Kitabı oku: «La cueva y el cosmos», sayfa 3

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2. ¡Existimos! Los espíritus piden reconocimiento

Naturalmente, los lectores se preguntarán si lo que me sucedió en la cueva fue producto de mi imaginación. Es comprensible, dado que no hubo testigos que puedan validar mis experiencias. Sin embargo, por suerte, a veces los espíritus muestran su existencia y su poder a dos o más personas simultáneamente, e incluso a grupos aún mayores. Cuando esto sucede, estas demostraciones públicas a menudo reciben el nombre de milagros.

Para el chamán que interactúa íntimamente con los espíritus auxiliares, los milagros son acontecimientos casi rutinarios en las tareas de sanación. De hecho, los milagros curativos producidos por los espíritus probablemente son las acciones más celebradas de los chamanes en las sociedades indígenas. Alejados de los chamanes entregados a actividades sanadoras, a veces los espíritus tratan de comunicar su realidad a través de milagros y «micro-milagros». Estas «llamadas de atención» enviadas por los espíritus, no pocas veces con la ayuda de un chamán o un iniciado en las prácticas chamánicas, quizá se comprenden mejor como intentos de instruir al pueblo acerca de su existencia. Compartiré algunas en las que me vi personalmente implicado.

Milagro 1: el nuevo par de monedas

En agosto de 1993, fui invitado a impartir dos ponencias en el encuentro anual de la Asociación de Psicología Transpersonal en el centro de conferencias Asilomar en Pacific Grove, California. El tema de la conferencia era «Nuevos paradigmas en psicología». Me pidieron que en una de las ponencias presentara el chamanismo, ante un público de cientos de personas, como uno de los ejemplos de estos nuevos paradigmas.

Mi plan no solo era hablar de chamanismo, sino también ofrecer a todos la oportunidad de realizar un viaje chamánico al Mundo Superior a fin de que los asistentes pudieran comprobar el poder del trabajo chamánico. Sinceramente, no estaba seguro de que aquellos cientos de personas, sentadas en hileras de asientos, lo lograran, pero pensaba que merecía la pena intentarlo.

Pedí silenciosamente a mis espíritus que me ayudaran a impresionar al público acerca de su realidad. Respondieron que tendría que apagar las luces del salón de conferencias y sacar dos grandes bolas de cuarzo que llevaba en mi maleta. Mi experiencia chamánica me había permitido saber que, cuando se usan correctamente, los cristales de cuarzo tienen el efecto de amplificar el poder espiritual que se deposita en ellos.

Una vez el salón quedó completamente a oscuras, pedí ayuda a los espíritus, en silencio, y activé los cristales según dicta la tradición. Su débil resplandor atravesó la oscuridad. En aquel momento hubo un grito en el público. Pedí que encendieran las luces. Una mujer de pie agitaba su mano extendida.

Le pedí que se acercara a uno de los micrófonos situados en los pasillos del auditorio para compartir su experiencia. Esperaba que dijera unas breves palabras para describir su experiencia subjetiva y que volviera a tomar asiento, cediendo su lugar a otro voluntario. Pero me esperaba una sorpresa.

Ante el micrófono, y con la mano extendida en alto, anunció que había gritado porque en ella se habían materializado dos monedas.

Mi sorpresa y alegría fueron indecibles, porque jamás había esperado algo de esta magnitud. Invité a la mujer, a quien no conocía, a subir al estrado. Nos enseñó las monedas y recibió un fuerte aplauso. Comuniqué al público que las dos monedas de 10 céntimos eran tan brillantes que parecían recién acuñadas.

Le di las gracias y, debo confesarlo, me sentí muy satisfecho por la materialización pública. Creí que ahí acababa todo. Sin embargo, mientras la mujer abandonaba el estrado para regresar a su asiento, la voz de un hombre entre el público llamó la atención sobre algo que se me había pasado por alto. Gritó: «¡Un nuevo par de monedas!». Había caído en la cuenta de que no se trataba solo de una materialización, sino de un mensaje que reiteraba el tema de la conferencia, “nuevos paradigmas”.1*

En este acontecimiento hubo más de 400 testigos. Hace unos años, la misma mujer se me acercó en una conferencia y me dijo quién era. Me contó que había conservado las dos monedas, y las sacó de su monedero para enseñármelas. Aún parecían nuevas y brillantes.

Milagro 2: recibir una curación «imposible» y hablar en hawaiano

En la curación chamánica culminada con éxito, los milagros son acontecimientos casi rutinarios cuando los espíritus deciden interceder. Les gusta especialmente ayudar a un chamán que pertenece a su árbol genealógico como descendiente directo, y su servicio es aún mayor si el paciente también ayuda al chamán en algún sentido. Un plus adicional, aunque no necesario, es que el paciente también sea su descendiente.

A principios de los ochenta, tres oculistas diferentes me diagnosticaron degeneración macular. Los tres estuvieron de acuerdo en que la dolencia era irreversible. A finales de los noventa llegaron a la conclusión de que estaba empeorando y no podía hacerse nada.

Cuando mi mujer Sandra y yo planeamos unas vacaciones a la Isla Grande de Hawái, una de mis estudiantes me sugirió que visitara a un anciano sacerdote chamán en la costa de Kona, un kahuna espiritual al que conocía, para pedirle ayuda. Parecía una idea perfecta. También sentía curiosidad por conocer al hombre, Lanakila Brandt, que aunque de ascendencia medio alemana, se había convertido completamente a la religión hawaiana y gozaba de la reputación de ser uno de los últimos cinco kahunas auténticos que quedaban en las islas.

Lo encontramos en la pequeña comunidad de Capitán Cook, así llamada por encontrarse a pocos kilómetros de la bahía Kealakekua, donde el célebre navegante y explorador británico del siglo XVIII desembarcó en Hawái y donde fue asesinado más tarde.

Lanakila accedió generosamente a tratar mi dolencia ocular si yo me sometía a un programa diario diseñado por él. Durante cinco mañanas y tardes, y mientras yo yacía tendido sobre la espalda, él rezaba ante un altar de imágenes de deidades hawaianas tradicionales esculpidas en madera adornada de hojas y flores.

No experimenté nada digno de mención hasta la quinta y última tarde, cuando sentí que el espíritu de una persona fallecida entraba en mi conciencia y me mostraba una escena en color. Nosotros (el espíritu y yo nos habíamos fundido) mirábamos una bahía en dirección sur. Tuve la impresión de que se trataba de la bahía Kealakekua y que estábamos en algún punto intermedio de la ascensión al acantilado que la preside. En el agua se perfilaban dos fragatas ancladas. En aquel momento no sabía que el capitán Cook había llegado en dos barcos, pero pensé: ¡capitán Cook! y me pregunté si el espíritu era el de un marinero británico o el del propio Cook. Luego me planteé si el espíritu era hawaiano. Aún no estaba seguro.

Entonces sucedió algo muy extraño: el espíritu empezó a hablarme en un lenguaje que no comprendía. Ni siquiera sabía si era hawaiano, porque las únicas palabras que conocía, como cualquier visitante a las islas, eran «aloha» y «mahalo» (gracias). Sin embargo, el espíritu, que parecía claramente masculino, se repetía sin cesar, insistiendo con la aparente intención de que recordara sus palabras. Poco a poco memoricé el mensaje, con alguna dificultad debido a que tenía que concentrarme en ignorar las oraciones recitadas por Lanakila. Me repetí silenciosamente las palabras mientras yacía boca arriba, con los ojos cerrados, esperando que cuando el ritual concluyera Lanakila me dijera si eran o no hawaiano. En cuanto acabó, anoté las palabras, le expliqué lo que había pasado y las leí en voz alta. Estas eran las palabras: Hele hele aku i ka pono.

«Es una buena señal», esbozó una amplia sonrisa. «Has hablado hawaiano. Lo que has dicho es, literalmente: ¡Adelante! ¡Adelante! Adelante hacia todo lo positivo. Tu mensaje significa: “Avanza con toda tu fuerza (con tu vida); todo es positivo, pues estás en el camino correcto”.»

Recientemente envié las palabras que me brindó el espíritu, junto a la traducción de Lanakila, a un profesor de hawaiano de la Universidad de Hawái (Hilo) para comprobar la corrección de la frase recibida y su traducción. Respondió: «… el hawaiano es bastante correcto e incluso incluye la partícula direccional, aku». Su única sugerencia fue añadir «una coma después del primer hele». ¡Evidentemente, el espíritu no me habló de coma alguna!2

Pregunté a Lanakila: «¿Cuál es el camino correcto?», porque la frase era nueva para mí.

«Es el camino moral, el camino correcto», respondió y añadió: «Has sido bendecido con ayuda, y tus ojos apreciarán el resultado. Ten presente que la cura puede tardar unos meses».

Dicho y hecho, cuando unos meses después me sometí a una revisión mis oculistas no pudieron encontrar prueba alguna de degeneración macular. Esa inversión, dijeron, era imposible, y la única explicación que encontraron era que los diagnósticos previos eran erróneos (¡aunque se habían repetido a lo largo de una década!).3

Unos tres años más tarde descubrí un nuevo libro sobre Fiji (otra cultura isleña del Pacífico), titulado The Straight Path of the Spirit, de Richard Katz. El título me resultó muy llamativo, porque desde el encuentro con Lanakila no había encontrado ninguna mención al «camino correcto» (Straight Path). En el libro de Katz descubrí que las palabras del espíritu guardaban relación con los conocimientos de otros isleños del Pacífico y, además, que el concepto era decisivo en su cultura espiritual.

Milagro 3: hablar en finés

Cuando los chamanes se «encarnan» o se funden con un espíritu que ofrece su ayuda, es natural que hablen en la lengua de ese espíritu. Lo notable, como en mi caso como paciente en Hawái, es que las palabras puedan traducirse si está presente alguien que conozca la lengua.

He aquí otro ejemplo personal. En uno de mis cursos se invita a los espíritus a fundirse con los participantes para ofrecerles su poder curativo. Al sonido de los tambores, cada participante aguarda con paciencia hasta que un espíritu sanador se une a él y le induce a cantar y danzar para transmitir a otros el poder curativo. Lo hacen uno tras otro.

En esta ocasión, un espíritu propicio se fundió conmigo. Como es habitual, al experimentar su poder curativo, yo («nosotros») empecé a cantar y danzar espontáneamente en el círculo del grupo, mientras de mi labios brotaban palabras incomprensibles y reiteradas incisivamente hasta que mi danza concluyó y pude sentarme.

Al final de la sesión, los participantes compartimos la experiencia. Una mujer finlandesa alzó la mano y me preguntó si sabía lo que yo había estado cantando. No tenía ni idea. Me dijo que había cantado en finés y había repetido la frase: «¡Basta de universidad!». Esto provocó un gran estupor y risas en el grupo, pues los estudiantes sabían que hacía poco me había negado a seguir el camino de la vida académica como profesor. Y, evidentemente, no sabía finés.4

Milagro 4: hablar en noruego arcaico

Como he explicado anteriormente, lo que parece imposible o milagroso al no chamán es realmente sencillo e incluso rutinario cuando uno sabe que 1) los espíritus existen de verdad, y 2) si los espíritus lo desean, pueden hablar por medio de los chamanes. Mientras dirigía un curso avanzado de iniciación en 2008, pedí un voluntario para una demostración de estas realidades. Amanda Foulger, miembro de nuestra facultad, se ofreció a ello.

Le pregunté si conocía las nacionalidades de sus ancestros. Dijo que eran fundamentalmente ingleses, en segundo lugar escoceses y remotamente noruegos. Dado que era californiana, la única lengua que ella conocía era el inglés.

A continuación le pedí que entrara en el estado chamánico de consciencia o ECC con ayuda de la percusión reiterada para que se fusionara con uno de sus ancestros del siglo XVI o una época anterior y que ese ancestro se expresara utilizándola a ella como mediadora. Todo esto ocurrió en presencia de unas 40 personas.

Tras unos dos minutos de percusión, Amanda se incorporó y el sonido del tambor se interrumpió. Empezó a hablar en voz alta, balanceando lentamente los brazos hacia adelante y hacia atrás. Una vez concluyó y tomó asiento, los estudiantes la miraron confundidos porque sus palabras parecían completamente ininteligibles.

Sin embargo, una estudiante familiarizada con las lenguas escandinavas alzó la mano. Dijo que Amanda había hablado en una forma arcaica de noruego. Además, continuó, el espíritu que hablaba a través de Amanda parecía ir de caza y discutir con un compañero sobre cuál era la dirección correcta. Esto sorprendió a los estudiantes y a la propia Amanda, que no sabía ni una palabra de noruego.5

Milagro 5: una cura que el médico afirmó no ofrecer jamás

El siguiente relato fue escrito por Ken Emerson, que participó en un grupo de práctica conocido como «el barco del espíritu». A veces llamada «canoa espiritual» o «balsa espiritual», de una u otra forma esta práctica ha existido desde antiguo entre los pueblos de la Costa Noroeste de Norteamérica, en el noroeste del Amazonas, en Austrialia y en Indonesia. He aquí sus palabras:

A principios de 2004 me diagnosticaron deficiencia alfa-1 antitripsina (AAT). La alfa-1 antitripsina se sintetiza en el hígado, y su carencia provoca enfisemas. Por último, el daño recae sobre el hígado y sobreviene la cirrosis. Existe una terapia de sustitución a través de inyecciones intravenosas semanales de proteína AAT. He recibido estas inyecciones desde 2004; no obstante, mi función pulmonar seguía deteriorándose.

En abril de 2011 asistí al taller intensivo de dos semanas de la Fundación con Alicia Gates y Amanda Foulger. Fui elegido como sujeto para el ejercicio del barco espiritual. Al acabar la sesión supe inmediatamente que había recibido una sanación. Mis pulmones estaban despejados, respirar ya no entrañaba dificultades y mi corazón latía con fuerza y regularidad.

Al llegar a casa pedí una cita con mi neumólogo. Hizo todas las pruebas, incluyendo una placa pectoral de rayos X, espirometría y análisis de sangre. ¡Los resultados le dejaron tan perplejo que creyó que el equipo había fallado! Repitió las pruebas con idénticos resultados. La prueba de rayos X no mostró signos de enfisema, aunque aún se percibía algún tejido dañado. La lectura de espirometría reveló una función pulmonar a un 82% de lo normal; la lectura previa era del 77%. El nivel de proteína AAT había pasado de 74 a 77 (el nivel normal se sitúa entre 90-200).

Mi doctor no pudo explicar las razones médicas de estos cambios drásticos. Como yo sonreía como un niño en la mañana de Navidad, me preguntó qué ocurría. Sin ofrecerle detalles, le conté los resultados de la curación junto a mis espíritus protectores compasivos. Negó con la cabeza y dijo que yo había recibido algo que él jamás podría ofrecer. Interrumpió la terapia de inyecciones intravenosas y programamos una cita de seguimiento para seis meses más tarde.

En la siguiente cita se realizaron las mismas pruebas. Estos fueron los resultados: ningún signo de enfisema, funcionamiento pulmonar al 112% de lo normal y nivel de proteína AAT a 80. Realizamos un seguimiento de mi enfermedad cada seis meses. En esta ocasión, al abandonar el despacho, ¡los dos sonreíamos!6

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En los ejemplos ofrecidos en este capítulo, los espíritus no solo mostraban su existencia, sino que también revelaban su capacidad para sanar y prestar ayuda. Recuerdo un libro popular que se publicó hace unos años y cuyo título era A Course in Miracles. Me he resistido a la tentación de llamar a este capítulo (desde la perspectiva del chamán) «Of Course They’re Miracles!».

3. La búsqueda

Los chamanes son individuos delirantes y probablemente esquizofrénicos, eso fue lo que me enseñaron en la Universidad de California, en Berkeley, cuando era estudiante de antropología, a principios de los años cincuenta. Las pruebas que sustentaban esta tesis eran que los chamanes aseguraban ver y hablar con espíritus e incluso recurrían a ellos para curar a los demás. Sin embargo, puesto que a veces parecían realizar curaciones eficaces, merecían un estudio más profundo desde la perspectiva psicológica. Walter Cline se mostraba muy reacio a aceptar esta perspectiva puramente psicológica respecto a los chamanes.

Esta percepción era una herencia de prejuicios occidentales que se remontaban siglos atrás, hasta el escarnio y persecución perpetrados por la Inquisición contra los chamanes, entonces llamados «brujas» y «brujos», nombre con el que, a veces, aún se les conoce en el norte de Finlandia. Los métodos de tortura y ejecución de la Inquisición fueron gradualmente sustituidos por las presiones más sutiles del secularismo que acompañaron el florecimiento de la ciencia en la edad de la «Ilustración» en el siglo XVIII.

En ese siglo, uno de los últimos vestigios del chamanismo europeo, los métodos de visualización, aún sobrevivía en la medicina popular bajo el nombre de «viajes del alma». Sin embargo, los eruditos del siglo XVIII declararon que no había pruebas científicas de la existencia del alma. Por lo tanto, la emergente medicina oficial decretó que la visualización para la curación tenía que ser abandonada por esa razón. La «herejía» del viaje visualizado no regresó a la medicina europea hasta que a finales del siglo XIX Freud pidió a un paciente que se «imaginara» atravesando la campiña en tren y describiera todo lo que veía.

La reticencia académica a tomar en serio a las almas, los espíritus y los chamanes continúa hasta hoy.1 Sin haber experimentado los métodos chamánicos, incluso los antropólogos comprensivos han tendido a concebir el chamanismo, no como un conocimiento directo, sino dentro del marco de las concepciones previas o paradigmas occidentales.

Aunque tal vez dejaron de ser etnocéntricos, la mayoría de estos estudiosos tendían a considerar a los chamanes a través de las lentes del cognicentrismo: la tendencia a juzgar la validez de las experiencias vividas por otras personas en estados alterados de consciencia sin haber experimentado esos estados en sí mismos.2

Sin una observación participante, estos estudiosos colocaban el chamanismo y a los chamanes en casilleros teóricos de moda de forma poco concluyente. Aunque la «observación participante» fue pregonada en antropología como un método necesario para alcanzar una comprensión correcta de los comportamientos y prácticas nativas, en el caso del chamanismo ningún antropólogo intentó hacerlo antes de la primera mitad del siglo XX.

Al mismo tiempo, las hazañas terapéuticas y los increíbles viajes a otros mundos fascinaron y sorprendieron a los eruditos occidentales. En su libro Les fonctions mentales dans les sociétés inférieures, el teórico de salón francés Lucien Lévy-Bruhl propuso que los relatos «nativos» de estas insólitas experiencias eran genuinos, pero que estas personas eran rehenes de una mente pre-racional «primitiva».3 Que esta opinión no ha desaparecido por completo queda demostrado en el libro más reciente de otro influyente escritor de salón, Julian Jaynes, que teorizó ampliamente sobre la consciencia de los pueblos pre-agrícolas sin investigar la consciencia de los pueblos «pre-agrícolas», cazadores y recolectores que aún existen en el planeta.4

La opinión de Lévy-Bruhl sobre los pueblos tribales y los chamanes tal vez sea relativamente benévola en comparación con las posteriores opiniones expresadas por la comunidad psicoanalítica en el siglo XX, en las que las experiencias de los chamanes tendían a concebirse como «alucinaciones» y a ellos mismos como individuos psicóticos o psicóticos «en remisión parcial».5 De hecho, Weston La Barre, un antropólogo fuertemente influido por la teoría psicoanalítica freudiana, afirmó que virtualmente todas las experiencias místicas, entre ellas el chamanismo, eran manifestaciones de procesos neuróticos o psicóticos.6

Carl Jung se aleja de esta perspectiva y del propio Freud al realizar lo que él mismo denomina «viajes» al mundo inferior,7 y recibir instrucción acerca de la realidad de los espíritus a través del propio Elías, que le dice: «Somos reales, no somos símbolos», y repite: «Puedes llamarnos símbolos… Pero somos tan reales como tus semejantes. No invalidas ni resuelves nada llamándonos símbolos… Somos lo que tú consideras real».8 Sin embargo, es significativo que Jung escribiera secretamente estas palabras en su Libro rojo, que se publicó en 2009, casi un siglo después de su muerte.

Sin ninguna duda, la figura más destacada en la rehabilitación académica del chamanismo y en el reconocimiento de su incidencia virtualmente panhumana fue Mircea Eliade, que publicó la primera versión de su clásico El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis en francés en 1951. Eliade propuso que, pese a que las prácticas locales presentaban sus propias variantes, un elemento clave fundamental era el viaje del chamán a otros mundos en estado de trance («éxtasis»).

En su libro, que continúa siendo una sobresaliente obra de referencia en este campo, Eliade sugirió que el chamanismo era el progenitor de todas las religiones y sistemas espirituales, aunque dejó claro que en sí mismo era una metodología, no una religión. No obstante, ni siquiera Eliade fue inmune a la perspectiva que condena a los chamanes como enfermos mentales. En 1951, solo seis años antes de mi primer trabajo de campo en el Amazonas, asumió la postura de que «la mayor parte de los chamanes son (o han sido) psicópatas».9

Así pues, desde la perspectiva «psicológica» de los estudiosos, los chamanes no eran «mentirosos y charlatanes»: ¡sencillamente estaban locos! Los chamanes tuvieron, sin embargo, la suerte de nacer en culturas «delirantes» donde fueron aceptados. Llegaron incluso a emplear su locura para atender a los engaños colectivos del pueblo en el que vivían como chamanes.

Estas culturas «delirantes» son, evidentemente, las tribales «primitivas», en contraste con nuestra propia cultura occidental «civilizada», cuyas manifestaciones de presunta cordura incluyen dos guerras mundiales, el Holocausto y otros actos masivos de genocidio, violencia urbana y la acelerada destrucción del ecosistema planetario.

Otra cosa que aprendí como estudiante de posgrado en antropología (y no me la enseñó Walter Cline) fue que los investigadores de campo debían mantener una «objetividad» escéptica. En virtud de cierta costumbre paternalista o, en un sentido más práctico, para evitar ofender a sus informantes nativos, el escepticismo de los antropólogos no se mostraba directamente a los pueblos indígenas, sino solo al regresar a la comunidad académica, donde los supuestos de la psicología y la sociología occidental se utilizaban para explicar lo que «realmente» ocurría en las culturas nativas. Esta actitud un tanto hipócrita se consideraba completamente pertinente. En toda esta cuestión latía implícito el supuesto condescendiente de la superioridad del moderno conocimiento occidental y que la función de los nativos consistía en ser sujetos de estudio y en absoluto posibles maestros para los occidentales.

También se me previno contra los peligros de «hacerse nativo» en el campo, algo que podía tentar a las «personalidades inestables». Uno de los ejemplos de etnólogos o antropólogos de la cultura que habían «cruzado la línea» era Frank Cushing, del Departamento de Etnología Americana del Instituto Smithsoniano. Hace un siglo, Cushing dejó de publicar sus trabajos centrados en la religión zuni después de haber sido formalmente iniciado en sus sociedades secretas, privando al mundo occidental de sus descubrimientos. Alcanzó el rango de Primer Jefe de Guerra y se convirtió en motivo de escándalo en la profesión al no «mantener las distancias» e incumplir así con sus obligaciones académicas.10

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9788499886114
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