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PRODUCTOS Y MERCADOS

La economía de la Frontera tuvo una inserción tardía en las redes económicas nacionales del siglo XIX. Su incorporación a Chile fue una respuesta al conjunto de fuerzas, entre ellas, la demanda de los mercados internacionales, que pujaban por nuevas zonas de cultivo. De ahí que se pueda considerar a la Frontera como una respuesta a los cambios de la economía global, de la que Chile estaba formando parte. Se puede afirmar, por tanto, que esta región de la Frontera apostó desde un comienzo por los mercados internacionales, siendo el trigo su producto de exportación por excelencia. Dada las condiciones naturales que posee, se destinaron grandes espacios para al cultivo de dicho grano. Entre 1872 y 1878 contribuyó con la no despreciable suma del ocho por ciento de la producción agrícola chilena, utilizando para ello aproximadamente 30 mil 680 hectáreas203.

A diferencia de los aportes del trigo que se verificaron en Chile central entre 1830 y 1860, el ámbito en que se cultivó en la Araucanía, caracterizado por una madurez en la estrategia comercial de los agricultores, y en una modernización de sus procedimientos y en sus relaciones con la banca y con los sistemas de transportes, permitió el desarrollo de una infraestructura productiva que significó un verdadero estímulo para diversificarse en otros productos, gracias a la existencia de excedentes204. Entre ellos, la producción de manzanas y sidra tuvo un crecimiento notable en el piedemonte de Nahuelbuta y en la campiña valdiviana y del Llanquihue. Según Guarda, la industria de la sidra, cuya materia prima provenía de los fundos y haciendas vecinas, generó un gran dinamismo en el mercado local y, de paso, en la producción agrícola. En 1845 se produjeron 30 mil arrobas y cuatro años después más de 770 botijas, y eran 28 los industriales que la producían205. Otro tanto ocurrió con la producción de cereales, como la cebada para la industria cervecera, así como con la actividad maderera.

El mercado de la Frontera era bidimensional y sus productos, múltiples. Estos se focalizaron en un plano interno y externo. Respecto del primero, se orientaron a satisfacer las demandas de la propia región, que estaba creciendo por el desarrollo sostenido de la nueva organización administrativa y por su incipiente urbanización206.

También estimularon su crecimiento las demandas continuas del mercado salitrero del norte, del carbonífero de la costa de Arauco y del centro del país207.

En cuanto a la dimensión internacional, las demandas desde Inglaterra durante el decenio de 1860 y de Argentina y Brasil activaron la economía regional. La productividad fue muy elevada y de gran nivel. Por ejemplo, algunos empresarios y agricultores, casi todos ellos extranjeros, comprendieron tempranamente que para una exportación de harina de alta calidad era indispensable reemplazar el grano tradicional por otro mejor. Esto explica la introducción del cultivo del trigo blanco208.

Con el avance del siglo XIX, en Valdivia se sobrepasó con creces las 45 mil 285 cuadras destinadas al cultivo y a la ganadería contabilizadas a fines del siglo XVIII209.

Hacia 1870 el terreno disponible se acercaba, según nuestros cálculos, a las 75 mil, lo que convirtió a Valdivia y Osorno en verdaderos graneros.

Otros productos, como el lúpulo, la papa y las habas fueron comunes en plantaciones de mediana y pequeña escala, como los viajeros, principalmente extranjeros y algunos nacionales, lo recuerdan en sus memorias desde la segunda mitad del siglo XIX.

Ligado al mundo de la agricultura, la ganadería y sus derivados cumplieron un papel destacado en el desarrollo económico de la Frontera y del Chile austral. El vacuno con su producción lechera permitió en zonas como Loncoche, La Unión, Osorno y la costa del lago Llanquihue una peculiar economía de autoconsumo, que desde un pequeño negocio familiar pasó a la venta de leche, quesos y mantequillas a localidades cercanas y, en algunos casos, a ciudades como Concepción, Santiago y Valparaíso210.

LA MANO DE OBRA

El desempeño en el campo laboral de personas provenientes de diversas latitudes confluyó para impulsar el sistema productivo de la agricultura en la Frontera y en la zona austral.

El inquilinaje también estuvo presente en la Frontera. Transmitido desde el norte, se asentó con solidez en el espacio del Biobío, y en propiedades como la de Francisco Méndez Urrejola estuvo altamente institucionalizado. En las diversas fuentes que estudia Mazzei aparecen descripciones, pleitos e incluso demandas de inquilinos contra los dueños de las tierras por incumplimiento de contratos.

Uno de los aspectos que llaman la atención en el estudio de la realidad laboral de la Frontera y del Chile austral es la naturaleza étnica de ella. A diferencia del Biobío hacia el norte, en que predomina notoriamente la constitución mestiza de la sociedad y los trabajadores son solo un reflejo de ella, en la región analizada se observa una multiplicidad de orígenes. A los nativos que trabajaban para los propietarios de Valdivia a partir del periodo colonial y que en la etapa en estudio lo siguieron haciendo, se agregaron los chilotes, siempre atraídos por los lugares donde había demanda de mano de obra, más algunos chilenos provenientes de otras regiones, que arribaron a la zona para enrolarse en labores de desmalezamiento y deforestación de las hijuelas de alemanes que buscaban sembrar. Citando a Karl Anwandter, Andrea Minte describe la impresión de los alemanes relativa a los chilenos en los comienzos de la colonización, según la cual ellos trabajaban como “mozos” de los alemanes. Y, cuando estos prescindían de los servicios de algún chileno “flojo y torpe”, toda la familia acompañaba al padre hasta que este encontraba nuevamente a un reemplazante211.

Como se advierte de lo anterior, de un modo u otro el sistema de peonaje también estaba presente en el sistema agrario de la Frontera y del Chile austral. En el Biobío y en la Araucanía la explotación agraria del trigo había originado un estilo más cercano al tradicional, mientras que en Valdivia-Osorno y Llanquihue la naturaleza del trabajo parece haberse aproximado al de naturaleza doméstica.

LAS INNOVACIONES TECNOLÓGICAS

Resulta difícil referirse a innovación en el campo de la tecnología para la Frontera, ya que lo tardío de su inclusión en el mercado agrario de producción y exportación impidió el uso de algunas técnicas tradicionales practicadas en el centro y norte del país. Por ejemplo, la utilización del metal fue común entre los agricultores de la Frontera y de la zona austral, más en los de origen extranjero, pues varios de ellos traían herramientas como chuzos, rastrillos y picotas. Paralelamente, estos implementos modernos convivían con algunos tradicionales utilizados por algunos agricultores e indígenas212.

La producción triguera de la Frontera en los decenios de 1870 y 1880 significó desde un comienzo el empleo de cosechadoras y de máquinas para limpiar los granos. También el impulso experimentado por la ganadería llevó a la utilización de aparatos, como las decantadoras de leche, para la fabricación de mantequilla y queso.

La tecnología de la Frontera, a diferencia de lo ocurrido en las zonas del norte, hizo surgir a la agricultura, evitándose de esta manera la adaptación de sistemas tradicionales a otros modernos.

Un importante actor de la modernización del agro fue la molinería. Para los años 1830-1845 se contabilizaron en el subespacio Biobío aproximadamente 15 molinos de última tecnología, instalados por comerciantes norteamericanos, alemanes, ingleses y franceses, principalmente en las afueras de ciudades como Concepción o bien en la confluencia de ríos, como el Laja con el Biobío o el Itata con el Ñuble.

LA AGRICULTURA EN CHILOÉ
RODOLFO URBINA BURGOS

Las autoridades chilenas que llegaron a hacerse cargo de la provincia de Chiloé en 1826, después de la firma del Tratado de Tantauco, la hallaron pobre, mal explotada y subsistiendo con dificultad con un desventajoso comercio de trueque. A juicio de los nuevos funcionarios, el clima y los suelos improductivos hacían infructuoso cualquier adelanto en la agricultura, que también era entorpecido por el arcaísmo de la cultura campesina insular. Pedro José Barrientos apunta, sin embargo, que el gobierno central, fundado en esos primeros informes, omitió hacer esfuerzos por mejorar la agricultura chilota213.

Hasta 1859 no hubo cambios importantes en la actividad. La agricultura se reducía a cortas superficies cultivadas en los terrenos ondulados de la franja costera norte y este de la Isla Grande y adyacentes, las mismas tierras despejadas durante la colonia que describieron los cronistas del siglo XVIII. Allí vivían 45 mil habitantes en 1840 y 95 mil en 1880, y el esquema de utilización del espacio no varió, como tampoco el modo de vida asociado al bordemar, con la pesca, la recolección de mariscos, la tala del bosque para la construcción y la calefacción, y una agricultura trabajada con métodos rudimentarios y que, además, carecía de un mercado de cierta envergadura.

Las superficies agrícolas extendidas desde la península de Lacuy, por el norte, hasta el paraje de Huildad, en el área de Quellón, por el sur, estaban constituidas por pequeñas parcelas de dos a 10 cuadras destinadas principalmente al cultivo de la papa y, en menor escala, al trigo. Era una economía de mera subsistencia donde cada familia construía su minifundio haciendo claros en el bosque mediante el roce o a golpes de hacha, extendiendo lo ya despejado cuando crecía la familia, pero conservando un retazo de monte para proveerse de leña. Se seguía así con un modo de habitar que venía desde la colonia, que no se alejaba de la orilla del mar, valorada como despensa y camino. Un típico minifundio estaba formado por la casa familiar de madera con piso de tierra y techo de paja, el campanario para colgar las espigas de trigo, el establo y el chiquero de los cerdos. Junto a la casa, la huerta, y más allá el papal y el trigal. En la pampa contigua, el caballo, los bueyes y las ovejas. Semejante cuadro sintetiza el modo de vida rural de Chiloé en el siglo XIX.

CARACTERÍSTICAS DE LA PROPIEDAD AGRÍCOLA

Aunque la agricultura siguió estacionaria hasta mediados de siglo, hubo cambios importantes en la tenencia de la tierra. Durante el gobierno de Ramón Freire se consolidó la estructura agraria de pequeña propiedad. Por decreto de 10 de junio de 1823 se ordenó el remate de tierras fiscales en porciones de seis a 10 cuadras, para facilitar el acceso a la propiedad territorial214. La medida comenzó a aplicarse en Chiloé en 1828, al hacerse una mensura parcial que, por lo mismo, no permitió conocer la extensión precisa de los terrenos fiscales hasta principios del siglo siguiente. La idea era transformar en propietarios el mayor número posible de campesinos. El intendente decía en 1827 que

en las islas más pobladas y cultivadas, una porción de 6 a 10 cuadras, como lo designa la ley, es de alguna consideración y bastante para mantener al labrador, y en otras partes donde no hay terreno limpio, sino bosques, un número aumentado de cuadras ha de suplir la falta […] siempre observando el principio de dividir en lo más posible las porciones215.

En la práctica, cada familia recibió gratuitamente seis cuadras y 12 los caciques a elección del paraje. Como era natural, los favorecidos prefirieron los terrenos más cercanos a la costa por ser también más fáciles de cultivar216. El mismo beneficio tuvieron los no indígenas. Para estos se mensuraron las tierras, se tasaron y se pusieron en pública subasta o se vendieron directamente a sus ocupantes o se revalidaron sus títulos antiguos. Fue un proceso muy complejo por la inexistencia de documentos coloniales, desaparecidos tal vez en el incendio de Ancud de 1797 o perdidos más tarde en el desorden que siguió a la ocupación chilena en 1826.

Con el aumento de la población se hizo visible la falta de tierras despejadas. Cuando Darwin visitó Chiloé en 1834, advirtió ese problema y llamó la atención sobre la negligencia de los propios pobladores en abrir nuevos terrenos, en las limitaciones impuestas por el Estado y en el excesivo cobro de los agrimensores:

Hace falta, en efecto, antes de adquirir una pieza de tierra, por pequeña que esta sea, pagar al geómetra dos chelines por cada cuadra (150 metros cuadrados) que mide, además, el premio que le place fijar como valor de la tierra217.

En 1835 los propietarios reconocidos eran cuatro mil 500, cuando la población adulta de la provincia alcanzaba a 15 mil 256 individuos de ambos sexos entre 25 y 70 años, según numeración de 1832. En 1856 los propietarios habían aumentado a seis mil 259 con posesiones inventariadas, de los cuales mil 648 estaban en el departamento de Ancud, dos mil 579 en el de Castro, mil 138 en el de Quinchao y 894 en el de Carelmapu.

Los favorecidos con mercedes anteriores a 1826 quedaron en posesión de sus tierras. Pero muchos de estos las extendieron, apropiándose de retazos fiscales. En los remates se adjudicaban lotes que después ponían en arriendo, y tanto los rematantes como los arrendatarios se apropiaban de más terreno que el que les correspondía. En 1853 Antonio Varas decretó que —reconociendo que era indispensable tener conocimiento de los terrenos pertenecientes al Estado, y que lo indeterminado de sus límites había dado origen al abuso de ser ocupados por los particulares sin título alguno— las autoridades debían proceder a hacer los deslindes de todos los terrenos fiscales “con signos bien manifiestos y que no sean fáciles de quitar, y que se levantara un plano general de ellos, como también de las hijuelas de que se habían hecho concesiones”218.

Pero la orden no tuvo cumplimiento. Además, el incendio de Ancud de 1879 volvió a quemar los archivos, y el primer plano de las tierras solo se levantó a fines de siglo por la Inspección de Colonización. Por entonces, el centro de la Isla Grande permanecía despoblado, a pesar de existir “extensos y excelentes terrenos”, porque los chilotes “siempre se han resistido a poblarlos”219.

PRODUCTOS Y MERCADOS

El minifundio no producía más que para el consumo familiar y solo un corto excedente estaba orientado a la comercialización en los pequeños mercados de los pueblos de la provincia. Se abastecía principalmente la demanda de Ancud, que era la ciudad más importante del periodo, y Castro, que compartía con Chonchi y Achao una demanda secundaria.

La papa era el producto más importante por la extensión de los cultivos y por la calidad y variedad del tubérculo220, infaltable en la dieta de los chilotes. El trigo, menos extendido, tuvo cierta importancia a lo largo del siglo, y a pesar de las dificultades climáticas, se daba especialmente bien en la isla Lemuy. Para la elaboración de la harina se contaba con elementales molinos de piedra movidos por fuerza hidráulica, como el que describió Silas Baldwin Smith en 1844:

La maquinaria consiste en un par de piedras de granito y una rueda en forma de cuba, todo montado sobre un eje. La rueda gira horizontalmente y de la parte de arriba colgaban las piedras. Estas tienen alrededor de 2 pies de diámetro y carecen de bujes. La tolva está suspendida en un poste colocado al lado. La canaleta cuelga de un cordel desde la tolva y un palo que golpea por la parte posterior de las piedras, amarrado a la canaleta, hace las veces de alimentador. La rueda hidráulica tiene alrededor de 2 pies y 6 pulgadas de diámetro y recibe el agua como a 8 pulgadas desde el centro mediante una boquilla abierta con una caída de 14 pies. Por el tamaño del chorro de agua, podría estimarse que hace unas 20 barricas de harina en 24 horas […]. Yo pregunté cuánto trigo se molía por día: 2 fanegas […]. Las cáscaras y partes duras que produce la molienda se sacan levantándolas por medio de una cuña situada bajo uno de los extremos del travesaño inferior del molino. La harina no queda bien molida y es cernida a mano221.

Según Vicente Pérez Rosales, el punto más alto en el consumo interno de trigo se alcanzó en 1844, con un valor de 10 mil 11 pesos, y el más bajo en 1852, con cinco mil 810 pesos222.

Otros productos eran los de huertas y almácigos, como las lechugas, habas, arvejas, ajos, etc., cultivados para el consumo interno; frutos, como grosellas, frambuesas y fresas eran de producción reducida. Entre los árboles frutales se contaban los cerezos y ciruelas, que permitían una pequeña industria casera de mermeladas para el consumo familiar, mientras que de los manzanos, que eran los árboles de mayor difusión en la provincia, se hacía la chicha o sidra, de más alta demanda interior.

Cuando Alfredo Weber escribía sobre Chiloé en 1902, estimaba que el clima del archipiélago había ido cambiando con el tiempo, porque a su juicio la tierra era más productiva en el pasado. Para probarlo, afirmaba que a mediados del siglo XIX se producía maíz, maduraban los duraznos y las uvas y se cultivaba el tabaco, aunque la supuesta variación climática es solo una impresión. Respecto del tabaco del siglo XVIII, Weber lo calificó de “bastante bueno”, casi tanto como el de Cuba, y lamentó que su cultivo se hubiera prohibido en 1781. Pero un observador tan enterado como Darwin no creía que el clima de Chiloé fuera tan favorable para la agricultura por falta de sol, razón por la que los productos no alcanzaban a madurar223.

En conjunto, era una producción familiar o para los mercados locales. Cuando había que comercializarla, se conducía por mar en goletas, chalupas y lanchas a los pueblos para ofrecerla en las pequeñas ferias pueblerinas, libres de derechos, pero principalmente en Ancud, ciudad que contaba con el único mercado formal de la provincia.

Era una economía puertas adentro, y las únicas exportaciones de alguna importancia eran las papas y algo de trigo. En cantidades menores se exportaba linaza y cebada. Las exportaciones de trigo tuvieron cierto repunte desde el decenio de 1840. La mayor cantidad se exportó en 1841, con 10 mil 887 pesos, y el punto más bajo fue en 1855, con mil 290 pesos224.

LA MANO DE OBRA: LAS FAENAS COLECTIVAS

La mano de obra asalariada para las labores agrícolas fue casi inexistente en Chiloé. “Los habitantes son muy míseros, no hay trabajo y, por consiguiente, los pobres no pueden procurarse el dinero necesario para adquirir el más pequeño objeto inútil”225. Tampoco era de uso común el salario en dinero metálico o estaba muy poco difundido en la primera mitad del siglo, excepto en los centros poblados. Las transacciones se hacían en tablas de alerce, azul de Prusia, sal o pimienta. Hacia 1831 comenzaron a circular los pesos fuertes de 48 peniques, aunque todavía no en forma general, porque los chilotes campesinos siguieron prefiriendo el modo tradicional de las permutas o trueques226. “He visto —afirmó Darwin— a un hombre cargado con un saco de carbón que iba a entregarlo en pago de un objeto menudo, y a otro cambiar un tablón por una botella de vino. Cada uno está obligado, pues, a hacerse mercader para revender cuanto ha recibido en numerosos cambios”227.

Lo regular era el sistema de prestaciones personales, que en el trabajo agrario era fundamentalmente colectivo, es decir, de colaboración entre los vecinos, costumbre que venía desde la época colonial228. Esto quiere decir que más que la mano de obra asalariada, cobraba sentido la minga, necesaria para las faenas de siembra y cosecha. El que necesitaba mano de obra convocaba a los vecinos con la llamada súplica. Los suplicados acudían el día prefijado portando sus aperos de labranza, bueyes o canastos, según la tarea. Los hombres se distribuían en cuadrillas, mientras las mujeres se ocupaban de la cocina para preparar las meriendas.

La cosecha requería del mayor número de personas, pero era un trabajo sencillo. La siembra, en cambio, era una labor pesada, pero con menos suplicados. Se hacía con el arado de luma (Amomyrtus luma), que Alfredo Weber describe como hecho de “dos palos” que el labrador introducía paralelamente hasta media vara en la tierra, para revolverla con todo el empuje del abdomen, protegido por un cuero de oveja229. Otro instrumento era el gualato, especie de azadón de madera de melí (Amomyrtus meli) en forma de media luna, que se usaba para destrozar los terrones de césped o tepes. Weber los llamó “instrumentos fósiles”, que se resistían a perder vigencia frente al arado de hierro.

La minga o colaboración graciosa se mantuvo en el tiempo, porque todos necesitaban de ese sistema rotativo. La clave estaba en la retribución y solidaridad: “Si hoy soy suplicado y acudo, mañana suplicaré y seré asistido”. En lugar de salario en dinero se ofrecía un parabién, que era comida abundante, ocasión de sociabilidad, instancia de fiesta y estrechamiento de vínculos, como era esta costumbre que llevaba siglos230.

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