que este proceso fuera de la mano con el desarrollo de una agricultura de exportación. En esa etapa se modernizó la enseñanza agrícola, formulándose programas de educación sobre la base de las tecnologías existentes175. El decreto No 1.038 del 15 de mayo de 1886 reimpulsó la tarea, expandiéndose por Chile nuevos centros educativos para el agro. La creación de escuelas en Concepción, Chillán, Talca, San Fernando y Elqui fue buena prueba de ello.

No cabe duda de que el empeño puesto en difundir la enseñanza agrícola influyó también en muchos propietarios rurales, quienes se empeñaron en adquirir, por intermedio de obras especializadas, los conocimientos técnicos necesarios para obtener un mejor rendimiento de sus predios. Aunque el alemán Julio Menadier, incansable difusor de la agricultura moderna a través del Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, siempre se quejó de la ignorancia y de la indolencia de los terratenientes chilenos, en las bibliotecas de los fundos era habitual encontrar libros sobre agricultura y ganadería, en su gran mayoría provenientes de España y Francia, estos últimos en francés o traducidos en la Península176. El problema que presentaban era su brevedad o bien su excesiva extensión. Además, las diferencias de las estaciones con el hemisferio norte no facilitaban su uso. Tales motivos impulsaron a Santos Tornero a preparar, sobre la base de textos europeos y norteamericanos, un exhaustivo Tratado Teórico-Práctico de Agricultura General, publicado en cinco tomos, más otro de láminas, a partir de 1872177.

Para Menadier, tal como por lo demás lo declaraban los estatutos de 1869 de la Sociedad Nacional de Agricultura, la modernización del agro era tarea de “esos grandes propietarios que emprenden ensayos de aclimatación, de cultivos de razas de ganado, máquinas e industrias agrícolas desconocidas en el país”. La inversión en maquinaria agrícola era para Menadier indispensable, pues disminuía la necesidad de mano de obra y reducía los costos de producción178.

No solo en el ámbito educativo se produjeron innovaciones; también las hubo con la incorporación de nuevas especies, como antes se indicó. Incluso una curiosa donación, como la realizada por Pedro Alessandri, quien trajo a Chile el alcornoque, constituyó un gran aporte tecnológico para la conservación de los vinos179.

Otro tanto se puede afirmar de la importación desde París de semillas de eucalipto (Eucaliptus globulus) por Manuel José Irarrázaval, a raíz de la publicación, en el diario El Independiente, en abril de 1865, de la traducción hecha por Abdón Cifuentes de un folleto francés que se refería a las bondades de dicho árbol180, que ya se conocía en el país; de las abejas italianas traídas con muchas dificultades por Patricio Larraín Gandarillas, y de nuevas variedades de ovejas, vacunos y caballares. Fueron también numerosos los árboles importados en 1848 y 1849 por Luis Sada desde Francia y Estados Unidos, por encargo del ministro Manuel Camilo Vial, con bastantes pérdidas en los traslados, y aclimatados en la Quinta Normal: cipreses, encinas, robles, hayas, plátanos, tilos, fresnos, castaños, castaños de la India, arces, nogales, moreras, olmos, etc.181, además de muchas variedades de vides y de pastos forrajeros182. La zarzamora (Rubus ulmifolius), utilizada para deslindar predios y potreros, fue, aparentemente, traída por los colonos alemanes183.

En materia mecánica también se produjeron numerosas innovaciones. A fines de 1841 y comienzos de 1842 el inglés Alexander Caldcleugh importó la primera máquina trilladora inglesa, con un valor de 800 pesos, para su chacra. Lo singular de este hecho es que, junto con ser la primera en el país, ella nunca funcionó184. Intentando superar aquel fracaso, en mayo de 1846 llegó, según Pérez Rosales, una máquina para limpiar el trigo. Se ha dicho que Domingo Bezanilla fue el primer agricultor que en su fundo de Pencahue utilizó una máquina trilladora movida por vapor185.

De acuerdo a una memoria publicada en 1904, en 1856 existían 11 máquinas trilladoras en uso en el país, cuatro de ellas construidas en la fábrica de Perón y Cía. En Concepción había tres europeas y cuatro americanas. Según sostenía el autor de dicho trabajo, ninguna de ellas era considerada lo suficientemente buena como para sustituir a las yeguas186. Esto último no es más que una muestra del viejo conflicto, tan propio del agro, en torno a continuar o cambiar las viejas formas de producción. Manuel Montt documentó los problemas en torno al uso del “arado extranjero” por los peones. Los encargos que le hacía al respecto a su capataz son muy reveladores:

Haga reunir los arados extranjeros que hay en esa y que se compongan todos los que se puedan, aprovechando en unos las piezas de los otros que ya no puedan servir187.

Y en otra oportunidad volvía a insistir sobre el tema:

Van igualmente en las carretas diez arados extranjeros que llaman de 19½, para que a su tiempo se empleen junto con los otros de Klein que hay en esa y que se compongan, en la siembra de cebada. Prevenga usted una especial vigilancia sobre el uso de estos arados para que no los rompan, porque cuestan muy caros188.

Que la mecanización de la agricultura se estaba produciendo, aunque con seguridad en forma discontinua y no generalizada, lo prueban los inventarios de máquinas que se conocen. El de las existentes hacia 1880 en Viluco, próxima a Linderos, propiedad de un “agricultor progresista”, Rafael Larraín Moxó, es impresionante: 180 arados americanos Howard y Grignon; dos motores de vapor; dos motores de agua; una trilladora Ransomes, tres trilladoras Pitts, dos aventadores; 10 cribas rotatorias; un molino portátil movido por vapor; una tascadora movida por vapor; una desgranadora movida por vapor; un aserrador Buckley movido por vapor; cinco segadoras Governor y Buckley. A lo anterior se agregaban destroncadoras, gradas, rodillos, rastrillos, etc.189.

En la región del Maule sur, caracterizada históricamente por ser aislada y más atrasada en comparación con la industriosa del Maule norte o la activa zona del Biobío, se puede demostrar que también la tecnología se utilizó al servicio de la agricultura. Frente a la entonces villa de Parral estaba el fundo El Porvenir, de 470 hectáreas, una de las tantas propiedades pertenecientes a José Santos Ossa. Aquel fundo tenía en el decenio de 1870 una máquina a vapor, una trilladora Letts, tres segadoras y una turbina, todo avaluado en la no despreciable suma de seis mil 600 pesos190.

Con ser las inercias en la agricultura mucho mayores que en otras actividades, derivadas con seguridad del ciclo anual de producción, no cabe duda, y más allá de los ejemplos que se puedan dar, de que la actividad se fue modernizando y tecnificando a lo largo del siglo XIX. Ello ocurrió, por cierto, con ritmos muy diferentes a lo largo del país, los que dependieron tanto de los mercados externos como de la ampliación del interno por los cambios demográficos y la progresiva urbanización.

LA AGRICULTURA DE LA FRONTERA Y DEL CHILE AUSTRAL
CARACTERÍSTICAS DE LA PROPIEDAD

Resulta muy complejo efectuar un análisis unitario de las propiedades agrícolas para el periodo que se aborda, pues sus características históricas son disímiles, lo cual no quiere decir que no se pueda dar una visión de conjunto en otros aspectos, como producción, mercados y mano de obra.

En las inmediaciones del Biobío se dibujó el mismo patrón de tenencia de la tierra que se observa en el centro del país. La Araucanía, incorporada en forma paulatina desde mediados del siglo XIX, tuvo desde su génesis un modelo dominical más cercano al practicado en Chile central, aunque con variaciones, consecuencia de la presencia indígena. Valdivia y Osorno ofrecen una particularidad notable pues, asemejándose casi a islas, desde la colonia tomaron otro rumbo, más próximo al de Chiloé. Finalmente, en las comarcas ribereñas del lago Llanquihue la colonización alemana desde 1850 en adelante también promovió un sistema diferente al de los demás, pues se aproximaba al sistema de granjas.

Como ya se advirtió, en las riberas del río Biobío el diseño de la propiedad al finalizar el siglo XIX era similar al del valle central, conviviendo la gran propiedad con la mediana. Pero desde fines del XVIII hasta el primer tercio del XIX las medianas convivieron con una no despreciable suma de pequeñas unidades productivas. Las causas de esta evolución son variadas y están íntimamente entrelazadas unas con otras. Entre ellas, se cuenta la progresiva inversión realizada por la elite penquista en bienes raíces a comienzos del siglo, como una manera de afirmar una posición de poder fuera de la ciudad de Concepción; la fragilidad de los pequeños propietarios, que ante la incapacidad de servir los créditos contraídos, vendieron a bajo precio o simplemente vieron embargadas y puestas en remate sus propiedades, y la tensión de las relaciones sociales propias de la frontera —entre agricultores, indígenas y bandoleros— que, intensificada por la llamada guerra a muerte, pasando por algunos alzamientos indígenas y por múltiples robos y asesinatos, desembocó en una presión que rápidamente hizo buscar nuevas expectativas en otras latitudes191.

A comienzos del siglo XIX, la pequeña y mediana propiedad empezó a desaparecer por la compra sistemática de terrenos vecinos por parte de los terratenientes, lo que permitió la formación de paños de mayores extensiones. Para el año 1852, en los departamentos de Laja, Arauco y Nacimiento se contabiliza un total de 956 propiedades192, lo que demuestra un cambio notable en la tenencia de la propiedad, pues solo a principios de siglo la comarca de Arauco concentraba una cantidad de títulos, casi todos ellos de indígenas, que superaba el 50 por ciento de las tres provincias juntas. De paso, esto demuestra una progresiva concentración de bienes raíces agrarios en pocas manos, de indígenas a huincas.

Otro fenómeno que se puede observar es la concentración en una persona de bienes raíces agrícolas de tamaño diferenciado. Las investigaciones de Leonardo Mazzei han permitido conocer este proceso. José Francisco de Urrutia y Mendiburu, quien a fines de la colonia adquirió varias propiedades que pertenecieron a los jesuitas, tuvo en su patrimonio, junto a grandes extensiones de tierras, como la hacienda de San Miguel, otras pequeñas como la chacra Carriel, cercana a Concepción193. Lo mismo ocurrió con el terrateniente José Urrejola Lavandero, quien poseía entre las localidades de Santa Juana y Arauco una extensa propiedad de más de seis mil cuadras y un conjunto de otras pequeñas esparcidas en el partido de Puchacay194. Por último, en similares condiciones se encontraban Gonzalo Urrejola Lavandero, quien, aprovechando la situación del mercado, adquirió muchos predios pequeños también en el partido de Puchacay, al este de Concepción195.

Algunos hacendados arrendaron terrenos al sur del Biobío mientras duró la fiebre triguera, pues las inciertas circunstancias en materia de seguridad, con periódicas olas de robos y asesinatos, no aconsejaban una inversión a largo plazo. Si en el caso de la zona central muchas veces la gran propiedad se arrendaba a familiares, en la Frontera eran generalmente los terratenientes quienes buscaban hacerlo a medianos y pequeños propietarios.

La Araucanía presenta características diversas. Ello se debe principalmente a su tardía incorporación efectiva al territorio nacional. Solo en 1850 se inició la política de ocupación que, suspendida con motivo de la guerra con España, se reanudó a fines del decenio de 1870. Uno de los primeros pasos dados en esta línea fue la creación del Territorio de Colonización de Angol, el 13 de octubre de 1875, que comprendió bajo su administración aproximadamente 20 mil 250 kilómetros cuadrados. Más tarde, el 12 de marzo de 1887, se crearon las provincias de Malleco y Cautín con siete mil 400 y 10 mil kilómetros cuadrados respectivamente196.

Si bien es posible realizar un estudio sobre la propiedad en la Araucanía desde los comienzos del siglo XIX e incluso desde antes, este debe ser exploratorio y tratado con cautela, pues solo con la incorporación de dicho territorio en el decenio de 1880 se puede hablar de modo relativamente seguro acerca de las características de la propiedad. Como es sabido, entre los etnohistoriadores, los antropólogos y los historiadores se han generado ásperos debates sobre la naturaleza de la propiedad y sobre su evolución, marcados no solo por contrapuestas orientaciones metodológicas sino también, y por desgracia, por marcados sesgos ideológicos.

Se puede afirmar que los indígenas de las variadas etnias mapuches estaban asentados de hecho en la Araucanía, asentamiento que, como se ha explicado en otra parte, estaba marcado por la continua movilidad de los grupos humanos que allí habitaban. Sin perjuicio de lo anterior, algunos grupos aborígenes fueron beneficiados con concesiones reales durante los siglos XVII y XVIII, en un intento de extender hacia ellos la política protectora aplicada en forma general a los naturales del centro y norte de Chile. Buena parte de la confusión generada en esta materia proviene de la aplicación en el medio indígena de las normas del derecho occidental sobre propiedad, ajenas a grupos humanos precariamente asentados. La maraña de leyes y decretos, a menudo contradictorios, aplicados en la Araucanía en el siglo XIX a un territorio que la república consideró siempre parte de Chile, al igual que a los indígenas que lo habitaban, no contribuyó ni a la estabilidad de la propiedad ni a la adecuada protección de los naturales. Así, como ya se indicó en otra parte, entre la fase de autonomía de los mapuches y la incorporación de la Araucanía hubo compras y ventas de propiedades, a menudo con la intervención de los caciques. Entre 1830 y 1860 las compras y ventas abundaron en toda la Araucanía, generalmente realizadas por militares y empresarios de ciudades del norte y sur del país. El tamaño de las propiedades variaba de acuerdo con las circunstancias. Por ejemplo, durante el gobierno de Manuel Montt se quiso poner en marcha un plan de compra por parte del Estado de 20 mil cuadras para la instalación de colonos extranjeros. Años antes, la ley de colonización promulgada en noviembre de 1845 había autorizado al Presidente de la República para disponer de seis mil cuadras de terrenos baldíos para que pudiera establecer colonias de naturales y extranjeros que vinieran al país con ánimo de avecindarse y ejercer alguna industria útil en él.

Todo esto permitió a lo largo del siglo XIX un espiral de subastas, compras y ventas de propiedades de mediana y gran extensión, similar a la que existía en Chile central. Gran parte de los nuevos terratenientes no provenía de ciudades como Concepción o Valdivia, sino directamente de Santiago. Ellos, de manera personal o a través de compañías explotadoras, se hicieron de vastas extensiones, como lo anotó el belga Gustave Verniory, según el cual lotes de muchos cientos de hectáreas eran puestos públicamente a la venta en Santiago, los que eran adquiridos por chilenos ricos deseosos de crear en la Araucanía fundos valiosos197. Un planteamiento similar hizo Horacio Lara en su historia de la Araucanía198.

Hacia 1885 la propiedad en Araucanía estaba compuesta de grandes extensiones, generalmente a cargo de empresas o de particulares. Junto a estas se encontraban otras de tamaño intermedio o pequeño, como las reducciones, que fueron los espacios ocupados por los indígenas, y por lotes de características similares entregados a los colonos que en ese decenio estaban instalándose en la región.

La propiedad en Valdivia y Osorno se remonta a las mercedes reales de los siglos XVII y XVIII otorgadas a los vecinos de dichas ciudades. En el siglo XIX, a raíz de una progresiva expansión de la economía, se promovió el arriendo y el otorgamiento de nuevas concesiones de terreno para el cultivo, principalmente de cereales como el trigo y la cebada. Las propiedades de más antigua data se encontraban en las cercanías de las ciudades y no eran de gran extensión, probablemente debido a su situación geográfica cercana a los mapuches y mapuche-huilliches, con quienes históricamente las relaciones no fueron fáciles. La naturaleza de Valdivia, plaza militar volcada decididamente hacia la actividad castrense y hacia el Pacífico, y que importaba alimentos y recursos desde Chiloé y Lima, no impulsó la demanda de cultivos y tierras. Con todo, algunas fuentes demuestran el deseo de asegurar algún grado de autonomía desde el gobierno del marqués de Osorno.

Sirviéndose del catastro de 1833, Gabriel Guarda O.S.B. demostró la existencia en la provincia de Valdivia de 401 predios de gran tamaño, cuyas rentas ascendían a 40 mil 712 pesos, de los cuales solo tres mil 962 correspondían al departamento de Valdivia, nueve mil 956 pesos y dos reales a La Unión, y ocho mil 418 pesos y seis reales a Osorno199. Lo anterior hace pensar que, si bien existían propiedades de tamaño considerable en la zona, en ningún caso representaron la totalidad de la superficie de la provincia, la que pertenecía a los indígenas o bien era baldía o, por falta de dueños, de propiedad estatal. En todo caso, al menos en los alrededores de Valdivia se advierte un patrón marcado por la abundancia de la pequeña propiedad, lo que hace a esa zona asemejarse al caso chilote. Esto se aprecia con claridad desde 1850, con la llegada de los alemanes, quienes, dotados de un fuerte sentido urbano, muy diferente al de los colonos de Llanquihue, hicieron de la ciudad el centro de sus actividades.

Las tierras estatales, que en su gran mayoría estaban sin poblar ni trabajar en las dos ciudades, estaban salpicadas de pequeños espacios arrendados a residentes en ellas. Con la llegada de los primeros alemanes en 1849, dejaron de serlo y fueron entregadas en lotes a los colonos.

Según Guarda, abundaron los mitos respecto de las propiedades de Osorno y Valdivia al momento del arribo de los colonos, entre ellos, los referidos a los precios inflados de los predios y las apropiaciones fraudulentas. Como es evidente, hubo lamentables excepciones, y tanto los indígenas como el propio Estado fueron objeto de abusos y estafas de chilenos y de alemanes. Pero, en general, las leyes del mercado regularon las compras y ventas de bienes raíces en el plano urbano y rural, a pesar de la ineficiencia de la burocracia estatal.

Los indígenas mapuches-huilliches, al igual que los de la Araucanía, no dudaron en hacer negocios con las tierras. Numerosas leyes que reconocían sus derechos mediante declaraciones de dominio y, más tarde, con el otorgamiento de títulos de merced permitieron que pudieran conservar las que ocupaban al momento de ser sometidos al proceso de radicación.

En las inmediaciones del lago Llanquihue, la propiedad fue una combinación de las anteriores, aunque ese sector del país vivió una aproximación al sistema de granjas, parecido al que se practica en los países del hemisferio norte y que se caracterizó en el periodo examinado por la existencia de predios de mediano tamaño, generalmente administrado por sus dueños y transmitido de generación en generación. Esto, como es evidente, no descartó los arriendos o compras de propiedades de colonos a colonos, como hay varios ejemplos en Puerto Octay y Puerto Fonk.

El proceso de colonización en la zona de Melipulli se inició con la llegada de un contingente de alemanes a fines del gobierno de Manuel Bulnes. Previamente, Francisco Kindermann adquirió en 1848, en forma fraudulenta, 350 mil cuadras de los indios, lo que equivalía a la mitad de las provincias de Valdivia y Llanquihue200.

Aunque en 1849 el fisco inició una acción legal contra Kindermann, en 1855 se desistió de ella. Las tierras se ordenaron en lotes disponibles a orillas del lago Llanquihue y, a medida que llegaban los colonos, extendieron su radio de acción. Las primeras concesiones fueron 150 hijuelas de cien cuadras cada una201, situadas de modo radial desde la orilla del lago con orientación oeste y norte202.

A diferencia de las propiedades de la zona central, en Llanquihue la gran propiedad, si bien existió, fue escasa, predominando la mediana, en la que las mismas familias trabajaban con ayuda de trabajadores chilotes.

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