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EXPLOTACIÓN FORESTAL

La madera fue el más importante renglón de la economía de Chiloé durante los siglos coloniales y el hachero el personaje típico del archipiélago. El interior boscoso de la Isla Grande, de las islas meridionales y de la codillera de los Andes hizo posible esa actividad económica más lucrativa que la agricultura, y con un mercado externo permanente231.

El alerce (Fitzroya cupressoides), que se explotaba en el borde oriental del seno de Reloncaví y en el área de Vodudahue, era la madera de mayor demanda interna y externa, aunque durante el siglo XIX las manchas o minas, como llamaban a las formaciones compactas de esta especie, se hallaban alejadas de la costa a causa de la excesiva tala de la centuria anterior232. La explotación del ciprés (Pilgerodendron uviferum), en cambio, era nueva. Comenzó a mediados del siglo XIX en las islas Guaitecas en respuesta a la alta demanda de postes para el tendido telegráfico y eléctrico y de durmientes para el naciente ferrocarril. La tala se hizo con tanta intensidad que hacia 1900 se temía por la desaparición del ciprés. El mañío (Podocarpus nubigena, Podocarpus saligna, Saxe-Gothaea conspicua) era otra de las maderas apreciadas para la construcción. Abunda en los bosques de la Isla Grande junto con el muermo o ulmo (Eucryphia cordifolia), coigüe (Notophagus nitida, Notophagus dombeyi), laurel (Laurelia sempervirens), ciruelillo o notro (Embothrium coccineum), canelo (Drymis winteri), avellano (Gevuina avellana), tique (Aextoxicon punctatum), radal (Lomatia hirsuta), pelú (Sophora microphylla), tepa (Laureliopsis philipiana), luma (Amomyrtus luma), melí (Amomyrtus meli), tepu (Tepualia stipularis), arrayán (Luma apiculata) y tenío (Weinmannia trichosperma), que poblaban el denso manto boscoso de la isla, como lo describió Darwin en 1834. Con estas maderas se abastecía sobradamente el corto pero creciente consumo interno233.

En la segunda mitad del siglo XIX se instaló en Chiloé la Compañía Explotadora de Maderas, de Valparaíso, y lo mismo hizo la Casa Oelckers de Puerto Montt, ambas para explotar los bosques del área de Quemchi. Hasta entonces los armadores y comerciantes de maderas de Ancud estaban en posesión de un verdadero monopolio, según Weber, para vender casi en forma exclusiva las maderas en Chile y Perú. Los embarques se hacían principalmente a Valparaíso y Coquimbo. Desde este último puerto se abastecía a Copiapó y Chañarcillo. Más tarde los embarques se extendieron a Antofagasta. El valor de las exportaciones de madera, que en 1849 sumó 62 mil 500 pesos, fue subiendo paulatinamente hasta alcanzar los 359 mil pesos en 1876 y llegar a un millón 782 mil pesos en 1898234.

Además de Ancud se habilitaron pequeños puertos en el decenio de 1880, inmediatos a las zonas de corte de maderas, como Queilen, Quicaví, Chonchi, Melinka, Quemchi y otros. Pero la explotación y el transporte se estimaron demasiado onerosos para satisfacer un mercado que buscaba centros productores más cercanos y de más fácil acceso desde el centro del país, como Arauco y Valdivia, que terminaron reemplazando a Chiloé.

LA GANADERÍA MAGALLÁNICA
MATEO MARTINIĆ BEROS
LOS ORÍGENES (1876-1884)

Iniciada la ocupación efectiva del territorio meridional chileno en 1843 con el establecimiento de la presencia jurisdiccional de la república en Fuerte Bulnes, primero, y después en Punta Arenas a partir de 1848, ambos puntos situados en la costa oriental de la península de Brunswick (Patagonia), estrecho de Magallanes, el plan gubernativo original contemplaba el asentamiento de colonos y el comienzo de actividades productivas referidas al aprovechamiento económico de los recursos naturales del territorio magallánico. No obstante tal propósito, en el hecho la actividad colonizadora se vio postergada por diferentes circunstancias y avatares, y solo empezó a manifestarse hacia 1870, tras la puesta en vigencia de algunas medidas eficaces de fomento por parte de la administración del presidente José Joaquín Pérez en 1867 y 1868.

Para entonces, el crecimiento de la población y el conocimiento progresivo que se fue teniendo acerca de la naturaleza y características de la vasta sección continental situada al norte y nororiente de Punta Arenas, formada por terrenos esteparios ricos en pastos, de orografía plano-ondulada que facilitaba su ocupación, llevó a algunos inmigrantes europeos hacía poco arribados a pensar en su aprovechamiento para la crianza ovejera, tal como se había desarrollado exitosamente a contar del decenio de 1840 en la colonia británica de las islas Falkland o Malvinas.

Así, a fines de 1876 el gobernador de Magallanes Diego Dublé Almeida realizó un viaje a ese territorio insular a bordo de la corbeta Chacabuco, con el propósito de establecer relaciones económicas entre ambas colonias, oportunidad en la que procedió a comprar 300 ovejas para llevarlas consigo a su regreso. En tal cometido es muy posible que Dublé hubiera procedido aconsejado por algunos de los inmigrantes británicos radicados en Magallanes, en particular por Henry L. Reynard. Este, que había dado muestras de empuje y creatividad empresarial, adquirió dichos animales para intentar su aclimatación, entregándosele para ello la isla Isabel, en el estrecho de Magallanes, próxima a la colonia nacional.

A la vuelta de un año la experiencia se consideró exitosa, y así paulatinamente el mismo Reynard y otras personas que contaban con algún capital importaron más animales desde el archipiélago sudatlántico para dar comienzo a diferentes explotaciones. Eso fue facilitado por la comprensión del gobernador Carlos Wood, sucesor de Dublé, quien con liberalidad otorgó autorizaciones para ocupar campos en fracciones de capacidad suficiente como para permitir la crianza en forma extensiva, según la modalidad económica practicada en las islas Falkland. De esa manera se fueron ocupando inicialmente los terrenos abiertos de la zona norte de la península de Brunswick y principalmente los que integran el vasto distrito centro-oriental continental, sobre la costa oriental del canal Fitz Roy y los litorales del estrecho de Magallanes hasta pasada la Primera Angostura. La ocupación fue facilitada por el acuerdo transaccional entre Chile y Argentina que había puesto término a la antigua controversia jurisdiccional por el dominio de la Patagonia y la Tierra del Fuego, lo que se alcanzó mediante el tratado de límites suscrito en Buenos Aires el 23 de julio de 1881.

Así, en un lustro cobró forma una empresa colonizadora genuinamente pionera, manifestada en el surgimiento de una veintena de estancias ovejeras (denominación que se dio a los establecimientos de crianza) que se desparramaban a lo largo de 200 kilómetros, ocupando toda la porción litoral meridional de la Patagonia austral continental al norte de Punta Arenas, desde los campos de Río Verde en el mar interior de Skyring hasta los de la bahía Dirección, en el gran saco oriental del Estrecho. La masa ovina podía estimarse en unas 40 mil cabezas, dotación que no cesaba de crecer tanto por multiplicación natural, cuanto por el incremento que derivaba de las sucesivas partidas que se traían desde las islas Falkland.

Al promediar 1884, la ganadería ovina era ya una manifestación económica tangible que concitaba el interés del pequeño ambiente empresarial de Punta Arenas, formado mayoritaria, si no totalmente, por inmigrantes europeos, entre quienes los británicos se hacían notar por sus iniciativas, varios de los cuales habían invertido e invertían importantes capitales en la explotación pastoril. Es seguro que la procedencia étnica de la mayoría de los colonos fue determinante al tiempo de buscar un mercado para la colocación del producto básico de la crianza ovina, la lana. Y este lo fue el mercado tradicional de Londres, con lo que se aseguraba un aspecto esencial en la actividad, facilitado a su vez por la regularidad del tráfico mercante entre Europa y Chile por la vía del estrecho de Magallanes235. El paso inicial había sido dado con decisión y visión por los colonos y empresarios pioneros, que de esa manera contribuyeron a poner en valor el territorio magallánico, concitando el interés de terceros por emigrar al mismo e invertir en negocios productivos. Si hasta entonces la autoridad colonial había alentado la ocupación gratuita de los campos, aunque con carácter precario, se consideró necesaria por parte de los interesados la regularización de la tenencia predial, decisión que el gobierno hizo efectiva con la modalidad del arriendo a largo plazo. Para ello, en noviembre de 1884 se realizó la subasta de los arrendamientos en fracciones o lotes que comprendieron en total 522 mil 200 hectáreas. Con este acto administrativo, los colonos dispusieron de la seguridad y la tranquilidad suficientes para sus inversiones y para el desarrollo de las explotaciones productivas.

La producción factible y económicamente rentable, la tranquilidad fundiaria y la apertura de un importante mercado en el exterior constituyeron entonces las bases sólidas de la crianza ovina: una nueva riqueza —por la modalidad extensiva de ocupación de los terrenos y por la tecnología introducida en su manejo— comenzaba a surgir en el territorio meridional chileno, tan relevante como que en pocos años vertebró el poblamiento, la prosperidad, el crecimiento y el progreso del mismo, relegando al olvido los problemas y desaciertos de los años anteriores a 1868.

AUGE DE LA EXPLOTACIóN OVINA (1885-1900

A contar de la segunda mitad del decenio de 1880 y hasta promediar la primera década del siglo XX, tuvo vigencia el proceso de expansión y desarrollo de la ganadería ovina a lo largo y ancho de la vertiente oriental andina de Magallanes, lo que hizo posible definir el ecúmene territorial. Completada la ocupación de los terrenos litorales de los mares interiores y del estrecho de Magallanes, la colonización se extendió tierra adentro en la Patagonia hasta alcanzar hacia 1900-1901 la frontera internacional. A su tiempo, a partir de 1893, la colonización se amplió hacia otro distrito de gran interés, como que por entonces era materia de una nueva controversia jurisdiccional con Argentina a propósito de una doble interpretación del artículo 1° del tratado de 1881, el de Última Esperanza. Aquí, tal como había ocurrido en la zona centro-oriental de Magallanes, la colonización fue de carácter individual, con la participación de una gran cantidad de colonos que ocuparon fracciones de campos de extensión diversa que alcanzaban excepcionalmente hasta 30 mil hectáreas. En el primero de los distritos señalados, entre tantos colonizadores pioneros además de Reynard, cabe mencionar a José Nogueira, Henry y Stanley Wood, William Waldron, Gustavo S. Yonge, Thomas Saunders, John Hamilton, Mauricio Braun y José Menéndez, con su estancia “San Gregorio”, quien llegó a ser el empresario más rico de su tiempo. En Última Esperanza destacaron por su empuje en el poblamiento colonizador Hermann Eberhard, Rodolfo Stubenrauch, Augusto y Hermann Kark, John Tweedie y John Ferrier.

En el otro gran distrito geográfico del oriente de Magallanes, la isla grande de Tierra del Fuego, desde un principio se adoptó una modalidad de ocupación diferente mediante concesiones en arrendamiento a pocas personas: a César, Hermann y Augusto Wehrhahn, en 1883, y principalmente a José Nogueira, en 1889 y 1890 y Mauricio Braun, en tanto testaferro del último, en 1889, con lo que se completó un total de un millón 482 mil hectáreas que se extendía por el norte desde el borde nororiental del estrecho de Magallanes hasta el grado 54 de latitud austral, y desde la frontera internacional por el oriente hasta el estrecho por el occidente. Sobre esta base fundiaria se desarrolló en sucesivas fases (1885, 1890 y 1894) la colonización de carácter empresarial con el surgimiento de seis grandes establecimientos: las estancias “Gente Grande” (1885), “Punta Anegada” inicialmente, después “Springhill” (1890), “Bahía Felipe” (1891), “Caleta Josefina” (1894), “San Sebastián” (1895) y “Río Mac Clelland”, después “Cameron” (1904). Las entidades protagonistas fueron la Sociedad Wehrhahn Hnos. (después, y sucesivamente, Wehrhahn y Cía. y Wehrhahn, Hobbs y Cía., por la incorporación de Rodolfo Stubenrauch, Ernesto Hobbs y Louis Baillon); The Tierra del Fuego Sheep Farming Company, The Philip Bay Sheep Farming Company y la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que en 1906 adquirió los derechos de las dos compañías precedentes, previamente fusionadas en la Sociedad “La Riqueza de Magallanes”.

Todavía restaban terrenos geográficamente marginales, en especial hacia el oeste de la vertiente oriental, que fueron paulatinamente entregados en concesiones medianas y grandes, con lo que para 1905 se enteró un ecúmene pastoril que cubría unos cuatro millones de hectáreas. Los 485 ovinos registrados en 1877 habían subido a tres mil en 1879 y a 40 mil en 1885, para continuar creciendo hasta alcanzar en el referido año 1905 más de un millón 800 mil cabezas. El proceso de crecimiento había sido ciertamente espectacular, pero fue moderándose hasta alcanzar un progresivo equilibrio con la capacidad receptiva de los campos. La actividad criadora, según se sabe, se había iniciado y desarrollado con éxito siguiendo el patrón anglo-escocés adaptado a las islas Malvinas, algo hasta entonces desconocido en el país. Ello suponía el uso de una tecnología simple pero eficaz en el manejo del ganado y en el aprovechamiento de pasturas y aguadas. A esto se agregó un personal de origen británico entendido y con experiencia en lo tocante a dirección y administración de los establecimientos de producción y, durante largo tiempo, en los trabajos de nivel inferior como el de ovejero o pastor como mano de obra calificada.

Pero, asimismo, la explotación ovina había significado la participación directa de colonos de aquel origen (principalmente ingleses, escoceses y malvineros) entre los empresarios pioneros, de forma determinante para el buen resultado de la explotación pastoril. En efecto, puede afirmarse con propiedad que para 1901-1902 y sobre una superficie de algo más de tres millones de hectáreas, la participación británica, considerada en superficie de campos ocupados, cantidad de ganado introducido y en el monto de las inversiones realizadas, equivalía entonces a tres cuartas partes del esfuerzo colonizador fundacional, algo que, por cierto, era de gran relevancia en el contexto nacional236.

La importancia que había adquirido la ganadería ovina como actividad económica, por otra parte, se había advertido desde 1895, época en que la lana exportada desde Magallanes había alcanzado a tres millones 205 mil 663 libras (un millón 442 mil 500 kilos), lo que había significado que este territorio desplazara a las Malvinas como región exportadora, algo que 20 años antes hubiera parecido una utopía237. Para 1906 esa importancia, apreciada en el contexto regional, significaba que en el total de las exportaciones —que habían aumentado por razón del crecimiento económico del territorio—, los productos de la ganadería representaban el 92,2 por ciento del comercio exterior, porcentaje en el que la lana formaba las tres cuartas partes.

Calificaba más todavía la importancia de la ganadería ovina la interrelación que la misma tenía con otros campos de la actividad económica magallánica tales como la industria, el comercio, la banca y los seguros, la navegación y los servicios. En verdad, hacia el término de la primera década del siglo XX y los comienzos de la segunda, época cenital del desarrollo histórico de Magallanes, este territorio dependía enteramente de la explotación pastoril ovejera. En ella basaba su notorio progreso generalizado, la prosperidad de sus negocios y el adelanto edilicio que se manifestaba en su ciudad capital, Punta Arenas, así como su rica vida social y cultural. Todo esto contribuía a afirmar la fama de que gozaba dentro y fuera del país, circunstancia que le había hecho y hacía ser un foco de atracción para la inmigración de europeos y de chilenos de otras provincias nacionales, en particular de Chiloé, del mismo modo que era un factor de influencia hegemónica en su vasto entorno patagónico de ultra frontera. Por fin, cabe destacar que, con tal actividad matriz, Magallanes se había insertado como región periférica de monoproducción primaria en el contexto internacional de la división del trabajo. Esta situación, que daba cuenta de una dependencia que por largo tiempo a nadie preocupó, generó coyunturas difíciles a contar del término de la Primera Guerra Mundial y durante los años que siguieron a la gran crisis de 1929.

Un suceso que contribuyó a la consolidación de la crianza ovejera como actividad económica fue el de los remates de tierras fiscales que ocurrieron entre 1903 y 1906 por disposición del gobierno del presidente Germán Riesco, circunstancia que permitió la constitución de la propiedad rural en la sección continental de Magallanes (distritos de Brunswick, zona centro-oriental y Última Esperanza), e hizo posible, a continuación, la formación de grandes unidades productivas latifundiarias, de manera tal que para 1920 el 98 por ciento de los campos de pastoreo se hallaba en manos de 16 propietarios. El mayor era la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, tenedora a su vez de las tres cuartas partes del arrendamiento sobre el patrimonio fundiario fiscal en la isla grande de Tierra del Fuego. Ello representaba un fenómeno de concentración del uso de la tierra pastoril desconocido en Chile, cuya vigencia se prolongó hasta pasada la mitad del siglo XX.

1 Rolando Mellafe y René Salinas, Sociedad y población rural en la formación de Chile actual. La Ligua 1700-1850, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1987, p.110.

2 Rodolfo Urbina. “Los repartimientos de chacras en las poblaciones del Norte Chico de Chile durante el siglo XVIII”, en Cuadernos de Historia, 6, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, 1986, p. 23.

3 José Bengoa, Historia rural de Chile central, I, LOM ediciones, Santiago, 2015, pp. 149-154.

4 Jean Borde y Mario Góngora, Evolución de la propiedad rural en el valle de Puangue, Instituto de Sociología, Editorial Universitaria, Santiago, 1956, I.

5 Archivo Notarial de Ovalle, vols. 26-39; Ignacio Domeyko, Mis viajes, I, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1978, p. 462.

6 Gerardo Martínez Rodríguez, Catastro de 1833. Lista de las 123 propiedades rurales más importantes de Chile, p. 6, inédito.

7 Domeyko, op. cit., I. pp. 388-389.

8 Adolfo Ibáñez Santa María, “División de la propiedad agraria de Panquehue”, en Historia, 17, 1982, p. 9.

9 Ibídem., p. 19 y ss.

10 Mellafe y Salinas, op. cit., p. 106.

11 Martínez Rodríguez, op. cit., p. 4.

12 Horacio Aránguiz y Cristián Rodríguez, “Tradicionalismo y cambio agrícola en Aconcagua: Elementos para su comprensión”, en Historia, 29, 1995-1996, p. 9. Para un estudio específico sobre el tema, ver Rafael Barahona, Ximena Aranda (et. al.), Valle de Putaendo. Estudio de estructura agraria, Instituto de Geografía, Universidad de Chile, Santiago, 1961.

13 Martínez Rodríguez, op. cit., pp. 2 y 3.

14 Borde y Góngora, op. cit., pp. 89-114.

15 Rafael Baraona, Ximena Aranda, Roberto Santana, Valle de Putaendo. Estudio de estructura agraria, Editorial Universitaria S.A., Santiago, 1961, p. 213.

16 Baraona et al., op. cit., p. 215.

17 Borde y Góngora, op. cit., I, pp. 116-118.

18 Borde y Góngora, op. cit., I., p. 112 y ss.

19 Adolfo Ibáñez Santa María, “División de la propiedad agraria en Panquehue 1858-1980”, en Historia, 17, Santiago, 1982, p. 17.

20 Mamalakis, op. cit., 2, p. 10.

21 Una opinión contraria sostiene James Bray, “La intensidad del uso de la tierra en relación con el tamaño de los predios en el valle central de Chile”, en Finis Terrae, vol. XXIV, 1959, p. 32.

22 Sergio Villalobos, Origen y ascenso de la burguesía chilena, Editorial Universitaria, Santiago, 1998.

23 Cristina Farga, “Los agricultores prehispánicos del Aconcagua. Una muestra de la heterogeneidad mapuche en el siglo XVI”, en Cuadernos de Historia, 15, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, 1995, p. 67.

24 Mellafe y Salinas, op. cit., p. 110.

25 Rafael Barahona, Ximena Aranda, op. cit., p. 78. Un estudio sobre la importancia del agua en la historia universal y americana en particular es el de J. Steward et. al., Las civilizaciones antiguas del viejo mundo y de América. Symposium sobre las civilizaciones de regadío, Unión Panamericana, Departamento de Asuntos Culturales, Oficina de Ciencias Sociales, Washington D.C., 1955.

26 Joaquín Costa, Colectivismo agrario en España, Editorial Americalee, Buenos Aires, 1944, p. 45.

27 Vicente Pérez Rosales, Recuerdos del pasado, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1971, p. 298.

28 Julio Menadier, La agricultura y el progreso de Chile, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile y Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2012, p. 664.

29 Ignacio Domeyko, op. cit., I, p. 461.

30 Escritura de sociedad y cláusulas del canal de Bellavista, 23 de septiembre de 1824, en ANLS, 71, fs. 167; Luis Correa, Vergara, Agricultura chilena, II, Editorial Nascimento, Santiago, 1938, p. 53.

31 Eugenio Chouteau, Informe sobre la provincia de Coquimbo, Imprenta Nacional, Santiago, 1887, p. 170; J. Rafael Reyes Rojas, “El linaje de Lecaros”, en REH, 32, 1987, p. 180.

32 Chouteau, op. cit., p. 170.

33 Chouteau, op. cit., p. 177.

34 Barahona y Aranda, op. cit., p. 92.

35 José Fernán-Rodrigo Caballero, Memoria demostrativa de los trabajos llevados a cabo por la expedición de exploración y traída de aguas comisionadas al efecto por la ciudad de Putaendo de Aconcagua, Imprenta del Mercurio, Valparaíso, 1872.

36 Correa Vergara, op. cit., II, pp. 53-55.

37 Cristián Rodríguez Salas, “Tradicionalismo, diversificación e innovación agrícola en el valle de Aconcagua durante el siglo XIX”, en Academia Chilena de la Historia, Vida rural en Chile en el siglo XIX, Andros Impresores, Santiago, 2001, p. 44.

38 Javier Pérez Ovalle, La encomienda de Catapilco, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, pp.45-47 y p. 70-71; Bengoa, Historia rural, I, pp. 140-141.

39 Patricio Labarca Riquelme, “Don Teodoro Schmidt y su descendencia”, en REH, 35, 1990, pp. 162-163.

40 Maria Graham, Diario de mi residencia en Chile en 1821 y 1822, Editorial Norma, Santiago, 2004.

41 Rosales, Ensayo, p. 123.

42 Ibídem, p. 90.

43 Amado Pissis, Geografía física de la República de Chile, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile y Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2011, p. 220.

44 Consecuencias del envío de trigo al Perú y sus derivaciones colaterales se pueden ver en Fernando Silva, “Perú y Chile. Notas sobre sus vinculaciones administrativas y fiscales (1785-1800)”, en Historia, 7, 1968, p. 147 y ss.

45 Jacques Chonchol, Sistemas agrarios en América Latina, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1996, p. 167.

46 Aránguiz y Rodríguez, op. cit., p. 17.

47 Claudio Gay, Agricultura chilena, ICIRA, Santiago, 1973, I, p. 285.

48 Menadier, op. cit., pp. 292-293.

49 Ha examinado este tema, con abundante documentación, el historiador argentino Pablo Lacoste en El pisco nació en Chile. Génesis de la primera Denominación de Origen de América, RIL editores, Santiago, 2016.

50 Aránguiz y Rodríguez, op. cit., p. 10.

51 Chouteau, op. cit., pp. 69-70.

52 Chouteau, op. cit., p. 174.

53 Pissis, op. cit., p. 222.

54 Abdón Cifuentes, Memorias (1836-1928), I, Editorial Nascimento, Santiago, 1936, p. 19.

55 Rodríguez Salas, op. cit., pp. 65-68.

56 Manuel Montt a Ambrosio Montt, Las Mercedes, 28 de enero de 1866; del mismo al mismo, Tapihue, 2 de febrero de 1866, en EMM, II, pp. 146-148.

57 Domeyko, op. cit., I, p. 464.

58 Ibídem.

59 Luis Enrique Carvajal Naranjo, La Serena que conocí. 1900-1950, Apuntes Autobiográficos, Alfabeta Artes Gráficas, Santiago, s.f., p. 29 y ss.

60 Ibídem., I, p. 465.

61 Horacio Aránguiz, “La situación de los trabajadores agrícolas en el siglo XIX”, en Estudios de Historia de las Instituciones Políticas y Sociales, I, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Chile, Santiago, 1968, p. 11.

62 Silvia Hernández, “Transformaciones tecnológicas en la agricultura de Chile central. Siglo XIX”, en Cuadernos del Centro de Estudios Socioeconómicos, 3, 1966, pp. 1-31.

63 Barahona y Aranda, op. cit., p. 15.

64 Aránguiz y Rodríguez, op. cit. p. 10

65 Rodríguez Salas, op. cit., pp. 56-58.

66 Borde y Góngora, op. cit., I, p. 115.

67 Borde y Góngora, op. cit., I, p. 116.

68 Walpole, op. cit., p. 344.

69 Jorge Valladares Campos, “La hacienda Longaví, 1639-1959”, en Historia, 14, 1979, p. 129.

70 Martínez Rodríguez, op. cit., pp. 2 y 3.

71 Eyzaguirre Escobar, op. cit., p. 110.

72 Sociedad Nacional de Agricultura, “Roles de contribuyentes, renta agrícola de 1854”, en Boletín SNA, Santiago, SNA, 1855. Esto se puede contrastar con la información proporcionada por Juan Eyzaguirre, en “El primer censo agrícola chileno”, en BAChH, 90, 1977-1978, pp. 81-120.

73 Martínez Rodríguez, op. cit., p. 2.

74 Eduardo Urrejola Montenegro, Los Urrejola de Concepción. Vascos, Realistas y Emprendedores, Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2010, p. 218.

75 Marcial Pedrero Leal, Zemita-Virgüin. Haciendas de Ñuble, Universidad de Concepción, Universidad del Bío Bío, Municipalidad de Ñiquén, 1999, p. 43.

76 Leonardo Mazzei de Grazia, La red familiar de los Urrejola de Concepción en el siglo XIX, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2004, p. 57.

77 Mazzei de Grazia, op. cit., p. 125.

78 Simon Collier, Chile. La construcción de una república 1830-1865. Políticas e ideas, Ediciones

79 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile, Siglos XIX y XX, Santiago, Editorial Universitaria, 2000, p. 60 y ss.; José Bengoa, Historia social de la agricultura chilena, I, Ediciones Sur, Santiago, 1988, p. 100.

80 Martín Lara, “Viaje y representación. El caso de Mary Graham: Trayectoria de una viajera romántica. Una aproximación a su mirada sobre Chile”, en Revista de Historia y Geografía, 20, Santiago, Universidad Católica Silva Henríquez, 2006.

81 Esta afirmación, sustentada en las citadas memorias, debe ser contrastada con Claudio Gay, op. cit., I, pp. 267-276.

82 Valladares, op. cit., pp. 114 y ss.; Leonardo Mazzei, “Terratenientes de Concepción en el proceso de modernización de la economía regional en el siglo XIX”, en Historia, 31, 1998, p. 207.

83 Valladares, op. cit., p. 128.

84 Pérez Rosales, Ensayo, p. 227.

85 María Angélica Apey (et. al.), Historia de la Sociedad Nacional de Agricultura. Una tradición de progreso, I, Sociedad Nacional de Agricultura, Santiago, 1988, p. 45.

86 Menadier, op. cit., p. 663.

87 Gonzalo Piwonka, Las aguas de Santiago de Chile. 1541-1741, I, Editorial Universitaria, Santiago, 1999, p. 70 y ss.

88 Fortunato Venegas, Legislación chilena sobre aguas de regadío, Imprenta y Litografía de la Sección Técnica del E.M., Santiago, 1899.

89 Ricardo Anguita, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta el 1 de junio de 1912, III, Imprenta, Litografía i Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912, p. 315.

90 Armando de Ramón, Santiago de Chile, 1541-1991. Historia de una sociedad urbana, Santiago, Editorial Sudamericana, 2000.

91 Benjamín Vicuña Mackenna, Ensayo histórico sobre el clima de Chile, Santiago, Editorial Francisco de Aguirre, 1980, Capítulos VI y XIV, Véase también La agricultura de Chile, p. 45.

92 José Bengoa, Historia rural de Chile central, I, La construcción del Valle Central de Chile, LOM

93 Correa Vergara, op. cit., II, p. 56.

94 Teresa Pereira, Hernán Rodríguez y Valeria Maino, Casas de campo chilenas, I, RE Producciones

95 Fernando Ramírez, “Breve esbozo de la familia del presidente José Manuel Balmaceda y sus relaciones afines (1850-1925)”, en Cuadernos de Historia, 10, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, 1990, p. 197.

96 Correa Vergara, op. cit., II, pp. 57-61.

97 Borde y Góngora, op. cit., I, p. 104; Correa Vergara, op. cit., II., pp. 61-63; Bengoa, Historia rural, I, p. 145, nota 176.

98 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 69.

99 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., p. 114.

100 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 128.

101 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 202.

102 Correa Vergara, op. cit., II, p. 63.

103 Correa Vergara, op. cit., pp. 63-65.

104 Pereira, Rodríguez y Maino, op. cit., II, p. 236.

105 Correa Vergara, op. cit., II, p. 65.

106 Apey, op. cit., p. 50.

107 Correa Vergara, op. cit., II, p. 66.

108 Marcial Pedrero Leal, Zemita-Virgüin. Haciendas de Ñuble, Universidad de Concepción, Universidad del Bío Bío, Municipalidad de Ñiquén, Chillán, 1999, pp. 22 y 76-77.

109 Pedrero Leal, op. cit., p. 22.

110 Barros Arana, Un decenio, II, p. 40-42.

111 Bengoa, Historia rural, I, p. 145.

112 Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Buenos Aires, Editorial Crítica, 1998; Serge Gruzinski, Les Quatre parties du monde. Historie d’une mondialisation, La Martinierez, París, 2004.

113 Pérez Rosales, Ensayo, p. 118.

Türler ve etiketler
Yaş sınırı:
0+
Hacim:
1826 s. 28 illüstrasyon
ISBN:
9789561424562
Yayıncı:
Telif hakkı:
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