Kitabı oku: «La cueva y el cosmos», sayfa 2
1. La cueva y el poder de los espíritus
Poder
En febrero de 1957, un pequeño grupo de shuar (jíbaros) y yo nos perdimos después de practicar el senderismo durante varias semanas en las selvas montañosas del alto Amazonas. Cansados, desorientados y hambrientos, por último encontramos a un grupo de amistosos cazadores shuar que nos dijeron que habíamos estado avanzando en la dirección equivocada. Compartieron sus provisiones con nosotros y nos mostraron el camino hacia la aldea shuar que estábamos buscando.
Tras dejar a los cazadores, pronto alcanzamos un río pequeño pero violento, alimentado por las recientes tormentas de las laderas occidentales de los Andes. Constituía un obstáculo para nuestro avance, por lo que esperamos muchos días a que las aguas descendieran, y no hubo suerte. Mis compañeros esperaban en silencio y parecían impasibles ante la situación mientras yo me impacientaba por momentos, porque sabía que era posible construir balsas de troncos y cruzar con remos improvisados de bambú guadua. En no pocas ocasiones les sugerí no esperar al descenso de las aguas y apresurarnos a fabricar balsas y remos para cruzar al otro lado. Se negaron reiteradamente a hacerlo.
Cada vez más impaciente, finalmente desafié a mis compañeros, señalando que se llamaban a sí mismos grandes guerreros pero eran incapaces de cruzar un río. Sin mediar comentario alguno, en breve construyeron tres balsas y nos aprestamos a cruzar la corriente. El río tenía unos 45 metros de ancho, y la primera balsa, con dos remeros indios y parte de nuestro equipaje, alcanzó la otra orilla. Yo iba en la segunda balsa con dos remeros. Habíamos recorrido las tres cuartas partes de la anchura del río cuando los rápidos nos arrastraron y la balsa volcó, arrojándonos al violento torrente. Con un esfuerzo extremo nadamos la distancia restante y sobrevivimos. La tercera balsa logró cruzar.
Mientras nos reuníamos y descansábamos antes de continuar la marcha, dije las siguientes palabras: «Ha estado cerca. Creo que tenemos suerte de estar vivos».
Esperaba algún tipo de asentimiento, al menos tácito, pero mis compañeros permanecieron allí, silenciosos, erguidos como estereotipos de estoicos guerreros indios. Me dio la impresión de que el episodio había sido insignificante para ellos, dada su actitud imperturbable.
Su falta de reacción me dejó perplejo, porque eran los mismos hombres que se mostraban reacios a cruzar el río pese a mi insistencia. Así pues, con una falta absoluta de diplomacia señalé que no habían querido cruzar el río y ahora actuaban como si esa proeza fuera insignificante, a pesar de que habían temido cruzarlo.
Se miraron unos a otros, pero guardaron silencio. Entonces uno de ellos, a quien yo conocía bien, replicó y dijo: «Bueno, ya ves, en realidad no nos atemorizaba cruzar el río porque no podemos morir. ¡Pero no sabíamos qué podía pasar contigo!».
En aquel instante, el peligroso cruce del río abrió la puerta de un importante conocimiento espiritual. Después de aquel acontecimiento, los shuar me enseñaron que el poder de los espíritus los protegía contra toda forma de muerte excepto la enfermedad epidémica. También supe que ese poder podía abandonar a la persona. Desprotegido, el individuo moría. Por lo tanto, antes de emprender misiones peligrosas, los shuar buscaban señales que demostraran que aún poseían los poderes protectores garantizados por sus espíritus guardianes. Si los signos eran negativos, no emprendían esa misión, especialmente si implicaba un ataque al enemigo.
Como los shuar, los chamanes indígenas en todo el mundo saben que el poder espiritual es esencial en la propia salud, supervivencia y la capacidad de sanar a los demás. Sin este poder, no se puede combatir la enfermedad o el infortunio. En las culturas chamánicas tradicionales, esta conciencia impregna la vida cotidiana de todos los individuos.
Jaime de Angulo, que pasó un tiempo con los atsugewi del norte de California a principios del siglo XX, lo expresó acertadamente: «Sin poder, no puedes hacer nada fuera de lo ordinario. Con poder puedes hacer cualquier cosa».1
El poder es como un campo de fuerza que atraviesa al chamán y le permite usar la fuerza para ayudar y sanar a otros. La idea de poder del chamán es similar a nuestro concepto de energía, pero es más amplia: incluye la energía, la inteligencia y la autoconfianza. El poder espiritual no es un poder político o el poder de someter a otros. Es un poder consustancial a la propia salud y capacidad de supervivencia.
Espíritus
Permítanme explicar lo que entiendo por «espíritu». Como he explicado en otro lugar, un espíritu puede definirse como «una esencia animada que posee inteligencia y diversos grados de poder, que puede verse fácilmente en completa oscuridad y más difícilmente a la luz del día, y en un estado alterado de consciencia mejor que en un estado ordinario. De hecho, existe cierta controversia acerca de si pueden verse en un estado ordinario de consciencia».2
En otras palabras, no todos los espíritus tienen un poder significativo. Los pueblos chamánicos suelen llamar «poderes» a los espíritus que sí lo poseen. En las culturas indígenas son especialmente importantes los espíritus guardianes que brindan un poder protector al pueblo que aman.3 Cuando son adecuadamente invocados por un chamán, este poder también aporta una asistencia sanadora activa para curar enfermedades y aliviar el dolor de los pacientes del chamán. El chamán aprende qué espíritus son poderosos a través de la experiencia.
El poder se adquiere de modo diverso. En Siberia y parte de América del Sur era común obtener poder personal después de haber padecido una enfermedad grave que llevaba al individuo a las puertas de la muerte. Si esa persona manifestaba una repentina y milagrosa recuperación, la comunidad local concluía que un espíritu se había compadecido y había intercedido para liberarla de su enfermedad. Ante tal acontecimiento, los individuos de la comunidad visitaban al paciente curado y recuperado para descubrir si el poder sanador podía aplicarse a otro individuo enfermo, normalmente de una dolencia similar. En otras palabras, el sufrimiento del enfermo podía despertar la piedad de un espíritu. Así se forjaba un chamán.
Buscando poder espiritual
De ser posible, no habría que esperar a estar enfermo para alcanzar este poder. Los miembros de las culturas chamánicas tradicionales lo sabían y animaban a los jóvenes con buena salud a sufrir voluntariamente para que los espíritus ancestrales intervinieran y les ayudaran compartiendo su poder. Más que una energía curativa, este poder se concebía como una energía que sostenía a la gente en la vida cotidiana, ayudándoles a evitar el infortunio y la miseria, y obtener así buenos resultados.
Esta adquisición de poder era la culminación de la búsqueda de poder, comúnmente llamada «búsqueda de visión». Debería mencionarse, sin embargo, que no todas las exitosas búsquedas de poder alcanzaban visiones logradas. Por ejemplo, entre los sureños okanagan del estado de Washington, el buscador podía no ver el espíritu, pero recibir su poder a través de una experiencia auditiva, en forma de palabras y canciones.4
La mayor parte de las búsquedas de poder no debían emprenderlas personas enfermas, sino las sanas y a menudo las relativamente jóvenes. En cierto sentido era una especie de seguro de vida espiritual para fomentar el éxito y la supervivencia de un individuo.
Prácticamente todos los individuos estaban en condiciones de buscar el poder del espíritu en diversos enclaves aislados donde se sabía que vivían los ancestros y otros guardianes. Entre estos lugares había cimas de montañas, cuevas profundas, una remota cascada de agua, el yermo ártico, determinados cañones, cementerios locales o ruinas, un sendero lejano y otros. Había una constante para alcanzar el éxito: los espíritus tenían que convencerse de que un visitante en busca de poder realmente merecía la ayuda. Al llegar al lugar, el visitante solía cantar o invocar silenciosamente a los espíritus y pedirles asistencia.
Sufrir voluntariamente para invocar la ayuda compasiva
La búsqueda adoptó formas diversas. Sin reparar en la cultura, normalmente exigía que los buscadores se sometieran a la prueba del sufrimiento voluntario: pasar miedo, hambre, sed, frío o calor extremo y agotamiento. En el chamanismo, el sufrimiento no es un método para expiar los propios «pecados», sino un camino para atraer la ayuda de poderosos espíritus.
Entre algunos inuit del Ártico, una de las formas de coronar con éxito una búsqueda de poder consistía en pasar cuatro o cinco días en un iglú aislado en las profundidades del invierno, sin comida ni agua. Al pasar el tiempo especificado, un anciano, generalmente chamán, abría el iglú y traía al aspirante de regreso a casa. El iglú ni siquiera tenía una lámpara de aceite para calentarlo, por lo que el sufrimiento debido al frío se combinaba con el sufrimiento derivado de la ausencia de agua y alimentos. Al parecer, en algunos casos la persona en busca de poder permanecía desnuda durante el tiempo de la prueba. Un ejemplo menos riguroso es mi propia búsqueda de poder entre los shuar, que incluyó una agotadora ascensión por las boscosas laderas de los Andes, un baño helado en una cascada y la privación de alimento sólido antes de lograr una visión con ayuda del irresistible poder del zumo de datura (Brugmansia).5
El sufrimiento voluntario para conquistar esos poderes aún se produce entre los pueblos nativos de las Grandes Llanuras de Norteamérica, donde la persona que busca visión y poder es sometida a un proceso de deshidratación en la purificación de una tienda «de sudoración». Allí, la voluntad individual sufre intencionadamente el calor extremo y tal vez incluso pueda ser consciente de las apariciones y manifestaciones de espíritus. Después, el buscador asciende al solitario pico de una montaña acompañado de un sacerdote chamán (curandero) u otros ancianos. Se abandona al individuo en soledad durante cierto número de días, a cuyo término los ancianos regresan a la cima para traer de vuelta al postulante.
En la forma más extrema de la búsqueda de poder o visón de las Llanuras, se envuelve al buscador en una colcha o manta y se le abandona en un agujero en forma de L que ha sido excavado y usado anteriormente. Se le permite llevar la pipa sagrada del buscador de visiones. A continuación se cubre el agujero para reducir la luz, de modo que la persona pueda tener experiencias visionarias de día y de noche y su sufrimiento se vea multiplicado por el frío, el aislamiento y la privación sensorial. El padecimiento se refuerza con la prohibición de beber agua durante la búsqueda o inmediatamente después de la estancia en la tienda de sudoración.
Normalmente, el sufrimiento se acompaña con plegarias a los ancestros: «Ten compasión de mí», a los que se suele invocar en tanto «abuelos», entre los pueblos indígenas del alto Amazonas y de las Llanuras de Norteamérica, el término «abuelos» es una glosa para todos los ancestros, porque en muchas culturas chamánicas no existe una palabra especial para designar a los ancestros. Una vez más, se induce el sufrimiento para despertar la compasión de los espíritus ancestrales y que estos fomenten experiencias visionarias que confieran poder espiritual al suplicante. Al manifestarse pueden hacerlo en forma humana o animal.
¿Por qué deberían ofrecer ayuda estos espíritus ancestrales? La respuesta es muy simple: al abandonar la realidad ordinaria en el momento de la muerte, eligieron permanecer aquí, en el Mundo Intermedio, para ayudar a sus descendientes genealógicos o a los aliados de sus descendientes. Cuando se les invoca apropiadamente y se les convence de que un visitante merece ayuda, los espíritus se revelan en las formas elegidas por los seres, se comunican y prestan su poder para superar las dificultades y peligros de la vida. A menudo los llamo espíritus etnocéntricos cuasi-compasivos, o sencillamente espíritus etnocéntricos. Su compasión protectora es condicional en dos sentidos fundamentales: 1) tienden a ayudar a sus descendientes siempre y cuando sean honrados y recordados, y 2) pueden ser extremadamente vengativos contra quienes amenacen a sus descendientes o sus aliados.
Otra forma de buscar poder: atracción de los espíritus
Hay otra forma de adquirir el poder de los espíritus que no implica sufrimiento ni petición de compasión. Lo llamo «atracción de los espíritus». En el proceso de invocar y trabajar con los espíritus, los chamanes suelen ingerir alimentos o bebidas muy difundidas en su pueblo o que toman ciertos animales. El objetivo del chamán es atraer e incluso fundirse con el espíritu auspicioso y su poder. De ahí que los chamanes siberianos y mongoles oren y beban vodka para atraer a los espíritus ancestrales amantes del vodka (a menudo espíritus de familiares chamanes fallecidos) para fundirse con ellos. Los chamanes de la costa norte oran y comen salmón para atraer al espíritu del oso, el águila de cabeza blanca y «el indio». Volveremos sobre ello.
Walter Cline y las pistas okanagan
Un estudiante de antropología americano que a finales de los años veinte viajaba en un barquito de vapor saltó al mar cerca de la costa norte de África. Su nombre era Walter Cline. Nadó hacia la costa esperando vivir con los bereberes, cosa que hizo. Aprendió a hablar fluidamente en árabe y vivió en Marruecos, Siria, Etiopía y Arabia y ayudó en las excavaciones arqueológicas de Tebas en Egipto. En 1936 recibió el doctorado en Antropología por la Universidad de Harvard. Durante los años de la Depresión tuvo un trabajo temporal con la Administración federal para el Progreso Laboral en la división centro-norte del Estado de Washington, entrevistando a los ancianos okanagan para recopilar su conocimiento tradicional y su cultura en trance de desaparición, así como sus antiguas búsquedas de poder en cuevas remotas.
A principios de los cincuenta enseñó «religiones primitivas» en la Universidad de California, en Berkeley, como profesor a tiempo parcial. Cline era un profesor entusiasta e inspirador. Para mí fue un privilegio ser su estudiante en los últimos dos años de su vida, mientras moría de cáncer, enfermedad que ya le había arrebatado uno de sus brazos.
Él y su maravillosa esposa Marjorie malvivían vendiendo monográficos y viejos libros de antropología almacenados en su apartamento. Pese a sus escasos ingresos, los dos visitaban con frecuencia los poblados indios de Norteamérica y regresaban con increíbles historias, a veces referidas a chamanes, que él contaba en sus clases. A diferencia de la mayoría de sus colegas en aquella época, Cline no pretendía explicar el chamanismo desde un punto de vista psicológico. Sus estudiantes lo amaban e incluso lo reverenciaban porque traía a sus vidas una bondad inefable, una apertura y entusiasmo por la antropología que resultaban aún más extraordinarios por su cercanía con la muerte. Fue él quien despertó mi interés por el chamanismo.
Walter Cline era un hombre modesto, por lo que dos décadas después de su muerte, cuando yo mismo ya enseñaba antropología, descubrí casualmente que había contribuido a una poco conocida publicación sobre los sinkaietk o pueblos indios del sur de Okanagan en la meseta del río Columbia.6 Logré una copia no sin ciertas dificultades. En ella había una información limitada pero importante relativa a la búsqueda de poder, que su autor había recopilado en conversaciones con los ancianos de las tribus.
Cline se centraba en las búsquedas de poder emprendidas por niños pequeños, fundamentalmente chicos, que buscaban un gran poder que contribuyera a facilitarles su vida futura.7 Relataba el ejemplo de un padre que introducía a su hijo en una cueva para una estancia nocturna con la idea de lograr este objetivo.8
Las búsquedas de poder de Willard Park y los paviotso
Además de las pistas en los relatos que sobre los okanagan legara Walter Cline, los escritos del etnólogo Willard Park también me resultaron especialmente valiosos, porque descubrió que la búsqueda de poder en cuevas era importante para los chamanes de los paviotso (Paiute del Norte) en Nevada, a los que entrevistó a principios y mediados de los años treinta.9
Park cuenta que los ancianos paviotso subrayaban la necesidad de observar estrictamente determinados procedimientos tradicionales para alcanzar el éxito en la búsqueda.10 Afirmaba que los chamanes paviotso llevaban alimentos en sus búsquedas en el interior de las cuevas a fin de adquirir poderes específicos adicionales, como mejorar sus capacidades de sanación.11 Algo coherente con el uso de alimentos en la atracción de los espíritus que hemos mencionado anteriormente.12 Cito a Park:
No hay preparativos para la búsqueda de poder. El hombre que busca una visión no ayuna antes de emprender la búsqueda o durante su estancia en la cueva. Su búsqueda no se acompaña de torturas auto-infligidas o un esfuerzo físico descomunal.
Al final de la tarde, el hombre que busca poder penetra en una cueva donde le han dicho que es posible hallar lo que anhela. Puede llevar consigo alimentos para comer esa noche y a la mañana siguiente.13
Park no menciona ninguna razón espiritual para llevar comida a la cueva, pero mi conocimiento de la atracción de los espíritus me indujo a tomarme muy en serio los métodos de los paviotso. Al localizar una cueva para mi propia búsqueda, me llevé un sándwich que contenía diversos alimentos a los que eran aficionados diferentes tipos de animales.
A veces, los espíritus ancestrales parecen dispuestos a ayudar a alguien que no desciende de ellos, o incluso a un individuo ajeno a su raza o cultura, si perciben que esa persona ha ayudado o ayudará a sus descendientes. Esto lo aprendí en los pueblos shuar y conibo de América del Sur. Durante muchos años intenté ayudar a los indios nativos de Norteamérica, como en Wounded Knee en 1973.14 Tenía la esperanza de que ese y otros esfuerzos contaran cuando me internara en una cueva.
La cueva
Dos años después de escribir La senda del chamán, descubrí el emplazamiento de una cueva prometedora en el valle Shenandoha de Virginia. Con la esperanza de haber reunido información suficiente, decidí intentar una búsqueda de poder en esa cueva para desarrollar un poder curativo chamánico especial y comprobar qué sucedía sin la ayuda de las plantas que alteran la consciencia o la inmersión auditiva, ya que Park y Cline no mencionaban su uso.
Por último, una tarde de 1982 me acerqué a la entrada de la cueva, solo, pidiendo silenciosamente a los espíritus que tuvieran compasión de mí y me otorgaran un mayor poder para sanar a los demás. Utilicé una linterna para descender hasta un profundo nicho en el interior de la cueva, operación que me llevó un cuarto de hora. Entonces apagué la luz. La oscuridad era profunda y silenciosa. Según lo que había aprendido, ahora tenía que dormir unas horas, despertar, comer un poco y no volver a dormir hasta que algo sucediera.
Tras pasar algún tiempo sentado en el frío lecho de roca, pulsé uno de los botones de mi reloj de pulsera para comprobar la hora bajo la débil luminiscencia. Eran las nueve de la noche. Habían transcurrido dos horas desde mi entrada en la cueva. Según la información de la que disponía, no importaba lo que sucediera, no debería usar luz alguna hasta que la noche concluyera. Entonces podría abandonar la cueva, pues una de las antiguas reglas dictaba que el buscador solo podría salir tras el alba del día siguiente. En caso contrario era mejor no haber entrado nunca en ella. También había otras cosas que tenía que hacer antes de que la noche cumpliera su ciclo.
Rodeado por la densa oscuridad, me sentí completamente aislado de la tierra de los vivos. Dos tipos de temor luchaban dentro de mí. El menor me decía que no iba a ocurrir nada en aquella solitaria noche subterránea. Después de todo, yo no pertenecía al pueblo indígena norteamericano del oeste de las Rocosas que había practicado este antiguo método para obtener poderes espirituales específicos. Tal vez era excesivo esperar algo que se acercara a sus experiencias sin su ambiente cultural o sin los poderosos alucinógenos de los shuar (jíbaros), utilizados durante mis anteriores experiencias. Además, pensé, ¿qué tipo de búsqueda de poder o visión era esta, en la que no se ayunaba previamente e incluso se te permitía tomar un tentempié a medianoche? En otras palabras, ¿funcionaría la atracción de los espíritus?
La oscuridad, que había adoptado una tonalidad rojiza, cobraba el cariz de la muerte inminente que aguarda con paciencia y sigilo. Mi temor más profundo era morir solo en aquella gigantesca tumba de piedra, víctima de mi propia presunción. Mi búsqueda de visión en una catarata del Amazonas años antes me había enseñado que los espíritus se esforzarían en asustarme para poner a prueba mi confianza en ellos. Al menos en el Amazonas contaba con la ayuda de mis compañeros shuar para protegerme de errores fatales. Para esta búsqueda en la cueva, sin embargo, no había tutores vivos. No podía acompañarme nadie. Era un experimento completamente solitario: lo había apostado todo a poseer la suficiente información y que los espíritus estuvieran allí y quisieran ayudarme.
Por último me deslicé en mi saco de dormir y procuré conciliar el sueño, el siguiente paso que debía cumplir en el interior de la cueva. En el lecho de roca, junto a mi cabeza, había colocado un sándwich para comer en mitad de la noche. Me recordé a mí mismo que tenía que despertarme a medianoche, con la esperanza de no dormir hasta el amanecer.
El cansancio se apoderó progresivamente de mí: la ascensión hasta la cueva había sido ardua y dolorosa debido a una dolencia crónica de espalda. Mi cuerpo quería descansar. Me dormí, preocupado por despertarme en torno a la medianoche.
No tenía por qué preocuparme. Me desperté de repente cuando un ala cubierta de plumas rozó mi rostro. Sentí un impulso de excitación debido a la adrenalina. Presioné el botón de mi reloj de pulsera. Los apagados números mostraron que faltaban apenas dos minutos para la medianoche. Mi sorpresa al ser despertado por la caricia alada vino seguida del alivio de haberlo hecho a tiempo para seguir las instrucciones de medianoche. Busqué el sándwich y lo comí. Ahora tenía previsto mantenerme despierto hasta que ocurriera algo significativo.
Permanecí allí, descansado y plenamente consciente, alerta a cualquier cosa que pudiera ocurrir. Transcurrió un cuarto de hora. Luego media hora. Empezaba a sentirme decepcionado. Tal vez no iba a pasar nada más.15
De pronto, procedente de la dirección de la distante entrada de la caverna, oí el sonido de pezuñas. Un sonido que se hizo cada vez más nítido; era un grupo de animales. Apenas podía dar crédito a mis oídos.
El sonido de su marcha se hizo cada vez más fuerte. Parecía imposible, pero el sonido se hizo tan fuerte que tuve que taparme los oídos. ¿Iban a pisotearme hasta la muerte? Me agazapé. Entonces, las atronadoras pezuñas me rebasaron por ambos lados, sumergiéndose raudas en las profundidades de la cueva. Aunque no podía verlos, los oía resoplar mientras galopaban. «Somos caballos», decían, en una comunicación similar a la telepatía, pero más intensa.
A continuación los siguió otro grupo más pequeño, con un galope y respiración menos pesados. «Somos bisontes», dijeron.
Se marcharon. La cueva recuperó su silencio. Yo estaba sumergido en un verdadero éxtasis. Lágrimas de alegría y agradecimiento corrían por mis mejillas. Era un milagro. No era un sueño, pues seguía plenamente despierto.
Entonces, aún sentado, un inmenso e indescriptible poder avanzó hacia mí procedente de la misma dirección del grupo de animales. Esta vez no hubo sonidos ni advertencias. Atravesó arrolladoramente mi cuerpo como un tren de mercancías. Una oleada de inmensa energía cubrió mi cuerpo. Mi asombro era mayúsculo. ¡El poder se había manifestado! Entonces, el animal se marchó.
Mientras saltaba sigilosamente en la oscuridad más allá del nicho del hueco de piedra, me decía: «¡Soy XXX, XXX, XXX!». Me dijo: «Soy uno y todo. Tú y yo somos uno». Después, el silencio.
Me inundó un asombro y una gratitud indescriptibles.
Tras unos pocos minutos, y con algún esfuerzo, recordé el conocimiento chamánico tradicional acerca de qué había que hacer ahora y que era conveniente no hacer. Tenía que dormir para recibir un sueño que me mostrara cómo utilizar el poder recientemente adquirido. Lo que no tenía que hacer, hasta que fuera muy muy anciano, era revelar directamente la identidad del poder animal que me había penetrado.
Estaba demasiado excitado para dormirme, pero me introduje en el saco y después de una hora logré conciliar el sueño. Por último, volví a despertar. Aún en el saco de dormir, miré lentamente alrededor. Sentía que no estaba solo. La rojiza oscuridad era más densa que nunca, y sin embargo me parecía percibir el muro más elevado de la cueva. En lo más alto, se perfiló poco a poco una imagen de tamaño humano, como si se proyectara débilmente en una pantalla de cine. La imagen se tornó más brillante hasta que pude discernir la forma de una esbelta y sonriente joven de largo cabello oscuro. Me pareció vagamente familiar.
Mi perplejidad era grande. ¿De quién podía tratarse? Su nombre me fue débilmente transmitido, a modo de respuesta. Al principio me pareció un nombre inglés; luego, más rotundamente, evolucionó en un nombre de sonido similar pero expresado en un lenguaje desconocido.
Esperé a que el nombre se metamorfoseara otra vez, porque no parecía real. Ciertamente, no era un nombre que pudiera reconocer, pero no hubo cambios. Era el nombre real y definitivo, me comunicó ella.
Durante uno o dos minutos, se movió lenta y sensualmente, de una manera tentadora. Su tácita invitación me inspiró recelo y no respondí, pues había algo amenazador en su presencia. La mujer sonrió de nuevo y desapareció. Volví a estar solo. La experiencia había sido tan intensa que memoricé el extraño nombre, Elieth, aunque no significaba nada para mí.
Aguardé un largo rato sin que sucediera nada más. Presioné el botón de mi reloj de pulsera. Eran las 6:35 de la mañana, y probablemente ya había amanecido.
Sin embargo, permanecí sentado con el objetivo de no abandonar la cueva antes de tiempo. No quería violar las reglas de la búsqueda y perder así el poder animal que se me había transmitido. Mientras esperaba, advertí que la oscuridad era cómoda e insignificante, casi como una ilusión.
Encontré mi linterna y la encendí por primera vez desde mi llegada a este punto de la caverna, recogí el saco de dormir y ascendí hacia la salida. El dolor de espalda del día anterior se había desvanecido.
Tras un cuarto de hora de ascenso hacia la salida de la caverna, vi la luz del día y, más allá, el follaje de los árboles. Emergí de la cueva hacia la cálida y cegadora luz del sol. Era bueno estar en casa, donde el sol trae la vida a todas las cosas.
Al descender la ladera bajo la cueva, acaricié las hermosas hojas de plantas y arbustos. Daba la impresión de que regresar a la superficie del planeta, con su vida verde y su luz solar, era un gran regalo. Di las gracias a los espíritus por su ayuda y por permitirme regresar a este mundo.
Sabía que había sido transformado, pues el poder de XXX era literalmente uno conmigo.
Posdata. Aunque mi búsqueda de poder en la cueva había sido un éxito, el significado de la mujer llamada Elieth, que apareció e intentó tentarme, me desconcertaba. Gracias a mis lecturas en los años siguientes llegué a la conclusión de que posiblemente se trataba de la antigua diosa hebrea Lilith, aunque su nombre era ligeramente distinto.
Me interesó descubrir que según varias fuentes judías posteriores a la Biblia, el hogar de Lilith es una cueva; es la señora de todos los animales y asesina de niños, y era conocida por seducir a hombres que duermen solos.
Según algunas tradiciones de búsqueda de poder, es de esperar que el encuentro con un poder animal venga acompañado de un sueño inmediatamente posterior. Eso me sucedió en la cueva, aunque puedo aseguraros que no fue un sueño convencional. En ese sueño o acontecimiento, el poder que ayuda al buscador normalmente es un ancestro que se presenta en forma humana. Sin embargo, se dice que en raras ocasiones esta segunda aparición puede no resultar amable, sino perniciosa: una presencia que pretende interferir en la búsqueda.16
Creo que Elieth podría ser un poder de obstrucción que se aprovechó de mi apertura en la cueva. Por lo tanto, muchas décadas más tarde le pedí que se marchara. Jamás le he pedido ayuda. Para reforzar mi alejamiento de ella, revelo su identidad en este libro. En el chamanismo se entiende que una declaración pública de esta naturaleza, unida a la voluntad de desconexión, normalmente aleja a un espíritu personal.
Entretanto, he honrado y mantenido mi relación confidencial con XXX. No obstante, soy viejo, y habrá que ver hasta cuándo se queda XXX.
Una última observación: este podría haber sido el primer relato occidental de una búsqueda de poder exitosa en el interior de una cueva desde los relatos de los antiguos europeos hace miles de años. ¡Pero ellos publicaron primero, en sus muros de roca! (Véase lámina 1 del pliego final.)